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Fundamentar - Artículos https://fundamentar.com Fri, 19 Apr 2024 22:18:05 -0300 Joomla! - Open Source Content Management es-es Reescribir la historia https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6786-reescribir-la-historia https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6786-reescribir-la-historia Reescribir la historia

Con la proa puesta al debate del domingo 1º de Octubre en Santiago del Estero, los tres candidatos más importantes sobrellevaron la última semana de setiembre con distintas estrategias de campaña. Javier Milei se “guardó” por unos diez días. Su equipo de comunicación no resultó nada preciso en explicar las razones, en una semana en donde el ministro de Economía debía, de acuerdo a lo establecido por ley, dejar de realizar anuncios de cara a la gestión, cuestión que ha resultado fundamental para que Sergio Massa haya comenzado a aparecer competitivo, mientras que Patricia Bullrich, a la vez que se muestra con el conjunto de gobernadores e intendentes electos del propio espacio, lucha denodadamente para que el mismísimo Mauricio Macri cambie su estrategia política de desgaste interno a los propios y a los no tan propios.

La ausencia del economista, sirvió para hacer visible a parte de la estructura política que, se da por descontado, se referencia en su conducción y el resultado dejó varios elementos a la vista. Uno de ellos, su forma de entender los hechos sociales y políticos que brindan los procesos históricos. Recorrido por días donde algunos desean reescribir la historia de una forma muy particular. Pasen y vean. Están todos y todas invitadas.

En el día a día de la política, mucho más en la cotidianidad de una campaña electoral, los espacios se ocupan. A fuerza de apoyo mediático, inteligencia discursiva y votos en las urnas, Milei supo ganarse una centralidad que no siempre se puede mantener de manera constante y el efecto sorpresa parece estar pasando. La dolarización, la utilización de vouchers para la educación o la dinamita sobre el Banco Central hace un tiempo que dejaron de ser novedad en el formato de la promesa. La campaña atraviesa esa etapa donde, con los candidatos ya consolidados, empieza el período de re pregunta del cómo hacer aquello que se promete. Podrá hacerlo la prensa especializada en el mano a mano de una entrevista o será el mismo electorado quien busca los canales apropiados para descubrir el cómo se hará de aquello que pueda interesarle.

Cuando, en un contexto como el descripto, un dirigente se guarda (por las razones que fueren y más allá de las operaciones que desarrollen para explicarlas), ese espacio debe ocuparlo alguien propio que represente de alguna manera las formas y el fondo del proyecto.

En la semana que pasó, resulta indistinto descubrir si fue planificado, producto de las carencias, las casualidades o las causalidades, el espacio libertario se vio representado por tres referentes que fueron más allá que el propio líder en esto de cuestionar ciertos procesos históricos: si Milei puso el inicio de los males argentinos en la implementación del voto libre, secreto y universal que consagró a Hipólito Irigoyen como el primer presidente elegido a través del voto popular, sus acólitos fueron mucho más allá en el tiempo y en lo conceptual.

Rodrigo Marra, candidato a Jefe de Gobierno porteño, en un formato casi adolescente, reivindicó el españolismo como algo bueno per se, no le prestó demasiada atención al genocidio perpetrado por la conquista, criticó la mirada con la que ha trabajado el Canal Paka Paka el proceso y, con sus dichos (aparentemente se lo contó la madre que es profesora de historia), terminó referenciando al espacio individual, íntimo y privado como una fuente superior del saber.

Emilio Ocampo, asesor del candidato libertario e hipotético presidente del Banco Central, cuestionó la figura de José de San Martín, negándole la idea de paternidad de la Patria, “ya que nos abandonó” y como todos sabemos un buen padre no abandona a sus hijos. Aquí prevalece una doble deslegitimación a todo lo que el correntino expresa: a la idea de lo que representa su figura como artífice de una América independizada y al mito fundante de una argentinidad que supo retratarlo de diversas maneras, sea desde el héroe impoluto o desde el reflejo de un hombre imperfecto pero con un definitivo compromiso con la tierra que había nacido. Tal vez habría que ahondar en ciertos lazos familiares de Ocampo que, a la sazón, resulta descendiente directo de Carlos Alvear, enemigo político de San Martín.

Por su parte, el economista Martín Krause, supuesto referente del área de educación del mundo libertario, planteó la irresponsable, estigmatizante y provocadora pregunta sobre si no hubiera sido mejor que a la Gestapo la integrasen argentinos. Afirmó: “Porque en vez de matar 6 millones de judíos hubieran sido menos. Hubiera habido coimas, ineficiencias o se hubieran quedado dormidos, pero eran alemanes. Ese fue el problema que hubo”. El comentario recibió cuestionamientos de todo tipo y color pero refleja, antes que nada una forma, bastante cínica por cierto, de concebir la vida comunitaria.

