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Martes, 28 Enero 2014 15:06

Ucrania entre Dos Fuegos

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El presidente de Ucrania, Victor Yanukovich, junto al presidente ruso, Vladimir Putin El presidente de Ucrania, Victor Yanukovich, junto al presidente ruso, Vladimir Putin

La crisis ucraniana toma un nuevo rumbo con las manifestaciones que se extienden a todo el país. Mientras gobierno y oposición disputan el poder en la mesa de negociación y en las calles, las presiones externas juegan su rol en una nueva entrega de la vieja disputa que divide al país.

La pulseada política que por estos días mantiene en vilo a Ucrania parece haber entrado en una nueva fase con el recrudecimiento de las manifestaciones en la Plaza de la Independencia de la capital, Kiev, y su extensión a otras ciudades de este país. Este marco de inestabilidad se contrapone, por otro lado, con las febriles negociaciones entre el gobierno del presidente Victor Yanukovich y la oposición, encabezada por Vitali Klitschko, quienes buscan una salida político-institucional a una crisis que es expresión del choque entre un acercamiento hacia Europa y la continuación de los vínculos privilegiados con Rusia. Una crisis que, además desnuda, las tensiones profundas que dividen a Ucrania, y de las cuales hacen parte tanto Rusia como la Unión Europea, participantes excluyentes en esta dinámica de conflicto.

Ucrania se convirtió en territorio de disputa entre estos últimos actores sobre todo durante el último año, en el cual la agenda externa estuvo encabezada por las negociaciones con la Unión Europea en torno de un acuerdo de asociación, visualizado por muchos como el primer paso hacia un eventual ingreso de Ucrania al ámbito europeo. Esto trajo aparejadas las presiones provenientes de Rusia para mantener a la Administración de Yanukovich dentro de su órbita, las cuales involucraron el cierre de fronteras para productos ucranianos y veladas amenazas en torno a un aumento del precio del gas que Ucrania importa. Esta disputa, no exenta de acusaciones por parte de Europa en torno a una política extorsiva de Rusia con respecto a Ucrania, terminó abruptamente en noviembre cuando el presidente ucraniano cerró abruptamente las negociaciones con Bruselas a una semana de refrendar la incipiente asociación en Vilna (Letonia), firmando en su lugar un acuerdo comercial con Rusia en diciembre pasado, que involucró la entrega de un crédito sin intereses de U$S 15.000 millones, y un esquema de precios preferenciales para la importación de gas ruso.

Este sorpresivo acuerdo, que dejó a la Unión Europea con las manos vacías, sirvió para resolver tres cuestiones esenciales: solucionó de un plumazo no sólo el viejo problema del suministro de gas a las puertas del invierno europeo –fundamento de las últimas disputas ruso-ucranianas-, ratificó la orientación pro-rusa del gobierno de Yanukovich y determinó una victoria política importante para el presidente ruso Vladimir Putin, galvanizando a Ucrania de lo que considera como un avance indebido de Occidente hacia su zona de influencia tradicional, el llamado “extranjero cercano”.

A este respecto, todavía está fresca en la memoria la llamada “Revolución Naranja” de 2004 en Ucrania que obligó a Yanukovich, quien había ganado las elecciones presidenciales de ese año en medio de acusaciones de fraude, a celebrar nuevos comicios en los que acabó venciendo Viktor Yushenko, quien impulsó una agenda netamente europeísta. La evocación constante de este movimiento por parte de los manifestantes que hoy asuelan al gobierno marca al mismo tiempo una voluntad de reorientar el eje de la política exterior ucraniana, al mismo tiempo que procura apropiarse del simbolismo del movimiento de 2004. Un recrudecimiento de este escenario es, precisamente, lo que tanto Yanukovich como el propio Putin desean evitar.

En cuanto al trasfondo interno del conflicto, el detonante de la actual crisis fue la adopción de leyes que prohíben las manifestaciones en las inmediaciones de edificios públicos, además de serias restricciones a la libertad de prensa. Esto funcionó como un revulsivo para un movimiento que parecía haber perdido impulso tras los hechos de diciembre, provocando las actuales demostraciones, que se fueron extendiendo más allá de la capital, hasta ciudades como Lviv, en el este del país, tradicionalmente pro-europeo y de habla ucraniana. Tampoco hay que desdeñar la crítica situación económica -marcada por un alto endeudamiento (30% del PBI), por la imposibilidad de acceder a líneas de crédito, y la casi ausencia de reservas de su Banco Central- ni la corrupción, que roza los más altos estamentos del gobierno.

