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Fundamentar - Lecturas Recomendadas https://fundamentar.com Fri, 29 Mar 2024 08:48:59 -0300 Joomla! - Open Source Content Management es-es Campo y Desarrollo https://fundamentar.com/economia/item/6504-campo-y-desarrollo https://fundamentar.com/economia/item/6504-campo-y-desarrollo El campo argentino

¿El campo es capaz de desempeñar un papel relevante en el desarrollo de nuestro país en las próximas décadas? ¿La economía agraria que domina la pradera pampeana puede hacer una contribución significativa al crecimiento y la diversificación de la economía nacional?

En nuestro país, incluso entre grupos informados–en particular entre los de sensibilidad nacional-popular–, el sector agroexportador tiene mala prensa: se dice que demanda poco empleo, que concentra el ingreso en pocas manos, que genera pocos eslabonamientos con otros sectores más intensivos en tecnología y trabajo calificado. Algunos incluso van más allá: el imperio de la soja, que dominó la pradera argentina en el último cuarto de siglo, ha contribuido a reprimarizar nuestra economía. Es el pasado, no el futuro.

El pasado, sin embargo, nos cuenta una historia más compleja. Para narrarla conviene dividirla en tres capítulos. El primero se refiere a la historia de una nación que, por más de medio siglo, avanzó por el camino del desarrollo y la mejora del nivel de vida de sus mayorías gracias al empuje de su economía pampeana. Pese a que no todo fue color de rosa en las décadas que van de la presidencia de Sarmiento al derrocamiento de Yrigoyen, el campo pampeano fue la gran locomotora de crecimiento del país más exitoso de América Latina. Ya sea que miremos el incremento del producto o del producto per cápita, la lección es la misma: la Argentina creció más rápido que sus vecinos latinoamericanos y que Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, las potencias económicas de ese tiempo.

Es importante recordar que el auge exportador, además de hacer crecer el producto, también contribuyó a diversificar la economía. ¿La prueba? La Argentina del trigo y la carne fue también la nación más industrializada de América Latina. La evidencia es concluyente: desde la década de 1870 y hasta la Gran Depresión, la producción manufacturera creció más rápido que la agropecuaria y para el fin de la década de 1920 representaba cerca del 20 % del producto total (esto es, poseía una gravitación superior a la que alcanza en nuestro tiempo). Para entonces, México, Brasil o Chile tenían sectores manufactureros más pequeños, en todos los casos inferiores al 13% del producto.

Para completar el cuadro conviene referirse a tres dimensiones que nos permiten calibrar mejor el impacto social del crecimiento exportador. Primero: gracias al impulso que provenía de la fértil pradera pampeana, y que la ciudad multiplicó al calor de la expansión de la manufactura y los servicios, nuestro país ofreció, junto con Uruguay, los salarios más altos de América Latina y grandes oportunidades de progreso económico y movilidad social para sectores muy amplios de su población. En segundo lugar, remuneraciones elevadas y oportunidades fueron los principales determinantes de un fenómeno que dejó una marca indeleble en la sociedad argentina: el arribo de millones de inmigrantes europeos. Finalmente, notemos que la elevada productividad agraria y la sostenida expansión de la industria y los servicios convirtieron a la Argentina en un país de grandes ciudades, y uno de los países más urbanizados del planeta. Más urbanizado que Francia o Alemania, Estados Unidos o Canadá.

Entre el fin de la Guerra del Paraguay y la Crisis del Treinta, pues, crecimiento agrario y expansión industrial, urbanización y mejora social, fueron de la mano. Los indicadores de desarrollo humano cuentan la historia de un país que avanzaba por el camino de la mejora del bienestar popular y en el que, para las mayorías, la idea de progreso no era una expresión vacía. Los avances de la Argentina en el terreno de la alfabetización y la escolarización son conocidos, toda vez que la escuela fue una de las políticas públicas estrella de ese tiempo. Menos atención se le ha prestado a otros indicadores que también resumen bien los progresos de la Argentina agroexportadora, como el referido a la esperanza de vida. Hacia comienzos de la década de 1880, la esperanza de vida al nacer era de 33 años. Para fines de la década de 1920, la esperanza de vida había crecido dos décadas, hasta los 53 años. Para entonces, la esperanza de vida argentina superaba en 19 años ala de México o Brasil.

¿Si los logros de la Argentina del crecimiento exportador fueron significativos, por qué, entonces, el país no siguió caminando por esa senda tan prometedora que, además, contaba con un amplio consenso tanto entre la elite dirigente como entre las clases populares? ¿Y por qué comenzó a volverse muy negativa la valoración del aporte del campo, hasta entonces principal responsable del crecimiento económico, al desarrollo nacional? El núcleo del problema radica en que esa Argentina que, gracias a la pampa, estaba muy bien preparada para funcionar en un mundo de mercados abiertos, no pudo afrontar con éxito los desafíos nacidos tras el giro proteccionista desencadenado por la Gran Depresión. Cuando el mercado mundial le dio la espalda, el país sufrió. Lo más importante: el derrumbe del comercio internacional disminuyó drásticamente la rentabilidad social del patrón de crecimiento exportador. Desde 1929, y por una década y media, los salarios se estancaron. A las mayorías, acostumbradas a que el progreso fuera una experiencia palpable, perceptible en la vida cotidiana, el presente se les hizo duro y el futuro aún más avaro. Los grupos dirigentes, por su parte, comenzaron a dudar de que el campo constituyera la avenida que conducía a un país mejor. La legitimidad del patrón de crecimiento exportador se vio erosionada. Las frustraciones que se fueron sumando luego de 1930 contribuyeron a arraigar en la mente argentina una nueva utopía de progreso económico y social, asociada a la industria manufacturera y al crecimiento volcado sobre el mercado interno. Una utopía que, además, nació animada por una redoblada exigencia de justicia social.

Llegados a este punto, es importante traer a la discusión una tensión que había permanecido dormida en la era del crecimiento exportador. Thomas Piketty nos ha mostrado que, en los países del Atlántico Norte, el crecimiento económico del siglo XIX aumentó la brecha entre los grandes capitalistas y los hombres y mujeres del común. Este fenómeno también impactó sobre la sociedad argentina. La singularidad nacional radica en que nuestra clase plutocrática poseía una base eminentemente agraria, cuyo emblema era la gran estancia. Mientras el progreso social fue percibido como una experiencia generalizada por la población urbana, esos terratenientes no tuvieron demasiadas razones para preocuparse. Esta actitud tolerante, primero desafiada tras el Grito de Alcorta, no sobrevivió intacta a las dificultades que trajo la década de 1930. Chacareros y trabajadores rurales en dificultades, expulsiones de arrendatarios, migración a la ciudad, desempleo, remuneraciones estancadas: cuando estas cuestiones ganaron un lugar en la discusión pública, la plutocracia rural pasó a encarnar el arquetipo del explotador insensible al dolor popular. Y ese mundo rural crecido en torno a la estancia, ese campo donde reinaba la injusticia social, comenzó a ser denunciado cada vez más abiertamente como el núcleo socioproductivo de una Argentina que miraba hacia el pasado. No es casual que, pocos años más tarde, Perón haya elegido a la oligarquía terrateniente –concebida como la personificación de todo lo malo que anidaba en la sociedad argentina, como responsable de la frustración del sueño de progreso nacional– como su principal enemigo.

