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Miércoles, 19 Mayo 2010 18:44

La Normalización

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Tras las elecciones legislativas del 2009, el intento de presentar el conglomerado opositor como una voz unívoca que le marcaría los límites al gobierno se fue desdibujando sostenidamente con el correr de los meses. Más allá de algunas derrotas iniciales como la conformación de las comisiones, el oficialismo fue encontrando el ritmo a la nueva dinámica legislativa, mientras que algunas de las fuerzas progresistas de centroizquierda parecen haber olvidado parte de las ideas que las llevaron al Congreso.


 

Los resultados de las elecciones legislativas de junio de 2009 dejaron varias lecturas políticas que trascendieron el mero análisis numérico de los votos. A grandes rasgos, hubo una que prevaleció sobre el resto y fue la que hicieron la mayoría de los grupos opositores en línea con los grandes medios. Se resume en el hecho de afirmar que el oficialismo nacional salió derrotado a partir de no haber obtenido la mayoría calificada de los votos, esto es, el 50% más 1 de los votos. Una aberración de tipo técnica ya que analiza como una única jurisdicción electoral lo que en realidad se define en 24 distritos provinciales.

Pero la práctica y dinámica políticas muchas veces van a contramano de lo que pueden decir las teorías y por lo tanto en el conjunto del sistema, como así también en la epidermis social quedó instalada la definición de que el oficialismo había sido derrotado cuando en realidad seguía siendo la primer minoría. A partir de esto, entonces, y como alguna camaleónica dirigente política lo definió, había surgido la existencia de dos grandes bloques políticos en la Argentina: el espacio oficialista y el ya famoso Grupo A.

En esas circunstancias, al definir al variado grupo opositor como una sola cosa, se le daba una entidad monocorde y unívoca que en sí misma no tenía. No fueron pocas las voces que objetaban esta mirada (esta columna no fue la excepción por cierto) no sólo por lo que suponen grupos absolutamente disímiles tanto en su aspecto ideológico como en su construcción política, sino por la ya clara tergiversación de lo que se suponían representaba el voto hacia algunos referentes.

Un ejemplo concreto y un detalle al paso. No fueron pocos los votantes de Proyecto Sur que se preguntaron qué hacía Solanas en algunas fotos con personajes impresentables de la política argentina sí, justamente, se lo había votado para que hiciera todo lo contrario. Y un detalle en relación con esto. Nunca se explicó desde este agrupamiento político cómo es que el conjunto de la fuerza participó del repudio de los afiches anónimos contra algunos operadores-periodistas en el Congreso de la Nación, mientras Carlos Del Frade, candidato a primer diputado en la Pcia. de Santa Fe, participaba como testigo del payasesco juicio popular que armaron algunas Madres de Plaza de Mayo allá por el mes de abril. Retomemos.

Pero como es sabido y reconocido por propios y ajenos, a poco de andar, esa famosa conformación identitaria del Grupo A empezó a crujir. Los sucesivos fracasos y las pequeñas derrotas que esta “forma” opositora comenzó a sufrir demostraron, más temprano que tarde, las dificultades que tienen aquellos que “sueñan” una realidad pretendiendo construir un parlamentarismo fáctico en un sistema claramente presidencialista en el plano legal, como así también en la consideración social.

Así, de a poco, y cual colibrí que trabaja las flores de una en una, el oficialismo ha logrado ir saliendo de algunas encerronas legislativas y mediáticas (más que nunca definible como el cuarto poder) y hacer virtud de la necesidad, ya no sólo en el campo legislativo sino también en la administración de la cosa pública, lo que hace afirmar, una vez más, que sigue manteniendo la iniciativa política.

La designación de Marcó del Pont al frente del Banco Central con la ajustada aprobación de la Cámara Alta; la media sanción del Senado de la Ley Verna que permite el pago de la deuda con reservas del Banco Central conteniendo un articulado muy parecido en su redacción a los alcances del ya famoso DNU Nº 298; la media sanción en Diputados al proyecto de ley de unión de personas de un mismo sexo que, más allá de la transversalidad que supone la votación, quedó inevitablemente ligado al oficialismo; la entrega de 250.000 netbooks a alumnos de escuelas públicas durante el año 2010; la designación de Néstor Kirchner como Secretario General de la UNASUR y la reciente refinanciación de deuda de las provincias que dejó quejándose en el aire a nuestra querida Santa Fe pegada en lo discursivo a esa “renovación política” que suponen las figuras de los hermanos Rodriguez Saá, comienzan a mostrar entre otras muchas situaciones un paulatino pero sostenido cambio de escenario.

