Domingo, 30 Marzo 2025 12:26

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La trastabillada del diputado José Luis Espert a la hora de explicar los números de una serie de futuros acuerdos con organismos internacionales, debe ser entendido como una especie de muestra del desorden político que por estas horas campea en el mundo libertario. No es que el provocador legislador no tenga las cuentas claras, sino que el escenario se presenta tan confuso, que nadie puede escapar del todo de ciertos fallidos.

La venta de 1.637 millones de dólares en diez ruedas cambiarias, el aumento de la moneda estadounidense por encima de los $1300, la proyección del riesgo país a más de 800 puntos básicos y un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que se demora en los vaivenes de su natural burocracia; han dejado un evidente estado de alteración en el oficialismo. En eso que aparecía como fortalecido (cierto encausamiento de “la macro”), ya comienza a ser relativizado y en un esquema de jugar a la baja de la inflación como única variable de eficacia política, esa bala de plata que hemos comentado meses atrás en estas columnas, comienza a ser un lastre antes que un activo. 

Desde su irrupción en la polis, el libertarismo se mostró como un sector naturalmente desordenado. Si existe una relación acabada entre la personalidad de los líderes y los espacios que saben construir, el carácter atribulado de un personaje como Javier Milei refleja lo asertivo de la idea. En tiempos de redes, posverdades y de un individualismo exacerbado, las novedades vienen de la mano de que nada impide que con esas características hasta puedan ganarse elecciones. Pero gobernar es otra cosa y a su vez, otra muy distinta, es hacerlo en tiempos de crisis.

Es tan profundo el dislate libertario, que alguien se olvidó de propalar la supuesta buena noticia de que la actividad económica medida enero de 2025 contra enero de 2024 da un aumento del 6,5%. 

En el contexto, ciertas bonanzas parecen haber llegado a su fin: los fondos del blanqueo ya no están, pese a las puestas en escenas de Expoagro de unos días atrás, en el comienzo de la cosecha gruesa el sector agroexportador no liquida y el nivel de reservas del Banco Central cae de manera persistente.

Ante ese escenario, el día jueves el Poder Ejecutivo decidió jugar fuerte con el anuncio de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Lo hizo a través del ministro Luis Caputo, afirmando que el monto era de unos U$s 20.000 millones y que serían de libre disponibilidad. La presentación, hecha vía rueda de prensa se realizó antes de que abrieran los mercados como una señal que sirviera para calmar las aguas. Pero ya sabemos que el fuerte del dos veces ministro no es la comunicación verbal.

Además, algunas mentirillas a veces no alcanzan a despegar y en muy pocas horas, de manera elegante, la vocera del FMI Julie Kozack, dijo sin decir que todo estaba por verse, relativizando los tiempos y plazos del uso de esos montos. Y los mercados olieron sangre: el deterioro se potenció y, no casualmente, durante la noche de ese mismo día opinadores económicos de la talla de Carlos Melconián y Roberto Cachanovsky, pulularon por señales de cable afines al oficialismo.

Al cuadro se agregó el propio presidente, quien, en charla con dos operadores mediáticos de confianza lució nervioso e intempestivo. El día anterior había intentado aparecer empático celebrando el brillante triunfo de la Scaloneta sobre Brasil, pero lo que “natura non da, Salamanca non presta”. Y a un Milei que había anunciado que ya no veía futbol y que en ocasiones prefería los triunfos de los adversarios de nuestra selección, hubo que creerle sobre la base de una alegría impostada. En fin, problemas de cierta legitimación incompleta.

El presidente se enfrenta a un doble proceso devaluatorio: el de la moneda y el de su palabra. Si el Banco Central iba a ser cerrado, hoy se nos explica que el endeudamiento con el Fondo (que según el chiste libertario no es nueva deuda) se utilizará para su fortalecimiento. Si la dolarización era inexorable porque así lo deseábamos los argentinos, el papá de Conan, mientras fortalece al peso, vocifera que el tipo de cambio es irrelevante. En la irreductibilidad que supone ser “guiados” por un especialista en crecimiento con o sin dinero, el saldo del PBI de 2024 no parece ir en línea con declamados bíos de redes. Y si para Milei en 2023 el FMI era un banco de burócratas, donde su negocio era cobrar tasas, al que no le importaba la Argentina, hoy se presenta como un aliado incondicional que ayudará a la Argentina a superar el atraso de un siglo que, según los libertarios, alcanza al país.