¿Cuál es la importancia de todo esto? Nos permite comprender mejor las razones que hicieron que, hacia mediados del siglo XX, los caminos del crecimiento exportador y del desarrollo productivo nacional terminaran divorciándose (y que, como todo divorcio, la separación viniese acompañado de duros reproches). Esta inflexión lleva nuestra atención hacia el segundo capítulo de la historia de la relación entre campo y desarrollo. Este segundo capítulo –sin duda el más arraigado en la memoria histórica de los argentinos– se desplegó bajo el signo de otra epopeya productiva, la de la industrialización por sustitución de importaciones. La apuesta por la industria fue la respuesta más habitual, y también la más razonable, de los países de América Latina a los desafíos del mundo nacido entre la Depresión y el comienzo de la Guerra Fría. Dentro del panorama general, el caso argentino presenta algunos rasgos singulares. Cuando la política económica de la era industrial terminó de perfilarse a mediados de la década de 1940, tras la llegada de Perón al poder, uno de sus aspectos más salientes fue su acusado sesgo antiagrario. Una de sus expresiones más conspicuas fue un fuerte incremento de la presión fiscal sobre este sector. Este giro estaba indicando que el campo, que hasta la Gran Depresión había sido concebido como el motor del crecimiento, había pasado a desempeñar un papel subsidiario: proveedor de alimento barato para la población urbana y generador de divisas con las que sostener la expansión de la actividad manufacturera, erigida por la política pública en el sector líder de la economía.

Las oscuras perspectivas que el proteccionismo agrícola impuso al comercio de alimentos de clima templado en el escenario nacido tras la Depresión, que aconsejaban no apostar demasiado por el sector agroexportador, no alcanzan para explicar el sesgo anti-agrario de la política pública, que los voceros de este sector –siempre nostálgicos de un pasado que había muerto para siempre– tanto denunciaron desde la década de 1940. También pesó mucho la idea de que el campo evocaba el arcaísmo productivo, el mundo del atraso. Por supuesto, la configuración socio-política de nuestro país le dio solidez y estabilidad al nuevo rumbo, y contribuyó a imponer, tanto en la disputa política como en la discusión pública, el mundo de ideas sobre las que se asentaba la apuesta por la industria. Al fin y al cabo, ya antes de que Perón hiciera sonar la campana que marcaba el comienzo del reinado de las grandes chimeneas, la Argentina era el país más urbanizado y más industrializado del continente, y el que contaba con los sindicatos de trabajadores urbanos más poderosos.

El nuevo rumbo, sin embargo, prometió más de lo que entregó. La razón de fondo es que la Argentina estaba muy bien preparada para el crecimiento agroexportador pero no para convertirse en una potencia manufacturera. Carecía de una pampa industrial capaz de producir ese milagro. Sin energía barata, sin acero ni carbón, sin un mercado de tamaño suficiente como para alcanzar las economías de escala que vuelven más dinámica la actividad manufacturera, con altos costos laborales para la media latinoamericana, su performance estaba llamada a ser gris. La consecuencia: desde el peronismo en adelante las clases populares gozaron de una sensible mejora en términos de bienestar, pero en un marco signado por un rendimiento económico mediocre. La principal evidencia de esta limitación se aprecia en la comparación con los mismos países latinoamericanos que en el ciclo anterior nuestro país había dejado muy atrás: entre 1945 y 1972 la industria argentina creció al 4,4 % anual, mientras que la brasileña lo hizo al 8,4%, la chilena al 5,2 %, la colombiana al 6,6 % y la mexicana al 7,4 %.[3]Durante las décadas doradas de la era industrial, una vez superado el parate que trajo la Gran Depresión, el progreso social volvió a signar el paisaje urbano. Pero el ritmo de marcha fue más pausado. En la era del crecimiento exportador, Argentina se acercó a los países ricos y se alejó de los pobres. En la era industrial, en cambio, la historia argentina fue de divergencia respecto de los países desarrollados del Norte y de convergencia con los rezagados del Sur.

No es sorprendente que una estrategia de desarrollo que hacía depender el crecimiento de la manufactura y los servicios de fuertes subsidios del sector agropecuario pronto exhibiera limitaciones, que afectaron la producción exportable. Atenazado entre un mercado mundial anémico y una política pública muy hostil, el sector agrario incorporó poca tecnología, perdió dinamismo y rentabilidad. Para 1925 la agricultura pampeana era una de las más mecanizadas del planeta; un cuarto de siglo más tarde se había descapitalizado y penaba por la falta de tractores. Entre 1930 y 1960, las exportaciones pampeanas permanecieron estancadas, y luego experimentaron otros treinta años de moroso crecimiento. Pero lo más importante es que, de manera inevitable, las consecuencias de la debilidad exportadora también se sintieron fuera del campo. La dependencia estructural del sector manufacturero –poco competitivo y por ende incapaz de exportar y de satisfacer sus propias necesidades de tecnología e insumos– respecto de las exportaciones agropecuarias fue el canal a través del cual el pobre rendimiento exportador impactó sobre el resto de la economía. Ya en la década de 1950 una creciente demanda de divisas convirtió a la restricción externa en el talón de Aquiles de la Argentina industrial. Faltaban dólares porque faltaban exportaciones. Y con ello se reforzó la convicción nacida en la década de 1930: el empresariado del campo era insensible al estímulo del progreso y el cambio tecnológico.

