La política argentina siempre resulta generosa para académicos, opinadores y observadores de la realidad que se impone. A la hora del análisis nos expone, recurrentemente, a saber elegir (y a veces a decodificar) entre aquello que está a la vista pero también, en lo que se niega y oculta.
Esta semana que pasó, que referenció como vértice entre mayo y junio, (y que siendo sábado a la tarde aún no termina en términos políticos) no fue la excepción: un provocador juez supremo metiéndose en camisa de once varas dando definiciones que lo exceden en su (pobre) formación académica y demostrando, una vez más, su desprecio por los que menos tienen; la respuesta que prepara en términos institucionales el Poder Ejecutivo Nacional en alianza con un conjunto de gobernadores que, vaya casualidad, no cuenta con la presencia del santafesino Omar Perotti, para mejorar el funcionamiento de una Corte Suprema que se cree e imagina por encima del conjunto social; el acto por el centenario de YPF, con la presencia simultánea de Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández, luego de tres meses sin apariciones públicas conjuntas y la eyección de un ministro por ser responsable político de una burda operación, parecen resultar los temas más relevantes de los últimos siete días. No es poco. Pasen y vean.
A contramano de lo que tratamos de hacer cada semana desde las páginas de Fundamentar, esta vez nos dejamos llevar y elegimos lo urgente que supone el reencuentro público de las principales referencias del Frente de Todos. Para regocijo del editor, ya habrá tiempo para imaginar una respuesta más sesuda a la miserabilidad del lobbysta clarinista Carlos Rosenkrantz. Por ahora, mientras alguien todavía recoge las sillas de Tecnópolis, nos animamos a decir lo nuestro de un acto de viernes a la tarde que, otra vez, ganó la centralidad política del país, y que, a partir de ese momento tuvo consecuencias insospechadas para el fin de semana.
La imagen y los símbolos son parte del hecho político. Y el acto diseñado por las huestes que comanda Pablo González mostraron un ascetismo digno de señalar. Una mesa larga sobreelevada, la presencia de tres protagonistas y una extensa pantalla como telón de fondo que sólo reflejaba una cartelería minimalista de la empresa homenajeada y reivindicada. Abajo, un conjunto de funcionarios y dirigentes, prolijamente acomodados en sus sillas azules y blancas. Un poco “fría” la imagen y los paneos televisivos, pero convengamos que las cosas en el oficialismo no están para una fiesta de freestyle ni para el pogo más grande del mundo.
El lugar elegido para la simbología tampoco fue casual. Bien vino el recuerdo de la vicepresidenta cuando comentó que la feria de Tecnópolis había sido pensada en el marco del Bicentenario para realizarse en la Ciudad “Autónoma” de Buenos Aires, durante un par de semanas, pero que el entonces jefe comunal negó el permiso respectivo y el viejo regimiento de Villa Martelli terminó siendo el lugar elegido. El predio ferial ya tiene una existencia de doce años. A veces, las demandas sociales tienen un subregistro que no percibimos, pero están allí, al alcance de la mano.
A riesgo de ser poco originales, no deja de resultar sintomático el paralelismo de una empresa como YPF con la historia (y el presente) del país. Van de la mano: desde su creación, la cual tuvo que efectivizarse por decreto ya que el proyecto legislativo que le daba vida estuvo cajoneado durante tres años en el Congreso Nacional, pasando por su privatización noventista que la terminó convirtiendo en una empresa sin inversión ni riesgo capitalista, hasta llegar a la expectativa que genera en este siglo XXI, atravesado por un mundo que demanda energía, ha corrido mucha agua debajo de los puentes. En el medio hubo que pasar por una recuperación, no sin conflictos políticos internos y externos, donde su principal impulsora, con toda justicia, además, resultaba una de las protagonistas del acto del viernes.
Cristina Fernández de Kirchner es un artífice inocultable de la recuperación de la empresa. Aunque no lo digan sus enemigos o adversarios, es imposible pensar los hechos de los últimos diez años, el presente y el futuro sin aquella decisión política que fue resistida con las peores calificaciones por parte de algunos dirigentes y medios que siempre tienen sus intereses puestos “allende los mares”, y que, en nombre de la libertad individual, nunca ponen en valor aquello que nos resulta común.