Los tres ejemplos sirven para preguntarnos si los integrantes de este libertarismo del siglo XXI son ignorantes o negadores. Si son brutos o perversos. O sí, en definitiva, no son un poco de cada una de esas cosas. En esta forma de abordar la historia, aparecen dos diferencias de grado con lo que hemos conocido hasta el presente.

En lo reciente, el macrismo que resulta primo hermano de ciertas formas del libertarismo, ponía el foco de nuestros problemas en la irrupción del peronismo como hecho social, económico y político. El quid de la cuestión radicaba en los 70 años de vigencia del movimiento fundado por Juan Perón y Eva Duarte. El kirchnerismo, como el mejor y más actual alumno de esa prosapia, debía ser extirpado de la vida social argentina. Era (y es) la lógica del enemigo presente.

En el Macri iletrado, tan digno representante de la derecha actual y tan contrapuesto a la de los comienzos del siglo XX, anida por su origen un desprecio de clase y un rencor añejo, el cual se apalanca en la fachada de una posmodernidad que habría permitido cierto desarrollo humano producto del ADN de otras nacionalidades y etnias.

En lo más antiguo, fue el llamado revisionismo histórico el que puso blanco sobre negro en la forma de entender los hechos del pasado, en encontrar lo que se había ocultado y en reivindicar muchas formas que avergonzaban a nuestras elites. Así descubrimos por ejemplo, que San Martín era mestizo, que Belgrano ya no fue sólo el creador de la bandera sino un hombre con una convicción tal que, siendo abogado, la coyuntura y sus convicciones lo llevaron a convertirse en militar, y que en el norte del país un hombre de la talla de Martín Miguel de Güemes había sido fundamental en la consolidación del proceso independentista.

Pero en esas diferencias irreconciliables, la historiografía mitrista y la revisionista, ponían el eje en algún punto común. El período que va de mayo de 1810 a julio de 1816 podía ser interpretado de múltiples maneras, pero existía un consenso mínimo en una idea de argentinidad.

En su mirada sobre lo histórico para, de alguna manera, poder explicar el presente, el libertarismo argentino niega cualquier tipo de coincidencia preexistente. Ya no se trata sólo del negacionismo de Victoria Villarruel y de su militancia para reivindicar el terrorismo de Estado como forma de disciplinamiento colectivo, sino de reescribir y dar otra impronta a una historia sobre la que existían mínimos consensos.

En los tres ejemplos de la semana y en su relación de parentesco con el macrismo, lo que subyace es una especie de construcción de sentido sobre la inevitable e irrefrenable fatalidad argentina, fenómeno de construcción discursiva y política que no es nueva, pero que en los tiempos de ciertas derechas fulgurantes, cobra nuevos sentidos.

Sobre el 120% de inflación anual, o sobre el 40% de pobreza que se confirmó esta semana, se monta un sentimiento de vergüenza de lo que somos y de lo que no pudimos ser que intenta borrar cualquier vestigio de cosa común que nos sintetice. En este sentido, la tensión de la díada casta/no casta, opera antes como instrumento electoral que como posible ordenador con un principio de justicia de vida social. Basta ver los lineamientos políticos que ha ido construyendo Milei en este último tiempo entender el carácter relativo de la grieta que propone.

Queda por insistir entonces, en la infatigable tarea de estar atentos. El andamiaje libertario no opera exclusivamente sobre la hipotética efectividad de sus delirantes propuestas sino que, previamente, deberá deconstruir una forma de entender aquello que hemos sido en el pasado antiguo y en el reciente. Sus promesas no se asientan sólo en la necesidad de barrer con todo lo que, supuestamente está mal, sino que necesita de un anclaje conceptual que le dé sentido en una historicidad donde habríamos hecho todo mal. La culpa como motor justificador de las transformaciones que nos harían volver, tal el deseo del libertarismo, a un estado casi precapitalista. Si algo ha tenido de bueno la coyuntura de este electoral 2023, es que ha mostrado claramente la especificidad de algunas propuestas ideológicas. La verdad está al alcance de la mano. Sólo queda saber interpretarla en términos políticos.

