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Fundamentar - Artículos https://fundamentar.com Fri, 26 Apr 2024 22:08:59 -0300 Joomla! - Open Source Content Management es-es Lula vs Bolsonaro: entre la polarización y las expectativas https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6740-lula-vs-bolsonaro-entre-la-polarizacion-y-las-expectativas https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6740-lula-vs-bolsonaro-entre-la-polarizacion-y-las-expectativas Lula vs Bolsonaro: entre la polarización y las expectativas

La victoria obtenida por Luiz Inácio Lula da Silva en el ballotage de las elecciones presidenciales brasileñas, será recordada como un hito en muchos más sentidos que el meramente político. Su centralidad a nivel internacional dio cuenta de las expectativas por el cambio de color político y las consecuencias a nivel interno y externo en un país de relevancia. Pero también sirvió para evocar, tal como un plot twist digno de una buena serie, la llegada al poder de un personaje que hace tan solo dos años estaba preso en una cárcel de Curitiba.

Y, para hacerlo más místico, tras mil y una tribulaciones, gana la elección por poco más de un punto y medio porcentual. No obstante, y aunque hayan pasado más de diez años, el recuerdo de sus éxitos tras dos períodos de gobierno ha jugado un papel fundamental a la hora de explicar este triunfo, por lo que uno de los desafíos inmediatos será moverse en otro tiempo político muy distinto. Sin embargo, la victoria de Lula no se explica solamente por los viejos éxitos de su gestión, sino también por factores que dieron cuerpo a la elección más polarizada de la historia brasileña.

Un primer factor resalta a la vista con solo mirar un mapa con la composición de votos por estados, con un Sur completamente dominado por el bolsonarismo y un Noreste en donde Lula no tuvo competidor. En este escenario, donde las diferencias de voto entre uno y otro candidato se anulan entre sí, entra en juego un segundo factor: las diferencias en estados claves. Así, Minas Gerais, que en estas elecciones fue prácticamente un swing state, volvió a constituirse en el estado testigo de la segunda vuelta, con resultados favorables a Lula —que reflejaron como un calco la diferencia de votos a nivel nacional—.

Por otro lado, el hecho de que la victoria de Bolsonaro en el estado de Sao Paulo fuera por una diferencia menor a la esperada, permitió que los estados con mayor predominio petista le otorgaran la exigua diferencia de dos millones de votos (1.7 puntos) que implicó, a la postre, la victoria de Lula.

Esto último nos lleva al tema de las encuestas. Si los resultados de la primera vuelta fueron los de un acierto a medias, en la medida en que los guarismos fueron mucho más precisos con Lula pero no captaron la capilaridad del bolsonarismo a nivel del electorado, en la segunda vuelta ocurrió exactamente lo mismo. Mientras Lula creció poco más de un punto entre la primera vuelta y la segunda, Bolsonaro creció casi seis puntos, por poco llegando a descontar la diferencia entre ambos a principios de octubre.

Esto debería servir para confirmar algunas nociones a futuro. La primera es que el bolsonarismo está definitivamente arraigado como fuerza en Brasil, y llegó para quedarse. Pareciera que las encuestas no captaron con precisión el nivel del apoyo con el que contaba (y sigue contando) Bolsonaro. Un segundo punto es que los candidatos que quedaron afuera del ballotage no son dueños de sus propios votos.

En una elección donde el electorado estaba fuertemente consolidado a favor de uno u otro candidato, el electorado que optó por terceras opciones (Simone Tebet o Ciro Gomes) decididamente fue a contramano de la bajada de línea de sus dirigentes. Esto no sólo prueba el punto anterior, sino que da cuenta de que el antipetismo es un sentimiento fuerte dentro del voto bolsonarista, que tiene cómo canalizarse electoralmente y que será un punto a considerar en el turbulento contexto social que se le avecina a Lula.

Un tercer punto nos lleva a la relación de fuerzas en el Congreso. La alianza de amplio espectro urdida por Lula ha servido para ganar por la mínima en la segunda vuelta, pero deberá probar su eficacia en un Congreso donde el bolsonarismo duro tendrá un papel relevante como primera fuerza en la cámara baja. Este elemento constituye una variación significativa en el contexto de una correlación de fuerzas similar a la legislatura surgida en las elecciones de 2018.

