Siete días atrás poníamos el eje del análisis sobre la calle y cómo el libertarismo aparecía incómodo sobre una variable política que en la Argentina tiene mucho de valor simbólico y que, por varias razones, no maneja. Lejos de la idealización callejera, planteábamos que el palacio también debe ser pensado como un lugar de referencia insoslayable del poder. En la semana que se va, la administración libertaria supo dar cuenta de esa ecuación y dio a conocer una serie de medidas que tienen mucho del clima de época que describíamos. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
Con el fundamento de la Ley Bases en sus alforjas, el Gobierno dio a conocer una serie de medidas que tuvieron variado impacto, pero que se fundamentan en la raíz de su pensamiento económico y social: cambio de nombre y de estructura para la ex AFIP (ahora ARCA), privatización del Belgrano Cargas, venta de terrenos públicos (entre los que se cuentan los 80.000 m2 que existen en Parque Norte, levantando sospechas de un oscuro negocio) y la concesión de rutas y autopistas, Circunvalación rosarina incluida.
Las justificaciones para cada caso son variadas. Hacer más eficiente y menos burocrática la forma de recaudar, dejar de sostener a una empresa estatal que da pérdidas, juntar unos cuantos miles de millones de dólares por espacios que son de dominio público y evitar el coste estatal de mantener caminos. Todo ello basado en el ya remanido argumento del superávit fiscal. Lo que el manual libertario no le cuenta a la ciudadanía es el lado B de las medidas (perdón centennials por la antigüedad).
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En los '90, la privatización de los trenes trajo consigo una serie de subsidios a favor de la empresa, dado que el servicio supuestamente era deficitario y un desmantelamiento de la red vial que treinta años después no se recuperó del todo. En la semana que se va tuvimos un buen ejemplo de lo sucedido en aquellas épocas con la eliminación del servicio que unía Bragado con Pehuajó.
Los terrenos que se someterán a la venta, en el caso Rosario, sin una intervención de la planificación que estructure el Estado municipal, puede hacer de la zona un espacio que, a base de cemento y modernidad, deje de lado ciertos estándares de calidad de vida, con la consecuente afectación de los vecinos de la zona en particular y de los rosarinos en general.
La privatización de caminos, rutas y autopistas urbanas omite el detalle que serán los usuarios quienes se terminen haciendo cargo del mantenimiento, con el consiguiente encarecimiento de ciertas rutinas y sin dejar de tener en cuenta que el Estado, cada vez se hace cargo de menos cosas con nuestros impuestos. Con la tuya. Con la mía.
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Este revival de los 90’ no es producto de los berrinches de una gestión que llegó al poder hace poco más de diez meses. Se sustancia en un tiempo social muy particular. Javier Milei no es sólo un emergente de los fracasos de las gestiones anteriores, sino la resultante de un tiempo social donde una joven influencer celebra el despido de tres mil trabajadores; donde los medios de comunicación rosarinos le dan cobertura a la movilización de siete personas (sí, siete) que llevan un arreglo floral a una AFIP que (supuestamente) dejará de existir; donde el gobernador Maximiliano Pullaro en la inauguración de una obra comunal a la que fue invitado pero no puso un mísero peso, reivindica haber cesanteado a doce mil trabajadores de la administración estatal; donde los funcionarios más importantes de la gestión javkinista anuncian con bombos y platillos la puesta en práctica de un plan desburocratizador, pero nada dice sobre la eliminación de subsidios del transporte y de la paralización de una obra como la del Monumento a la Bandera (con fondos estatales), cuestiones que, hasta hace un año nada más, representaban las banderas del más puro y sano federalismo.
Para no pocos sectores de “la política” hay una forma de entender el poder y la vida cotidiana que se parece mucho a los 90, más allá de algunos nombres propios resurgidos a base de amoríos fulgurantes. Si Carlos Menem disfrutaba de manejar una Ferrari a 200 kms por hora, Milei se emociona con el hecho de que los Granaderos le interpreten la canción del cumpleaños feliz. ¿El Estado soy yo?
Pero en los tiempos que corren hay un agregado. Un odio intrínseco que tres décadas atrás no existía. No son pocos los sectores que aceptan la violencia estatal como método de relacionamiento social, al punto que la subsecretaria de Relaciones con el Poder Judicial del Ministerio de Justicia y Seguridad de Santa Fe, María Florencia Botta, pondere como método válido de control policial la detención de personas que circulan sin documento y que el juez Gustavo Salvador tuvo el buen tino de cuestionar.
Buena parte de la sociedad se mueve entre las necesidades diarias y cierto individualismo que termina siendo el principal sostén de un movimiento político que en nombre de la libertad pretende llevarse todo por delante, incluidos artistas que el día lunes dieron una muestra cabal de civilidad, cuando en una entrega de premios de viscoso prestigio, se plantaron frente al ataque sistemático contra la educación pública y al abandono estatal de la cultura.
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Ese clima de época, principal sostén de la prepotencia libertaria, se complementa con un segundo factor determinante: la atomización partidaria. La Unión Cívica Radical acaba de partirse en tres pedazos al interior del bloque en la Cámara de Diputados; el PRO se mueve entre las coincidencias ideológicas con el Gobierno, la centralidad de Mauricio Macri y su afán por los negocios, el riesgo de perder clientela política y la ambivalencia de una fusión con el mundo libertario, mientras que el peronismo se enfrenta a un proceso interno en el que, si no se levanta el pie del acelerador a tiempo, podría derivar en una nueva crisis.
Para completar el cuadro deberíamos agregar cierto enojo desde el bloque Encuentro Federal que conduce el inefable Miguel Angel Pichetto y de los gobernadores, siempre a mitad de camino de las necesidades legítimas y de blindar sus territorios. En ambos casos, por estos días parecen haber descubierto que el gobierno con el que negociaron ciertos acuerdos en el pasado reciente no se están cumpliendo y en ese sentido, el presupuesto 2025 se parece mucho a una promesa sobre el bidet, parafraseando al hombre que supo unir a tres generaciones con su arte y que en la semana que pasó, fue justamente celebrado por su cumpleaños número 73.
La gran pregunta, incómoda por cierto, es por qué una sociedad que se desarrolla con ciertas características más arriba comentadas, podría darse el lujo de contar con un sistema de partidos consolidado. ¿Cuánto cabe de coincidente entre un sistema de partidos que construye mayorías legislativas sobre la emergencia de cada ley, respecto de una sociedad que en muchos aspectos mira para otro lado?
Que nadie se rasgue las vestiduras por la última pregunta: el menemato supo consolidarse a base de una supuesta estabilidad que le otorgaba la ficcional Convertibilidad, conviviendo con un entorno de corruptela y farandulización de la política que dejó huellas, pero que recién hizo visible cierto enojo organizado con la irrupción de lo que luego sería el movimiento piquetero, seis años después de la llegada de Domingo Cavallo al ministerio de Economía, allá por el año 1997. Independientemente del argumento de que las sociedades cambian y mutan, en el eterno péndulo argentino, no existen razones valederas para que, ilusoriamente, podamos suponer que un elevado porcentaje del 56% que le dio el triunfo a Javier Milei en noviembre de 2023, no sea parte de un entramado que llegó para quedarse.
“Tengo miedo que se rompa la esperanza, que la libertad se quede sin alas” canta Rosana. “Sólo se llega a la libertad con educación” afirmó la prolífica y siempre comprometida Mercedes Morán en la entrega de premios de los Martín Fierro de cine. Y en esas dos frases parece definirse buena parte de nuestro presente pero también de nuestro futuro. Llegaremos a tiempo.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez