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Fundamentar - Artículos https://fundamentar.com Fri, 19 Apr 2024 10:38:52 -0300 Joomla! - Open Source Content Management es-es El poder blando después de Ucrania https://fundamentar.com/internacional/item/6610-el-poder-blando-despues-de-ucrania https://fundamentar.com/internacional/item/6610-el-poder-blando-despues-de-ucrania El poder blando después de Ucrania

Mientras los misiles rusos impactan en las ciudades ucranianas y los ucranianos luchan para defender su país, algunos realistas declarados pueden afirmar que «se acabó el poder blando», pero esa respuesta delata un análisis superficial. El poder es la capacidad de afectar a otros para lograr los resultados que uno quiere. Un realista inteligente entiende que esto se puede conseguir de tres maneras: coerción, pago o atracción; en otras palabras, los proverbiales «palo, zanahoria y miel».

En el corto plazo, los palos son más eficaces que la miel y el poder duro le gana al poder blando. Si quiero robar tu dinero con poder duro, puedo amenazarte con dispararte y llevarme tu billetera. No importa lo que pienses, consigo tu dinero inmediatamente. Para conseguir tu dinero con poder blando tendría que persuadirte de que me lo des. Eso lleva tiempo y no siempre funciona. Todo depende de lo que pienses. Pero si logro atraerte, el poder blando puede ser una forma mucho menos costosa de conseguir tu dinero. En el largo plazo, a veces la miel le gana a los palos.

De igual modo, en la política internacional los efectos del poder blando suelen ser lentos e indirectos. Podemos ver el efecto de las bombas y las balas inmediatamente, mientras que la atracción de los valores y la cultura tal vez solo se noten a largo plazo. Pero ignorar o descartar esos efectos sería un grave error. Los líderes políticos astutos saben, desde hace mucho, que los valores pueden crear poder. Si logro que desees lo que yo quiero, no tengo que obligarte a hacer lo que no quieres. Si un país representa valores que para otros son atractivos, puede ahorrar en el uso de premios y castigos.

La guerra en Ucrania está confirmando esas lecciones. El poder militar duro, por supuesto, dominó la batalla en el corto plazo. Las tropas rusas azotaron el país desde Bielorrusia en el norte y Crimea en el sur. La capacidad de Ucrania para proteger su capital, Kiev, y frustrar la invasión desde el norte dependió de su eficacia militar y de los errores del invasor.

Rusia busca ahora tomar el sur y el este de Ucrania. Está por verse que ocurrirá en esta fase de la guerra. En el corto plazo, el resultado dependerá de la fuerza militar —incluidos los equipos que le están proveyendo Estados Unidos y otros países de la OTAN— y del ejercicio de un poder económico duro y coercitivo. Aunque las amenazas de sanciones comerciales y financieras no disuadieron al presidente Vladímir Putin de lanzar su invasión militar, las sanciones impuestas tuvieron un impacto perjudicial sobre la economía rusa y la amenaza de acciones secundarias desalentó a países como China de brindarle asistencia militar.

Pero, si vamos a lo que nos concierne, el poder blando también tuvo su papel en el conflicto. Durante años los funcionarios estadounidenses habían presionado a Alemania para que abandonara el proyecto del gasoducto Nord Stream 2, porque con él Europa se tornaría más dependiente del gas natural ruso y su ruta por debajo del mar Báltico debilitaría a Ucrania. Alemania se negó, pero luego llegó la conmoción por la invasión rusa. Las atrocidades contra civiles tornaron a Rusia tan poco atractiva para la opinión pública alemana que el gobierno suspendió el gasoducto.

De manera similar, EE. UU. insiste desde hace mucho en que Alemania cumpla el compromiso de la OTAN de aumentar sus gastos anuales para la defensa al 2 % de su PBI. También en este caso Alemania le dio largas al asunto hasta la invasión, que la obligó a cambiar su posición prácticamente de la noche a la mañana.

Además, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski demostró ser especialmente hábil en el uso del poder blando. Cuando EE. UU. le ofreció sacarlo del país, respondió con la famosa frase de que necesitaba municiones, no un aventón.

La experiencia de Zelenski como actor de televisión le resultó muy útil. Con su vestimenta informal y comunicaciones continuas con los medios y parlamentos occidentales logró representar a Ucrania como un país atractivo y heroico. El resultado no solo fue la simpatía occidental sino también un aumento sustancial de los envíos del equipamiento militar que Ucrania necesitaba para las tareas de poder duro que debía encarar.

Además, la difusión de las atrocidades rusas contra civiles en lugares como Bucha, un suburbio de Kiev, redujeron el poder blando ruso y reforzaron la simpatía occidental hacia Ucrania. Habrá que ver los efectos a largo plazo del poder blando ruso. Los estados miembros de la ONU ya votaron para condenar las acciones rusas y expulsarla del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aunque casi un tercio —entre ellos, muchos países africanos— se abstuvieron.

Cabe destacar que la India, la mayor democracia del mundo, se abstuvo de criticar a Rusia. No quiere poner en riesgo su acceso al equipamiento militar de fabricación rusa, ni reforzar los vínculos rusos con China, a quien percibe como su principal amenaza geopolítica. En cuanto a China, aunque se abstuvo de votar en la ONU para condenar la invasión, sí votó contra la eliminación de Rusia del Consejo de Derechos Humanos y volcó sus formidables recursos mediáticos a apoyar la campaña propagandística de los rusos.

El resultado de esto a largo plazo dependerá en parte del resultado de la guerra. A veces, la memoria es corta. Por ahora, sin embargo, parece que Rusia y China sufrieron una pérdida de poder blando. En los meses previos a la invasión ambos países consolidaron su eje de autoritarismo y China proclamó que el viento del Este prevalecía sobre el viento del Oeste. Hoy ese eslogan resulta mucho menos atractivo.