De todos modos, la Argentina de la sustitución de importaciones siguió avanzando por el camino del progreso socioeconómico por otro cuarto de siglo, hasta entrada la década de 1970. En ese momento, el sector manufacturero tocó su techo y dejó de crecer. Desde entonces, la actividad industrial ha retrocedido sin pausa, y lo ha hecho bajo gobiernos de los más variados signos políticos y de las más diversas orientaciones políticas. De representar cerca de un tercio del producto en los años dorados de la sustitución de importaciones, la industria ha caído a menos de la mitad de esa cifra en el siglo XXI. Al final de las presidencias Kirchner, que tanto hicieron para protegerla, era más pequeña que en la presidencia de Alvear. Los gobernantes argentinos no son los responsables primeros del retroceso del sector industrial. Pese a que la contracción tiene ritmos y condimentos específicos en cada país, su razón de fondo no es nacional sino global: el desplazamiento de la manufactura hacia Oriente se advierte en todo Occidente. De hecho, el mismo fenómeno se observa en Brasil y Chile, Estados Unidos y Gran Bretaña, Francia y Alemania. A ambos lados del Atlántico, el giro de la economía y del empleo desde la producción industrial a los servicios es el signo de los tiempos. No todos los países, sin embargo, han sufrido esta transformación tanto como la Argentina. Porque el problema argentino no es de desindustrialización a secas sino, más bien, de retroceso productivo en términos más generales. Golpeada por la inestabilidad macroeconómica y la falta de rumbo, comprometida a defender un sector industrial que ha perdido capacidad de impulsar el desarrollo, hace varias décadas que la Argentina no encuentra modo de sacar mejor provecho de sus recursos institucionales, su capital humano y sus recursos naturales.

En este contexto, en el que la actividad manufacturera ha perdido capacidad para hacer crecer la economía y para dinamizar los mercados de trabajo urbanos, el papel del campo como promotor del desarrollo adquiere un relieve que no tenía desde la década de 1920. Mientras la luz que ilumina al sector industrial argentino palidece, la economía agroexportadora exhibe un horizonte más prometedor. Por una parte porque desde la década de 1990 crece e incorpora tecnología de punta, cercana a la frontera internacional. En estas décadas, su expansión no depende de la gran propiedad sino de la empresa de mediana o gran escala que se expande sobre tierra arrendada, apoyada en una vasta red de contratistas que la proveen de servicios especializados. El nuevo campo es el mundo de la bioeconomía, de la siembra directa, de la agricultura de precisión, de las tecnologías de la información aplicadas al agro. En segundo lugar, porque la sostenida expansión de los mercados asiáticos le ofrece al nuevo campo exportador un horizonte de crecimiento de largo plazo tan atractivo que el que primó entre la revolución de los transportes del siglo XIX y el comienzo de la Gran Depresión. En este escenario, el país puede y debe sacar mejor provecho de su activo productivo más potente.

Luego de un largo período de estancamiento y frustraciones, el agro del siglo XXI está en condiciones de impulsar el crecimiento del producto y la transformación productiva y, por esta vía, contribuir a arrancar de la pobreza a ese medio país que hoy no tiene ni presente ni futuro. ¿Qué es lo más valioso que puede ofrecer? ¿Por qué, incluso si a veces no nos simpatizan sus actores ni nos gustan sus tradiciones, debemos apostar a promover la expansión del sector agroexportador? En primer lugar, porque un aumento sostenido de las exportaciones es fundamental para aliviar la restricción externa y para darle mayor solidez macroeconómica a un país siempre sediento de dólares tanto para producir como para satisfacer sus necesidades de consumo y financiamiento, privadas y públicas. Si el país no logra fortalecer las cadenas de valor centradas en la exportación de productos agropecuarios (así como en todas aquellas otras que puedan sumarse) difícilmente pueda librarse de las urgencias y los dilemas de corto plazo que desde hace ya demasiado tiempo vemos repetirse a cada rato, y que tan dañinas son para el crecimiento (control de cambios, cierre de las exportaciones, cupos a las importaciones, etc.). Una primavera de términos de intercambio favorables es insuficiente para poner al país en esa senda. En segundo lugar, porque un perfil exportador más robusto es fundamental para apuntalar la expansión de las actividades volcadas sobre el mercado interno, muchas de las cuales son grandes demandantes de divisas. Sin un sector agroexportador más potente, el crecimiento sostenido de la industria y los servicios, incluso de aquellos sectores con más potencial exportador, se vuelve imposible. Y esto significa –y esto es lo más importante– que sin política pública consistente dirigida a favorecer la expansión exportadora no habrá incremento sostenido del empleo ni mejora del bienestar popular.

La contribución del campo al desarrollo de una economía más dinámica tiene dos límites claros, que no debemos ignorar. Por una parte, nuestro país ya no está en condiciones de volver a erigirse en una potencia exportadora como lo fue hasta la Gran Depresión. Pese a las perspectivas de expansión de los mercados asiáticos son muy promisorias, y aun si un muy fuerte incremento de las ventas a esos mercados fuera ecológicamente sustentable (un tema muy relevante y que merece un tratamiento sistemático, fuera del alcance de este texto), nuestro país no es lo suficientemente rico en recursos naturales como para hacer pivotear su desarrollo de manera exclusiva o preponderante sobre una estrategia exportadora. En segundo lugar, muchas décadas de crecimiento volcado sobre el mercado interno han dejado un legado que tiene luces y sombras, pero que en ningún caso podemos ignorar. Nuestro castigado tejido productivo urbano es demasiado vasto y complejo como para moverse al ritmo de las ventas externas, por más diversificadas y pujantes que éstas puedan resultar. Y esto significa que el empuje del complejo agroexportador y sus anexos industriales es, en sí mismo, insuficiente para revertir los problemas de pobreza y empleo de los grandes conglomerados urbanos del país.

Estos límites no deben hacernos creer que el camino al desarrollo consiste en remozar la nación industrial que tuvo su apogeo entre las décadas de 1940 y 1970. Ese puerto al que, en medio de la tempestad que es el mundo en la pandemia, algunos nos invitan a regresar, no es más que un cruel espejismo, que no tiene mucho que ofrecerle a esa media nación que hoy sobrevive en la pobreza y la informalidad laboral. Ese proyecto, quizás agradable para un sector importante de los trabajadores formales y sus organizaciones, así como para una fracción del empresariado industrial, ya no es capaz de incluir a todos. ¿Las razones? El país fabril surgido tras el cierre del mercado en la década de 1930 tenía mucho espacio para expandir su producción, que pudo crecer ocupando los espacios dejados vacantes por la retirada de la producción extranjera. Todo esto fue posible, en primer lugar, porque la tecnología que la industria requería para crecer en las décadas doradas de la industrialización por sustitución de importaciones estaba al alcance de la mano.

El panorama de nuestros días es muy distinto. Décadas de muy alta protección han forjado una de las economías más cerradas del mundo. En el último medio siglo, los resultados de esta política no fueron satisfactorios ni en lo que respecta al crecimiento manufacturero ni en lo referido a bienestar popular; en un mundo económico cada vez más globalizado, mucho menos lo serán en el futuro. Un proteccionismo redoblado no va a darle impulso a una industria que está integrada en cadenas de producción que trascienden nuestras fronteras y cuyos polos más dinámicos y sus motores de innovación están localizados fuera de nuestras fronteras; en todo caso su futuro será –como se reveló entre 2011 y 2015– la desindustrialización por sustitución de importaciones. Muros más elevados nos conducen a un callejón sin salida también en el plano industrial. Para crecernos sólo en el campo sino también en la ciudad es imprescindible exportar e importar más.

