Lunes, 01 Abril 2013 18:05

Ulán Bator, Ciudad Llena de Yurtas

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Tras dos milenios y medio de vagar con sus rebaños por las inmensas planicies desiertas de su país, los mongoles, en el último decenio, están protagonizando un acelerado proceso de migración a la capital, Ulán Bator, en cuyos suburbios se instalan con sus tiendas (yurtas).

Al recorrer los suburbios de Ulán Bator y escuchar a algunos campesinos de los cuatrocientos mil o quinientos mil que se aglutinaron allí desde hace una década, observamos que Mongolia ha sufrido un cambio. Una ruptura, más bien: desde principios de los años 2000, el 15% de los dos millones ochocientos mil mongoles han emigrado hacia la capital. Nunca este país, dos veces y medio más grande que Francia, había conocido tal éxodo rural. El desarrollo industrial y urbano estimulado durante el régimen socialista, seguido del pasaje brutal a la economía de mercado, en los años 1990, podría muy bien poner fin al modo de vida nómada que se ha perpetuado durante dos mil quinientos años en el rudo clima del interior de Asia.


Sólo un tercio de los mongoles vive todavía del pastoreo nómada. Eran el 80% en 1980. Las imágenes de guèr –yurtas, [tienda de campaña circular con techo en forma de cúpula]– perdidas en la inmensa estepa ondulada pronto podrían ser únicamente un paisaje preparado para los turistas (1). Los mongoles transportaron sus yurtas a Ulán Bator, donde el 60% de los habitantes vive en barrios de guèr (guèr horoolol). Pero, poco a poco, están siendo reemplazadas por pequeñas casas de construcción casera. “Es difícil mantener una guèr. Durante el verano hay que quitarle las capas de fieltro, levantarle los bordes para la aireación. En el invierno hay que volver a ponerlas… Nosotros compramos este terreno con una casa”, explica Bouyambar (2), un hombre de unos cincuenta años del barrio de Shar Had, al sudeste de la ciudad, que trabaja siete meses al año en el área minera del desierto de Gobi. A pesar de la dispersión de los lugares de extracción a lo largo del inmenso país, el hombre vive con su esposa en Ulán Bator. Mongolia atraviesa un boom minero impresionante; dotada de enormes reservas de carbón, de cobre, de oro, de uranio, quizás de tierras raras, atrae a los inversores.


Las guèr horoolol constituyen una zona limítrofe entre ciudad y campo. Después de la llegada de los inmigrantes, en los barrios más alejados del centro que están surgiendo se puede escuchar el balido de una oveja o el relincho de un caballo. En el interior del predio casi no hay mantenimiento. Sólo el pórtico es objeto de alguna atención: lugar de pasaje investido de valor simbólico, está pintado de azul o de verde y decorado con motivos tradicionales, lo mismo que los postes esculpidos que lo enmarcan.


“Vagar siempre, no establecerse”, esa es la divisa de los mongoles. Sin embargo, no son muchos los habitantes de estos barrios que tengan el plan de volver a su estepa o a su desierto. Apenas parecen alimentar alguna nostalgia por esos inmensos espacios que fascinan tanto a los occidentales. Como si, gracias a la modernidad, fuera posible terminar para siempre con la dura vida nómada que, en general, no reviste ningún romanticismo a los ojos de los mongoles.

 

El “héroe rojo”


La mayoría de los inmigrantes llegaron estos diez últimos años a Ulán Bator –el “Héroe rojo” en mongol, nombre adoptado en 1924 cuando se proclamó la República Popular–, familiarmente rebautizada UB a la inglesa, según la disposición de ánimo capitalista que se adueñó del país en 1991. Fueron empujados por inviernos demasiado rigurosos, los terribles dzud (“desastres”) de los años 2000-2003; hay cinco o seis clases de estos desastres. No se distinguen por sus caídas de temperatura, que alcanza fácilmente los 50º C bajo cero, sino por el acceso más o menos difícil del ganado a la hierba hundida en la nieve, por la sucesión de deshielo y de heladas, y por la cantidad de agua disponible para que los pastizales produzcan con qué alimentar el ganado al año siguiente.