 (*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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hola@fundamentar.com (Miguel Gómez (*)) Opinión Sun, 01 Oct 2023 09:14:08 -0300
No era una sola https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6580-no-era-una-sola https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6580-no-era-una-sola No era una sola

El viento trae una copla,
recuerdos del huracán,
que un día me partió un ala,
y me hizo caer,
hasta acá que me arrastré…

Bersuit Vergarabat

La semana que pasó resultó pródiga en recuerdos e invocaciones a la sanción y puesta en vigencia de una medida que hizo historia en la vida económica, social y política del país y del que por estos días se cumplieron 20 años: el corralito. Como muchas veces suele pasar, abundaron los análisis sobre los perjuicios, la impracticabilidad y las consecuencias de la medida. No pocos se quedaron en cierta superficialidad de lo que suponían las restricciones a poder retirar 250 pesos / dólares de manera semanal de los cajeros. Pero hay algo más para decir. Repasemos.

Desde el comienzo digamos que muchas veces el país fue pensado como un laboratorio productor de medidas que en otros confines podrían resultar imposibles de poner en vigencia. La pregunta de rigor refiere a si tiene sentido discutir, hoy, esa resolución, descontextualizada y sin una serie de factores que la fundamentaban. Lo explicamos para que nadie se confunda: a lo largo de la historia pueblos y comunidades han sufrido restricciones mucho más severas y han podido salir adelante. Un par de ejemplos concretos: Winston Churchill emergió como un líder fortalecido luego de la 2da Guerra Mundial más allá de las limitaciones que vivió el pueblo británico. Y para los desprevenidos que siempre reivindican e idealizan aquello que sucede en la culta Europa, les recuerdo que hace casi 40 años, el pueblo argentino, se desprendía de sus bienes personales más preciados, en la emisión de un programa de televisión que duraba 24 horas y que armó una fenomenal recaudación para “sostener” la guerra de Malvinas.

Cualquier comunidad puede enfrentar tiempos de restricciones. Lo que debe entenderse es que hay condicionantes y contextos que potencian y justifican el éxito o el fracaso de una medida. Sea del tipo que sea. El corralito no es la excepción. Desde sus fundamentos económicos que su creador sigue defendiendo, el mismo que había tenido la “genial” idea de estatizar la deuda externa privada argentina allá por 1982 y que había sacado de la galera, cual mago de ocasión con su conejo blanco e inocente, esa Convertibilidad que sirvió en un primer momento para frenar la inflación pero que con el tiempo dejó de a pie a millones de argentinos. Y, además, debe mirarse el recorrido que supone lo político.

Pensar al corralito como una medida excepcional es un error. Es parte de un entramado, y de un devenir que no puede agotarse en la mente afiebrada un ministro de Economía que había llegado como un mesías o la de un presidente que había dejado de tener contacto (o sensibilidad) con el día a día de buena parte del pueblo argentino.

La medida (y su fracaso) debe enmarcarse en un proceso previo que tiene como dato insoslayable de inicio el domingo 14 de octubre de 2001, donde en una elección legislativa sin precedentes, el entre el 15 y el 20% de la población votó en blanco, o de manera nula generando una multiplicidad de interpretaciones que se sintetizaron en el llamado “voto bronca”.

Carlos Menem había ejercido el poder de una manera tan desembozada, con su impronta de dispendio y corrupción, que el fundamento político para la presidencia de Fernando De la Rúa debía pensarse como su antítesis: se estructuró como parte de un colectivo que se sintetizaba en una alianza política que lo tenía como protagonista principal, con su estilo medido y de hombre ordenado y que sumaba referentes que pensaban a la política muy lejos de la idea de sobreexposición que caracterizaba al menemato.

La Alianza había sabido crear “una” esperanza. Pero la profundización de la crisis económica y las diferencias internas a partir del caso de las coimas en el Senado por la reforma laboral y, que derivaron en la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez, explican, en buena parte, el desánimo social de ese octubre.

La Convertibilidad ya era severamente cuestionada en términos de su utilidad macroeconómica, la corrupción estructural que había llegado de la mano de muchas privatizaciones y que tenían anclaje en un Poder Judicial construido a imagen y semejanza del menemismo también explican el proceso. No existía la más mínima legitimidad de ejercicio político para imponer ninguna restricción a nadie. Y la represión estatal que sobrevino semanas después, era parte de una respuesta si se quiere “lógica” de esa conducción política que había perdido contacto con la cotidianeidad ciudadana. Tampoco las jornadas del 19 y 20 de diciembre serían las últimas. Seis meses después, Eduardo Duhalde, ese presidente que no había llegado al poder por el voto popular pero que hacía todo para lograrlo, tuvo que adelantar su salida a partir de los asesinatos de los militantes populares Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, a manos de la policía de la provincia de Buenos Aires.

