A veces, en la vida, solemos proyectar decisiones que tomaremos en el futuro mediato y que, supuestamente, el resultado de las mismas, nos permitirían cumplir con nuestros más profundos deseos. Pero en otras circunstancias, como alguna vez bien lo definió un ex presidente, “pasan cosas” y ese tiempo que traería novedades, se adelanta y nos pone en una carrera que hubiéramos imaginado de otra forma y en otro momento.
Durante semanas, desde algunos medios y dirigentes que hacen del off the record una forma de práctica profesional, anunciaban a los cuatro vientos, que el gobierno nacional se preparaba para un relanzamiento con cambio de ministros y de esquemas de trabajo a partir de que había “funcionarios que no funcionaban” y de que la interna gubernamental producía cada vez un mayor desgaste. Desde esta sencilla columna nos permitíamos relativizar esas “certezas” dado que, cuando un tema se menea demasiado, el resultado que finalmente se plasma en la realidad, resulta inversamente proporcional al que se desea.
Llegados a finales de abril, superado el fin de semana largo de la Pascua, no hubo ni cambio de ministros ni grandes anuncios de reforma de las formas de gestión. Si se quiere, las diferencias siguen estando a mano en el oficialismo (en la oposición que encarna Juntos por el Cambio no le van en zaga), pero el cúmulo de situaciones producidas en los últimos días, nos permite afirmar que, tal vez, el relanzamiento se produjo en los hechos y que ya se inició, aunque varios sigan atravesados por disputas algo recurrentes.
Antes de continuar, una salvedad: en el presente artículo hablaremos de un cambio de aire desde el concepto del oficialismo y no exclusivamente del gobierno (al cual generalmente se lo refiere en cuanto a todo aquello que hace o dejan de hacer, mal o bien, los poderes ejecutivos), ya que las novedades de los últimos días suponen un conjunto de temas, de decisiones y actitudes que nos permiten incluir a múltiples actores que no siempre resultan relevantes para el análisis político.
A la hora de la gestión, dos temas se llevaron buena parte de la atención semanal. El primero, el día lunes, refirió al aumento de $12.000 para jubilados que cobran hasta dos jubilaciones mínimas, de $18.000 en dos cuotas para monotributistas categorías A y B y para los trabajadores informales. El acto desarrollado en el Salón Blanco de la Casa Rosada, y que contó con lo más granado del oficialismo nacional, mostró a un ministro de Economía que inicialmente parecía algo nervioso y un conjunto de rostros que reflejaban un “exceso” de seriedad, teniendo en cuenta el tipo de anuncio que se realizaba.
La novedad evidentemente trae algo de alivio a estos sectores más débiles y más afectados por el aumento inflacionario, lo cual viene a complementarse, por ejemplo, con el aumento del 80% (anualizado) para estatales nacionales. Y, además, da una señal para aquellos sectores internos que reclamaban poner dinero en el bolsillo de los que peor la pasan.
Hacia el jueves, la presentación en Vaca Muerta del gasoducto Néstor Kirchner, con la presencia del presidente de la Nación Alberto Fernández, el gobernador de Neuquén Omar Gutiérrez y el secretario de Energía de la Nación Darío Martínez (hombre que reporta directamente a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner), también sirvió como señal interna de que nada está definitivamente roto como para no celebrar la enorme apuesta estratégica de contar en el futuro mediato con el autoabastecimiento gasífero. De pasada, la presencia del gobernador local le dio al acto, el toque de institucionalidad con el que el primer mandatario siempre se siente muy a gusto.
En el camino y como al pasar, el primer mandatario se dio tiempo como para asistir a un acto en José C. Paz, acompañado del inoxidable Mario Ishi donde arengó a los asistentes afirmando que el “que quiere hacernos creer que en 2023 estamos perdidos, ¡un carajo estamos perdidos!”. Las afirmaciones vienen como respuesta a propios, no tan propios, extraños y no tan extraños: mientras que la oposición política y sus voceros mediáticos, siguen insistiendo en mostrar un desastre social que no existe en lo cotidiano de cada uno de nosotros, en parte del oficialismo y a partir del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ha imperado cierta derrota autoproclamada para las elecciones presidenciales del año próximo.
Pero si hay que hablar de hechos significativos de la semana, la atención se la lleva la jugada cristinista de partir en dos el bloque oficialista en el Senado para darle un formato de interbloque (sobre el que sectores no peronistas han hecho escuela), que vino a mostrar, la siempre vigente centralidad de la ex presidenta, y una agudeza que, en algunas circunstancias, la destaca sobre la vulgata de la dirigencia argentina y que confirma, por enésima vez, que dividiendo a veces se suma ya que no siempre política y matemáticas van de la mano.
