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Domingo, 02 Abril 2017 20:46

#1A: Muchos, Pero Siempre los Mismos

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Manifestantes del #1A en Ciudad Autónoma de Buenos Aires Manifestantes del #1A en Ciudad Autónoma de Buenos Aires La Nación

Pese a lo que varios preveían durante la semana, la marcha fue un éxito. Sin embargo, si bien la marcha fue masiva, no fue multitudinaria, no hubo un componente policlasista. Todo parece indicar que asistimos a un nuevo capítulo de participación de una derecha que se mueve más o menos en esos términos: convocatoria por redes sociales, sin una identificación clara de quienes son los convocantes, con dirigentes políticos a los que les cuesta ser el canal de representación y con un muy fuerte discurso contra todo aquello que tenga el más mínimo tufillo a organización política.

Resulta legítimo preguntarse si la marcha del 1A supone alguna novedad en el escenario político argentino. Antes de dar una definición concluyente veamos previamente algunos detalles.

En primera instancia resulta claro que ha sido una marcha que, más allá del valor que se nos quiera imponer, no ha tenido nada de espontáneo. Lejos de las loas que en muchos ámbitos políticos y mediáticos se suele reivindicar a la espontaneidad como una virtud política en sí misma, digamos que su convocatoria vía redes sociales desde hace algunas semanas quita todo velo de haber asistido a una cosa “de momento” y arrebatada. Estamos en presencia de un hecho planificado, a tal punto, que en la semana que pasó varios funcionarios de primera línea del gobierno nacional debieron salir a posicionarse sobre la misma, con los consecuentes dimes y diretes al interior del frente Cambiemos que no mostró una postura unívoca ni mucho menos.

Definida la idea de no espontaneidad, es obvio que, pese a lo que varios preveían (y muchos oficialistas temían) durante la semana, la marcha fue un éxito. No tiene sentido su deslegitimación por el número, fenómeno fomentado desde las redes sociales contrarias al bloque gobernante, ya que, pruebas fotográficas a la vista, la movilización fue importante numéricamente hablando.

Ahora bien, ¿pudo verse algo nuevo del componente social que salió a respaldar al gobierno nacional? Pareciera que no. Si bien la marcha fue masiva, no fue multitudinaria. Expliquemos la diferencia. Queremos decir que no hubo un componente policlasista que atraviese al fenómeno político (Resulta muy simpática, por no decir indignante, la nota del diario La Nación del domingo 2 de abril, donde el periodista Pablo Sirven refiere al hartazgo del ciudadano como argumento principal de la movilización, negándole todo sustrato de ciudadanía a los miles y miles de hombres y mujeres que coparon las calles durante el reciente mes de marzo). Con una buena dosis de vaguedad en la convocatoria (“por la democracia”), sin consignas claras que identifiquen a los asistentes y con dirigentes políticos propios que en muchos casos prefirieron sacarle el cuerpo al asunto, todo parece indicar que asistimos a un nuevo capítulo de participación (ya rutinario) de una derecha que se mueve más o menos en esos términos: convocatoria por redes sociales, sin una identificación clara de quienes son los convocantes, con dirigentes políticos a los que les cuesta ser el canal de representación y con un muy fuerte discurso contra todo aquello que tenga el más mínimo tufillo a organización política que le dé sentido al hecho político en sí. El componente de clase viene a cerrar el círculo: la diferenciación con el día no laborable elegido, la asistencia por motu propio sin “colectivos” que trasladen a quienes se movilicen y la incorporación a escena, una vez más, del nunca bien ponderado chori, elemento que pareciera justificar la movilización de miles y miles de argentinos que cuestionan las decisiones políticas, y fundamentalmente, económicas que toma el gobierno conducido por Mauricio Macri.

Sumado a todo lo anterior, vale decir que el formato de movilización no es novedoso. Tiene un anclaje temporal en todo lo sucedido desde el conflicto con la ya famosa resolución 125, en cada uno de los cacerolazos que se desarrollaron en el tiempo e incluso, con el reclamo de esclarecimiento de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Lo distintivo ahora no viene de la mano ni de los protagonistas ni de la idea de apoyar a un determinado gobierno, sino del contexto que lo contiene: un gobierno de derecha, legal y legítimo, que tiene severos problemas de gestión por errores no forzados en lógica tenística y por padecer de una ceguera notable a la hora de abordar el problema productivo y que, más temprano que tarde, ha comenzado a caer en encuestas de opinión. Lejos parecen estar los tres objetivos planteados como promesa electoral amarilla: “eliminar el narcotráfico, alcanzar la pobreza cero y unir a los argentinos”. Del primero de ellos poco sabemos al presente, teniendo en cuenta que los grandes nombres vinculados a semejante flagelo siguen sin aparecer. Del segundo, nada parece que pueda ser alcanzado con índices de deterioro cada vez más alarmantes en la industria y en el comercio. Y la unión de los argentinos se parece a una quimera antes que, a un proyecto alcanzable, teniendo en cuenta la polarización existente, sostenida por propios y extraños y por un presidente de la nación que alegremente ha reivindicado una marcha (otra vez) “sin colectivos y chorizos” provocando a los sectores opositores, tratando de reforzar el vínculo con los propios. Muy cerca de los que piensan parecido. Muy lejos de un país para todos.

 

(*) Analista político de Fundamentar.com

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