 

(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia compleja, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando" y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"

FUENTE: Project Syndicate

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hola@fundamentar.com (JOSEPH S. NYE (*)) Internacional Wed, 04 May 2022 13:47:41 -0300
¿Qué podría causar una guerra entre Estados Unidos y China? | Joseph Nye https://fundamentar.com/internacional/item/6453-que-podria-causar-una-guerra-entre-estados-unidos-y-china-joseph-nye https://fundamentar.com/internacional/item/6453-que-podria-causar-una-guerra-entre-estados-unidos-y-china-joseph-nye ¿Qué podría causar una guerra entre Estados Unidos y China? | Joseph Nye

Cuando el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, recientemente reclamó un reseteo de las relaciones bilaterales con Estados Unidos, un portavoz de la Casa Blanca respondió que Estados Unidos consideraba que la relación entre ambos países era de una fuerte competencia y que requería de una posición de fortaleza. Es evidente que la administración del presidente Joe Biden no está simplemente revirtiendo las políticas de Trump.

Algunos analistas creen que la relación entre Estados Unidos y China está entrando en un período de conflicto en donde se enfrentan un poder hegemónico establecido con un retador cada vez más poderoso.

Yo no soy tan pesimista. La interdependencia económica y ecológica reduce la probabilidad de una guerra fría real, mucho menos de una guerra caliente, porque ambos países tienen un incentivo para cooperar en muchas áreas.

La historia está plagada de casos de percepciones erróneas sobre los equilibrios de poder cambiantes. Por ejemplo, cuando el presidente Richard Nixon visitó China en 1972, quería equilibrar lo que veía como una creciente amenaza soviética para un Estados Unidos en decadencia. Pero lo que interpretó como una decadencia era en verdad el retorno a la normalidad de una participación artificialmente alta de Estados Unidos en la producción global después de la Segunda Guerra Mundial. Nixon proclamó la multipolaridad, pero lo que siguió fue el fin de la Unión Soviética y el momento unipolar de Estados Unidos dos décadas después. Hoy, algunos analistas chinos subestiman la resiliencia de Estados Unidos y predicen un predominio chino, pero esto también podría resultar un error de cálculo peligroso.

Lo que resulta igualmente peligroso es que los norteamericanos sobreestimen o subestimen el poder chino, y en Estados Unidos hay grupos con incentivos económicos y políticos para ambas cosas. Medida en dólares, la economía de China tiene dos tercios del tamaño de la estadounidense, pero muchos economistas esperan que China supere eso en algún momento en los años 2030.

¿Los líderes norteamericanos admitirán este cambio de una manera tal que permita una relación constructiva? ¿Los líderes chinos asumirán más riesgos, o los chinos y los norteamericanos aprenderán a cooperar?

Recuerden que Tucídides atribuyó la guerra que desintegró al antiguo mundo griego a dos causas: el ascenso de una nueva potencia y el miedo que esto generó. La segunda causa es tan importante como la primera. Estados Unidos y China deben evitar temores exagerados que pudieran crear una nueva guerra fría o caliente.

Aún si China supera a EE.UU. y se convierte en la mayor economía del mundo, el ingreso nacional no es la única medición del poder geopolítico. China se ubica muy por detrás de Estados Unidos en poder blando y el gasto militar norteamericano es casi cuatro veces el de China.

Por otro lado, Estados Unidos alguna vez fue la principal economía comercial del mundo y su mayor prestador bilateral. Hoy, China es el principal socio comercial de casi 100 países, comparado con 57 en el caso de Estados Unidos. China planea prestar más de 1 billón de dólares para proyectos de infraestructura en los próximos diez años, mientras que EE.UU. ha recortado la ayuda. China ganará poder económico a partir del mero tamaño de su mercado.

De todos modos, los equilibrios de poder son difíciles de juzgar. Estados Unidos conservará ciertas ventajas de poder en el largo plazo que contrastan con áreas de vulnerabilidad china.

Una es la geografía. Estados Unidos está rodeado de océanos y vecinos que probablemente sigan siendo amigables. China tiene fronteras con 14 países y las disputas territoriales marcan límites a su poder.

Estados Unidos también tiene ventajas demográficas. Es el único país desarrollado importante que, según se proyecta, conservará su posición global (tercero) en términos de población. Si bien la tasa de crecimiento de la población se ha desacelerado, no se volverá negativa. China, mientras tanto, teme y con razón “volverse vieja antes de volverse rica”.

Estados Unidos también sigue liderando en tecnologías clave (biotecnología, nanotecnología, información) que son centrales para el crecimiento económico del siglo XXI. China está invirtiendo fuertemente en investigación y desarrollo, y compite bien en algunos campos. Pero 15 de las 20 principales universidades de investigación del mundo están en EE.UU.; ninguna en China.

Quienes proclaman la Pax Sinica y la decadencia de Estados Unidos no tienen en cuenta el rango total de los recursos de poder. La soberbia norteamericana siempre es un peligro, pero también lo es el miedo exagerado. Igual de peligroso es el creciente nacionalismo chino que, combinado con una creencia en la decadencia norteamericana, lleva a China a asumir riesgos mayores. Ambas partes deben tener cuidado de no cometer errores de cálculo.

(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia compleja, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando" y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"

FUENTE: Project Syndicate

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hola@fundamentar.com (JOSEPH S. NYE (*)) Internacional Fri, 09 Apr 2021 18:15:27 -0300
Un desastroso fracaso en el liderazgo | Joseph Nye https://fundamentar.com/internacional/item/6373-un-desastroso-fracaso-en-el-liderazgo-joseph-nye https://fundamentar.com/internacional/item/6373-un-desastroso-fracaso-en-el-liderazgo-joseph-nye Un desastroso fracaso en el liderazgo | Joseph Nye

El liderazgo —la capacidad para ayudar a la gente a formular y alcanzar sus metas— es fundamental en las crisis. El primer ministro británico Winston Churchill lo demostró en 1940, al igual que Nelson Mandela durante la transición de Sudáfrica para salir del apartheid.