Dirigir la atención hacia las necesidades de nuestras castigadas mayorías nos permite observar otro costado del problema. En nuestros días, la canasta de consumo popular está integrada por bienes y servicios de origen importado o cuya fabricación requiere, en muchos casos, bienes de capital e insumos que no pueden producirse localmente. Además de pan, verdura y carne, además de lácteos y dulces, además de mejor vivienda y mejor infraestructura, el nivel de vida y el grado relativo de realización personal de nuestras mayorías depende, entre otras cosas, de su acceso a bienes importados: celulares y computadoras, vehículos livianos y automóviles, indumentaria y tecnología. Agreguemos, además, que la ley de Engel nos enseña que cuanto más prospere la Argentina y cuánto más crezca el ingreso de las mayorías, más importancia relativa tendrán los consumos no alimentarios. Para los que están en la base de la pirámide social, sin embargo, no se trata sólo de consumo sino también de empleo. Para crecer y generar más y mejores puestos de trabajo, nuestro sistema productivo también requiere bienes de capital e insumos importados en abundancia. La implicancia es clara: en el mediano y largo plazo, una sociedad más integrada y más igualitaria, con empleo digno y bien remunerado para todos y todas, con más capacidad de consumo popular, con empresas que crecen y generan empleo, no puede alcanzarse sin un sector exportador más potente y una mayor integración con la economía global.

¿Hacia dónde nos conduce este razonamiento? Nos invita a poner en duda el valor de muchas de las impugnaciones al campo que mencionamos en el párrafo inicial de este ensayo. Nos confirma que, en nuestros días, sector agroexportador y desarrollo no deben verse como términos antagónicos. Para precisar el argumento: en un país tan urbanizado como el nuestro no tiene mayor sentido afirmar que el campo no genera empleo suficiente o no promueve una mejor distribución del ingreso. En la Argentina de nuestros días, estos problemas, en todo caso, deben abordarse en otros ámbitos, capaces de incidir sobre el funcionamiento de los mercados de trabajo urbanos, y con otras herramientas, como la política fiscal (por ejemplo, vía mayores impuestos al suelo). Al campo lo necesitamos, ante todo, para otra tarea: debemos pensarlo como uno de los pilares sobre los que arraigar una macroeconomía más sólida y un sistema productivo más dinámico. Estos dos objetivos son centrales para que todas las demás actividades productivas que se despliegan en nuestro país –en particular, las orientadas al mercado interno– puedan crecer sin tantos obstáculos y restricciones, alcancen mayor relieve y, a partir de allí, contribuyan a ampliar las magras oportunidades de mejora que nuestras castigadas clases trabajadoras tienen ante sus ojos. Para avanzar por este camino –esto es, para volver a reconciliar el crecimiento sustentable con la justicia social– es imperioso que la política pública contribuya a estimular el potencial productivo que anida en nuestro agro. Tras una demora que ya lleva medio siglo, la gran tarea que los argentinos tenemos por delante es ingresar al tercer capítulo de nuestra historia productiva. Difícilmente logremos dar pasos sólidos en esa esta dirección si no le asignamos al campo un papel de relieve en esta nueva etapa de la peripecia nacional.

(*) Roy Hora es historiador, doctorado en la Universidad de Oxford. Es investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina y profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

FUENTE: Panamá Revista

RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Camila Elizabeth Hernández

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hola@fundamentar.com (Roy Hora (*) ) Economía Mon, 14 Jun 2021 14:09:00 -0300
Desarrollos Tecnológicos y Productivos Para la Defensa. Ayer y Hoy. https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/4988-desarrollos-tecnologicos-y-productivos-para-la-defensa-ayer-y-hoy https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/4988-desarrollos-tecnologicos-y-productivos-para-la-defensa-ayer-y-hoy Planta de Fadea

El presupuesto para desarrollo tecnológico y productivo para la Defensa era prácticamente inexistente en 2003. La situación, afortunadamente, ha cambiado drásticamente en estos 12 años.

El presupuesto para desarrollo tecnológico y productivo para la Defensa era prácticamente inexistente en 2003. Los únicos gastos contabilizados eran los 60 millones de pesos asignados a Fabricaciones Militares para producción y los 1,6 millones asignados a investigación y desarrollo en El Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa (CITEDEF).

La situación ha cambiado drásticamente en estos 12 años. Para el 2015, el gobierno ha presupuestado 4.272 millones de pesos para desarrollos tecnológicos y productivos en la industria vinculada a la defensa nacional. Se trata de gastos que contribuyen a la creación de empleo, diversificación y modernización de la matriz productiva y afianzamiento de la soberanía nacional, ya que incrementan el dominio por parte del Estado Nacional sobre tecnologías de la defensa y su aplicación a los procesos productivos respectivos.

Quedábamos atrapados en un círculo vicioso de baja tecnología: no desarrollábamos capacidades porque no había suficiente demanda, y no las demandábamos en Argentina porque nos decían que no había capacidad de hacerlas.

Un total de 1.572 millones se destinan al desarrollo de la industria vinculada a la defensa aérea. Se han firmado contratos entre el Ministerio de Defensa y la Fábrica Argentina de Aviones (FADEA), a los fines de desarrollar y fabricar aviones de entrenamiento avanzado IA-63 Pampa, modernizar y remotorizar aviones IA-58 Pucará (623 millones) y brindar servicios de mantenimiento a las flotas de la Fuerza Aérea y del Comando de Aviación Naval de la Armada (529 millones). El resto se destina a contratos con INVAP para el desarrollo y producción de drones (403 millones) y la recuperación de radares móviles (17 millones).

También se fomentan la industria militar naval y terrestre. Mediante el contrato entre la Armada y el astillero recuperado TANDANOR, se ha realizado la reparación del Rompehielos Almirante Irizar, al cual, para su fase final, se le han asignado 34 millones en el corriente año. Por otro lado, ya se ha previsto el desembolso de 95 millones de pesos para el recientemente firmado contrato de modernización de los tanques TAM 2C en el país.

Fabricaciones Militares ha recibido una asignación de 1.946 millones. De ese total, 1.689 están destinados a financiar la producción de una diversidad de insumos para las fuerzas armadas (FFAA) y fuerzas de seguridad (FFSS), y de productos comercializables, así como también la producción de vagones Tolva para el Ministerio del Interior y Transporte. Los 257 millones restantes se asignan a importantes proyectos, como plantas de producción de municiones, explosivos, químicos y una línea de ensamble de vagones, entre otros.

El sector farmacéutico también está presente en la producción para la Defensa. Se han dispuesto 16,5 millones de pesos para la producción de medicamentos en laboratorios militares dependientes del Estado Mayor Conjunto.