Un escenario de confrontación generalizada en Ucrania no es conveniente para Europa, con un conflicto sonando en su frontera más cercana y en un país con obvias implicancias para su suministro energético. Pero quien menos tiene para ganar con un escenario de eventual guerra civil es Rusia

En este marco se desarrolló la pugna entre gobierno y oposición, con posiciones invariables que sólo parecieron ceder ante la aparición de las primeras víctimas y el llamado a una tregua para retomar el diálogo, en la cual Yanukovich estuvo dispuesto a ofrecer el cargo de su primer ministro, Mykola Azarov, y su eventual reemplazo por el ex canciller Arseniy Yatseniuk, así como también la revisión de las leyes recientemente promulgadas. Más allá del rechazo de estos cargos por parte de Klitschko, puede decirse que tanto esta medida, al igual que la confirmación de la orientación pro-rusa de Yanukovich tras la firma del acuerdo con su vecino ruso, marca la voluntad del presidente de intentar sobrevivir políticamente hasta las elecciones presidenciales del próximo año. La continuidad del diálogo con la UE en torno a una reapertura de las negociaciones va de la mano de una estrategia pendular que persigue el mismo fin de sobrevivir sin cuestionar su alianza con Moscú.

Por su parte, los referentes del movimiento opositor han radicalizado sus posiciones ante la aparición de nuevas víctimas, demandando la renuncia del presidente y el adelantamiento de los comicios presidenciales para este año. La toma del Ministerio de Justicia en Kiev y el impulso de las demostraciones populares en otras ciudades bien podrían acelerar los tiempos políticos en Ucrania, tal como ocurrió en 2004. Sin embargo, muchos analistas coinciden en la falta de un eje que motorice el movimiento a largo plazo (en la Revolución Naranja este motor fue el fraude electoral), así como tampoco se ha estructurado una figura excluyente y digerible para Occidente al frente del movimiento, si bien es perceptible la estrella ascendente de Klitschko.

Un escenario de confrontación generalizada en Ucrania no es conveniente para Europa, con un conflicto sonando en su frontera más cercana y en un país con obvias implicancias para su suministro energético. Pero quien menos tiene para ganar con un escenario de eventual guerra civil es Rusia, quien ha retomado un alto perfil internacional de la mano de Putin, a través de las negociaciones por la crisis siria y el programa nuclear iraní. Este nuevo impulso del presidente ruso, quien ha sido catalogado como el presidente con mayor influencia global, potenciado además por la celebración de las Olimpíadas de Invierno en la ciudad balnearia de Sochi en febrero próximo, podría verse interrumpido con un enfrentamiento en su zona de influencia más cercana y en un país al que está unido por profundos lazos históricos y económicos. Estas preocupaciones se abordarán en la próxima cumbre Unión Europea-Rusia en Bruselas, y en la Conferencia de Seguridad de Munich, ambas a finales de enero.

Por lo demás, nadie espera que Rusia acepte fácilmente un eventual cambio de gobierno en Ucrania: las “revoluciones de colores” entre 2003 y 2005 ocurrieron con el apoyo de Occidente en un momento de reconstrucción de las capacidades rusas tras el marasmo económico de finales del siglo pasado. Hoy el capital político de Putin es mucho mayor, mientras que el de la Unión Europea mengua conforme empeora su crisis económica. Mientras tanto, la crisis en Ucrania recrudece, y las tensiones entre las agendas pro-europeas y pro-rusas atizan las viejas divisiones al interior del país.

 

(*) Investigador de la Fundación para la Integración Federal

 

POST SCRIPTUM DEL AUTOR: Con la renuncia del Primer Ministro Mykola Azarov y la derogación del paquete de leyes que restringían el derecho a manifestarse y menoscababan garantías legales, la oposición ucraniana se anota una importante victoria en su lucha contra el gobierno de Victor Yanukovich, ya debilitado por la extensión de las demostraciones públicas por todo el país y la toma del Ministerio de Justicia por parte de los manifestantes. Las presiones provenientes tanto del interior como de la UE y EEUU en torno a la derogación del conflictivo paquete de leyes también han sido un factor determinante en cuanto a estas medidas. Azarov se convierte así en la primer víctima política de una dinámica que no parece estar resuelta en el corto plazo. Queda por ver cual será el perfil de la nueva figura a designarse en el cargo (a pesar de dos negativas previas, no es improbable que la oposición asuma este puesto) y si las aspiraciones de máxima de la oposición -renuncia de Yanukovich y adelantamiento de las elecciones- se mantendrán firmes ante estos cambios institucionales.

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