De acuerdo con estos estándares históricos, los líderes de las dos mayores economías del mundo han fracasado estrepitosamente. El presidente estadounidense Donald Trump y su contraparte china, Xi Jinping, no reaccionaron inicialmente al brote del coronavirus informando y educando a la ciudadanía, sino negando el problema y causando con ello la pérdida de vidas. Ambos enfocaron sus energías en echar culpas en vez de buscar soluciones. Debido a su fracaso, es posible que el mundo haya perdido la oportunidad para responder a la crisis con un «momento Sputnik» o un «Plan Marshall para la COVID».

Los teóricos del liderazgo distinguen entre los líderes transformadores y transaccionales. Estos últimos intentan transitar las situaciones a la manera de siempre, mientras que los primeros procuran dar nueva forma a las situaciones en las que se encuentran.

Por supuesto, los líderes transformadores no siempre tienen éxito, El expresidente estadounidense George W. Bush trató de cambiar Oriente Medio con una invasión a Irak y las consecuencias fueron desastrosas. Por otra parte, su padre, el expresidente George H.W. Bush, tuvo un estilo más transaccional, pero también contó con la habilidad para manejar la fluida situación del mundo tras el colapso del comunismo en Europa. La Guerra Fría llegó a su fin y Alemania se reunificó y vinculó estrechamente con Occidente sin un solo disparo.

Independientemente de su estilo, los líderes pueden ejercer una fuerte influencia sobre la identidad de los grupos: la fuerza que convierte el «yo» y «ustedes» en «nosotros». Los líderes perezosos suelen reforzar el statu quo aprovechando las divisiones existentes en su propio beneficio, como lo hizo Trump, pero los líderes transformadores eficaces pueden tener un impacto de largo alcance en el carácter moral de la sociedad. Mandela, por ejemplo, pudo fácilmente haber definido su base a partir de los sudafricanos negros y luego buscar revancha por las décadas de injusticia sufrida. En lugar de eso, trabajó incansablemente para ampliar la identidad de sus seguidores.

De manera similar, después de la Segunda Guerra Mundial —durante la cual Alemania invadió a Francia por tercera vez en 70 años— el diplomático francés Jean Monnet concluyó que la revancha solo conduciría nuevamente a la tragedia. Para transformar la situación desarrolló un plan para la producción europea conjunta de carbón y acero, un acuerdo que eventualmente evolucionaría para convertirse en la Unión Europea.

Estos logros no fueron inevitables, cuando miramos más allá de nuestras familias y personas cercanas, descubrimos que la mayoría de las identidades humanas son lo que el sociólogo Benedict Anderson llamó «comunidades imaginadas». Nadie comparte directamente la experiencia de millones de personas de su país, sin embargo, desde hace uno o dos siglos, la nación ha sido la comunidad imaginada por la cual la gente ha estado dispuesta a morir.

Las amenazas mundiales como la COVID-19 y el cambio climático, sin embargo, no discriminan por nacionalidad. En un mundo globalizado, la mayor parte de la gente pertenece a diversas comunidades imaginadas superpuestas —locales, regionales, nacionales, étnicas, religiosas y profesionales— y los líderes no tienen que recurrir a las identidades más limitadas para conseguir apoyo o solidaridad.

La aparición de la pandemia de la COVID-19 representó una oportunidad para el liderazgo transformador. Un líder transformador hubiera explicado al principio que, como la crisis es de naturaleza mundial, ningún país la puede resolverla por sí solo. Tanto Trump como Xi desperdiciaron la oportunidad, ninguno se dio cuenta de que ese ejercicio de poder podría haberse convertido en un juego de suma positiva. En vez de pensar solamente en términos del poder sobre los demás, pudieron haber pensado en términos del poder con los demás.

En muchas cuestiones internacionales, empoderar a los demás puede ayudar a un país como Estados Unidos a cumplir sus propias metas. Si China logra fortalecer su sistema de salud pública o reducir su huella de carbono, los estadounidenses y todos los demás se beneficiarán. En un mundo globalizado, las redes son una fuente clave de poder y, en un mundo cada vez más complejo, los estados más conectados —aquellos capaces de atraer socios para actividades de cooperación— son los más poderosos.

En la medida en que la clave para la futura seguridad y prosperidad estadounidenses depende de que se entienda la importancia del «poder con» además del «poder sobre», el desempeño del gobierno de Trump durante la pandemia ha sido desalentador. El problema no es el eslogan «América primero» (todos los países se preocupan de lo propio en primer lugar), sino la forma en que Trump define los intereses estadounidenses: centrándose solo en los beneficios de corto plazo derivados de transacciones de suma cero, prestó escasa atención a los intereses a más largo plazo de los que se ocupan las instituciones, alianzas y reciprocidad.

Actualmente, EE. UU. ha abandonado su tradición de buscar el propio beneficio a largo plazo de manera inteligente, pero el gobierno de Trump aún está a tiempo para tener en cuenta las lecciones que apuntalaron los éxitos de los presidentes estadounidenses posteriores a 1945, que describo en mi último libro, Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump. De hecho, Estados Unidos todavía está a tiempo de lanzar un programa de asistencia masiva por la COVID-19 según el modelo del Plan Marshall.

Como sostuvo recientemente Henry Kissinger, los líderes de hoy deben elegir el camino de la cooperación que llevará a una mayor resiliencia internacional. En vez de recurrir a la propaganda de la competencia, Trump podría convocar una cumbre de emergencia del G20 o una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para crear marcos bilaterales y multilaterales que amplíen la cooperación.

Trump también podría destacar que nuevas oleadas de la COVID-19 golpearán a los países más pobres con especial dureza y que los brotes en el hemisferio sur nos perjudicarán a todos cuando se propaguen hacia el norte. Vale la pena recordar que la segunda oleada de la pandemia de gripe de 1918 mató a más personas que la primera. Un líder transformador enseñaría al público estadounidense que le conviene contribuir generosamente a un nuevo fondo para combatir la COVID-19, disponible para todos los países en vías de desarrollo.

Si un Churchill o un Mandela estadounidense educara al público de esta forma, la pandemia podría abrir el camino a una mejor política mundial. Lamentablemente, sin embargo, tal vez hayamos perdido ya la oportunidad para el liderazgo transformador y el virus simplemente acelere las condiciones preexistentes de nacionalismo populista y abusos tecnológicos autoritarios. Los fracasos del liderazgo siempre son lamentables, pero mucho más frente a una crisis.

FUENTE: Project Syndicate

(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia compleja, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando" y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"

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hola@fundamentar.com (Joseph Nye (*)) Internacional Wed, 13 May 2020 12:17:42 -0300
El efecto de Trump sobre la política exterior estadounidense https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6255-el-efecto-de-trump-sobre-la-politica-exterior-estadounidense https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6255-el-efecto-de-trump-sobre-la-politica-exterior-estadounidense El efecto de Trump sobre la política exterior estadounidense

Muchos observadores criticaron la conducta del presidente estadounidense Donald Trump en la reciente cumbre del G7 en Biarritz por imprudente y disruptiva. Otros dicen que la prensa y los analistas prestan demasiada atención a sus bufonadas, tuits y juegos políticos. Sostienen que para los historiadores del futuro, todo esto serán meros pecadillos. La pregunta más importante es si la presidencia de Trump terminará siendo un gran punto de inflexión en la política exterior estadounidense o una discontinuidad histórica menor.

La discusión que se desarrolla en torno de Trump revive una vieja pregunta: ¿son los grandes hechos históricos producto de las elecciones humanas o son en gran medida el resultado de factores estructurales avasallantes, derivados de fuerzas económicas y políticas que no podemos controlar?

Algunos analistas comparan el fluir de la historia con un río impetuoso cuyo curso se define por la acción del clima, las lluvias, la geología y la topografía, no por lo que el río lleve. Pero aunque así fuera, los agentes humanos no son como meras hormigas aferradas a un tronco arrastrado por la corriente, sino más bien como canoístas de aguas rápidas, que intentan llevar la embarcación evitando las rocas, que a veces no pueden evitar que se voltee y a veces logran guiarla hacia el destino deseado.

Comprender las elecciones y los fracasos de los líderes en el último siglo de política exterior estadounidense puede darnos más herramientas para responder las preguntas que nos plantea la presidencia de Trump. En todas las épocas, los líderes creen que luchan con fuerzas de cambio nunca antes vistas, pero la naturaleza humana permanece. Las elecciones importan; las omisiones pueden ser tan trascendentales como las acciones. La inacción de la dirigencia estadounidense en los años treinta contribuyó al caos que siguió; otro tanto ocurrió con la negativa de los presidentes estadounidenses a usar las armas nucleares cuando Estados Unidos tenía su monopolio.

¿Fueron esas grandes elecciones dictadas por la situación o por la persona? Un siglo atrás, Woodrow Wilson rompió con la tradición y envió fuerzas estadounidenses a combatir en Europa; pero igual pudo suceder con otro líder (digamos, Theodore Roosevelt). La gran diferencia que introdujo Wilson fue el tono moralista con que justificó la decisión y su insistencia obstinada (y contraproducente) en un involucramiento a todo o nada en la Liga de las Naciones. Algunos atribuyen a ese moralismo de Wilson la intensidad del regreso estadounidense al aislacionismo en los años treinta.

Franklin D. Roosevelt no consiguió que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial hasta Pearl Harbor, y eso podría haber sucedido incluso con un presidente conservador aislacionista. Sin embargo, la forma en que Roosevelt presentó la amenaza planteada por Hitler, y sus preparativos para confrontarla, fueron cruciales para la participación estadounidense en la guerra en Europa.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la estructura de la Guerra Fría se definió en torno de la bipolaridad entre dos superpotencias. Pero el estilo y los tiempos de la respuesta estadounidense pudieron ser muy diferentes, si después de la muerte de Roosevelt, en vez de Harry Truman hubiera asumido la presidencia Henry Wallace (a quien Roosevelt descartó para integrar la fórmula como vicepresidente en 1944). Tras la elección de 1952, la consolidación relativamente estable de la estrategia de contención de Truman (dirigida por su sucesor Dwight D. Eisenhower) se podría haber interrumpido si Estados Unidos hubiera tenido un presidente aislacionista como Robert Taft o asertivo como Douglas MacArthur.

John F. Kennedy tuvo un papel crucial en evitar una guerra nuclear durante la Crisis de los Misiles Cubanos, y en la posterior firma del primer tratado de control de armas nucleares. Pero Kennedy y Lyndon B. Johnson metieron al país en el fiasco innecesario y costoso de la Guerra de Vietnam. Con la cercanía del fin de siglo, fuerzas estructurales debilitaron la Unión Soviética, y Mikhail Gorbachev aceleró los tiempos de su derrumbe. Pero el programa de acumulación militar de Ronald Reagan y sus habilidades negociadoras, y la destreza de George Bush (padre) para el manejo de crisis, tuvieron mucho que ver con el final pacífico de la Guerra Fría.

Dicho de otro modo, los líderes y sus habilidades importan. En cierto sentido es mala noticia, porque entonces la conducta de Trump no es intrascendente. Más que sus tuits, importan sus acciones que debilitan las instituciones, las alianzas y el poder blando del atractivo de los Estados Unidos (que según las encuestas, disminuyó con Trump). Es el primer presidente en setenta años que se aleja del orden internacional liberal que Estados Unidos creó después de la Segunda Guerra Mundial. El general James Mattis, que renunció tras desempeñarse como primer secretario de defensa de Trump, lamentó hace poco el descuido de las alianzas de Estados Unidos por parte del presidente.

Los presidentes tienen que usar el poder duro y el poder blando, combinándolos en formas complementarias, no contradictorias. La destreza organizacional y maquiavélica es esencial, pero también lo son la inteligencia emocional (fuente de habilidades como la autoconciencia y el autocontrol) y la inteligencia contextual, que permite a los líderes comprender los cambios del entorno, capitalizar las tendencias y aplicar correctamente sus otras habilidades. Y Trump no se destaca ni por su inteligencia emocional ni por la contextual.

Gautam Mukunda, teórico del liderazgo, señaló que los líderes que surgen de atravesar el filtro de un proceso político establecido tienden a ser predecibles. George Bush (padre) es un buen ejemplo. Otros no han pasado por ese filtro, y su actuación en el poder es muy variada. La carrera de Abraham Lincoln hacia la Casa Blanca fue relativamente directa, y fue uno de los mejores presidentes estadounidenses. Trump, un magnate inmobiliario neoyorquino y figura de reality show que llegó a la presidencia sin ninguna experiencia previa en cargos públicos, demostró una capacidad extraordinaria para el manejo de los medios de comunicación modernos, el cuestionamiento de la opinión establecida y la innovación disruptiva. Algunos piensan que esto puede producir resultados positivos (por ejemplo, en relación con China), pero otros no están tan convencidos.

El papel de Trump en la historia puede depender de que sea o no reelecto. Si permanece en el cargo por ocho años en vez de cuatro es más probable una erosión de las instituciones, de la confianza y del poder blando. Pero en cualquier caso, su sucesor tendrá ante sí un mundo distinto, en parte por los efectos de las políticas de Trump, pero también como resultado de grandes cambios en la estructura de poder mundial surgidos de Occidente y de Oriente (el ascenso de Asia) y de actores estatales y no estatales (empoderados por las armas cibernéticas y la inteligencia artificial). Como observó Karl Marx, hacemos la historia, pero no elegimos en qué circunstancias. La política exterior estadounidense después de Trump todavía es una incógnita.

 

(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia compleja, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando" y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"

FUENTE: Project Syndicate

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hola@fundamentar.com (Joseph S. Nye (*)) Opinión Fri, 06 Sep 2019 15:03:17 -0300
Poder e interdependencia en la era Trump https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6213-poder-e-interdependencia-en-la-era-trump https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6213-poder-e-interdependencia-en-la-era-trump Poder e interdependencia en la era Trump

El presidente norteamericano, Donald Trump, ha sido acusado de utilizar la globalización económica como un arma. Las sanciones, los aranceles y la restricción de acceso a dólares han sido instrumentos importantes de su política exterior, y ni los aliados ni las instituciones ni las reglas lo han limitado en su uso. Según The Economist, Estados Unidos obtiene su influencia no sólo de las tropas y los portaaviones, sino de ser el nodo central en la red que sustenta la globalización. “Esta red de firmas, ideas y estándares refleja y magnifica la proeza norteamericana”. Pero la estrategia de Trump puede “desatar una crisis y está erosionando el activo más valioso de Estados Unidos –su legitimidad”.

Trump no es el primer presidente en manipular la interdependencia económica, ni Estados Unidos es el único país en hacerlo. Por ejemplo, en 1973, los estados árabes utilizaron el embargo petrolero para castigar a Estados Unidos por apoyar a Israel en la guerra de Yom Kippur. Poco después, Robert O. Koehane y yo publicamos Poder e interdependencia, un libro que exploraba la variedad de maneras en las que la interdependencia asimétrica se puede manipular como fuente de poder. Pero también advertimos que los réditos de corto plazo a veces se convierten en pérdidas de largo plazo. Por ejemplo, durante ese período, el presidente Richard M. Nixon restringió las exportaciones de soja norteamericanas con la esperanza de atenuar la inflación. Pero, en el más largo plazo, los mercados de soja en Brasil se expandieron rápidamente –y pasaron a competir con los productores norteamericanos. 

En 2010, después de una colisión entre barcos japoneses y chinos cerca de las islas en disputa Senkaku/Diaoyu en el Mar de China Oriental, China castigó a Japón restringiendo las exportaciones de metales de tierras raras, que son esenciales en la electrónica moderna. El resultado fue que Japón prestó dinero a una compañía minera australiana con una refinería en Malasia, que hoy satisface cerca de un tercio de la demanda japonesa. Además, la mina Mountain Pass en California, que había cerrado a comienzos de los años 2000, fue reabierta. La participación de China en la producción global de tierras raras ha caído de más del 95% en 2010 al 70% el año pasado. Este año, en una respuesta no tan sutil a los aranceles de Trump, el presidente chino, Xi Jinping, se aseguró de que lo fotografiaran visitando un sitio de producción de tierras raras cuyas exportaciones son vitales para los productores de electrónica de Estados Unidos.

Trump abrazando a una bandera norteamericana

Estados Unidos (y otros países) tienen reclamos legítimos sobre el comportamiento económico chino, tal como el robo de propiedad intelectual y los subsidios a las empresas estatales que han inclinado el terreno de juego en el comercio. Es más, existen importantes razones de seguridad para que Estados Unidos evite volverse dependiente de empresas chinas como Huawei para la red inalámbrica 5G. Y China se ha negado a permitir que Facebook o Google operen dentro de su Gran Cortafuegos por motivos de seguridad vinculados a la libertad de expresión. Pero una cosa es limitar ciertas tecnologías y empresas por razones de seguridad y otra muy distinta causar una alteración masiva de las cadenas de suministro comerciales para desarrollar influencia política. No resulta claro cuánto durará la influencia o cuáles terminarán siendo los costos de largo plazo.

Aún si otros países no pueden desvincularse de las redes de interdependencia de Estados Unidos en el corto plazo, los incentivos para hacerlo se fortalecerán en el largo plazo. Mientras tanto, habrá un daño costoso a las instituciones internacionales que limitan el conflicto y crean bienes públicos globales. Como ha señalado Henry Kissinger, el orden mundial no depende exclusivamente de un equilibrio de poder estable, sino también de una sensación de legitimidad, a la que contribuyen las instituciones. Trump tenía razón al responder al comportamiento económico chino, pero se equivocó al hacerlo sin tener en cuenta los costos impuestos a los aliados de Estados Unidos y las instituciones internacionales. El mismo problema debilita sus políticas hacia Irán y Europa. 

Alianzas como la OTAN estabilizan las expectativas, y la existencia de instituciones como las Naciones Unidas, el Tratado de No Proliferación Nuclear y la Agencia Internacional de Energía Atómica mejora la seguridad. Los mercados abiertos y la globalización económica pueden ser disruptivos, pero también generan riqueza (aunque algunas veces, mal distribuida). Mantener la estabilidad financiera es crucial para las vidas cotidianas de millones de norteamericanos y extranjeros por igual, más allá de que tal vez no lo perciban hasta que falte. Y sin importar el efecto que una reacción populista nativista pueda tener en la globalización económica, la globalización ecológica es inevitable. Los gases de efecto invernadero y las pandemias no respetan las fronteras políticas. Las leyes de la política populista, que han dictado el rechazo de la ciencia por parte de Trump y su retiro de Estados Unidos del acuerdo climático de París de 2015, son incompatibles con las leyes de la física.

Macron, Merkel, May, Abe y Trump

Los estados cada vez más necesitan un marco para mejorar la cooperación sobre el uso del mar y del espacio, y sobre la lucha contra el cambio climático y las pandemias. Referirse a un marco de esas características como un “orden internacional liberal” cofunde las opciones al mezclar la promoción de los valores democráticos liberales con la creación de un marco institucional para promover los bienes públicos globales. China y Estados Unidos no están de acuerdo sobre la democracia liberal, pero compartimos un interés en desarrollar un sistema abierto y basado en reglas para administrar la interdependencia económica y ecológica.

Algunos defensores de la administración Trump sostienen que su estilo poco ortodoxo y su voluntad de romper las reglas y desdeñar a las instituciones producirán réditos importantes en cuestiones como las armas nucleares de Corea del Norte, la transferencia de tecnología forzada de China o un cambio de régimen en Irán. Pero la relación de poder e interdependencia cambia con el tiempo, y una excesiva manipulación de la posición privilegiada en interdependencia global podría resultar contraproducente. Como sostenía The Economist, los costos institucionales de utilizar una estrategia de bola de demolición pueden reducir el poder norteamericano en el largo plazo. En ese caso, la estrategia de Trump resultará costosa para la seguridad nacional, la prosperidad y el estilo de vida de Estados Unidos.

FUENTE: Project Syndicate

(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia compleja, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando" y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"

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hola@fundamentar.com (Joseph S. Nye (*)) Opinión Wed, 31 Jul 2019 12:08:52 -0300
Rivalidad cooperativa entre Estados Unidos y China https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6107-rivalidad-cooperativa-entre-estados-unidos-y-china https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6107-rivalidad-cooperativa-entre-estados-unidos-y-china Reunión bilateral en Buenos Aires, Argentina, el 1° de Diciembre

En una visita a Beijing en octubre, muchas veces me preguntaron si las recientes críticas duras a China formuladas por el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, marcaban la declaración de una nueva guerra fría. Respondí que Estados Unidos y China han ingresado en una nueva fase en su relación, pero que la metáfora de la guerra fría es engañosa.

Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se apuntaban mutuamente con decenas de miles de armas nucleares y prácticamente no tenían ningún vínculo comercial o cultural. Por el contrario, China tiene una fuerza nuclear más limitada, el comercio sino-norteamericano anual alcanza el medio billón de dólares y más de 350.000 estudiantes y tres millones de turistas chinos están en Estados Unidos cada año. Una mejor descripción de la relación bilateral de hoy es “rivalidad cooperativa”.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre Estados Unidos y China han pasado por tres etapas que duraron aproximadamente dos décadas cada una. La hostilidad marcó los 20 años posteriores a la Guerra de Corea, y luego hubo una cooperación limitada en contra de la Unión Soviética durante la fase que siguió a la famosa visita del presidente Richard Nixon en 1972.

El fin de la Guerra Fría introdujo una tercera fase de compromiso económico en la que Estados Unidos ayudó a la integración económica global de China, incluido su ingreso a la Organización Mundial de Comercio en 2001. Sin embargo, en la primera década post-Guerra Fría, la administración del presidente Bill Clinton apostó simultáneamente a fortalecer la alianza entre Estados Unidos y Japón y a mejorar las relaciones con la India. Ahora, desde 2017, la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos se centra en una gran rivalidad de poder, y China y Rusia han sido elegidas como los principales adversarios de Estados Unidos.

Si bien muchos analistas chinos responsabilizan por la cuarta fase al presidente norteamericano, Donald Trump, el presidente chino, Xi Jinping, también tiene culpa. Al rechazar la política prudente de Deng Xiaoping de mantener un bajo perfil internacional, al poner fin a los límites de los mandatos presidenciales y al proclamar su “Sueño Chino” nacionalista, Xi también podría haber usado una gorra roja que dijera “Hacer a China grande de nuevo”. La opinión generalizada sobre China dentro de Estados Unidos ya había comenzado a deteriorarse antes de las elecciones presidenciales de 2016. La retórica y los aranceles de Trump fueron simple gasolina derramada en un fuego humeante.

El orden internacional liberal ayudó a China a sustentar un rápido crecimiento económico y a reducir la pobreza drásticamente. Pero China también inclinó el campo comercial a su favor al subsidiar a empresas estatales, involucrarse en espionaje comercial y exigirles a las firmas extranjeras que transfirieran su propiedad intelectual a “socios” domésticos. Mientras que la mayoría de los economistas sostienen que Trump se equivoca al concentrarse en el déficit comercial bilateral, muchos respaldan sus reclamos sobre los esfuerzos de China por desafiar la ventaja tecnológica de Estados Unidos.