En este sentido, una incógnita será el papel que cumplirán las mayorías informales (las triple B) que fungieron como apoyos parlamentarios para Bolsonaro. En este punto, las formas políticas propias del presidencialismo de coalición serán fundamentales para sustentar el programa de gobierno llevado adelante por Lula, con el Centrão y el PDMB como actores fundamentales en una trama vital para cualquier proyecto político que se proyecte a futuro.

Más allá de los armados políticos, esta elección, y el tiempo mediato después de ella, estará signada por las narrativas electorales imperantes en la campaña electoral. Así, el binomio democracia vs autoritarismo sostenido por el PT se enfrenta, en una especie de tercer tiempo de largo espectro, con su opuesto entre libertad vs comunismo.

Si bien el primero de ellos se impuso en virtud del resultado electoral, las movilizaciones por parte de militantes bolsonaristas que no aceptan el resultado de las urnas sugieren que la díada sostenida por Bolsonaro continúan vigentes y propone un desafío inédito para el gobierno entrante: cómo enfrentar a los sectores más radicalizados, atravesados por otras narrativas —las de la posverdad— y que a estas horas se manifiestan en los cuarteles buscando la intervención del ejército. En este sentido, y tal como quedó plasmado en Estados Unidos con el asalto al Capitolio, lo que parece haberse roto es el pacto social por el cual los que pierden reconocen el resultado y no cuestionan el sistema electoral.

Siguiendo esta línea argumental, Bolsonaro no ha reconocido ni una ni otra. Su silencio por largas 48 horas y su declaración posterior ante la prensa —que abrió la puerta al proceso de transición—, estuvieron plagadas de mensajes contrapuestos. Mientras validó los cortes de ruta (cuya desobstrucción pidió recién el miércoles a la noche), esperaba apoyos institucionales que no se dieron, como los del sector empresario, el del agronegocio y, sobre todo, el de personalidades afines a su núcleo político, quienes reconocieron —con distintos tonos— la victoria de Lula, haciendo más pronunciado el aislamiento relativo de Bolsonaro tras la derrota.

Esto último hizo pensar en una división entre el bolsonarismo electoral y el institucional, e incluso se especula en una división dentro del propio Partido Liberal entre un sector afín a colaborar con el gobierno entrante y otro refractario a ello. En cierto sentido, Bolsonaro quedó prisionero de sus propios movimientos políticos. Reconocer la victoria de Lula implicaba alienarse de sus votantes, sobre todo de su núcleo duro. Incluso el llamado a desobstruir las rutas fue tomado por su militancia como otra fake news.

Como sea, todo esto no invalida el carácter de Bolsonaro como líder de la oposición futura, y los desafíos orbitarán en el orden de cómo articular tanto con los sectores radicales que apoyan su narrativa, como con el bolsonarismo institucional que acata las reglas del juego político.

Los discursos de Lula da Silva, al certificarse su victoria, orbitaron sobre aquella narrativa vencedora, pero además sirvieron para reinaugurar un tono mesurado y programático opuesto al predominante bajo la administración Bolsonaro. Al desafío social que supone (volver a) sacar a Brasil del mapa del hambre y poner el medioambiente en el centro, se le suma el retorno al mundo y la voluntad de jugar fuerte en espacios como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y los BRICS.

Si bien es cierto que el armado electoral amplio que le resultó indispensable para ganar la segunda vuelta puede condicionar algunas de sus propuestas de base, no menos cierto es que la propia figura de Lula funge como capital a la hora de reestablecer relaciones con actores de relieve en temas centrales como los mencionados, en un esperado retorno de aquella política activa y altiva que caracterizó su período anterior. La pregunta es si el conflicto interno se superpondrá a su papel como actor internacional global, en un mundo que no es el de 20 años atrás cuando asumió su primera presidencia.

