Warning: Undefined array key 0 in /home/fundamen/public_html/plugins/system/jblibrary/jblibrary.php on line 380
Fundamentar - Artículos https://fundamentar.com Sun, 05 May 2024 19:14:39 -0300 Joomla! - Open Source Content Management es-es ¿Lo que viene? https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6760-lo-que-viene https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6760-lo-que-viene ¿Lo que viene?

"Compren venda' nueva', que hay momia e' la justicia
De justa tiene poca, se viste de codicia
Hay mucho medio pelo con el ego amarillista
Matarían a un hermano por ser tapa de revista"
Wos - Que se mejoren

“Lo que viene, lo que viene, lo que viene”, anunciaba el relator icónico de los '90, y todos suponíamos que en ese excelente programa al que los porteños y habitantes del conurbano bonaerense podían acceder libremente, y que en el resto del país los futboleros debíamos pagar para ver, venía lo mejor. A partir de algunos hechos producidos en la primera semana del mes de abril, vale preguntarse si lo que viene en el próximo tiempo político en la Argentina, es peor de lo que hemos vivido en la coyuntura de los últimos años. Pasen y vean, antes que el amarillismo nos tiña a todos. Sean todos y todas bienvenidos.

Dos hechos de la semana anterior disparan el título de este artículo: los golpes lanzados contra el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni y los comentarios desprovistos de toda empatía humanista de un par de periodistas (?) contra la vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner y su hija Florencia Kirchner, desde un canal de televisión que no son pocos los que afirman que tiene como uno de sus principales accionistas al ex presidente Mauricio Macri.

Los hechos pueden resultar verdaderamente disímiles entre sí, pero tienen el hilo común de estructurarse sobre las bases de la violencia, física y mediática. En el primero de los casos todo se sintetiza más o menos así: un asalto en un colectivo, en el conurbano bonaerense, de madrugada, donde los habitantes de ese micro mundo sólo pueden ser trabajadores que seguramente van por un empleo mal pago y que termina de la peor manera con el chofer asesinado. A partir de allí el justo y lógico reclamo de seguridad de los colectiveros, con paro incluido. Bronca que se acumula e impotencia que no cede.

Sergio Berni ha construido su carrera política en los márgenes de lo bizarro y del perfil del funcionario que camina el territorio. Sus métodos no son precisamente los mejores, pero, a decir verdad, por el tiempo que sobrevive en la función pública, primero como secretario de Seguridad del segundo mandato de Cristina y luego como ministro de Axel Kicillof, el hombre se supo ganar un lugar de supuesta consideración.

Sus métodos de gestión por momentos bordean lo payasesco. Sabrán recordar los rosarinos el show montado en el año 2014 (hoy se cumple un nuevo aniversario) con aquella primera llegada de fuerzas federales para reforzar una seguridad que empezaba a dar señales de desmadre en la región, o la relación que supo construir con la ex intendenta de la ciudad Mónica Fein, baile chamamecero mediante.

A partir de la experiencia del Frente de Todos, no se privó de ser crítico, públicamente, del presidente Alberto Fernández, renegó de su condición de kirchnerista y en algún momento hasta fantaseó con una candidatura presidencial que tuvo el mismo vuelo que el de una rana salida fuera del agua. Siempre supo ufanarse de su conocimiento de la calle. Fue agresivo con pares, cerca de la misoginia con la ex ministra Sabrina Frederic y ha sabido entender que la gestión no se hace en un escritorio sino, otra vez, caminando el territorio. Rara avis de un funcionario que siempre pareció flotar como un electrón libre de ciertas jefaturas políticas. Es probable que tal vez por ello se haya ganado el resquemor de no pocos colegas y el silencio solidario de estos días.

Pero esta vez parece que le falló el termómetro ya que salió al encuentro de los choferes que reclamaban por seguridad y fue recibido de la peor manera. “Yo vengo a poner la cara” afirmó el militar retirado, y da la sensación que con eso ya no alcanza, sobre todo cuando hay vidas en juego. Algo de eso también vivieron en carne propia el gobernador de Santa Fe Omar Perotti y el intendente de Rosario Pablo Javkin, cuando en el año 2021 se hicieron presentes en una marcha que también pedía por lo mismo que los trabajadores de la línea 620.

Más allá del personaje en cuestión, nada justifica la violencia, aunque puedan entenderse ciertas reacciones. El problema no está exclusivamente allí, sino también en el abordaje que el sistema político (y en él también quedan incluidos los medios. Perdón David Easton) le dio al hecho. Desde el silencio inicial hasta pasar por ciertas justificaciones en los golpes recibidos de alguien que estaba indefenso, no pocos dirigentes y opinadores parecieron mirar para el costado.

El hecho pareció ser la representación de ciertos límites que no deberían cruzarse. Y aquí viene la segunda pregunta de ocasión: ¿fue una piña a Berni o fue una piña, como les gusta decir a muchos analistas que nos quieren hacer creer que orinan agua bendita, a “la política”?

