Jueves, 19 Noviembre 2015 12:33

La Humanidad no se Limita a Occidente

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El barrio Burj al Barajne en Beirut luego del ataque del autodenominado Estado Islámico. El barrio Burj al Barajne en Beirut luego del ataque del autodenominado Estado Islámico. AFP

En medio de numerosos ataques contra blancos civiles, sólo uno ha logrado conmocionar al mundo. Mientras todo se tiñe de rojo, azul y blanco, ataques como los del Líbano o Somalia han quedado en el olvido.

Hace algunos días varios atentados simultáneos en París paralizaron y conmovieron al mundo. Todos los medios de comunicación tuvieron en sus tapas las imágenes de la tragedia, las redes sociales se colmaron de mensajes de solidaridad con la sociedad francesa y la torre Eiffel se tiñó  de negro en señal de luto, los edificios emblemáticos de distintos países se iluminaron con los colores de la bandera francesa, los principales líderes mundiales condenaron el ataque, Barack Obama lo definió como un “ataque contra la humanidad” y el papa Francisco dijo se trataba de “una tercera guerra mundial a trozos”. Sin embargo, algunas horas antes en Beirut, la capital libanesa, también el autodenominado Estado Islámico había llevado a cabo dos ataques en el que murieron más de 40 personas, mientras más de 200 fueron heridas. Estos hechos no conmovieron al mundo, no formaron parte de la tapa de los diarios internacionales, los líderes de las principales potencias no los definieron como ataques contra la humanidad y la comunidad internacional no se vistió de luto.
 
Días antes, en Yemen, un hospital de la organización médico-humanitaria Médicos Sin Fronteras sufrió un nuevo ataque sobre  uno de sus hospitales. Esta vez no fue Estados Unidos sino algunos de sus aliados en Medio Oriente: la coalición liderada por Arabia Saudí.
 
Otra acción que se suma a lista de acciones impunes perpetradas por el gobierno estadounidense, “el gran defensor de la democracia”, no mereció la condena ni el repudio de la comunidad internacional: los denominados “daños colaterales” de los ataques de las potencias occidentales en Irak y Afganistán, los cuales ya ni siquiera demandan un mínimo de atención. Lo mismo sucede con las acciones militares de Turquía contra los kurdos.
 
¿Y el Al Shabaad en un hotel en Mogadiscio, la capital somalí, a principios del mes de noviembre? Este caso tampoco parece merecer la atención de los líderes mundiales, ni de los medios de comunicación internacionales y, lo que es peor, de los países que se dicen del Sur. Los quince somalíes muertos son solamente eso, un número, no tienen identidad, no tienen historia. Sus vidas, al igual que las de tantos otros, parecen no merecer un lugar en las tapas de los diarios ni en la agenda internacional. 
 

Cualquiera que pretenda cuestionar a la potencia hegemónica, cualquiera que pretenda cuestionar el modelo occidental, o mejor dicho, cualquiera que no elija ese modelo pasa a formar parte de “los otros”.

En definitiva, sólo unos pocos privilegiados forman parte de la humanidad y sólo esos pocos merecen ser de defendidos de los otros, en algunos casos dictadores, en otros terroristas y en otros refugiados. Cualquiera que pretenda cuestionar a la potencia hegemónica, cualquiera que pretenda cuestionar el modelo occidental, o mejor dicho, cualquiera que no elija ese modelo pasa a formar parte de “los otros”. De este modo queda claro que de esa humanidad, una humanidad restringida, no forman parte ni los refugiados árabes -ya sean iraquíes, sirios o palestinos-, los refugiados afganos o colombianos, los denominados migrantes económicos que perecen en las fronteras europeas, ni los refugiados que son devueltos a los países de los que huyeron porque el país de acogida considera que allí estará seguro aunque el camino recorrido demuestre lo contrario. Tampoco parecen formar parte de esa humanidad los migrantes centroamericanos que mueren intentando cruzar la frontera sur de los Estados Unidos, ni los refugiados  rohingyas que han  muerto en el mar de Andamán o se han convertido en víctimas de la trata de personas mientras vagaban en embarcaciones precarias porque los países limítrofes se negaban a darles asilo. 
 
En este punto también es necesario preguntarse si el Sur realmente existe. Si existe, ¿por qué se ha limitado a reproducir el discurso del norte? ¿Por qué no se ha solidarizado con los países del denominado Sur? En estos momentos queda claro que el realismo más puro está más vigente que nunca, tal como decía Tucídides, “Los fuertes hacen cuanto pueden y los débiles sufren cuanto deben”.
No obstante todo ello, es necesario recordar que la sociedad civil aún tiene la posibilidad de hacer la diferencia. Así lo demuestran las numerosas organizaciones de ayuda humanitaria que asisten a los migrantes en el Mediterráneo o en las fronteras europeas, a los desplazados internos, a las víctimas de estas guerras intestinas en medio del conflicto. Si bien ponen en riesgo sus vidas, su trabajo se vuelve tan invisible como las víctimas a quienes asisten.  Sin embargo, no se resignan, no dejan de denunciar, no dejan de luchar porque los invisibles cobren visibilidad. 
 
 
(*) Investigadora de la Fundación para la Integración Federal
 
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