Jueves, 19 Junio 2014 18:21

Obama el Pragmático

Valora este artículo
(2 votos)

Según Obama, los errores más costosos para su país desde la Segunda Guerra Mundial no fueron producto de la restricción, sino de una "voluntad de zambullirse en aventuras militares sin medir las consecuencias". 

El mes pasado, en su discurso ante los cadetes que egresaban de la Academia Militar de West Point en Estados Unidos, el presidente Barack Obama declaró que algunos de los errores más costosos para su país desde la Segunda Guerra Mundial no fueron producto de la restricción, sino de una "voluntad de zambullirse en aventuras militares sin medir las consecuencias". Si bien Obama puede tener razón, el discurso no hizo mucho para aplacar a los críticos que lo han acusado de pasividad y debilidad, particularmente frente a Siria y Ucrania.

Esta frustración se le puede endilgar en parte a las expectativas excesivamente altas que Obama generó en sus primeros discursos, en los que inspiró a los votantes con promesas de una transformación sistémica. A diferencia de la mayoría de los candidatos, Obama mantuvo esta retórica transformacional incluso después de que le asegurara una victoria en la campaña de 2008. De hecho, una serie de discursos en el primer año de su presidencia elevaron aún más las expectativas, al plantear el objetivo de un mundo sin armas nucleares, al prometer darle un nuevo impulso a la estrategia de Estados Unidos para Oriente Medio y al comprometerse a "inclinar la historia en la dirección de la justicia".

Si bien prometió usar la fuerza cuando los intereses vitales de Estados Unidos estén en juego y rechazó las proyecciones pesimistas de una decadencia nacional, Obama -a diferencia de su antecesor, George W. Bush- se apoyó más en la diplomacia que en la fuerza. Por esto, sus críticos lo han acusado de no promover los valores norteamericanos y de recluirse en un aislacionismo.

Suele decirse que los políticos democráticos hacen campaña con la poesía y gobiernan con la prosa. Pero no hay motivos para creer que Obama no estaba siendo sincero respecto de sus objetivos. El hecho es que su visión no podía tolerar el mundo recalcitrante y difícil que tenía por delante; tenía que corregir la dirección. Después de un año en funciones, el hombre que había prometido un liderazgo transformacional se convirtió en un líder "transaccional" -pragmático al exceso-. Y, a pesar de lo que dicen sus críticos, fue un cambio positivo.

Si bien prometió usar la fuerza cuando los intereses vitales de Estados Unidos estén en juego y rechazó las proyecciones pesimistas de una decadencia nacional, Obama -a diferencia de su antecesor, George W. Bush- se apoyó más en la diplomacia que en la fuerza. Por esto, sus críticos lo han acusado de no promover los valores norteamericanos y de recluirse en un aislacionismo.

Por cierto, la respuesta de Obama a la agresión rusa en Ucrania refleja su visión de largo plazo. Si bien Putin ha ganado la posesión de Crimea, perdió acceso a algunos de los recursos que necesita para alcanzar su objetivo de restablecer la gloria que alguna vez tuvo Rusia como gran potencia -y, en el proceso, revitalizó a la OTAN.Sin embargo, restricción no es sinónimo de aislacionismo. Nadie acusó al presidente Dwight Eisenhower de aislacionismo cuando aceptó un impasse en Corea del Norte, se negó a intervenir en Dien Bien Phu, rechazó las recomendaciones de los altos oficiales militares respecto de las islas cerca de Taiwán, observó como el Ejército Rojo invadía Hungría o se negó a respaldar a los aliados en la crisis del canal de Suez. Tampoco quienes hoy menosprecian la respuesta medida de Obama ante la anexión reciente del territorio ucraniano por parte del presidente ruso Vladimir Putin califican a Bush de aislacionista por su respuesta débil cuando Putin invadió Georgia en 2008.

Una política exterior efectiva exige entender no sólo los sistemas internacionales y transnacionales, sino también las complejidades de la política interna en múltiples países. También exige reconocer lo poco que se sabe sobre la "creación de las naciones", particularmente después de las revoluciones -un proceso que debería ser visto en términos de décadas, no de años-. En 1789, pocos observadores en París habrían previsto que un corso lideraría a las fuerzas francesas a orillas del Nilo en los diez años siguientes. Y la intervención extranjera en la Revolución Francesa no hizo más que encender las llamas nacionalistas.

En un contexto tan complejo e incierto, la prudencia es esencial, y una acción audaz basada en una visión grandiosa puede ser extremadamente peligrosa. Esto es lo que los defensores de una estrategia más muscular para las revoluciones de hoy en Oriente Medio suelen olvidar.

Para ser constructivo, el debate sobre la política exterior de Obama debe tener en cuenta la historia norteamericana del siglo XX.

Por supuesto, tiene sentido que los líderes estadounidenses se ocupen de resolver algunos acontecimientos marginales en un esfuerzo por impulsar los valores democráticos en el largo plazo. Pero querer encabezar revoluciones que no entienden del todo sería un error, con consecuencias potencialmente negativas y graves para todas las partes involucradas.

De hecho, en el siglo XX, los presidentes norteamericanos que implementaron una política exterior transformacional no fueron ni más efectivos ni más éticos. La apuesta de Woodrow Wilson al Tratado de Versailles en 1919 contribuyó al aislacionismo desastroso de los años 1930. Y las apuestas que hicieron John F. Kennedy y Lyndon Johnson en Vietnam tuvieron consecuencias devastadoras, algunas de las cuales todavía se sienten hoy.

Más recientemente, George W. Bush -que declaró que él no jugaba "pelotas cortas"- intentó transformar a Oriente Medio con su "agenda para la libertad". Más de una década después, Estados Unidos sigue luchando por retirarse de los conflictos que él mismo inició.

Los errores de política exterior de Obama, por el contrario, solo han tenido repercusiones modestas. Para usar la propia metáfora de béisbol de Obama, apuntar a singles y dobles alcanzables suele ser una estrategia más efectiva que hacer un swing violento en un esfuerzo por marcar un "home run", sólo para ganar. Por supuesto, un home run con el que se gana un partido es emocionante. Pero una "victoria" en política exterior no es tan sencilla -y hay muchas más cosas en juego.

El presidente George H. W. Bush lo sabía bien. Era un líder transaccional y, decía, lo de la "visión" no era lo suyo. Pero, al igual que Eisenhower, guió a Estados Unidos a través de múltiples crisis y estuvo al frente de uno de los períodos más exitosos de la política exterior de Estados Unidos en los últimos cincuenta años.

Por supuesto, parte de las críticas al discurso de Obama eran válidas. Pero, en gran medida, todo se reducía a pura política partidaria. Para ser constructivo, el debate sobre la política exterior de Obama debe tener en cuenta la historia norteamericana del siglo XX.

En política exterior, como en la medicina, los líderes deben "primero no hacer daño". Obama lo sabe. Es de esperarse que las implacables críticas desinformadas que generaron sus políticas pragmáticas no lleven a su sucesor a adoptar una estrategia transformacional riesgosa.

 

(*) Ex subsecratario de Defensa de Estados Unidos, profesor en la Universidad de Harvard y autor de "The Future of Power"

 

FUENTE: Project Syndicate 

 

 

Inicia sesión para enviar comentarios