Para actividades de I+D puras se han asignado 608 millones, distribuidas entre CITEDEF, los institutos de Investigación y Desarrollo de las FFAA, la Escuela de Defensa Nacional, la Subsecretaría de Investigación y Desarrollo del Ministerio de Defensa y el Servicio Meteorológico Nacional. Dentro de ese total, CITEDEF cuenta con 10 millones de pesos para proyectos de inversión, entre los que se incluyen la instalación y modernización de laboratorios y la construcción de un vector atmosférico.

Las cifras muestran una fuerte decisión política de reconstruir el sector de tecnología y producción para la defensa. Doce años atrás, el sector estaba pulverizado. No había contratos con industriales locales para mantenimiento, desarrollo y producción de equipos e insumos. No se apostaba a la capacidad y los recursos humanos de las universidades y empresas estatales locales. No existía la ambición de incurrir en tecnologías más complejas ni de buscar mercados externos a nuestra producción militar, y el complejo industrial militar había sido virtualmente desmantelado. Quedábamos atrapados en un círculo vicioso de baja tecnología: no desarrollábamos capacidades porque no había suficiente demanda, y no las demandábamos en Argentina porque nos decían que no había capacidad de hacerlas. La decisión política, materializada en las asignaciones presupuestarias, permitió salir de esta trampa.

Los beneficios potenciales de estos desarrollos son múltiples: se ahorran divisas, se genera empleo genuino de alta calificación y, por sobre todo, se generan capacidades productivas, que son aprendizajes que actúan como semillas para futuros desarrollos tecnológicos, no sólo en las industrias estatales de la defensa sino también en las empresas privadas locales que les proveen. Además, al aumentar la escala, se incrementa la eficiencia del área: por ejemplo, CITEDEF, pasó de gastar 9 pesos en gastos administrativos por cada peso de I+D en 2003, a sólo 67 centavos en 2015.

En síntesis, en los últimos 12 años el presupuesto para desarrollos tecnológicos y productivos de la industria de la defensa se ha multiplicado 60-70 veces, aumentando no sólo en cantidad sino también en calidad, eficiencia, complejidad y variedad.

 

(*) Master en Economía de la Universidad de Ginebra - Investigador de la Fundación para la Integración Federal

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hola@fundamentar.com (BRUNO ABRIATA(*)) Opinión Tue, 28 Jul 2015 17:06:22 -0300
¿Hacia un Orden Desde el Sur? https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/4306-hacia-un-orden-desde-el-sur https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/4306-hacia-un-orden-desde-el-sur ¿Hacia un Orden Desde el Sur?

La discusión sobre el sistema institucional multilateral y la emergencia de poderes en el mundo en desarrollo marcaron el inicio del siglo XXI. El proceso de difusión de poder internacional ha dado lugar a más preguntas que certezas sobre las características del orden internacional vigente. 

La reunión del G20 en Brisbane ha sido una nueva instancia de reconocimiento por parte de las tradicionales potencias occidentales de la importancia de los países en desarrollo en la configuración del orden internacional actual. De acuerdo con el Grupo de trabajo sobre Desarrollo del G20, “es crítico el rol de los países en desarrollo para alcanzar los objetivos de resiliencia de la economía global y la creación de empleo”.

Dicho reconocimiento tiene lugar en un momento de debates en torno a la naturaleza del sistema internacional en el cual nos encontramos dada la emergencia de estados “del Sur” en los mecanismos de toma de decisión globales y la cada vez mayor incidencia de actores transnacionales no gubernamentales.

Generalmente se habla de multipolaridad para hacer referencia al regreso a un balance de poder como el del siglo diecinueve entre estados que tienen a grandes rasgos la misma cantidad de recursos de poder. Pero esta no pareciera ser la situación actual, donde la redistribución de las cuotas de poder en las esferas económica, política y militar está atravesada por una profunda interdependencia tecnológica y financiera y tiene lugar entre actores muy heterogéneos, dando lugar a lo que Grevi (2010) señala como un tipo de “interpolar”.

El mayor peso relativo de actores del Sur plantea a occidente el desafío de adaptarse a un escenario en reconfiguración donde hay “nuevos pares”. Occidente debe reacomodar sus estrategias e intereses ante la acción de Estados por fuera del G7, aceptando que no se encuentran en la misma situación de supremacía que detentó desde Westfalia para imponer los criterios de ordenamiento mundial.

Estos rasgos de lo que podemos llamar “des-orden” internacional actual, estaban ya presentes al fin de la Guerra Fría. En un artículo de 1990 denominado “Soft Power”, Joseph Nye señalaba tempranamente que era un error describir la situación del sistema internacional como de declinación de Estados Unidos, dado que los cambios están más relacionados con la “difusión del poder” que limita las posibilidades de potencias tradicionales para alcanzar sus objetivos y acrecienta los márgenes de maniobra de estados históricamente más débiles, es decir, los periféricos. De acuerdo con Nye, dicha difusión es posible observarla en cinco dimensiones: la interdependencia económica, la presencia de actores transnacionales, el nacionalismo en estados débiles, la extensión de la tecnología y los cambios en las cuestiones políticas.

La difusión del poder que estaba particularmente localizado en Occidente ha dado lugar a lo que Zakaria denominó como el “ascenso del resto” (2008). Han emergido y reemergido países en desarrollo que procuran jerarquizarse en el sistema internacional y plantean modificaciones al orden establecido a partir de Bretton Woods en función de poder avanzar hacia la resolución de sus importantes deudas internas relativas al desarrollo y la inequidad social. Este grupo proviene de un Sur heterogéneo política, social y económicamente que comparte situaciones de vulnerabilidad.

Tal como señala Sanahuja (2014), nos hallamos en un momento de generación de nuevos equilibrios y coaliciones, pero aun no es un mundo de “reglas nuevas”, sino que persiste un multilateralismo cuestionado por problemas de eficacia y representatividad que abre las puertas a la creación de nuevas instituciones. Los actuales organismos multilaterales presentan diversas dificultades tanto para afrontar las nuevas problemáticas devenidas del capitalismo en su fase crudamente financiera como para generar bienes públicos globales acordes a las necesidades y ambiciones de los países emergentes.  En este sentido parece plantearse la propuesta de los BRICS de conformar un nuevo banco de desarrollo y la propuesta de regulación del sistema financiero internacional impulsada por Argentina en el G20.

El mayor peso relativo de actores del Sur plantea a occidente, es decir a Estados Unidos y Europa, el desafío de adaptarse a un escenario en reconfiguración donde hay “nuevos pares”. Occidente debe reacomodar sus estrategias e intereses ante la acción de Estados por fuera del G7, aceptando que no se encuentran en la misma situación de supremacía que detentó desde Westfalia para imponer los criterios de ordenamiento mundial.