Tal vez el condicionante más importante a superar sean las percepciones del mundo. En una arena internacional agitada por la guerra en Ucrania, la disputa entre Estados Unidos y China y variados conflictos regionales, el margen de maniobra con el que cuenta Lula será mucho menos permisivo y mucho más coactivo en función de las expectativas de los principales poderes respecto a cómo el nuevo gobierno se posicionará en torno a este escenario. De cualquier forma, si a nivel interno regresa la política, en lo externo el Norte mundial espera a Lula. Y no sólo las grandes potencias.

Nuestra región cuenta por primera vez un contexto de coincidencia ideológica por parte de los tres países rectores de la región, a los cuales se suma Chile y Colombia. En un retorno de una marea rosa —claramente distinta a la primera— el potencial de interlocución política es prometedor en un mundo que tiende a regionalizarse y cerrarse sobre sí mismo. De esta forma, a la mayor densidad institucional (reformateo de UNASUR, mayor perfil de CELAC, redefiniciones del papel de MERCOSUR) se le suma el desarrollo en nuevas tecnologías, la interconexión logística regional, el papel central en cuestiones medioambientales y un rol más activo de la industria.

Finalmente, y por fuera de los desafíos y los imperativos políticos que enfrentará el viejo líder, es interesante tratar de interpretar qué expresa realmente el retorno de Lula. Tal vez, parte de la respuesta esté en las diadas a las que nos referíamos anteriormente. Hace 20 años el debate se centraba en la discusión entre Estado y Mercado, y la victoria de Lula en 2002 se daba en el marco de la retirada del neoliberalismo regional. El escenario presente es muy distinto y mucho más desafiante, con una extrema derecha definitivamente enraizada en Brasil, con representantes en varios de sus vecinos.

Quienes abogaron por el fin de la historia ven refrendado su error: las ideologías importan, y esta dimensión es la que sustenta la díada democracia vs autoritarismo, la cual vuelve a tener vigencia luego de 40 años en otro contexto. En este marco, Lula y Bolsonaro prometen ser los protagonistas de una disputa política tensada al máximo, pero eso será materia para los meses que vendrán. Lula ha vuelto, y la región —y el mundo— respiran aliviados.

(*) Gisela Pereyra Doval es Doctora en Relaciones Internacionales (UNR). Investigadora del CONICET y Profesora de Problemática de las Relaciones Internacionales (UNR) Argentina. Sígala en @DovalGisela

(**) Emilio Ordoñez es Investigador, analista internacional en el portal Fundamentar.com y columnista radial en diversas emisoras de Argentina y el extranjero. Sígalo en @eordon73 

FUENTE: El Sol de Cuernavaca

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hola@fundamentar.com ( Gisela Pereyra Doval (*) y Emilio Ordoñez (*)) Opinión Sat, 12 Nov 2022 10:49:44 -0300
¿Por quién doblan las campanas? El capitán, progenitor del desastre https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6450-por-quien-doblan-las-campanas-el-capitan-progenitor-del-desastre https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6450-por-quien-doblan-las-campanas-el-capitan-progenitor-del-desastre Dolor. Con más de tres mil muertes diarias por covid, Brasil es hoy epicentro de la pandemia.

a actual crisis política brasileña es tal vez la más profunda que ha atravesado la administración Bolsonaro. Más grave que la renuncia de Moro, más que la Rebelión de los gobernadores del año pasado. Como aquéllas, ésta también es producida y acelerada por el avance del Covid; pero la diferencia es que ahora los números de la catástrofe en muertos y contagiados han comenzado a restarle apoyos clave a Bolsonaro. El revés del empresariado, el Congreso, la opinión pública, y una parte de las Fuerzas Armadas, deja al presidente sin soportes y con la necesidad de reestructurarse y reestructurar su cerco de poder. 