Es más, la creciente fuerza militar de China agrega una dimensión de seguridad a la relación bilateral. Si bien la cuarta fase de la relación no es una guerra fría, debido al alto grado de interdependencia, es mucho más que una típica disputa comercial como, por ejemplo, el reciente choque de Estados Unidos con Canadá por el acceso al mercado lácteo de ese país.

Algunos analistas creen que esta cuarta fase marca el inicio de un conflicto en el que un poder hegemónico establecido va a la guerra con un adversario en ascenso. En su explicación de la Guerra del Peloponeso, Tucídides decía que fue causada por el miedo de Esparta a una Atenas cada vez más fuerte.

Estos analistas creen que el ascenso de China provocará un miedo similar en Estados Unidos, y utilizan la analogía de la Primera Guerra Mundial, cuando una Alemania en ascenso puso nerviosa a una Gran Bretaña hegemónica. Sin embargo, las causas de la Primera Guerra Mundial eran mucho más complejas, e incluían el creciente poder ruso, que generaba miedo en Alemania; el creciente nacionalismo en los Balcanes y otros países y los riesgos asumidos deliberadamente por el Imperio Habsburgo para evitar su caída.

Aún más importante, Alemania ya había superado a Gran Bretaña en producción industrial para 1900, mientras que el PIB de China (medido en dólares) actualmente es sólo el 60% del tamaño de la economía estadounidense. Estados Unidos tiene más tiempo y activos para manejar el ascenso del poder chino de lo que tenía Gran Bretaña con Alemania. China está limitada por un equilibrio natural de poder en Asia donde Japón (la tercera economía más grande del mundo) y la India (a punto de superar a China en población) no tienen ningún deseo de ser dominados por China.

Sucumbir al miedo que describía Tucídides sería una profecía autocumplida innecesaria para Estados Unidos. Afortunadamente, las encuestas revelan que la población norteamericana todavía no ha sucumbido ante un retrato histérico de China como un enemigo tan fuerte como lo era la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

Ni China ni Estados Unidos plantean una amenaza existencial para el otro como sí lo hacían la Alemania de Hitler o la Unión Soviética de Stalin. China no está a punto de invadir Estados Unidos, y es incapaz de expulsar a Estados Unidos del Pacífico Occidental, donde la mayoría de los países acogen con beneplácito su presencia. Japón, una parte importante de la llamada primera cadena de islas, paga casi las tres cuartas partes de los costos de país anfitrión para mantener 50.000 tropas estadounidenses con base allí.

Mi visita reciente a Tokio me confirmó que la alianza con Estados Unidos es fuerte. Si la administración Trump la mantiene, las perspectivas de que China pueda expulsar a Estados Unidos del Pacífico Occidental, y mucho menos dominar el mundo, son mínimas. Estados Unidos tiene mejores cartas estratégicas y no necesita sucumbir al miedo de Tucídides.

Ahora bien, existe otra dimensión que hace que esta cuarta fase sea una “rivalidad cooperativa” y no una Guerra Fría. China y Estados Unidos enfrentan retos transnacionales que son imposibles de resolver uno sin el otro. El cambio climático y los crecientes niveles de los océanos obedecen a las leyes de la física, no a la política. En tanto las fronteras se vuelven más porosas a todo desde drogas ilícitas a enfermedades infecciosas y terrorismo, las economías más grandes tendrán que cooperar para hacer frente a estas amenazas.

Algunos aspectos de la relación implicarán un juego de suma positiva. La seguridad nacional de Estados Unidos requerirá poder con China, no sólo sobre China. La pregunta clave es si Estados Unidos es capaz o no de pensar en términos de una “rivalidad cooperativa”. ¿Podemos caminar y mascar chicle al mismo tiempo? En una era de nacionalismo populista, es mucho más fácil para los políticos generar miedo sobre una nueva guerra fría.

(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando"  y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"

FUENTE:  Project Syndicate

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hola@fundamentar.com (JOSEPH S. NYE(*)) Opinión Thu, 03 Jan 2019 16:13:50 -0300
¿Una Nueva Mirada a 1914? https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/3303-una-nueva-mirada-a-1914 https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/3303-una-nueva-mirada-a-1914 Soldados británicos en acción con ametralladora usando mascaras de gas

Se cumplen un siglo de un acontecimiento que transformó la historia moderna. En la Primera Guerra Mundial perecieron cerca de 20 millones de personas, destruyéndose una generación de jóvenes europeos. También cambió de manera fundamental el orden internacional en Europa y el resto del mundo.

Este año se cumple un siglo de un acontecimiento que transformó la historia moderna. En la Primera Guerra Mundial perecieron cerca de 20 millones de personas, destruyéndose una generación de jóvenes europeos. También cambió de manera fundamental el orden internacional en Europa y el resto del mundo.

De hecho, la Gran Guerra destruyó no solo vidas, sino tres imperios europeos: el alemán, el austrohúngaro y el ruso, y con el colapso del régimen otomano prácticamente un cuarto. Hasta antes de su inicio, el equilibrio de poder mundial estaba centrado en Europa; tras ella, Estados Unidos y Japón emergieron como grandes potencias. La guerra además abrió las puertas a la Revolución Bolchevique de 1917, preparó el camino para el fascismo e intensificó y amplió las batallas ideológicas que caracterizaron el siglo veinte.

¿Cómo pudo ocurrir una catástrofe de semejantes dimensiones? Poco después de su estallido, cuando se le pidió una explicación al entonces Canciller alemán Theobald von Bethmann-Hollweg sobre qué ocurrió, respondió: “¡Ah, si solo lo supiera!” Quizás con ánimo autoexculpatorio, llegó a ver la guerra como algo inevitable. De manera similar, el ministro británico de Asuntos Exteriores, Sir Edward Grey, planteó que había “acabado por pensar que ningún ser humano en particular hubiera podido evitarla.”