Alberto Fernández, por su parte, puso el eje en un punto que a veces puede pasar desapercibido. ¿Qué tipo de empresa del Estado queremos construir? Resultaron muy interesantes los datos aportados para entender el cuatrienio 2015 – 2019, ya que en ese deterioro se explica el absoluto desinterés y desdén macrista (por ser benévolos) para convertir a YPF en una empresa ejemplar. Conociendo la historia, lo dicho, lo oculto y lo negado por parte del macrismo en referencia al proceso privatizador de los 90’, uno puede suponer sin temor a equivocarse que, si no pudieron avanzar sobre una reprivatización fue porque les faltó tiempo, capacidad y legitimidad política.
Pero no corresponde esquivarle el bulto al asunto. Si bien la importancia de la empresa estatal merece la centralidad mediática y política que tuvo, vale decir que las diferencias existentes en el oficialismo, impusieron la novedad de contar en un mismo espacio y lugar a las principalísimas figuras del Frente de Todos.
La tensión era evidente. Podría decirse que más en algunos invitados que en los protagonistas. Las discusiones públicas y privadas de los últimos meses no son inocuas, dejan heridos y malestares que resultan difícil de sanar.
Si miramos el recorrido completo podemos decir que hubo respeto en los planteos. Reconocimientos implícitos y reclamos. El pedido de Cristina de que Alberto Fernández use la lapicera para disciplinar a algunos proveedores, léase Techint, que insiste en sus prácticas oligopólicas de siempre y el comentario presidencial que no quiere mirar permanentemente el pasado actuaron como una ida y vuelta entre líneas que no pasó desapercibido, cosa que sí sucedió con el reconocimiento cristinista de que en su gobierno no habían podido terminar con la bimonetización y la inflación.
De lo visto en el acto del día viernes, uno tenía la sensación de que diversos protagonistas, de ahora en más, estarían obligados a bajar el tono. Una infidencia para lectores: este artículo estaba casi terminado el sábado a media mañana, pero durante la tarde hubo que reescribirlo por la novedad que significó el pedido de renuncia que Alberto Fernández le formuló al ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, responsabilizándolo por una operación mediática contra Cristina Fernández de Kirchner. Esa decisión, que recayó sobre un hombre que el presidente siempre había preservado de las críticas más de propios que de extraños, marca un cambio de espíritu que el primer mandatario comenzó a mostrar en los duros cuestionamientos a la figura de Mauricio Macri de hace, por lo menos, un par de semanas. Algo de ello señalamos en el artículo de hace siete días.
https://twitter.com/alferdez/status/1533128773616521218
En menos de 24 horas el escenario ha cambiado de configuración. Hay una foto que puede servir de ejemplo. Es esa que muestra a presidente y vice dándose la mano a la distancia, y que, como no, se podría utilizar como contraposición de esa otra de hace algunos meses atrás, que los refleja mirando para lados contrapuestos. La salida de Kulfas y su forma complementa el cuadro. Sirve para descomprimir una tensión que por momentos se había transformado en insoportable.
Si para el viernes a la noche, el acto de YPF podía ser pensado como una síntesis que vinculaba la historia de la empresa y del país, pero que también servía para resumir un momento muy particular de la vida política del Frente de Todos, lo sucedido unas horas más tarde nos permite preguntarnos si, de aquí en más, no deberemos pensar la sobrevivencia del oficialismo, a partir de ese acto de la ahora, centenaria empresa.
Si para Enrique de Borbón París bien valía una misa, lo cual lo obligaba a convertirse al catolicismo a los fines de apoderarse de la insignia ciudad gala, vale preguntarse si la salida de Kulfas bien vale la unidad del espacio que gobierna la Argentina, de cara a la gestión de cada día y a las elecciones de 2023. No porque sea responsable exclusivo de los problemas internos oficialistas, sino por la señal que deja y por la oportunidad que se abre en el horizonte cercano.
Lo dicho, lo oculto y lo negado actuán como resumen de horas muy particulares en el país. Lo escondido de un off the record le jugó una mala pasada a un funcionario que no supo comprender que determinadas acciones, a veces, tienen un límite. Incluso en las más altas esferas del poder.
¿Irá por más el presidente? ¿Se animará a empoderarse, reconfigurando su gabinete y sumando a otros dirigentes al redil, que no excluyan y que empiecen a romper con ciertas barreras divisorias? Imposible saberlo desde la distancia. Pero sí ha quedado algo claro: que ciertas prácticas políticas abrieron una puerta que estaba cerrada por la ausencia de diálogo. Tal vez, en la necesidad aparezca la virtud. Esperemos.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez