Domingo, 06 Marzo 2022 11:11

El acuerdo como desafío

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El acuerdo como desafío Révora

Casi en los extremos de la semana, la política argentina tuvo como protagonista al Congreso de la Nación. En primer lugar, y tal como lo establece la Constitución Nacional, el 1° de Marzo se produjo la apertura de sesiones ordinarias con la presencia del presidente Alberto Fernández y luego, sobre el mediodía del día viernes, ingresó a la Cámara de Diputados el proyecto de ley que permitiría aprobar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Ambos hechos no se agotan allí, sino que tendrán un indudable impacto con el correr de semanas, meses y, seguramente, años, en la generalidad de la vida de todos nosotros, pero, además, en la particularidad de los dos grandes bloques en los que se divide la política argentina. Repasemos.

Antes que nada, una adenda de rigor. El sistema partidario argentino se ha reconfigurado electoralmente y desde la gestión, en dos grandes bloques. En su momento Torcuato Di Tella, tuvo la audacia de afirmar que el país marchaba hacia un sistema político apoyado sobre dos grandes ejes: uno de centro derecha y el otro de centro izquierda, donde el peronismo quedaría subdividido y la Unión Cívica Radical desparecería. Lo que en aquel tiempo parecía una afirmación que podía pensarse para otros regímenes, desde el 2015 para aquí, en buena parte y con matices, se ha confirmado en los hechos. El Pro supo referenciarse como ese espacio de centro derecha, aglutinando tras de sí a la UCR que está vivita y coleando, y el kirchnerismo ha sabido abrir el juego al conjunto del peronismo para conducir un proceso original en la historia del país.

Más por necesidad que por convicción, el impactante resultado de 2011, con el 54% de los votos obtenidos por Cristina Fernández de Kirchner, sacando una diferencia de casi 40 puntos con el segundo (Hermes Binner), terminó siendo un llamado de atención para una centro derecha que encontró en Mauricio Macri aquella figura electoral con la suficiente potencia para, a la vez que le “juntaba las cabezas” a amplios sectores de la Unión Cívica Radical y a la Coalición Cívica, derrotar a Daniel Scioli, candidato oficialista.

En 2019, esa actitud se mudó de espacio y, a partir de la magistral jugada de ajedrez de la actual vicepresidenta, bajándose de una candidatura sin bajarse del todo, circunstancia a la que el macrismo jamás pudo responder con inteligencia; el peronismo todo se encolumnó detrás de una candidatura que allá por la primera quincena de mayo de ese año, era impensada. El resto es historia conocida.

Con lo afirmado hasta aquí no queremos decir que el sistema político argentino no deja espacio para los extremos: allí están las diputaciones de libertarios y de dirigentes de izquierda. Señalamos que el grueso de la representación se dirime en dos grandes bloques que cuentan con varios pliegues hacia su interior y que, por ahora, en un delicado equilibrio que se construye en el día a día, no tiene visos de explotar por el aire. La suma del 75% de los votos obtenidos a nivel nacional por ambos frentes en las elecciones de hace apenas 90 días, así lo confirman.

Como señalamos más arriba, la semana se movió entre dos tópicos: el discurso presidencial en el Congreso y la presentación del acuerdo en la Cámara de Diputados. El primero de ellos vino con un acting incluido, algo que se había conocido un rato antes con sólo escuchar cualquier medio nacional de relevancia: era muy probable que la bancada PRO se retirara del recinto a partir de lo que afirmara Alberto Fernández. Se llegaba a un punto de no dudar si el gravoso hecho se produciría, sino que la apuesta pasaba por descubrir el momento.

Si el plan inicial incluía a todo el espacio de Juntos por el Cambio, sólo lo sabrán sus protagonistas. Lo cierto y concreto es que el hecho, que se da de bruces con cualquier idea de respeto democrático, sobre todo si quien expone lo hace pidiendo que la Justicia actúe en una causa penal, dejó al nada desdeñable bloque Pro, en una soledad absoluta. Los dichos de Fernández no fueron un ataque a la democracia. Fue un recordatorio de que esa deuda tomada entre tres (Mauricio Macri, Nicolás Dujovne y Marcos Peña Brown), está severamente sospechada.

La novedad es que el movimiento “contra” el primer mandatario no es sólo contra el Presidente sino también contra sus aliados de Juntos X el Cambio, a quienes obliga a despegarse de esas actitudes. Por momentos, en Pro aparece la actitud de la persona adicta: siempre va por más. Corridos por derecha por los libertarios, de forma permanente necesita dar un paso más allá. Si hasta hace algunas semanas atrás, la chicana venía por el lado de afirmar que el espacio votaría lo mismo que vote Máximo Kirchner, salido éste de la conducción del bloque, la novedad de estos días, en boca del propio Luciano Laspina -diputado por Santa Fe que reside desde hace décadas en Buenos Aires y que a la sazón resulta el vicepresidente de la comisión de presupuesto- es que el acuerdo sería una “bomba de tiempo”. Cada vez es más evidente: desde cierta dirigencia Pro, el cinismo se ha convertido en una herramienta política que se expone sin rubores, confirmando que la idea de halcones y palomas es una mera ilusión óptica.