Ante la emergencia de poderes del Sur, Tokatlián (2010) plantea la posibilidad de una “Southhfalia” basada en valores humanitarios relativos a la cooperación, la solidaridad y la igualdad. Tal vez es justamente en este sentido que los postulados de un nuevo equilibrio mundial surgidos desde el Sur encuentren sus mayores desafíos: la alteridad (reconocer la existencia de los otros como pares) a partir de haberse reconocido a sí mismos como “sures” que fueron colonizados y relegados.

En una combinación ideacional y material, desde el Sur se están gestando iniciativas esencialmente políticas, de solidaridad y búsqueda de consenso en los ámbitos multilaterales, entre Estados que pretenden mejorar su inserción internacional y modificar las reglas de juego que les son desventajosas.

 

(*) Licenciada en Relaciones Internacionales e investigadora de la Fundación para la Integración Federal

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

G20 Leaders’ Communiqué, Brisbane Summit, 15-16 November 2014. Disponible en: https://www.g20.org/sites/default/files/g20_resources/library/brisbane_g20_leaders_summit_communique.pdf

Grevi, Giovanni, 2010, “El Mundo Interpolar”, en Foreign Policy en Español, Madrid, abril-mayo.

Growth for All. 2014 Brisbane Development Updat, noviembre. Disponible en: https://www.g20.org/sites/default/files/g20_resources/library/2014_brisbane_development_update_final.pdf

Nye, Joseph, 1990, “Soft Power”, en Foreign Policy, N° 80, Autumn.

Sanahuja, José, 2014, “Cambio de poder y países emergentes. Un sistema internacional en transformación”, presentación realizada en la primer jornada de debates para la elaboración del Libro Blanco de la Defensa, Seminario Internacional, “Los desafíos del escenario internacional para la integración regional en defensa”, 22 de julio, Buenos Aires. Disponible en: http://www.libroblanco.mindef.gov.ar/

Tokatlian, Juan Gabriel, 2010, “¿Rumbo a Southfalia?”, en Nueva Crónica y Buen Gobierno, N° 73, noviembre. Disponible en: http://www.plural.bo/editorial/images/pdfnuevacronica/nc73.pdf

Zakaria, Fareed, 2008, O mundo pós-americano, Companhia das Letras, Sao Pablo.

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hola@fundamentar.com (CARLA MORASSO (*)) Opinión Sat, 22 Nov 2014 16:34:25 -0300
El Desarrollo Africano desde una Perspectiva Africana https://fundamentar.com/internacional/item/3503-el-desarrollo-africano-desde-una-perspectiva-africana https://fundamentar.com/internacional/item/3503-el-desarrollo-africano-desde-una-perspectiva-africana Ibrahim Makayi

En su paso por Argentina, el Secretario Ejecutivo de la Agencia de Planificación y Coordinación de la NEPAD, Ibrahim Mayaki, brindó un panorama sobre el desarrollo africano y presentó las principales áreas sobre los cuales la Unión Africana se encuentra trabajando. La agricultura y la infraestructura como los ejes del desarrollo presentan posibilidades de cooperación Sur-Sur con los países de América Latina.

Históricamente los vínculos entre América Latina y África han sido débiles en función de las herencias coloniales y la prevalencia de modelos de inserción internacional dependientes. No obstante, en el siglo XX se abrieron espacios para la cooperación Sur-Sur, como la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur (ZPCAS), y en los albores del siglo XXI asistimos a la conformación de dos iniciativas novedosas: las Cumbres América del Sur-África (ASA) y América del Sur-Países Árabes (ASPA). Las mismas son plataformas de concertación entre estados ubicados a ambos lados del Atlántico que, junto a la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR) y la Unión Africana (UA), abordan cuestiones políticas y económicas. La gran cantidad de miembros involucrados, la diplomacia de alto nivel, que reúne periódicamente ministros y primeros mandatarios, la flexibilidad institucional, y la revalorización del rol del Estado en el desarrollo de las naciones, son características novedosas de estas relaciones transregionales.

Además del crecimiento de los sectores de exportación de materias primas se presenta un alza de los precios de los productos básicos exportados y una situación de crecimiento del mercado interno, que se han presentado como los pilares del crecimiento del PBI

En este contexto de renovadas relaciones interregionales, visitó Argentina el Secretario Ejecutivo de la Agencia de Planificación y Coordinación de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD, por sus siglas en inglés), el Dr. Ibrahim Mayaki. Invitado por el Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), brindó una sesión académica sobre " Nueva visión del desarrollo de África. El rol de la NEPAD”, donde vertió los principales puntos sobre la actual transformación africana y las perspectivas de cooperación Sur-Sur.

África Subsahariana en particular se encuentra transitando un camino de cambios marcado por la finalización de largos enfrentamientos internos, tales los casos de Angola, Sudán del Sur, Sierra Leona o Liberia, y de crecimiento económico. Los promedios de las tasas de crecimiento para la primer década del milenio fue del 6% luego de crecer por años a ritmos menores al 2.5%. De acuerdo a la revista especializada The Economist, en una década la región estará alcanzando los niveles asiáticos de crecimiento económico, destacándose entre las diez economías con mayores perspectivas de crecimiento en el período 2011-2015 siete africanas a tasas del 8% o más: Etiopía, Mozambique, Tanzania, Congo, Gana, Zambia y Nigeria. Justamente fueron dos tapas de la revista The Economist que el Dr. Mayaki utilizó para demostrar el cambio. En la primera la portada titulaba a la región como “El continente de la desesperanza” en el año 2000 y “La emergencia africana” en 2010.

Otro dato clave, es que además del crecimiento de los sectores de exportación de materias primas se presenta un alza de los precios de los productos básicos exportados y una situación de crecimiento del mercado interno, que se han presentado como los pilares del crecimiento del PBI. En este sentido, hay voces que señalan que es posible que África se convierta en la nueva India debido a la gran incorporación de consumidores que de proseguir la tendencia económica estarán en condiciones de participar del mercado de consumo.

De acuerdo con Mayaki, las transformaciones a las cuales asiste África, en particular la región Subsahariana, están impulsadas tanto por factores internacionales como por un cambio en la mentalidad africana. Los primeros están relacionados con la emergencia de los países en desarrollo y el mayor lugar para el multilateralismo y la gobernanza mundial, a través de grupos como el G-20. En cuanto a la manera de pensar africana, Mayaki señaló que hubo un cambio radical que tiene que ver principalmente con el modo de considerar las bases del desarrollo. Hoy se piensa que la única forma de superar la pobreza es a través del bienestar social y que para ello deben ser aprovechadas las capacidades productivas y lograrse la industrialización. Junto a ello se valoriza la planificación estratégica en el Estado, que hoy es parte de este cambio junto con los actores privados y los socios internacionales. De acuerdo con Mayaki, el Estado en África se encuentra en una fase de reconstrucción luego de haber estado primero en una situación de dependencia de la ayuda externa y luego en un estadio de desestructuración debido a los programas de ajuste neoliberal de los noventa. En este sentido, el liderazgo local y estatal en los procesos de toma de decisión y la creación de capacidades institucionales endógenas son centrales para avanzar en la generación de “valor agregado” africano.