El “que se vayan todos” se había articulado con el grito esperanzador, pero inexorablemente negador del “piquete y cacerola la lucha es una sola”.  Y calificamos como negación aquello que, si bien tenía efectos similares, nunca podía generar una construcción política común, dado sus orígenes e intereses distintos.

Si al piquete le dio sentido el intento de la sobrevivencia de aquellos que en el interior profundo habían visto como se desguazaba una empresa como YPF, que había funcionado como un ariete que construía identidades sociales y personales y en regiones como la de Rosario o La Matanza, su existencia se explicaba desde la desaparición de un entramado de pequeñas y medianas empresas industriales que la aplicación de la ecuación un peso igual a un dólar había dado el golpe de gracia; al cacerolero ahorrista se lo debe entender como aquel sujeto que luchaba por la legítima devolución de sus ahorros luego de haber sufrido una estafa, ya no de un banco o una financiera en particular (situación que bien conocíamos en la Argentina), sino puesta en práctica por el propio Estado que, mediante leyes específicas, había garantizado la supuesta intangibilidad de los depósitos.

En los primeros la salida era colectiva. La “pelea” en la calle se sostenía desde la organicidad que desde un primer momento se fue construyendo, mientras que en los segundos la posibilidad que con el devenir del 2002 se fue estructurando, refería a la “oferta de corte” que cada ahorrista podía realizar para que le reconocieran algo de lo depositado. Por ello unos y otros tuvieron destinos diferentes.

El piqueterismo se transformó en un movimiento social, con todas las complejidades, variantes y modalidades que eso pueda connotar. Supo articularse para conseguir que el Estado pusiera en marcha el Plan Jefes y Jefas de Hogar (producto de la Mesa de Diálogo), logrando inicialmente un reconocimiento social que, con el tiempo, se fue perdiendo.

El grupo de los ahorristas se diluyó más temprano que tarde. La solución individual que se le propuso condicionó cualquier posibilidad de una salida colectiva. Independientemente del proceso angustiante que cada ciudadano atravesó, en algunos casos con el deterioro de la salud e, incluso, con la pérdida de vidas humanas, no hubo un espacio para la construcción de una identidad colectiva, que, por lo menos en parte, morigerara dolores.

Diciembre de 2001 deja un saldo trágico. Pero, insistimos, no debe ser mirado como un hecho explicado desde la mala gestión de un gobierno que había sabido generar una nueva ilusión. Existieron condiciones objetivas y muy antiguas que explican el proceso y que dejaron como resultado, la definitiva certeza de que la democracia, por sí sola, no te daba de comer, no te curaba ni te educaba. Esa forma de gobierno había dado muestras de que el hechizo se había roto y que podía regar el territorio argentino de represión y muerte, garantizando, una vez más, impunidad para sus responsables políticos, al punto tal que algunos de ellos resultaron relegitimados por el voto popular.

El resultado se completaba con un sistema de partidos que se atomizó y que en la elección de poco menos de 18 meses después, varios de los protagonistas de la crisis estructural fueran votados con un muy buen porcentaje de votos. Para poner en valor esto, vale recordar quienes resultaron primero y tercero en un proceso electoral del que emergió un presidente que nunca fue votado, siquiera, como la primera minoría.

Pero no todas fueron malas exclusivamente. Más allá de la burla e ignorancia de un mal actor hollywoodense que se transformó en gobernador de un importante estado norteamericano, el hecho de haber contado con cinco presidentes en una semana, con el tiempo, pudo ser valorado como una fortaleza antes que, como una debilidad, ya que cada elección respondió a los designios de una Asamblea Legislativa que siempre respondió a lo dictaminado por la propia Constitución Nacional y que resultaba, en definitiva, la representación del pueblo argentino. No fue poco para un país que, durante cincuenta años, se había acostumbrado a que cada crisis institucional relativamente importante, se zanjaba con la aparición en escena de militares que ocupaban el centro de la escena política.

Recordar el corralito exige poner en revisión no sólo una medida económica que resultaba injusta y antipática, sino un tiempo social y político que no refería exclusivamente a la foto del 30 de noviembre de 2001. La copla que nos trae el viento nos recuerda ese sueño que no pudo ser, el de una democracia inmaculada que nació para proteger a sus ciudadanos. No está de más recordarlo, aunque nos duela. Y para que nunca más se repita. Simplemente, Memoria.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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hola@fundamentar.com (Miguel Gómez (*)) Opinión Sun, 05 Dec 2021 15:59:47 -0300