Las imágenes del “banderazo por la república” del 9 de julio en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en Rosario hablaron por sí solas. El ataque a periodistas y equipos técnicos del canal C5N en Buenos Aires y la amenaza a periodistas del diario La Capital de Rosario, mostraron una dosis de violencia y maltrato que nos eximen de mayores comentarios. Hay que ver los rostros enajenados de los violentos para resumir el hecho en una simple palabra: odio.
El odio político no es un fenómeno excepcionalmente argentino ni mucho menos. Pero en estas tierras conocemos una serie de matices que tienen una raigambre de larga data y que explican que el asunto no es nuevo ni desconocido para esta sociedad. El siglo XX ha sido un decálogo de situaciones donde la violencia era la acción que se justificaba a partir de ese odio, muchas veces anclado a su vez, en una concepción social que desprecia al diferente: al negro, al puto, al pobre. Si la violencia es la negación de la política, podemos decir que, en muchos períodos de nuestra historia, a los argentinos nos faltó política.
En términos numéricos el banderazo por la república fue una expresión raquítica. Bastó que un sólo medio (Infobae) se tomara el trabajo de mostrar con un drone el volumen de la convocatoria, para confirmar la pobreza del acto ya que mostraba unas pocas cuadras de vehículos en caravana y un grupo bastante disperso de personas sobre el Obelisco. Algo parecido ocurría a la misma hora en Rosario, pero algunas “estrategias comunicacionales” reflejaban un volumen de movilizados que parecían muy superior a lo real.
Un elemento que debe señalarse como limitante de la propuesta movilizatoria tiene que ver con su aspecto difuso (algo que no le es ajeno al Pro como estrategia de construcción política). No quedó del todo claro si la convocatoria era anticuarentena, en defensa de la mafia conducida por Padoan y Nardelli en Vicentín, en reclamo por la vigencia de la libertad de expresión, en la reivindicación de la justicia comandada de Comodoro Py, por la independencia de Mendoza o por todos estos elementos a la vez.
Si tomáramos en serio el “agite” cambiemita, deberíamos decir que la acción política resultó una contradicción en sí misma: reclamar por la libertad de expresión con gritos, insultos y golpeando a periodistas que piensan distinto no parece ser la mejor manera de honrar a la república. Pero es indudable que el rol de los medios hegemónicos ha sido determinante en la visibilización de la convocatoria. Haciendo virtud de la necesidad, mostraron como determinante político algo que no es y soslayaron lo que sí sucedió. Seamos honestos: nada nuevo bajo el sol. Es seguro que ese clima que se propala desde los grandes medios no va a cambiar. Si el presidente Alberto Fernández pensó que la tregua con el periodismo de guerra “blanckiano” era un hecho, puede suponerse que estamos ante una expresión de deseos antes que un dato de la realidad.
A partir de ello es legítimo preguntarse qué hacer con ese clima que se intenta recrear desde voces minoritarias en las calles, pero con mucho sustento en medios y redes sociales. Más allá del acoso permanente y monotemático de las voces opositoras, el gobierno conserva una serie de recursos y herramientas que, si bien no son excluyentes, son muy relevantes.
Resulta necesario hacer foco en la gestión profundizando lo que ya se vislumbra como la post pandemia. La reforma judicial, la presentación del proyecto de interrupción legal del embarazo y la reconstrucción económica son, entre otros, temas muy importantes que le permitirá mantener y profundizar la iniciativa política. Más allá de algunos olvidos cuestionables (todo el entramado de Pymes, cooperativas y representantes de trabajadores no cegetistas), el armado político del acto del 9 de Julio en Olivos, sumando a gobernadores, sindicalistas y empresarios marca que hay otro perfil dirigencial con el que sentarse a construir la etapa que viene.
El poder ejecutivo debe modificar la estrategia comunicacional de medios. A la vez que habilita “nuevas voces” de funcionarios de distinto nivel y de distinta referencia (a no olvidarse que el éxito de octubre se debió a una construcción política con muchos matices) y a riesgo de algunas diferencias que puedan aparecer, debe resguardarse más a la figura política presidencial. No tiene mucho sentido práctico que Alberto Fernández brinde entrevistas casi a diario con periodistas que, muchas veces, ni siquiera están a su mismo nivel intelectual. El ego periodístico de haberle arrancado una primicia al presidente (o un enojo) refiere a una cuestión individual que poco debe importar en la comunicación gubernamental y estatal. No casualmente las democracias más consolidadas cuentan con voceros y exponen a la máxima figura presidencial en conferencias de prensa previamente articuladas.
Además, se debe trabajar con una comunicación de redes desde lo propositivo. Puede resultar muy dignificante para compañeros que “bancaron” lo peor del macrismo que Alberto Fernandez dé un retuit a ciertos mensajes, pero a veces se pagan costos políticos innecesarios. El formato del dirigente que cada tanto saludaba a argentinos que no tienen responsabilidades políticas, lo acerca y humaniza en el medio de la crisis sanitaria. Si bien es cierto que la imagen positiva no es la de finales de marzo, si se mira la película completa y con (casi) cuatro meses de cuarentena, el presidente sigue teniendo una imagen positiva nada despreciable.
Finalmente... ¿y nosotros?, ¿qué podemos hacer ante la andanada de insultos, miserias y devaneos de los odiadores seriales en plena cuarentena? Es cierto que muchas veces nos sentimos agobiados y decepcionados. Nuestra singularidad, de mucha base hogareña, nos limita e interpela a situaciones que, hasta ahora, nos resultaban desconocidas. Será cuestión de seguir teniendo paciencia, que, como decía mi abuela, no hay que ceder ni un tranco de pollo frente a algunos que, a no dudarlo, aunque suene fuerte, son enemigos. Es tiempo de convicciones muy firmes y mensajes muy claros. Para nosotros y para los que nos rodean. Estos días (que pasarán), así lo exigen.
(*) Analista político de Fundamentar