El movimiento fue tan sencillo como eficaz. La Corte Suprema de Justicia de la Nación, al imponer, de manera bochornosa, una ley que estaba derogada y que refería que el sector legislativo debía ser representado ante el Consejo de la Magistratura de la Nación por las distintas “minorías” que componen el Congreso Nacional, le terminaba asignando un puesto más a la oposición que encarna Juntos por el Cambio, fuerza política que ha hecho todo un recorrido en esto de actuar como interbloque o como bloques individuales a la hora del reparto de comisiones o de licuar sus profundas diferencias internas.
Más allá de las cuestiones técnicas (y no tanto) que refieren a qué hará la Corte y su presidente, si acepta o no los distintos recursos planteados, si tomará juramento a los representantes de ambas cámaras designados por sus presidentes; lo cierto es que la movida dejó dos resultados evidentes. Por un lado encrespó los nervios de una oposición que, de alguna manera, recibió un poco de su propia medicina, lo cual se demostró con la catarata de insultos y descalificaciones que esgrimieron sobre la figura de Cristina Fernández, trayendo como una brisa el recuerdo de la jugada de mayo de 2019 cuando declinó una candidatura sin declinarla del todo. Y, por otro lado, sirvió como instancia de identificación para una disputa interna que, muchas veces, no somos pocos los que creemos que, carece de sentido.
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Envalentonado por el efecto de la división que sumó, el cristinismo fue por más y anunció que presentará un proyecto legislativo que servirá para aumentar el número de integrantes de la Corte de Suprema de Justicia de la Nación (CSJN). Más allá de los detalles, que poco se conocen (cantidad de miembros, formato de funcionamiento, división o no por salas, etc.); la saludable idea de proponer un proyecto que nos saque del gobierno judicial de cuatro profesionales del derecho que se imaginan a sí mismos como señores de un feudo antes que como verdaderos servidores públicos, deja flotando dos preguntas en la dimensión social.
La primera es si, verdaderamente, creemos que es tolerable el funcionamiento actual de la CSJN. El hecho de cómo fue abordado y definido el caso del Consejo de la Magistratura resulta ejemplificador: el máximo tribunal no tiene ni racionalidad ni sistematicidad en los casos que aborda, las causas pueden demorarse años y hasta décadas en su tratamiento y el común de la ciudadanía no termina de comprender muy bien cuál es el procedimiento para seleccionar los casos sobre los que se falla.
La segunda pregunta refiere a si la sociedad civil se hará cargo de la discusión que supone poner en cuestionamiento al vértice de uno de los poderes de la Nación. ¿Habrá un verdadero debate, al mejor estilo Ley de Servicios Audiovisuales, con foros de discusión a lo largo y ancho del país, con la opinión de académicos del derecho, pero también del conjunto de organizaciones que tienen a la Justicia como instancia de auxilio, plasmado en los medios tradicionales, en redes, y en portales, con perspectiva comparada y que sirva para pensar una Justicia adaptada al siglo XXI?
Como bien saben nuestros habituales lectores y lectoras, desde esta página solemos tener más dudas que certezas sobre el futuro, pero lo que es irrefrenablemente cierto, es que aquellos debates sobre el modelo de justicia que propuso la por entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner en 2011, tienen una enorme vigencia.
La semana que está culminando fue rica en hechos políticos. Buena parte de ellos protagonizados por un oficialismo que, de alguna manera (tal vez del todo no tradicional) supo ganarse la centralidad política, saliendo de un perfil defensivo que parecía permanente. El relanzamiento parece haberse dado en los hechos antes que con cierta previsión declarativa. Dicho en criollo: se discutió de lo que quiso el Frente de Todos y no de lo que le impusieron “los otros”.
La idea de unidad puede hacerse sustancia a partir de hacer de la necesidad virtud: si de los conflictos se sale por arriba, estos últimos días tuvimos varias pruebas que lo confirman. Con iniciativa y originalidad política tal vez resulte legítimo preguntarse si las novedades aquí comentadas, que tuvieron a un Poder Ejecutivo muy activo en lo urgente, y a una Cristina Fernández de Kirchner en un estado de mucha mayor visibilidad política a la hora de desarrollar ciertas disputas legislativas, no resultan en un modelo de gestión que, a la vez que trata de atender lo urgente y desarrolla ciertas agendas estructurales, deja a ciertas oposiciones, como canta el catalán del epígrafe, en un estado de “despertarse sin saber qué pasa”.
La voracidad de unos cuantos, traducida en fallos judiciales, presidencias de organismos colegiados que seguramente resultarán efímeras, insultos deslegitimantes como prácticas políticas y tractorazos capitalinos de aquellos a los que les va realmente muy bien, impone la obligación de dejar ciertos snobismos de lado, repensando la gestión y algunas prácticas. Cómo en el fútbol, cuando el equipo sale de una mala racha, alcanza varios triunfos y decimos que el director técnico parece haber encontrado el once ideal, en el oficialismo, tal vez hayan encontrado una estrategia que haga modificar ciertos escenarios. Ojalá no nos estemos equivocando.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez