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Domingo, 21 Diciembre 2025 12:07

Mala praxis Destacado

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Martín Menem, Presidente de la Cámara de Diputados Martín Menem, Presidente de la Cámara de Diputados

Cuántas noches de victorias,
que al otro día eran derrotas.
Me fui cayendo en el barro,
no tengo ni pa'l fracaso

“Traicionero” - La Beriso.

Como una especie de desventura repetitiva, el oficialismo libertario volvió a sufrir un traspié en términos legislativos. La extraña novedad de la semana previa a la navidad fue que, ganando, también perdió. El devenir por la no aprobación del ya famoso Capítulo XI del proyecto de ley de presupuesto resulta tan extraño, que el día jueves asistimos a una serie de rumores, propalados desde Balcarce 50, que indicaban que, si el Senado aprobaba la ley tal y como salió de Diputados, el Poder Ejecutivo Nacional vetaría su propio proyecto. Para algún desprevenido parecería un verdadero sinsentido.

Excluyendo la cuestión económica, a dos años de haber asumido ya puede establecerse que son tres las deficiencias estructurales del mundillo libertario: la falta de gestión en las segundas y terceras líneas (ya se ha naturalizado de manera pasmosa la renuncia de un par de centenares de funcionarios), la soberbia que les hace creer más de lo que son en términos políticos (parece que la lección de lo acontecido con el kirchnerismo no dejó enseñanza alguna para la dirigencia violeta) y una permanente mala praxis en materia de relaciones legislativas que lo expone, sistemáticamente, a una serie de derrotas que en algunos casos resultaban impensadas. Pongamos el foco en las dos últimas.

No nos equivocamos al afirmar que el libertarismo quiso vender a todo el sistema político que lo sucedido en la jornada del 26 de octubre fue un triunfo en toda la línea. El resultado final lo envalentonó y aupado por buena parte de un sistema de medios que le resulta funcional, intentó imponer el relato de que su fortaleza resultaba tan consolidada que la reelección de Javier Milei resultaría un trámite. Junto a eso, no fueron pocos los referentes del otro lado de la grieta que, a mitad de camino de cierta desilusión por las proyecciones previas fallidas y de tratar de ganar presencia en el medio de la desorientación Nac&Pop, también se sumaron a un clima de época donde el libertarismo resulta el dueño de la cancha, de las pelotas y de paso, pone a los árbitros.

Pero hay un problema: el oficialismo cree en esa ilusión. Rompe acuerdos, navega a dos aguas, ningunea a gobernadores con cierto peso específico y no visualiza en su empiria, que el 40% de los votos a su favor, no dejó un espacio libertario excluyente. Los protagonistas de la rosca violeta parecen desconocer dos máximas básicas. 

La primera es que, en un sistema de partidos atomizado, sin contar con mayorías consolidadas, cualquier fuerza política puede hacer su agosto y condicionar el escenario político. Allí andan los poroteadores de votos legislativos revisando el porqué del accionar de diputados que se daban por descontados jugando a favor del Gobierno. El enojo recae sobre sus jefes políticos (Leandro Zdero, Rolando Figueroa, etc.), como si la lógica levanta mano tan característica de no pocos flamantes diputados y diputadas violetas fuera aplicable, sin más, al conjunto de las fuerzas. La temática en cuestión (financiamiento universitario y fondos para la emergencia en discapacidad) tiene una sensibilidad distinta, de la que buena parte de la sociedad argentina ya se ha expresado. No resulta tan fácil volver a las provincias, donde la formación pública a veces resulta excluyente, para dar explicaciones de porqué se vota contra la educación superior o se le quita la ayuda al vecino que padece una discapacidad. No todo es Palermo y su realidad de primer mundo. 

La segunda máxima es aquella que establece que, mientras se atenta contra valores estructurales de una sociedad (educación y salud pública efectivamente lo son para la sociedad argentina), más resistencia va a encontrar un Gobierno que vaya “a por ellas”, necesitando en los hechos, de una fortaleza institucional que el libertarismo, hoy no tiene. Si Milei y sus partidarios interpretan al de Carlos Menem como el mejor gobierno de la historia (después del suyo, obvio), bueno sería que miraran el ejemplo del riojano quien no rompía los acuerdos de los que necesitaba y que hacía un arte de la lógica del convencimiento. 