Las renuncias de Eduardo Pazuello (Salud), Ernesto Araújo (Exteriores) y Fernando Azevedo (Defensa), desencadenaron el reacomodamiento del secretario de Gobierno, el jefe de Gabinete, Justicia y Procuraduría de la República y coadyuvaron al reemplazo de la cúpula castrense, lo que marca la celeridad de la crisis. Ésta asume un nivel más profundo en la medida en que las divisiones al interior del Ejército en torno a la politización de su papel en la actual administración se hacen visibles, incluso con los nuevos nombramientos en las Fuerzas. Con la catástrofe sanitaria como telón de fondo asistimos a una doble vertiente de la crisis institucional: una política y otra castrense.

En particular, el papel del Congreso sorprende por su audacia en las últimas semanas, si se piensa en que ya había aprestos de un cuestionamiento del apoyo a Bolsonaro, apoyo que representa la virtual reedición del presidencialismo de coalición en un gobierno que había prometido desterrar esta política. El proyecto de despojar a Bolsonaro de la capacidad de establecer políticas sanitarias y de ser el propio Congreso quien las efectivizara, y viceversa, la intención de Bolsonaro de reunir en sus manos todo el poder decisorio, constituyó el primer mojón de un creciente divorcio entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo. El divorcio con el Poder Judicial ya lleva un tiempo, y con seguridad será agudizado por la restitución de los derechos políticos a Lula da Silva. 

Las salidas de Pazuello y de Araújo son parte de un proceso de desvinculación del “centrao” con el gobierno, algo inédito dado que los presidentes de Diputados y Senadores forman parte de la base de apoyo política del gobierno. Justamente, la intención de estos reemplazos es retener el soporte del centrao así como reforzar el control de las FF.AA. En este sentido, el nombramiento de Carlos França como canciller es un guiño a la moderación y el pragmatismo, pero subordinada al olavismo bolsonarista.

Este recambio de figuras en el Gabinete no es solo expresión cabal de la crisis política impulsada por el descalabro sanitario. El nudo gordiano de la actual coyuntura es la mencionada disputa, ahora abierta, entre dos visiones contrapuestas al interior de las FF.AA. sobre su papel en el proceso político actual: una visión institucionalista, que defiende el no involucramiento político del sector castrense, enfrentada a un proyecto que sostiene las decisiones políticas provenientes del Planalto. El proyecto para declarar el estado de emergencia –para derogar las cuarentenas sanitarias mediante el uso tanto del Ejército como de las fuerzas policiales–, desató los temores de un autogolpe en el plano político. Esto fue interpretado por el sector militar como una ruptura al profesionalismo defendido tanto por Azevedo como por las renunciadas cabezas de las tres Armas, en un contexto en el que la imagen del Ejército comienza a acompañar cuesta abajo la decreciente opinión pública sobre Bolsonaro y su manejo de la pandemia.

Todo esto ocurre en un nuevo aniversario del Golpe de Estado de 1964, reivindicado por Bolsonaro, su vicepresidente y parte de su gabinete. Aunque hay algunas pequeñas señales, la oposición sigue dividida en una crisis de hegemonía. Hasta ahora están desagregados y sin proyectos comunes. De este lado de la frontera esperamos que si no los une el amor, los una el espanto.

*Doctora en Relaciones Internacionales. Profesora de Problemática de las Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR. @DovalGisela

**Investigador en el Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI) de Rosario. Analista internacional de Fundamentar y columnista radial. @eordon73

FUENTE: Perfil

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hola@fundamentar.com (Gisela Pereyra Doval* / Emilio Ordóñez**) Opinión Wed, 07 Apr 2021 16:14:59 -0300
De pivote a proxy. El occidentalismo rígido de la política exterior bolsonarista https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6388-de-pivote-a-proxy-el-occidentalismo-rigido-de-la-politica-exterior-bolsonarista https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6388-de-pivote-a-proxy-el-occidentalismo-rigido-de-la-politica-exterior-bolsonarista De pivote a proxy. El occidentalismo rígido de la política exterior bolsonarista

La aparición de la figura de Jair Bolsonaro en la escena internacional, aunque controvertida, no es un fenómeno aislado ni puede considerarse como una excentricidad asociada a un proceso político social específico. Más bien, su surgimiento y estadía se enmarcan en una coyuntura internacional en la que predomina –no sin contestación– el ascenso al poder de fuerzas políticas de derecha.

Aunque en algunos aspectos Bolsonaro establece rupturas con respecto al contenido habitual de la diplomacia brasileña, uno de los puntos de continuidad más claros con modelos más tradicionales es la relación preferente con Estados Unidos, con distinta intensidad pero siempre presente. La articulación de relaciones bilaterales preferentes, así como el carácter “especial” atribuido a ellas, está en el corazón del americanismo como uno de los ejes de la política exterior brasileña, el cual reconocerá matices en diferentes etapas históricas. La contraparte del americanismo brasileño, por el lado estadounidense, fue la importancia otorgada a Brasil como llave del subcontinente.

Sin embargo, en este periodo, la relación bilateral asume un carácter inédito, bajo el supuesto de que la singularidad que adoptan estos vínculos se fundan en factores que exceden lo meramente político. Para ello, construimos la categoría de Estado proxy, el cual, a nuestro entender, responde a la política externa de Bolsonaro.

El juicio político a Dilma Rousseff en 2016 constituyó, en los hechos, el cierre de la etapa universalista de la política exterior brasileña. Tras el interregno de Michel Temer en el que la presencia y la intensidad del despliegue exterior brasileño se redujeron notablemente, sobre todo en comparación con el periodo de la diplomacia presidencial activa y altiva de Luiz Inácio Lula da Silva, el gobierno de Bolsonaro imprimió un perfil inédito a la formulación de la política exterior brasileña mediante la adopción de un occidentalismo rígido que vincula inextricablemente la orientación externa de Brasilia a los intereses nacionales de Washington. Adicionalmente, la pandemia de coronavirus, que colocó a Brasil como uno de sus epicentros mundiales con sus conocidas repercusiones en lo local, ha reforzado esta orientación externa, agregando una nueva dimensión de vinculación con la potencia hegemónica que confirma estas tendencias y produce, al mismo tiempo, nuevas rupturas con las antiguas tradiciones de política exterior.

Brasil pivote: la clase media mundial
La idea de Estado pivote se remonta a la geopolítica de fines del siglo XIX y comienzos del XX y es un término acuñado por Halford John Mackinder cuando, en 1904, escribe El pivote geográfico de la historia. Para Mackinder, un área pivote era un territorio que, quien lo controlara, podía dominar el mundo desde allí.

En una reinterpretación más contemporánea, Estado pivote tiene dos acepciones que responden a visiones más negativas u optimistas. La primera se refiere a lo que se llamó también efecto dominó y alude a un Estado lo suficientemente importante como para desestabilizar a toda una región e, incluso, al sistema internacional en su conjunto en caso de una crisis. En principio, la inestabilidad correspondería con una amenaza externa (lógica Este-Oeste). No obstante, en la actualidad, el desorden provendría desde adentro. La acepción más positiva de Estado pivote tiene que ver con lo que Paulo Schilling y Henry Kissinger llamaban Estado llave y que alude a la idea de que el Estado en cuestión tiene la capacidad de influir en el resto de los Estados de su región en orden de sus acciones y de establecer la agenda. La imagen de llave remite a lo necesario para abrir la puerta de la región. Pero también es importante decir que Brasil “compró” el discurso de ser clave para Estados Unidos y actuó en consecuencia, aunque (casi) siempre esperó una contraprestación a cambio: un pivote debe beneficiarse de la alianza con Estados Unidos. Este será el sesgo predominante en el despliegue de la política exterior brasileña al menos hasta 2016. El gobierno de Lula fue particularmente interesante en este sentido pues, a pesar de estar enmarcada en un modelo universalista de política exterior, la relación bilateral no sufrió grandes consecuencias, sino todo lo contrario, ascendiendo a Brasil a la categoría de potencia emergente.