Pero a pesar de los buenos indicadores, el presidente de la NEPAD señaló que quedan muchos desafíos en la lucha contra la pobreza.

Pero a pesar de los buenos indicadores, el presidente de la NEPAD señaló que quedan muchos desafíos en la lucha contra la pobreza. En este sentido, un dato a tener en cuenta es el que el Informe sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas que señala que África Subsahariana es la región con la mayor incidencia de pobreza multidimensional, cuyo promedio para los países subsaharianos oscila en un rango de entre el 45% y el 69%. Los jóvenes son los más afectados, siendo que el continente, tal como indica Mayaki, es el de mayor crecimiento poblacional y con la mayor cantidad de niños y adolescentes del planeta.

Desde la NEPAD, se considera que un pilar fundamental para combatir la pobreza es el desarrollo de la agricultura. En este sentido también hubo un cambio en el modo de pensar africano, ya que no se la ve como un mecanismo de subsistencia, sino que es considerada desde la perspectiva de los negocios. La participación de los productores en la generación de ganancias a través de la agricultura es central para lograr incrementar los niveles de productividad. Para ello además es necesario continuar con la generación de condiciones estructurales relacionadas con la infraestructura comunicacional y energética.

Es por ello que los programas de la NEPAD se enfocan en los pilares de producción agrícola, infraestructura y comunicaciones, promoviendo la interacción de los países a través de la integración regional, que de acuerdo con Mayaki tiene un rol central en el desarrollo, y las asociaciones con inversores y cooperantes extranjeros. En este punto, el funcionario destacó la presencia de Brasil y China en la región a través de inversiones productivas y financiamiento de obras de infraestructura.

En relación a Argentina, el funcionario de la NEPAD remarcó las posibilidades de cooperación horizontal en base a las fortalezas y conocimientos técnicos en materia de agricultura que tiene el país y la necesidad de incrementar los proyectos conjuntos con resultados palpables para todas las partes. En sus palabras, “el período del romanticismo ha terminado” y es necesario trabajar con un enfoque en resultados, motivo por el cual la UA está trabajando sobre el “Plan 2063”. El mismo es un plan de acción a largo plazo acordado por los mandatarios africanos en el marco del 50º aniversario de la UA con metas establecidas en función del progreso socio-económico y tecnológico.

Para finalizar, Mayaki señaló que es el tiempo justo para que Argentina desembarque en África junto a los BRICS, ya que es preciso enfrentar los riesgos actuales si se quiere estar en la mesa cuando África haya despegado definitivamente como un actor global y haya consolidado su proceso de crecimiento. 

 

(*) Licenciada en relaciones internacionales de la Fundación para la Integración Federal

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hola@fundamentar.com (CARLA MORASSO (*)) Internacional Thu, 13 Mar 2014 10:10:01 -0300
La Integración Verdadera No Vive Solo de Intenciones https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/2744-la-integracion-verdadera-no-vive-solo-de-intenciones https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/2744-la-integracion-verdadera-no-vive-solo-de-intenciones La Integración Verdadera No Vive Solo de Intenciones

Se afirma que el Mercosur constituiría, hoy, más un obstáculo que un catalizador del desarrollo. Sería mejor, dicen, hacer que el bloque retroceda de unión aduanera a área de libre comercio, a ejemplo de lo que se propone la Alianza del Pacifico. La realidad no se corresponde con esta percepción

La realización, el pasado 23 de mayo (Cali, Colombia), de la VII Cumbre de la Alianza del Pacífico está despertando un interés creciente. Al alegado carácter “concreto”, “moderno” y “dinámico” del grupo, se contrapondría la supuesta dimensión “retórica”, “pasada de moda” y “atorada” del Mercosur. Se afirma que el Mercosur constituiría, hoy, más un obstáculo que un catalizador del desarrollo. Sería mejor, dicen, hacer que el bloque retroceda de unión aduanera a área de libre comercio, enfatizando la liberalización comercial y de inversiones con terceros, a ejemplo de lo que se propone la Alianza. La realidad no se corresponde con esta percepción.

LOS RESULTADOS DEL MERCOSUR SON POSITIVOS, CONCRETOS Y REALES

A pesar de la crisis del 2008, el desempeño del intercambio entre los países del Mercosur es superior al del comercio internacional: mientras los intercambios mundiales aumentaron un 13% en el periodo 2008-2012 (de USD 16,1 tri a USD 18,3 tri), el comercio intra-Mercosur creció más del 20%, de USD 40 bi a USD 48 bi. En 22 años de existencia, el valor del comercio intra-Mercosur creció más de 9 veces, mientras el intercambio del bloque con el resto del mundo se multiplicó cerca de 8 veces.

Para Brasil, el Mercosur es un importante instrumento de expansión de las exportaciones, sobre todo de manufacturados.

En el 2012, el bloque se erigió como el cuarto destino de nuestras mercaderías, detrás de la Unión Europea, China y Estados Unidos. Si consideramos el rubro de las exportaciones, la relevancia del Mercosur se destaca aún más: la industria brasileña encuentra en el Mercosur a su mercado externo más importante. Cerca del 90% de las exportaciones hacia el bloque fueron de manufacturados; hacia la UE, China y Estados Unidos los porcentajes representaron el 36%, el 5,75% y el 50%.

Gracias a los acuerdos de liberalización comercial firmados en el ámbito de la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), ya existe libre comercio entre Brasil y casi todos los países de América del Sur.

En el caso de los miembros plenos del Mercosur, la reducción a cero de los aranceles aduaneros ya es efectiva para el 99,9 % de los productos con Argentina, para el 98,4% con Uruguay; para el 93,5% con Paraguay; y será del 91,9% con Venezuela, en el 2019. Con los otros vecinos, ya es del 99,9% con Chile; del 91,9% con Bolivia (previsión del 100% en el 2019); y llegará al 94,4% con Ecuador, al 99,8% con Perú y al 83,6% con Colombia, ese mismo año.

El Mercosur sigue comprometido no solamente con la eliminación arancelaria en la región, sino también con la negociación de acuerdos extrarregionales. La apertura de mercados, sin embargo, de poco servirá si no va acompañada de aumento de la competitividad de la producción nacional, lo que le permitirá al sector productivo brasileño poder aprovechar efectivamente el acceso logrado.