La diferencia es de grado. Más allá de cierto comportamiento culposo del oficialismo hay algo que debe afirmarse sin eufemismos: que un acuerdo con el FMI quede supeditado al tratamiento ante el Poder Legislativo es un salto de calidad evidente.

Quien haya vivido lo suficiente en la Argentina, sabrá recordar que históricamente los acuerdos con el organismo de (des)crédito internacional, debían ser “descubiertos” por los diferentes actores de la vida nacional para presuponer qué nos esperaba a los argentinos.

Hoy, por ejemplo, llegamos al punto de saber al detalle, a través de distintos referentes, que ese documento que marcará la vida de los argentinos por unos cuantos años, cuenta con 137 páginas. Será discutido en comisiones, expondrán funcionarios, será defendido y cuestionado, en espacios institucionales, pero también en el seno de la sociedad. Diarios, radios, canales de televisión, podcasts y redes darán cuenta hasta en lo mínimo de aquello que ha firmado el ministro Martín Guzmán y su funcionariado. El ciudadano tendrá la información de primera mano, sin intermediarios, sin intérpretes y traductores obligados, sin bufones del poder que nos relatan “la posta”.

Ese proyecto es un salto de calidad. Que las oposiciones argentinas miren para otro lado es algo que no debería sorprendernos porque es parte del bendito juego de la democracia. Ahora bien, que el oficialismo, no haya hecho más hincapié en el asunto es algo que, a la distancia de 300 kilómetros de los hechos, no se termina de entender del todo.

Podría afirmarse que, paradójicamente, para los dos bloques de poder, el desafío del acuerdo va más allá de la votación y pone en juego la idea de unidad. En el caso opositor que se refiere a Juntos por el Cambio, el peor escenario es una votación dividida. Si eso se profundizara, las seguras internas que traerá el 2023 pondrán las cosas en su lugar, y quien se transforme en ganador tendrá, al menos hasta que se conozca el resultado de la general, “la razón” por lo hecho hasta ese momento. (Desde estas líneas insistimos que la UCR dará la disputa política con una pre candidatura presidencial propia).

Para el oficialismo, además, se agregan otros desafíos. El lector o la lectora sabrá darle el orden de importancia de los mismos. El primero es ser eficaz en hacerle saber a la sociedad que se llega a este acuerdo por uno previo, que, a contraposición de éste, no fue discutido ni fue ofrecido a la sociedad para su consideración y que obedecía a una necesidad previa. Algo había pasado entre 2016 y 2018 para que el país se quedara sin crédito internacional. Esa idea, que apenas asumido como jefe de bloque el rosarino Germán Martínez deslizó como condición necesaria para la discusión, seguramente tomará cuerpo con el correr de los días.

El segundo desafío es el de la gestión. A diferencia de los intereses de Juntos por el Cambio, que apuesta al olvido, a la desinformación y a lo que en la jerga periodística le llamarían “carne podrida” (sólo así puede entenderse la afirmación de que la administración Fernández ha endeudado más en pesos que la de Macri en dólares), el Frente de Todos se enfrenta a dar respuesta en el día a día de cada argentino. Más allá de los números que reflejan el crecimiento de la economía y que bien expuso el presidente en su discurso del día martes, la inflación se presenta como el mayor reclamo de los ciudadanos. Con ello vienen de la mano un conjunto de factores y variables que se ponderan en cada elección. Las ya mencionadas elecciones de 2021 así lo certifican.

Si aquella vieja afirmación que dice que las elecciones las ganan o pierden los oficialismos fuera real, con la sensación de la pandemia ya superada, al Frente de Todos le quedan algo así como 18 meses para comenzar a revertir la cuesta que le impuso el proceso electoral del año pasado. No es poco, tampoco mucho.

El tercer desafío refiere a la idea de unidad en la diversidad y en la gestión. De lo que se percibe en el espacio público, no puede imaginarse una ruptura definitiva. Hasta ahora, con la honrosa excepción del ex jefe de bloque y de algún video posteado por la organización que conduce, en una crítica severa al comportamiento técnico y político del FMI, no se han escuchado voces legislativas del oficialismo que hayan planteado en el Ágora, su rechazo al acuerdo. Si aparecen rechazos, uno puede imaginarse que serán con el suficiente bajo perfil, como para no dañar profundamente una relación política que ha tenido sus vaivenes, en un contexto inédito para el peronismo, al tener que gobernar en formato de coalición.

En resumidas cuentas, cómo pocas veces suele suceder con el tratamiento de leyes en el Congreso de la Nación, no sólo importará el resultado final de la votación, sino que también será interesante apreciar cómo se construyen esos números. Con victorias o derrotas, con aprobación, rechazos o abstenciones, con unidad o severamente enfrentados, lo que trae consigo el acuerdo con el Fondo, será un mojón importante en la vida de ambos frentes políticos. Pero fundamentalmente, en la vida de los argentinos. Tal vez esto último sea lo más importante que debamos tener en cuenta. Seguramente, continuará.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez 

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