A principios de noviembre, la referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Nora Cortiñas viajó a Japón para visibilizar los delitos de lesa humanidad cometidos contra las mujeres durante la Segunda Guerra Mundial. En su visita al Women’s Active Museum on War and Peace (WAM) ubicado en la capital nipona, sobresalió la batalla que los organismos llevan a cabo por el reconocimiento de la esclavitud sexual durante la guerra a partir de la instalación de las “estaciones de confort”. En estas estaciones las mujeres provenientes de diferentes países del Asia Pacífico eran forzadas al sometimiento sexual de manera sistemática. El Estado japonés, por su parte, y pese a los constantes reclamos de la diplomacia surcoreana, aún no ha reconocido aquellos acontecimientos como esclavitud sexual. En sus libros de historia hace referencia a los hechos como actos de prostitución.
Durante los períodos de guerra, las mujeres siempre han sido utilizadas como armas de guerra para desmoralizar y dehonrar al enemigo. Según Lidia Ascencio (2009), dentro de las estrategias de dominación japonesas, se implementó una política de asimilación de su cultura a partir represiones sistemáticas. A partir de los hechos ocurridos en Nankín en 1937, conocidos como la “Masacre de Nankín”, los soldados japoneses que habían invadido China pusieron en funcionamiento las “estaciones de confort” en todos los territorios ocupados por Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Éste es un tema aún sensible en muchos países de la región, sobre todo en Corea del Sur, cuyos dirigentes reclaman el reconocimiento por parte de Japón de los delitos de guerra cometidos contra las mujeres durante la guerra. Según Argibay (2003) los objetivos por parte del Imperio japonés de instalar estas estaciones de esclavitud sexual eran, por un lado, para mejorar la imagen del ejército imperial fuertemente debilitada por lo ocurrido en Nankín. Por otro lado, se buscaba evitar un sentimiento anti-japonés en el territorio y reducir el contagio de enfermedades venéreas que pudieran contraer los soldados. Por ello se instalaron “estaciones militares de confort”, vigilados por soldados japoneses y compuestos por cuerpos médicos para garantizar el placer sexual del ejército recurriendo a prácticas sistemáticas de esclavitud sexual.
Las mujeres, que provenían de diferentes países derrotados por el expansionismo japonés, eran reclutadas a través de diferentes mecanismos. En algunos casos se las engañaba ofreciéndoles la oportunidad de obtener un trabajo para poder ayudar a su familia devastada por la guerra o directamente eran forzadas a abandonar su hogar.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Japón ha procurado eliminar todos los documentos acerca de lo ocurrido, haciendo más difícil el desarrollo de su investigación y la posibilidad de saber el número de víctimas. El asunto fue silenciado no sólo por los gobiernos de turno sino también por las mismas mujeres que habían sido obligadas a permanecer en las estaciones, producto del temor a la condena social. Al regresar a sus hogares muchas de ellas padecían de enfermedades físicas y daños psicológicos, causados por el encierro permanente y las violaciones constantes.
Pero en 1992, las mujeres surcoreanas junto a organizaciones sociales y religiosas, irrumpieron en el espacio público motivadas por la llegada del primer ministro japonés. Desde entonces todos los miércoles se lleva a cabo la “manifestación de los miércoles” delante de la embajada japonesa en Seúl. A su vez, fueron creados espacios comunes que mantienen viva la memoria, como la casa Naum en la que conviven las sobrevivientes y el Museo Histórico de la Esclavitud Sexual de los Militares Japoneses en Corea del Sur.
Este asunto ha sido un punto neurálgico de las relaciones diplomáticas entre Corea del Sur y Japón. Durante el año 1994 el gobierno japonés creó un fondo no gubernamental de ayuda a las víctimas conocido como el Asian Women’s Fund, que preveía una ayuda monetaria y las expresas disculpas del gobierno japonés a todas aquellas mujeres de la región que habían sido obligadas a trabajar en las estaciones. Más tarde, con la anulación del Fondo en el 2007, duramente criticado por no ser un fondo de reparación estatal sino de compromiso privado, se firmó en el año 2015 un acuerdo entre Seúl y Tokyo a partir del cual Japón contribuirá contribuye con mil millones de yenes a modo de compensación por los crímenes cometidos. Sin embargo, las mujeres y las organizaciones que luchan por el reconocimiento de las “mujeres de confort” consideran que estas iniciativas son insuficientes, y esperan las disculpas públicas del Primer Ministro japonés, Shinzo Abe, en nombre de Japón. A su vez, señalan que los libros de historia japoneses reducen el rol del Japón en la guerra y esperan que sean reescritos para contar lo que verdaderamente ocurrió en las estaciones de confort.
Un símbolo de esta controversia ha sido la estatua instalada delante de la embajada japonesa en Seúl en el año 2011, provocando tensiones diplomáticas entre los dos países, frente al pedido de Japón del retiro de la misma. Muchas de estas estatuas también se han instalado en otros países como Filipinas, Hong Kong y la ciudad de San Francisco en Estados Unidos.
Como dijo alguna vez la escritora surcoreana Linda Sue Park en su libro Cuando mi nombre era Keoko: “Podrán quemar los papeles pero no las palabras, pueden silenciar las palabras pero no los pensamientos”.
(*) Investigadora del Centro de Estudios Políticos e Internacionales - CEPI