EL ÉXITO DEL MERCOSUR TAMBIÉN VA MÁS ALLÁ DEL TERRENO COMERCIAL

En la economía, crecen las inversiones productivas entre países miembros y asociados. La amplitud y la diversificación de las iniciativas empresariales en variados sectores de la actividad ponen de manifiesto la importancia que la perspectiva del mercado ampliado del bloque tiene para las decisiones de expansión, modernización e integración de las unidades productivas en los países miembros y en los países vecinos.

El Mercosur constituye la iniciativa más exitosa de integración profunda y amplia que jamás se haya emprendido en América del Sur. En los más de veinte años de progreso desde el Tratado de Asunción, logró incorporar la expansión sustentada del comercio a las dimensiones económica, social y ciudadana, consagrando un proyecto común de prosperidad compartida en la región.

En lo que se refiere a la reducción de las asimetrías entre los países miembros, el Mercosur dispone, desde el 2007, del Fondo para la Convergencia Estructural (Focem) –único mecanismo regional de financiamiento de América Latina con recursos íntegramente donados–, sin necesidad de pago de intereses o reembolso del capital principal. Los proyectos sometidos a consideración del Fondo deben fomentar la convergencia estructural, la competitividad o la cohesión social, en particular de las economías menores y regiones menos desarrolladas, y apoyar el funcionamiento de la estructura institucional y el fortalecimiento del proceso de integración.

Desde que comenzó a funcionar, se aprobaron 43 proyectos en un total de USD 1,38 mil millón (USD 961,8 millones pertenecientes al Focem). A ejemplo del Focem, la Alianza del Pacífico tiene la intención de constituir un Fondo de Cooperación –con un valor anunciado de USD 1 millón–, de los cuales corresponden aportes de USD 250.000 a cada país miembro.

La importancia del Mercosur para la región se observa, además, en la participación de la sociedad civil en el progreso de la integración. Desde el 2006, paralelamente a las Cumbres de Jefes de Estado, se realizan las Cumbres Sociales del Mercosur. La XIV Cumbre Social, realizada en Brasilia, en diciembre pasado, tuvo como temas principales la libre circulación de personas y el reconocimiento de diplomas escolares, inclusive universitarios, objetivos que constan en el Plan de Acción para el Estatuto de la Ciudadanía del Mercosur.

En lo que atañe a la libre circulación de personas, están vigentes en el Mercosur Acuerdos de Residencia, Acuerdo de Seguridad Social y el Estatuto de la Ciudadanía.

Todos estos avances reales y concretos en la construcción de un proyecto de integración profunda y multifuncional despiertan el interés no solamente de los Estados Asociados al Mercosur, sino también suscitan la aproximación de los demás países de América del Sur –por medio de adhesión formal (Venezuela y Bolivia)–, incorporación a acuerdos originados en el ámbito del Mercosur (Chile, Perú, Ecuador, Guyana y Surinam) y estrechamiento de las relaciones económicas y comerciales (Colombia).

Con Venezuela, el Mercosur pasó a integrar un área que representa en el 2012 cerca del 80% del PIB regional, 72% del territorio, 70% de la población, 58% de los ingresos de inversión extranjera directa y 65% del comercio exterior de América del Sur.

Estos números serán aún más significativos cuando se concluyan los procesos por los cuales Bolivia y Ecuador se conviertan en miembros plenos del bloque. La culminación exitosa, en Montevideo, el pasado día 11 de julio, de las negociaciones para el efectivo ingreso de Guyana y Surinam en la condición de países asociados también da fe del vigor del Mercosur.

El Mercosur constituye la iniciativa más exitosa de integración profunda y amplia que jamás se haya emprendido en América del Sur. En los más de veinte años de progreso desde el Tratado de Asunción, logró incorporar la expansión sustentada del comercio a las dimensiones económica, social y ciudadana, consagrando un proyecto común de prosperidad compartida en la región.

 

(*) Embajador del Brasil ante la ALADI y el Mercosur.

FUENTE: ULTIMAHORA.COM

 

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hola@fundamentar.com (RUY PEREIRA (*)) Opinión Sun, 08 Sep 2013 10:33:23 -0300
Comienza a Funcionar el Banco del Sur https://fundamentar.com/internacional/item/2144-comienza-a-funcionar-el-banco-del-sur https://fundamentar.com/internacional/item/2144-comienza-a-funcionar-el-banco-del-sur Comienza a Funcionar el Banco del Sur

Nicolás Maduro aseguró que el 3 de junio comenzará a operar la entidad integrada por Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, informó este lunes que el próximo 3 de junio se instalará en Caracas el Consejo Directivo del Banco del Sur.

"El Banco del Sur surgió como una propuesta que se corresponde con un pensamiento político nuevo y una economía nueva", dijo el jefe de Estado venezolano, durante la Conferencia de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) sobre Recursos Naturales para un Desarrollo Integral de la Región, que comenzó este lunes en el auditorio Gastón Parra Luzardo del Banco Central de Venezuela (BCV).

En el evento, precisó que en esta junta directiva se tomarán decisiones para que esta institución bancaria comience a operar.

en esta junta directiva se tomarán decisiones para que esta institución bancaria comience a operar

Al respecto, el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, indicó que este banco es un proyecto crucial, que representa un "hito porque la unidad a la que se apela (con UNASUR) no es mera retórica sino esto: la creación del desarrollo de herramientas para la acción conjunta, integral".

El Acta Fundacional del Banco del Sur fue suscrita el 9 de diciembre de 2007, en Argentina, por el presidente de ese país y sus homólogos de Bolivia, Ecuador, Uruguay, Venezuela, Brasil y Paraguay, quienes posteriormente adoptaron el Convenio Constitutivo del Banco del Sur el 26 de septiembre del año 2009, en la Isla de Margarita, en el contexto de la II Cumbre América del Sur–África.

La institución financiera sudamericana tiene el objetivo de impulsar el desarrollo, el crecimiento económico y las obras de infraestructura de las naciones miembros y busca presentarse como una alternativa viable a los actualmente cuestionados organismos financieros internacionales tales como el FMI o el Banco Mundial.

busca presentarse como una alternativa viable a los actualmente cuestionados organismos financieros internacionales

De acuerdo con algunas proyecciones, el Banco del Sur dispondrá de un capital inicial de 20 mil millones de dólares, aportados por los países integrantes de acuerdo con la capacidad de sus economías.

La sede principal de la instancia económica estará ubicada en Caracas, y contará además con dos subsedes, en las ciudades de Buenos Aires (Argentina) y La Paz (Bolivia).
 

FUENTE: AVN

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hola@fundamentar.com (Fabián Vidoletti) Internacional Tue, 28 May 2013 17:18:36 -0300