El problema, según Jacques Legrand, profesor en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (Inalco) y especialista en Mongolia, se debe a que “a principios de los años 2000, muchos nómadas cuyas familias eran citadinas desde hacía dos o tres generaciones –después de las sedentarizaciones de la era socialista–, eran neoganaderos. Tras la caída del sistema socialista, en 1991, volvieron al campo. La economía se había derrumbado prácticamente de golpe, las fábricas habían cerrado, los circuitos comerciales, desaparecido. Pero ellos habían perdido el savoir-faire nómada. En cuanto al Estado, ya no era capaz de hacer frente a esta situación”. En efecto, este modo de vida exige conocer bien el medio natural propio para las cuatro estaciones de pastoreo donde se lleva la tropa en el curso del año. Requiere también una perfecta integración en su universo social: cuando la hierba escasea, hay que negociar con las otras familias para poder llevar sus animales más allá de sus áreas de pastoreo habituales.


Legrand cita otras causas de este éxodo sin precedentes: el pasaje a una economía de mercado en la cría de ganado, que impulsa a los pastores a reagruparse cerca de los centros de comunicación; la voluntad de acercarse a las zonas de comercialización después del derrumbe de todos los sectores agrícolas, o incluso la llegada de sociedades extranjeras, en particular italianas, para crear una ambiciosa filial cachemira. Ésta, impulsada a escala casi industrial, planteó grandes problemas, porque las cabras arrancan de raíz las hierbas que comen. “Estos factores tienen en común”, explica Legrand, “quedarse en el mismo lugar, dando vueltas sobre un área suficiente como para hacer vivir a su tropa, en contra de los principios fundamentales del pastoreo nómada, basado en la gran dispersión de la población”.


A esto hay que agregar el hecho de que “en veinte años, una serie de reformas que afectan a todos los sectores de la vida acarrearon la disminución de la ayuda social, así como la privatización de las empresas, de la cobertura médica, de la enseñanza, de la tierra, etc. Con el surgimiento de la desocupación, la desestructuración de la clase media y la polarización creciente entre ricos y pobres, la sociedad mongola sufrió transformaciones que se pueden percibir, en particular, en la organización de la capital”, explica el etnólogo Gaële Lacaze, de la universidad de Estrasburgo.


Por fin, la gratuidad de los terrenos para vivienda periurbanos favorece esos movimientos de migración. Para conseguir que se abrieran las minas a las empresas extranjeras, el Parlamento votó en 2002 una ley que da a cada familia el derecho de apropiarse de un terreno de una superficie que alcanza hasta los setecientos metros cuadrados –derecho extendido a los individuos en 2008–. Basta con registrarse, lo que sólo cuesta unos diez euros o algo más… pero no ahorra la peregrinación burocrática. Cuando alguien prefiere instalarse más cerca del centro, o no dejar su guèr en un lugar demasiado riesgoso (por desmoronamientos, inundaciones, etc), se puede comprar el khashass (“porción”, predio) de otro. Una inversión significativa: entre 5.000 y 50.000 euros el terreno, dado que el salario anual medio se eleva a 2.383 euros.


La ley de 2002 aparenta ser una medida compensatoria en esta democracia emergente que, habiendo estado largo tiempo bajo la tutela soviética, reivindica un fuerte nacionalismo económico –un tema sostenido por muchos nuevos diputados elegidos en los comicios de junio de 2012–. En efecto, la cuestión de la distribución del beneficio minero avivó la campaña electoral. Finalmente, el Partido Democrático se enfrentó contra el Partido Popular Mongol (MPP) heredero del Partido Comunista. Pero, sin contar con la mayoría absoluta, tuvo que aliarse con pequeños partidos, y poner a la orden del día la cuestión de las participaciones extranjeras en los proyectos mineros.