El libertarismo tiene un problema de raíz: mientras sigue corriendo el arco con la bienaventuranza de que en Agosto de 2026 la inflación comenzará con un cero por delante, cree que puede desarmar una matriz que tiene mucho de cultural, con una representación legislativa que no es masiva, con una mayoría social en su contra (el 60% que no votó a su favor así parece confirmarlo) y en un contexto de estrechez económica que trae de la mano más cuentapropismo, un evidente industricidio (pese al silencio cómplice de la conducción de la UIA) y un aumento de la desocupación en algunas regiones como Rosario.

Con la anuencia de la representación más concentrada de la realidad social argentina (la foto del Consejo de Mayo no es más que el rejunte de personajes de dudosa reputación social), propone una reforma laboral redactada por abogados de empresas que reconocen, al momento de la repregunta inteligente, que semejante bosquejo legal no redundará en mayor ni mejor empleo. En el camino desoye y ningunea lo que tenga para decir la conducción de la Confederación General del Trabajo, institución que no se ha caracterizado en los últimos tiempos por su combatividad y apura la coyuntura legislativa con el intento de sanción de leyes trascendentales en el plazo de escasos veinte días. Más voluntarista y desconectado de la realidad no se consigue. 

En el rechazo parcial de la ley de presupuesto queda demostrado que no siempre, todo se resuelve con la chequera propia. También cuentan las ajenas. No son pocas las quejas de los hipotéticos aliados al libertarismo a los que no se les cumplieron las promesas de partidas para obras de infraestructuras o para gastos corrientes que legalmente les corresponden.

Allí están como ejemplo el ninguneo a provincias de referencia como Santa Fe y Córdoba a las que se les sigue negando la resolución de las deudas previsionales que el Estado nacional tiene con ellas o, para quedarse dentro de los límites que demarca la General Paz, en la oferta bochornosa en tiempo de descuento y en pleno desarrollo de la sesión del último miércoles ofreciendo el pago parcial de la deuda con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y un extra de 21 mil millones a favor del Poder Judicial de la Nación, con manejo del Consejo de la Magistratura que preside un tal Horacio Rosatti (hombre que tiene algunos problemas para tomarse vacaciones), todo ello incluido en el posteriormente fallido capítulo XI que tantas desventuras trajo al mundillo violeta. 

La mala praxis libertaria se parece mucho a la aceleración en una curva: ante el hecho concreto de las dudas de lo que podía suceder con la eliminación de leyes que beneficiaban a las universidades y a las personas con discapacidad al votarse artículo por artículo, impusieron la opción de voto por capítulos para condicionar a todos aquellos que se beneficiaban con todo lo que se incorporó en ese apartado del proyecto. Se apostó al todo o nada. Y fue nada en el capítulo, amplificando cual mancha venenosa, la sensación de derrota al conjunto del proyecto.

Martín Menem y Gabriel Bornoroni siguen sin aprender que el automatismo legislativo tiene sus límites, sobre todo en aquellos legisladores que no son propios, falta de aprendizaje que podríamos achacar a Patricia Bullrich, senadora que funge de activa jefa política libertaria en la Cámara y que cometió la torpeza de imaginar que podía obtener la media sanción de la reforma laboral en escasos quince días de tratamiento en extraordinarias. Todo pasó para el 10 de febrero y quién sabe, estimado lector, apreciada lectora, si estos tiempos son suficientes. Por las dudas, anote una fichita a un escenario donde algunas de estas leyes, tan determinantes para la auto legitimación del gobierno, no terminen tratadas en las sesiones ordinarias a partir del 1 de marzo. Yo avisé.

La semana política a nivel nacional, que comenzó con la expectativa violeta de triunfos mal imaginados, que se desarrolló con victorias que eran derrotas al decir del libertario Rolando Sartorio, y transcurrió en la masividad del rechazo a una reforma laboral articulada para conculcar derechos, confirmó una vez más, que en política no todo es blanco o negro, enseñanza que el mundillo libertario aún no termina de decodificar. Pese a su apuro.

 (*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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