En este sentido, como pivote, Brasil ha asumido en el pasado una especie de papel de clase media del sistema internacional en vistas de sus tendencias de desarrollo, sus estructuras socioculturales y, por sobre todas las cosas, sus potencialidades. Ahora bien, lo que resulta significativo de ser la clase media internacional es la percepción que estos países tienen de sí mismos y, en consecuencia, de sus aspiraciones. En este sentido, hay países que, aunque en cuanto a índices cuantificables tienen cifras elevadas, tienen una autopercepción que los une a los Estados menos desarrollados y, viceversa, Estados que se tienen en muy alta estima aunque no estén en los lugares más altos de los listados internacionales. Aquellos Estados que tienen mayor conciencia de su pertenencia a la clase media internacional son los más capaces para proyectar su “poder” tanto para desplegar su liderazgo regional como para ejercer influencia en el sistema internacional. Sin embargo, para poder consolidar su estatus y ejercer su papel en los reclamos de poder mundial, a nivel internacional los Estados medios deben pactar alianzas. En este punto hay la posibilidad de que la clase media pacte alianzas con dos tipos de Estados: la “élite” (ya que la clase media aspira a ser parte de la misma), que aceptará la alianza siempre y cuando esté dispuesta a una cierta difusión de poder en la jerarquía internacional, o que, en el caso de un rechazo del reacomodo o de rigidez del sistema, pactará con el “sector proletario” de la sociedad internacional. De elegir esta última opción, la clase media puede estructurar, junto con el proletariado, acciones comunes para desplazar a la élite en beneficio de ambos. En el caso de los Estados pivote, se negocia con la élite. Sin embargo, desde el ascenso de Bolsonaro, observamos una nueva tendencia: el surgimiento de Brasil como Estado proxy.

Brasil proxy: el occidentalismo rígido de Bolsonaro
El nuevo americanismo en clave de occidentalismo rígido se corporiza en el intento de desvinculación de tratados internacionales, como el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular de la Organización de las Naciones Unidas o el Acuerdo de París sobre cambio climático; la voluntad de destruir o reformular los organismos económicos y políticos regionales sin proyectar vocación de liderazgo en estos procesos; la estigmatización del arco progresista local, regional y mundial a partir de un discurso pretendidamente desideologizado (la persecución a los partidos de izquierda y a actores como movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales); la virtual anulación de Itamaraty como generador y decisor de política exterior, y el enfoque adoptado por Bolsonaro para enfrontar la pandemia del covid-19, que excede los límites de la política pública sanitaria para transformarse en una dimensión más del tránsito de Estado pivote a Estado proxy.

La idea detrás de esta nueva forma de vinculación frente a la potencia regional es introducir a Brasil en una lucha civilizacional en la que está en juego “el alma de Occidente”, a tono con la prédica liderada por el presidente estadounidense Donald Trump, y Brasil debe formar parte de esta lucha. El enfoque civilizacional, así entendido, permea todas las áreas de acción de la política brasileña y se trasluce en diversos puntos de agenda tanto a nivel regional como internacional. Lo interesante es que el enfoque dado por Bolsonaro a estos puntos de agenda no solo fueron coincidentes discursiva y pragmáticamente con los de Estados Unidos, sino que la “correa de trasmisión” hacia los actores recipiendarios mostró su eficacia mediante la adopción de discursos similares en países vecinos. Por ejmeplo, la securitización de la agenda inmigratoria trumpista no solo encontró eco en Brasil sino que se tradujo, con sus matices, en la agenda interna argentina y uruguaya. El tratamiento de la crisis política venezolana, con su coletazo en la cuestión migratoria regional, es otro ejemplo claro en el abordaje de los tiempos de la crisis, adoptando un discurso nacionalista e intervencionista, u otro más sosegado, según la lectura de los tiempos de la crisis promovida por Washington. De la misma manera, la estrategia actualmente adoptada por Bolsonaro para abordar la actual pandemia se inserta en estas líneas de acción. En este sentido se verifica una unidad de discursos y acciones entre Brasil y Estados Unidos tanto en lo referente a la modalidad de confinamiento social como al controvertido uso de la cloroquina como tratamiento para el coronavirus, conformándose una “dimensión sanitaria” en la relación entre ambos países. A su vez, presenta coincidencias con algunos aspectos del occidentalismo rígido, como el cuestionamiento a la Organización Mundial de la Salud sobre el papel de coordinador de los esfuerzos globales de combate a la enfermedad, o en la inserción de este discurso en una dicotomía izquierda/derecha funcional, tanto a la variable macro como a la disputa política interna.