Esta coyuntura es la que nos permite preguntarnos si estaremos ingresando en un proceso de “normalización” legislativa que se parezca más a lo que efectivamente muestran las proporcionalidades de cada Cámara que a lo que algunos actores institucionales y no institucionales desean. Y para sostener esto tenemos dos hechos puntuales, uno desde el lado de las sensaciones y otro desde el lado de la realidad de la política.

El primero, el de la percepción subjetiva, tiene que ver con las caras cada vez más frustradas (y cada vez más seguido) que muestran algunos opositores cada semana en las distintas sesiones legislativas, que hacia fines del año pasado y a comienzos de este, creían, lo decimos una vez más, que Argentina caminaba hacia un destino prefijado de alguna forma compleja de parlamentarismo, donde quienes eran minoría se transformaban de la noche a la mañana en los hacedores exclusivos de la cosa pública, imponían la agenda a través de los grandes medios (y viceversa) en un feedback digno de análisis de los más grandes analistas de la comunicación y transmitían, por lo tanto, el pronto final del proceso kirchnerista.

Otra digresión. Por allí anda en la grandes librerías un libro de recientísima publicación que analiza la vida política de los presidentes argentinos de la democracia y de su salida del poder, y tiene la para nada desdeñable pretensión de incluir a la administración de la Pta. Cristina Fernández cuando aún faltan 18 meses de gestión: pavada de visión la de su autor; pero habrá que esperar, no sea cosa que los libros terminen acomodando la pata de algún mueble vetusto y desvencijado. Retomemos.

La segunda cuestión, ya perteneciente a la realidad, es el anuncio del intento de conformación de un gran bloque de centroizquierda en la Cámara de Diputados y que estaría conformado por el GEN, el socialismo y Proyecto Sur entre otros, y que nuclearía a una veintena de legisladores resultando en la configuración de un tercer bloque que intentará tener un peso propio, alejándose de la Coalición Cívica y del Peronismo Federal.

Más allá de que se logre un efectivo armado, más allá de los planteos ideológicos que el grupo pueda sostener y más allá de la forma que decida pararse frente a las propuestas oficialistas, lo cierto y concreto es que su posible aparición en escena comienza a reflejar lo que más temprano que tarde iba a suceder: la innegable ligazón de algunos dirigentes reconocidos con algunos personajes impresentables de la democracia argentina genera más problemas que beneficios y resulta necesario articular algún cambio que, por lo menos en lo discursivo, haga que esta supuesta centroizquierda se parezca en algo a lo que declamaba antes del 28 de junio del año pasado.

Habrá que estar atentos también, y poner la mirada sobre el hecho concreto del repunte de la imagen oficialista a partir de algunas medidas concretas de clara orientación progresista. No sería de extrañar que a este conjunto de dirigentes les haya comenzado a preocupar esta variación de la percepción que se tiene sobre el oficialismo desde una parte de la sociedad y que todas las encuestas han comenzado a marcar, teniendo en cuenta que el espacio al cual puede aspirar el kirchnerismo para confirmarse como una opción real hacia 2011, sea el que representan las ideas de centroizquierda.

Tal vez para estos grupos la necesidad tenga cara de hereje y sea óptimo en este momento bajarse de una escalada que a la larga no les redundará muchos beneficios, ya que no necesariamente la superación de la etapa que seguiría al kirchnerismo venga acompañada por más y mejor centroizquierda. Sobre todo si se juega en la cancha, con las reglas, la pelota y el árbitro de la derecha más rancia y conservadora. Por cierto, la imagen del ahora republicano Solanas en el programa de Mariano Grondona, indigesta.

 

(*) Lic. en Ciencia Política - Analista Político de la Fundación para la Integración Federal

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