La quimera del oro


La política oscila entre la promesa de una redistribución de las ganancias obtenidas de la industria extractiva y los escándalos de corrupción (el ex presidente Nambar Enkhbayar fue condenado en agosto de 2012 a cuatro años de prisión); se basa en un capitalismo lleno de inquietud: sentimiento de una pérdida de identidad, y la preocupación por contener a los dos gigantes vecinos: China y Rusia, haciendo alianzas circunstanciales con potencias lejanas.

El sector minero se volvió la prioridad de los sucesivos gobiernos. En los años 1960, el poder socialista decidió diversificar la economía nacional, demasiado dependiente del pastoreo. Emprendió entonces el desarrollo de la explotación minera con el apoyo de especialistas llegados de Moscú. En la actualidad, Mongolia parece estar volcada completamente a la fiebre del oro, y el pastoreo nómada podría sufrir una suerte comparable a la de la agricultura francesa después de 1950.

El boom minero podría alterar todo: funcionamiento político, equilibrio económico y social, desarrollo regional dependiente ahora del subsuelo, relación con el entorno. “Yo sé que no se puede negar todo. Pero, durante años, el país vivió de la explotación de la única mina de cobre de Erdenet. ¿Por qué no desarrollar nuestros yacimientos a cuentagotas? Sería la mejor solución para no romper el equilibrio que hemos construido”, alega el militante ecologista Tsetsegee Mounkhbayar.


En 2010, oficialmente con la preocupación de preservar el ambiente, se adoptó una moratoria sobre la concesión de nuevas licencias mineras de exploración y de producción, que provocó además la revocación de tres mil licencias. La prolongación de la moratoria para después de 2012 es incierta. Cuatro mil licencias siguen siendo válidas. Las empresas extranjeras están invitadas especialmente a explotar los yacimientos gigantes situados en el desierto de Gobi, como el de cobre de Oyu Tolgoï (la “colina turquesa”) y el de carbón, casi vecino, de Tavan Tolgoï. En cuanto a la empresa pública francesa Areva, quiere ver culminar pronto su paciente y costoso trabajo de exploración de bloques de uranio.


Los dirigentes mongoles esperan que el país entre así en la modernidad y remedie sus principales males. El 15% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según el Banco Mundial. En los papeles, el movimiento parece lanzado: la tasa de crecimiento, del 6,4% en 2010, se estableció en un 17,3% en 2011. Debido a los avatares de las inversiones directas extranjeras (IDE), el indicador sufrió una pequeña caída en 2012, pero permanece en un 11,8%.

La puesta en producción de la mina de Oyu Tolgoï, explotada por el gigante anglo-australiano Rio Tinto, debería contribuir a inflar el Producto Interno Bruto (PIB) en más del 30% en 2013. Todos se preguntan, sin embargo, en qué medida el pueblo verá el dinero acumulado. A veces, los propios dirigentes plantean la pregunta… pero “sólo cuando se ven en dificultades y apuestan a la fibra populista y nacionalista para ganar votos”, precisa el director mongol de una organización no gubernamental (ONG) extranjera.


Desde 1991, el régimen democrático favoreció de facto una forma de centralismo. “La capital mongola no era el destino privilegiado del éxodo rural durante el período socialista, pues otras ciudades proponían servicios y un confort urbano comparables”, explica Lacaze. “En la actualidad, Ulán Bator concentra la mayoría de los servicios administrativos, sociales, educativos y médicos de calidad”. Pero, “el crecimiento de la industria minera estimula una rápida expansión de las infraestructuras y provoca cambios demográficos en las ciudades secundarias. La mayoría de estas ciudades están situadas en el desierto de Gobi, donde los proyectos mineros permitieron inversiones masivas en las infraestructuras, la creación de empleos y el desarrollo de la formación profesional”. Una ciudad como Dalanzadgad, en el sur del país, en el desierto de Gobi, pasó, por ejemplo, de diecisiete mil a treinta mil habitantes entre 2009 y 2011.


