Con una agenda “republicana” se dio crítica al intervencionismo estatal del período anterior por considerarlo de características autoritarias. Así comenzamos a escuchar que el managment empresarial tenía las herramientas necesarias para una eficiente gestión de los asuntos públicos, que de la pobreza se podía salir en la medida en que el esfuerzo individual fuera suficiente como para convertir a un pobre en mentor de su propio destino, ya que no debía haber obstáculo al mérito más allá de las propias limitaciones de la voluntad. También comenzamos a escuchar ciertas verdades pocos comprobables, pero que, al compás de la difusión de los medios de comunicación funcionales a estos intereses, se reproducían sin importar si verdaderamente representaban la realidad. Muchas de estas afirmaciones se estiraron tanto que terminaron por convertirse en cargos y acusaciones contra dirigentes políticos, dando paso a la judicialización de la política o “Lawfare”, para quienes gustan de los términos anglosajones.
Posverdad: la Real Academia Española de la que no me considero devota, define al término como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” ¡Y qué fácil es manipular en tiempos de fake news! Bueno, en realidad es fácil en la medida en la que se disponga de medios de comunicación poderosos que colaboren para que a la velocidad de la luz puedas hacerles creer a los ciudadanos lo que quieras. Si no, preguntémosle a alguno de los autoconvocados caceroleros argentinos el motivo de su indignación. O mejor, preguntémosle ¿Dónde leíste eso?
Siendo gobierno u oposición, la derecha reciclada no tiene reparos en contradecir hasta la más establecida evidencia empírica. Entonces, la encontramos adscripta al negacionismo tanto sea del cambio climático como de las consecuencias del Coronavirus. Basta con ver las declaraciones de Jair Bolsonaro, a quien la red social Instagram le bloqueó recientemente una publicación por difundir información falsa al afirmar que las muertes por enfermedades respiratorias en el estado de Ceará habían disminuído, cuando en realidad aumentaron en un 33% en el contexto de la pandemia.
A fines de marzo, la red social del pajarito también había censurado mensajes del presidente por cuestionar las medidas de aislamiento social. Al día de hoy, Brasil lleva casi 14 mil fallecidos mientras el primer mandatario desacredita de manera constante las recomendaciones de especialistas y estrena Ministro de Salud, desde que el anterior dio un paso al costado por sus constantes diferencias con el mismo Bolsonaro.
“La libertad importa más que la vida”, redobla el presidente de nuestro vecino país. Curiosamente, la oposición argentina sigue una línea similar al cuestionar las medidas de la administración de la cuarentena, que ya llegó a su fase 4, pero que ya era criticada en sus fases anteriores.
El problema con estos discursos que parecen faltar al sentido común, es que además de ser dados, son aceptados. Es decir, se distribuyen porque hay quienes los consumen, quienes los adoptan y los hacen propios para luego reproducirlos, y, una vez que se vuelven “trending topic”, ¿a quién le importa a qué intereses se favorece con su reproducción?
Sin embargo, la posverdad ya era famosa antes de que podamos tener nuestros casos autóctonos. El concepto se difundió con la expansión de los partidos antisistema en Europa y con la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 en EE.UU, de manera que un poco antes de nosotros, otros ya pasaron por el fenómeno de las mentiras con nombre académico.
Y a decir verdad, tal como sucedió con el desarrollo de la pandemia, podemos afirmar “con el diario del lunes” que de este lado del continente podemos estar mejor preparados. Aún así, no debemos perder la capacidad de asombro, pues el ejercicio de la posverdad como herramienta política puede tomar las formas más variadas, si de favorecer intereses hegemónicos se trata.
(*) Analista de Fundamentar