Lo sustancial al mencionar estos ejemplos es, precisamente, remarcar su contrario: la ausencia de una “correa de transmisión hacia arriba”, hacia los repartidores supremos, en clave puigiana. Acorde con la vocación reformista y de liderazgo mostrada por Brasil en la década de 2010, hubo momentos en que el país elevó sus pretensiones en nombre de la región y en búsqueda de usufructuar el carácter autopercibido de potencia regional. En este sentido, la identificación de Bolsonaro con las posiciones de Trump, imbuida de este carácter civilizatorio de época, tienen un doble efecto: desvincula a Brasil de la agenda regional y erosiona su papel como referente “hacia arriba”, puesto que renuncia voluntariamente a hacer uso de aquél diferencial de poder proveniente del reconocimiento de Estados Unidos como pivote regional para acrecentar su prestigio regional e internacional, haciendo de los vínculos entre Washington y la región un camino de una sola dirección, hacia abajo. La renuncia al diferencial de poder involucra también la ausencia de búsqueda de beneficios para Brasil. En definitiva, esta renuncia daba lugar a un altruismo inteligente en las relaciones bilaterales entre Brasil y Estados Unidos; la unidireccionalidad de las demandas y la adopción acrítica de la agenda estadounidense, englobada en la adopción de una concepción civilizatoria que permea tanto la política interna como las vinculaciones externas –incluidas las regionales– son los elementos que comportan el carácter específico de la agenda exterior bolsonarista y que ha llevado a Brasil de ser un Estado pivote a convertirse en un Estado proxy.

Esto no implica en ningún caso que la política estadounidense hacia Sudamérica dependa exclusivamente de Brasil, sino que se plantea la funcionalidad del Estado proxy con respecto a las políticas de Estados Unidos hacia la región que, por lo demás, son coherentes con las impulsadas a nivel mundial, que se vuelven a un rechazo de cualquier esquema de gobernanza global y priorizan las relaciones bilaterales. El Estado proxy solo funge como representante de los lineamientos básicos de Estados Unidos y procura su difusión regional, mientras que Washington se reserva total autonomía en su formulación de la agenda regional e, incluso, en el cambio de los lineamientos “hacia abajo” que el Estado proxy puede transmitir.

Esta forma inédita que adopta la intensidad del vínculo de Brasil con la potencia difumina los límites entre la formulación de una política exterior autónoma y la simple aceptación de los postulados provenientes del Norte, de manera que, lejos de racionalizar el carácter subordinado autopercibido de Brasil en materia de inserción externa, se asume in totum la línea política llevada adelante por Trump. De esta forma, Brasil dejaría de constituir un aliado con autonomía para ordenar la región, para convertirse en un representante directo de los intereses y postulados de Estados Unidos.

El nudo del tránsito de Estado pivote a Estado proxy es que esta relación de intercambios mutuos, como presupuesto de la formulación de una política exterior autónoma, permanecerá difusa. En este sentido, no se trata solo de una estrategia de convergencia con la agenda del hegemón regional, sino de una virtual subsunción de agendas, en la cual los objetivos del hegemón y del subordinado se unifican.

Básicamente lo que cambia es que, aun en el caso en que podamos calificar la política exterior de Bolsonaro como americanista, su orientación toma la agenda estadounidnese como propia y la transmite a la región “a su cargo” desde un lugar de guía moral, pero sin obtener nada a cambio ni ordenarla con base en su interés nacional. Visto de esta manera, proxy es la ausencia de objetivos propios.