Pero este retorno a la región gracias a los empleos mineros plantea una cuestión. “Con el régimen de las rotaciones en los yacimientos, los obreros podrían, por ejemplo, volver por quince días de descanso a Ulán Bator, cerca de su familia, en un avión de su empleador, antes de volver a partir por tres o cuatro semanas de trabajo al sitio de producción”, estima el cuadro occidental de una sociedad extractiva. Las minas están situadas por todo el país, especialmente en el sur, cerca de la frontera china. Esto vuelve extremadamente compleja y costosa la construcción de infraestructuras necesarias para la reubicación de la población sobre el territorio nacional.


Ir, venir, volver a partir: así ha sido siempre el modo de vida de los nómadas mongoles, que demuestran un profundo pragmatismo: “La actitud poco sentimental respecto de la guèr, por ejemplo, es reveladora de la manera de ser de los mongoles”, observa el antropólogo Grégory Delaplace. “Manifiestan una flexibilidad básica para adaptarse a las necesidades del momento, una manera de inventar lo cotidiano. Tienen incluso un verbo para eso: mongolchloh… mongolizar”.

¿Es preciso encuadrar el éxodo rural de principios de este siglo dentro de un largo plazo? De este modo, el sedentarismo no sería más que un momento dentro de un ciclo prolongado…


Una ciudad plástica


Desde hace diez años, Ulán Bator, después del paréntesis socialista, se ha convertido en una capital especial. Una parte sustancial de la ciudad está construida en material “maleable”, como una “manera híbrida de hacer la ciudad, nacida de la necesidad de adaptarse, de tratar con un contexto en movimiento”, observa la paisajista Léa Hommage. Vista desde las colinas del valle del río Tuul, el conglomerado aparece como un curioso montón de puntos blancos –las cúpulas de las yurtas– y de rectángulos azules, verdes y rojos: los techos de las pequeñas casas recubiertas de chapas made in China. Cada guèr y cada casa se sitúan en un khashaa, cuadrilátero delimitado por una empalizada alta hecha de planchas y de troncos de coníferas groseramente tallados y completados eventualmente por objetos de hierro (cabeceras de cama, partes de una cocina, etc.).


“No somos ricos. Nuestro único bien son nuestras dos guèr”, dice la abuela de una familia recién llegada de la región de Khouvsgoul, en el norte, para acompañar a tres de sus nietos que comienzan sus estudios. El diploma es otro capital precioso en estos tiempos inciertos. La familia instaló sus guèr en un khashaa marcado sobre una pendiente empinada. La construcción de la empalizada se terminó. Ahora, un perro cuida el predio y se estrangula en la punta de su cadena. Para acomodar una superficie plana de aproximadamente dieciséis metros cuadrados para la guèr, fueron superpuestos unos neumáticos de autos de manera de contener la tierra y formar una terraza.


El fenómeno de las guèr horoolol no es nuevo. Hay fotografías de 1912-1913 tomadas por Stéphane Passet en su viaje financiado por el banquero francés Albert Kahn en el marco de su proyecto Los Archivos del Planeta, que muestran que el barrio de Gandan estaba ya erizado de empalizadas. Está construido alrededor de un monasterio budista, punto de referencia al principio de la urbanización de Mongolia. En la actualidad lo habitan sobre todo familias de monjes. La antigua Ulán Bator, Urga, llamada Ikh Khüree (“Gran Campo”), a partir de 1706, era también una ciudad nómada, que cambiaba regularmente su emplazamiento hasta 1778.