Esa devaluación de la palabra ya se empieza a reflejar en encuestas de todo pelaje. Incluidas aquellas que son confeccionadas por equipos técnicos que son afines al gobierno. Para marcar el deterioro de la imagen presidencial algunos analistas se animan a decir que la luna de miel parece haber concluido.

Pero en lo anterior existe un error de enfoque ya que Milei nunca tuvo un tiempo de luna de miel en la acepción clásica del proceso donde se supone que un dirigente es elegido para un cargo ejecutivo y al poco tiempo de haberse conocido su triunfo comienza a gozar de una anuencia, una especie de certificado de confianza que, si se construye de manera correcta en términos políticos, amplía cierta base de sustentación. Por poner ejemplos cercanos sucedió con Mauricio Macri y con Alberto Fernández.

No es el caso del actual primer mandatario quien nunca superó los niveles de aceptación que mostró el balotaje de noviembre de 2023. El 44% que no lo votó siempre se mostró como un núcleo impenetrable para aceptar algo de la propuesta libertaria. Lo que sí comienza a suceder es que el nivel de aprobación de la figura presidencial (y en mayor medida de la gestión) se aproxima más hacia los niveles de la primera vuelta electoral, algo así como el núcleo duro violeta.

A la suma de apariciones rutilantes para anunciar las bondades del acuerdo con el Fondo, se sumaron el vocero Manuel Adorni y el frustrado matemático José Luis Espert. Para el primero vale decir que a partir de ahora deberá ocupar un segundo (y coincidente) rol de candidato para legislador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Puesto menor”, podría afirmar el ex periodista, pero las necesidades del espacio son tan acuciantes que para lo que representa una mera concejalía se juega una figura de una innegable fortaleza política.

La designación del vocero como candidato sirve para mostrar que la elección comunal porteña ha tomado un valor inimaginado unos pocos meses atrás. Jorge Macri eligió una fecha diferenciada del calendario nacional, como un intento de fortalecimiento de su figura (si le fuera bien) y al mundo libertario nunca le interesó un acuerdo programático con el PRO porque al imaginarse con otros niveles de aceptación, como en el juego de la perinola, prefirió ir por todo.

De alguna extraña manera, al haber apostado a un fortalecimiento gubernamental que no fue, la atomización de la derecha capitalina aparece como producto de la debilidad libertaria. A contramano de lo que pueda suceder en otros territorios (Santa Fe incluida, con su elección en exactas dos semanas), un tercer puesto para amarillos o violetas en CABA los ubicaría en un lugar de enorme dificultad para la gestión de la ciudad, con su innegable impacto en el histórico bastión macrista o en un severo llamado de atención para un gobierno nacional que siempre gusta de mostrar más de lo que realmente tiene. 

Pero el combo no se limita a una mera elección local. La primera semana de abril puede ser portadora de muy malas noticias para el oficialismo. El Senado de la Nación se apresta a llevar adelante una sesión donde los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla resulten rechazados con el número suficiente, abriendo un escenario de crisis institucional de excepción dado que, de acuerdo a las recientes declaraciones del ahora juez de la Corte nombrado en comisión, su salida sólo sería posible mediante un juicio político.

El desorden libertario que antes era una especie de virtud, hoy aparece como un déficit que impone que cuatro dirigentes de primera línea (diputado, vocero, ministro y presidente) salgan a dar explicaciones sobre un acuerdo que aún no nace, en un contexto de permanente pérdida de reservas, en una misma jornada, ampliando los márgenes de error. Algunas cuentas, como la del título de este artículo, a veces resultan ejemplificadoras de cierto desorden. Más allá de lo quiera contarse.

 (*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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