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Lunes, 10 Abril 2017 23:07

Cuidando lo Propio

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El presidente Mauricio Macri y el jefe de gabinete, Marcos Peña, durante una conferencia de prensa. El fin de la revolución de la alegría. El presidente Mauricio Macri y el jefe de gabinete, Marcos Peña, durante una conferencia de prensa. El fin de la revolución de la alegría. Infobae

El mensaje político es claro. El gobierno nacional ha decidido recostarse sobre los propios valores y partidarios llegando, incluso, a agitar los peores discursos de un “sentido común” ciudadano al cual no le importan nada los derechos que a un hombre o mujer le puedan corresponder en tanto persona.

El paro del jueves 6 de abril fue contundente. Una expresión que se notó en las calles a lo largo y ancho del país y que no debería ceñirse exclusivamente a lo que sucedió en la ciudad de Buenos Aires y su conurbano. Las acciones desplegadas en esa geografía para “romper” con los piquetes y cortes de calles, mostradas hasta el hartazgo por los medios de comunicación afines como si ése fuera el eje central del conflicto, muestran sólo una parte del fenómeno. No existió en todo el territorio de la república, ni en ciudades pequeñas ni en ciudades grandes, ni en provincias de las que el neoliberalismo define como inviables ni de las que califica inversamente, ningún tipo de operativo que intente restringir ninguna acción política de aquellos grupos afines al corte. Tal vez porque en la argentinidad de Dios todos sabemos que atiende en Buenos Aires, pero también porque el volumen de la medida de fuerza haría imposible aplicar el ya famoso pero muy poco efectivo protocolo anti piquetes propuesto por frustrada militar Patricia Bullrich. Un ejemplo interesante resultó el paro rosarino, donde un conjunto de sindicatos nucleados en el Movimiento Sindical Rosarino, dieron muestra de inteligencia al canalizar la protesta que muchas bases están demandando y que tanto parece incomodar al triunvirato cegetista.

Las imágenes eran claras y contundentes. Ciudades semivacías, rutas desoladas y una jornada otoñal que, gracias a las bondades del clima, permitió que muchos ciudadanos mataran el tiempo en la tarde en parques y lugares de esparcimiento como el mejor de los días sábados. El gobierno (y sus partidarios, sean personas o medios) eligió confrontar con eso. Desde las declaraciones del día anterior de la ya nombrada ministra afirmando que el “paro ya estaba quebrado”, hasta las del propio presidente de la nación del día posterior expresando que “la gente no paró”, muestran a las claras, una mezcla de expresiones de deseo con supuesta fortaleza política que, indudablemente, dirige el mensaje hacia los propios.

La situación económica no mejora. La inflación no cede, la industria decae desde comienzos de la gestión gubernamental, el desempleo ha crecido, las tarifas han aumentado exponencialmente y el consumo interno ha venido cayendo de manera sistemática en los últimos meses. Ante ello, y “sin salida del túnel” a la vista, el Poder Ejecutivo ha elegido un camino riesgoso, el de mostrar fortaleza negando la realidad: “La CGT decide parar cuando ya pasó lo peor”, “la inflación ha comenzado a ceder”, “voy a dar esa batalla y le vamos a sacar el poder a cada uno de esos mafiosos”. Todo muy políticamente correcto, pero por ahora, inexistente en los hechos.

Los métodos comunicacionales de Cambiemos han “cambiado”. De un intento por incluir a todos, hablándoles al conjunto de los argentinos, se pasó a cuestionar explícitamente aquello que el bloque gobernante desprecia. Ésta puede ser una estrategia útil por un tiempo. Incluso le podría permitir al gobierno salir más o menos airoso de la disputa política de octubre, poniendo en el centro de la escena un anti kirchnerismo flagrante que, insistimos, puede servir para conservar lo propio. Todo parece indicar que demonizar a la fuerza política que gobernó hasta el 10 de diciembre será el recurso utilizado de ahora en más, en una estrategia muy parecida a la del ballotage de noviembre pero que, insistimos, enfrenta sus riesgos. El primero es que esta es una elección legislativa donde se eligen 257 diputados y 24 senadores. No es una pelea de “mano a mano” donde ciertas estrategias comunicacionales propias del ballotage pueden ser efectivas. Existen multiplicidad de actores que rompen con esa lógica.

El segundo es que la elección es de tipo distrital, donde el proceso electoral si bien está influido por el contexto nacional, resultan determinantes las realidades locales que no son unívocas. Un ejemplo de ello es la provincia de Santa Fe donde el PRO no cuenta con un candidato con peso propio que pueda sintetizar cabalmente el ideario oficialista.

Por lo expuesto, la fuerza gobernante se encuentra en una encrucijada. Si sigue apostando al modelo económico impuesto hasta el momento, una buena parte de la sociedad incrementará su descontento y es probable que lo demuestre en las urnas en octubre, perdiendo, aún más, base de apoyo político. Si rectifica el rumbo de la economía en aras de un mayor consumo interno que reactive aquellos sectores hoy deprimidos, es probable que sea cuestionado por el “gran capital” que lo sostiene. Y eso, en un gobierno de Ceos y empresarios, resultaría imperdonable. ¿O no?

 

(*) Analista político de Fundamentar

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