El hábitat hecho de material sólido sólo existe en el centro de la ciudad. Constituido por edificios masivos y feos monobloques de hormigón construidos en la época en que Mongolia gravitaba en la órbita soviética, este centro también se ha transformado profundamente. Las plantas bajas de los edificios “socialistas” fueron transformadas en comercios desde comienzos de los años 1990. Tiendas de ramos generales (salchichas, pan, productos de primera necesidad, detergentes…), peluquerías con la puerta adornada con columnas griegas, pequeños cafés que huelen a humedad, pubs, negocios de ropa china, etc. Las calles están saturadas de carteles coloridos, las bocacalles, invadidas de kioscos que albergan pequeños comercios y tsagaan utas (“teléfonos blancos”) que se ofrecen a los que pasan. En los barrios apenas más periféricos se amontonaron contenedores que sirven de garaje, de taller o de depósito.


Desde hace algunos años surgieron edificios de arquitectura hipermoderna, como un nuevo estrato en la historia urbanística de la capital. Estas edificaciones en vidrio están construidas por la oligarquía naciente: nuevos ricos, con frecuencia provenientes de medios dirigentes de la época socialista, que se encontraban en el lugar y el momento precisos para adueñarse de licencias mineras prometedoras o sacar tajada de los sectores más provechosos de la economía.


Las autoridades quisieran creer –o hacer creer– que un día los barrios de guèr no existirán más. “Esta manera de hacer la ciudad, por seminómadas listos a radicarse, o por lo menos a establecerse un tiempo lo más cerca posible del centro económico del país, no corresponde verdaderamente al deseo de las autoridades mongolas”, constata el arquitecto Olivier Boucheron. En verdad, comparado a las villas de emergencia o a otras favelas, “en Ulán Bator el espacio no falta. En 2000, la densidad de población en los barrios de guèr era de 32,2 habitantes/hectárea, comparada con los 55,6 habitantes/hectárea de la ciudad planificada. Otra diferencia es la ausencia de precariedad territorial, puesto que los habitantes son propietarios de su parcela”. A pesar de todo, la existencia de estas guèr horoolol es vivida por todos, habitantes y dirigentes, como una vergüenza.


Pobreza, desocupación, miseria, alcoholismo e inseguridad reinan aquí. Raramente se conoce a los vecinos. Su instalación y su urbanización constituyen un rompecabezas. A menudo, el pozo o el kiosco de agua se sitúan a más de cien o doscientos metros del khashaa. Las calles son escenario de un ballet de carros tirados por los niños encargados de traer el agua cada día. En el invierno, el aire es irrespirable por las miles de guèr calentadas a carbón bruto: cada familia consume cinco toneladas. Aparte de los comercios de abastecimiento, no hay mercados o supermercados de barrio. Tampoco buses. Estas horoolol dan la impresión de caos. Basura tirada en las zanjas, instalaciones sobre terrenos expuestos al riesgo de inundación, ausencia de accesos para un auxilio.


A medida que se hacen estas revisiones, el master plan 2020 elaborado por los poderes sucesivos parece resignarse a la existencia de estos barrios. El jefe de la Agencia de Planificación de la ciudad, el señor Khurelbaatar, reconoce que “esta gente no se va más. Por eso nuestro quinto plan prevé establecer tres zonas, con una estrategia de construcción diferente para cada una. Grandes edificios en el centro, más pequeños en la primera corona alrededor de éste, casas en los barrios más periféricos”, explica. Una apuesta en un país en el que el derecho de propiedad está notablemente bien defendido. Uno de los compromisos del nuevo plan es ampliar el derecho de expropiación: fueron necesarios seis años para terminar la construcción de un puente a causa de un particular que se negaba a ceder su khashaa.


Muchos habitantes de las guèr horoolol tomarían de buen grado un departamento, con tal de que fuera lo suficientemente grande como para albergar a la familia o a las dos familias que viven en el khashaa. Y no demasiado caro. Ahora bien, las autoridades del país y de la capital pretenden apoyarse sobre los mecanismos del mercado para incitar a estos neocitadinos a mudarse. No es seguro que estos mecanismos funcionen en Ulán Bator, a causa de la pobreza y la precariedad. Los provisorios guèr horoolol podrían durar décadas todavía.
 

 

RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Rafael Pansa

FUENTE0: ElDiplo

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