La pregunta a la que nos enfrentamos hoy es si puede ocurrir de nuevo. Margaret MacMillan, autora del interesante libro 1914. De la paz a la guerra, de reciente publicación, plantea que “resulta tentador (y da que pensar) comparar las relaciones actuales entre China y Estados Unidos con las de Alemania e Inglaterra hace un siglo”. Tras hacer una comparación similar, el semanario The Economist concluye que “la similitud más inquietante entre 1914 y el momento actual es la complacencia”. Y algunos politólogos, como John Mearsheimer de la Universidad de Chicago, han argumentado que “para decirlo sin rodeos: China no puede ascender como potencia pacíficamente.”

Pero las analogías históricas, si bien a veces son útiles como prevención, resultan peligrosas cuando conllevan una sensación de inevitabilidad. La Primera Guerra Mundial no lo fue, sino que se volvió más probable por el ascenso de Alemania y los recelos que ello creó en Gran Bretaña, y también por la respuesta atemorizada de Alemania al ascenso de Rusia, además de multitud de otros factores, entre ellos errores humanos. Sin embargo, hoy en día la brecha entre Estados Unidos y China es mayor que la que existía entre Alemania y Gran Bretaña en 1914.

Para sacar lecciones de 1914 que resulten útiles para el momento actual es necesario disipar los muchos mitos que se han creado sobre la Gran Guerra. Por ejemplo, la acusación de que se trató de una guerra preventiva iniciada deliberadamente por Alemania se ve desmentida por la evidencia de que las elites más importantes no lo creían así. Tampoco fue una guerra puramente accidental, como sostienen otros: Austria participó de manera deliberada para repeler la amenaza de un nacionalismo eslavo en ascenso. Hubo errores de cálculo sobre la duración y el alcance de la guerra, pero eso no equivale a que haya sido accidental.

La pregunta a la que nos enfrentamos hoy es si puede ocurrir de nuevo. Margaret MacMillan, plantea que “resulta tentador comparar las relaciones actuales entre China y Estados Unidos con las de Alemania e Inglaterra hace un siglo". Tras hacer una comparación similar, el semanario The Economist concluye que “la similitud más inquietante entre 1914 y el momento actual es la complacencia”. Y algunos politólogos, como John Mearsheimer han argumentado que “para decirlo sin rodeos: China no puede ascender como potencia pacíficamente.”

También se dice que la causa de la guerra fue una carrera armamentista desenfrenada en Europa, pero esta ya había acabado en 1912 y Gran Bretaña la había ganado. Si bien existía inquietud por el creciente poderío de los ejércitos, esta resulta una visión más bien simplista.

El mundo de hoy es diferente al de 1914 en muchos e importantes sentidos. Uno es el que las armas nucleares dan a los líderes políticos el equivalente a una bola de cristal que les muestra cómo quedaría el mundo tras una escalada. Quién sabe que si el Emperador, el Káiser y el Zar hubieran podido ver en 1918 la destrucción de sus imperios y la pérdida de sus tronos habrían sido más prudentes en 1914. No hay duda de que este efecto de “vista previa” influyó fuertemente sobre los dirigentes estadounidenses y soviéticos durante la crisis de los misiles de Cuba. Es probable que hoy tendría una influencia similar sobre Estados Unidos y China.

Otra diferencia es que la ideología de la guerra hoy es mucho más débil. En 1924 se pensaba de verdad que la guerra era inevitable, en una visión fatalista reforzada por el argumento del darwinismo social de que “limpiaría el aire” como una buena tormenta de verano. Como escribiera Winston Churchill en La crisis mundial:

“Había una atmósfera extraña. No satisfechas con la prosperidad material, las naciones se volvieron con fiereza hacia las luchas, fueran estas internas o externas. Las pasiones naturales, que habían sido exaltadas indebidamente en momentos de declive de la religión, ardían bajo la superficie de casi cada país con llamas intensas aunque oscuras. Casi se podría pensar que el mundo deseaba sufrir, y no hay duda de que los hombres estaban ansiosos por tentar su suerte.”

No hay duda de que el nacionalismo está aumentando en China, al tiempo que Estados Unidos ha iniciado dos guerras después de los ataques del 11 de septiembre, pero ninguno de estos países tiene una actitud belicosa o complaciente acerca de una guerra limitada. China aspira a tener mayor peso en la región y Estados Unidos tiene aliados regionales a cuya defensa se ha comprometido. Siempre es posible que haya errores de cálculo, pero el riesgo se puede reducir mediante las opciones de políticas adecuadas. De hecho, ambas potencias tienen fuertes incentivos para cooperar en varios ámbitos, como el energético, el cambio climático y la estabilidad financiera.

Más aún, si bien la Alemania de 1914 estaba pisando los talones a Gran Bretaña (y ya la había superado en términos de potencia industrial), Estados Unidos sigue estando a décadas de distancia de China en recursos generales en los ámbitos militar, económico y de poder blando. Si se embarcara en una aventura política demasiado arriesgada, China podría poner en riesgo lo que lleva ganado interna y externamente.

En otras palabras, Estados Unidos tiene más tiempo para manejar sus relaciones con una potencia en ascenso que el que tuvo Gran Bretaña hace un siglo. Una actitud demasiado temerosa puede resultar siendo una profecía autocumplida. Otro asunto es si Estados Unidos y China manejarán bien su relación, pero el modo como lo hagan será el dictado de las decisiones humanas, no de alguna ley histórica ineludible.

Una de las lecciones que podemos aprender de los sucesos de 1914 es desconfiar de los analistas que plantean analogías históricas, especialmente si tienen un aire de inevitabilidad. La guerra nunca es inevitable, aunque la creencia en su inevitabilidad sea una de sus causas.

 

(*) Ex subsecratario de Defensa de Estados Unidos, profesor en la Universidad de Harvard y autor de "The Future of Power".

 

FUENTE: Project Syndicate

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hola@fundamentar.com (JOSEPH S. NYE (*)) Opinión Fri, 17 Jan 2014 15:44:14 -0300