Para Bolsonaro y su círculo cercano, el alineamiento irrestricto con Estados Unidos es la única opción viable. El problema surge aquí porque objetivos y alternativas de acción se confunden estableciendo una línea borrosa en la persecución del interés nacional que, en última instancia, es la razón de ser del diseño y formulación de toda política pública; es decir, la libertad de acción en la esfera internacional debe o debería estar condicionada por el interés nacional. En este caso, el interés nacional, establecido por los diversos modelos de autonomía o desde los dos modelos tradicionales (americanismo y universalismo), involucra la supervivencia del Estado y la defensa de sus intereses en un marco que confunde nociones tradicionales con un enfoque existencial en el cual el carácter moral brasileño está en riesgo y hay que defenderlo de los enemigos, en particular de la izquierda.

A modo de cierre
El surgimiento del fenómeno Bolsonaro, además de una consecuencia de condiciones internas que permiten su ascenso, es un correlato de la derecha en la política internacional, coronada por la asunción de Trump al frente de la Casa Blanca. La contestación de este fenómeno por parte de las fuerzas de izquierda a nivel internacional se da mediante un “choque de concepciones” por medio de las cuales se pone en juego el consenso liberal surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial: el orden internacional liberal. En este debate se cuestionan tanto los axiomas tradicionales de la política mundial como los nuevos temas surgidos al calor del proceso de globalización. De esta manera, la relación especial trasatlántica entre Estados Unidos y Europa, el ideal kantiano de que las democracias no pelean entre sí, el wilsonianismo que define buenos y malos gobiernos (en el caso de Estados Unidos durante el gobierno de Trump, al menos), la temática del cambio climático, entre otras nociones, conforman un relato en permanente debate.

En esta discusión es que se enmarca el cambio inédito de la orientación política exterior de Brasil durante el gobierno de Bolsonaro. Tanto la noción del papel que debe desempeñar Brasilia en la región y en el mundo –presupuesto válido también en un escenario posterior a la pandemia– como la particular percepción por parte del Presidente brasileño, conforman el fundamento principal del tránsito hacia lo que hemos llamado Estado proxy. Es por esto que este tránsito puede muy bien ser entendido como una forma de adaptación y asimilación de la política externa brasileña al “choque de concepciones” a nivel mundial que adoptaría, en el caso brasileño, las formas de un americanismo intenso en lo regional y un occidentalismo rígido en lo internacional.

Una última cuestión se refiere a la perspectiva de futuro de esta estrategia de inserción. El tránsito hacia el Estado proxy supone una percepción de Brasil en la primera línea de defensa de un mundo occidental teóricamente en peligro, la cual no parece haber cambiado con el advenimiento del coronavirus ni con la crisis sanitaria generada por la ausencia efectiva de políticas impulsadas por el gobierno de Bolsonaro, ya que la “dimensión sanitaria” fue integrada efectivamente al conjunto de ideas que posibilitaron este tránsito. Sin embargo, el proceso de reconfiguración del orden internacional acelerado por los efectos del covid-19 ha generado señales poco auspiciosas en términos de la participación activa de Brasil en un escenario posterior a la pandemia.

En este sentido, la iniciativa de Trump de reformular el G-7 dada a conocer a finales de mayo de 2020, dejando a Brasilafuera de la misma e incluyendo a otras potencias medias como Australia, Corea del Sur  y la India, representa un llamado de atención en torno a los grados reales de inserción futura de Brasilia. Esto se suma a otros gestos de igual calibre, como el cierre de aeropuertos a vuelos provenientes de Brasil o las declaraciones de Trump comparando los efectos de la discutida política sanitaria sueca con la llevada adelante por Bolsonaro, lo que confirma tanto la unidireccionalidad de las demandas transmitidas por medio de la “correa de transmisión” como la discrecionalidad de Washington para cambiar el sentido de dichas demandas.

Como sea, la apuesta brasileña por profundizar su condición de Estado proxy continúa tanto en gestos como en políticas. Aun en medio de los cambios que propone la pandemia, en Brasil, el americanismo volvió para quedarse.

 

FUENTE: Foreign Affairs

(*) Doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina. Es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y profesora de Problemática de las Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR.

(**) Analista internacional de Fundamentar. Investigador en el Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI).

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hola@fundamentar.com (Gisela Pereyra Doval (*) y Emilio Ordóñez (**)) Opinión Fri, 19 Jun 2020 09:56:21 -0300