Quedó flotando en el ambiente la opción B: que el horno no está para bollos, que existe un cansancio social que se basa en la idea de frustración y que la política discute cosas que a la sociedad no le interesan. Efectivamente, inflación, inseguridad y pobreza no son factores que pasen desapercibidos para una ciudadanía donde muchos de sus habitantes no resignan sus legítimas aspiraciones de tener una vida digna.

No faltaron las comparaciones con el 2001. Pero el "que se vayan todos” fue otra cosa. Excepto algunos casos esporádicos de dirigentes políticos echados de cines o restaurantes, el enojo de ese tiempo no se transformó en una violencia física como la que hemos visto en el último tiempo, intento de magnicidio a Cristina incluido. Si en aquel momento la dirigencia política en su conjunto era cuestionada, el que se fueran todos suponía la infantil ilusión de que lo que viniera, por el sólo hecho de ser nuevo, sería mejor. En esa coyuntura no existió la tentación de antaño de recurrir a las fuerzas militares, y sin haberse ido casi nadie, la Argentina pudo salir de aquella crisis a partir de ser muy cuidadosos con la idea de la violencia como solución de fondo, al punto que las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán obligó al presidente interino Eduardo Duhalde, a adelantar el llamado a elecciones.

Hoy, eso no parece estar tan claro. La violencia ejercida contra Berni y su posterior relativización de parte de buena parte del sistema político, se entronca directamente con la pedrada al despacho de la vicepresidenta en el Senado de la Nación y con su intento de magnicidio que, algunos, ilusoriamente, suponen que se agota en la banda de Los Copitos.

Cierta violencia política puede y debe ser entendida y comprendida cuando la protagonizan ciudadanos o ciudadanas supuestamente hastiados. Pero nunca compartida ni justificada. La actitud de buena parte de la oposición parece ir en otro sentido, apalancada en un engranaje que, insistimos, no es nuevo. Se construyó desde hechos supuestamente menores como las tapas de la revista Noticias que mostraba el goce masturbatorio de una dirigente política a la que se detestaba y llega hasta las “novedades” de esta semana: piñas y patadas contra un ministro y violencia verbal, otra vez, contra Cristina y su hija.

Ese malestar y desasosiego social, supuestamente se estaría canalizando en la figura de Javier Milei que llegó, entre otras cosas, para complicar la fortaleza electoral de Juntos por el Cambio. Fascista en los hechos, machirulo de formación, vago por naturaleza (revisen su inasistencia crónica al trabajo parlamentario), no son pocos los encuestadores que empiezan a dar como consolidado un escenario de tercios donde la figura de este libertario versión siglo XXI vendría en ascenso.

Milei ha sabido construir las dosis justa de violencia para transformarse en la opción política de no pocos ciudadanos: los suficientes como para hacerlo diputado. Desde los discursos mediáticos, hasta llegar a la forma en que se ha mostrado en los recorridos durante y post campañas electorales, la eliminación del otro es una opción más que concreta. No hay opción de debate político. Por eso, por ejemplo, su silencio a partir de los hechos del 1º de setiembre en La Recoleta y del último lunes a Berni.

Una adenda como al pasar. En el sentido de lo expuesto, el jefe de Libertad Avanza complica las chances electorales de Juntos por el Cambio a partir de la apropiación de una acción y una locuacidad política que le disputa el territorio lindero más afín a Patricia Bullrich. En la foto compleja que supone entender las PASO de la derecha, teniendo como principales protagonistas a Horacio Rodríguez Larreta, Bullrich y Milei (cuesta imaginarse a María Eugenia Vidal siendo de esta partida), los escenarios pueden variar de acuerdo a quien se imponga en esa interna. De ganar el jefe de gobierno porteño, ¿los partidarios de la ex ministra de Trabajo de Fernando de la Rúa (hablando de castas políticas perpetuadas) fluirán con su voto hacia el armado libertario? De prevalecer la presidenta del PRO ¿limita las opciones de Milei para las elecciones de octubre? Preguntas que en pocos meses serán respondidas.

El aire aparece viciado y turbio. Y en ese contexto vale preguntarse si el tiempo político que viene, hará que la violencia fundante de Los Copitos en las cuatro décadas de democracia, llegó para quedarse (lo de Berni vendría a confirmarlo) o si, ambas situaciones, resultarán esporádicas. Aunque las víctimas hasta ahora hayan estado de un solo lado, el riesgo es grande. “Prefiero decirte esto, antes que tu displicencia”, cierra Wos. Y con eso ya tenemos bastante.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

]]>
hola@fundamentar.com (Miguel Gómez (*)) Opinión Sun, 09 Apr 2023 18:37:04 -0300
Lo público dislocado https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6731-lo-publico-dislocado https://fundamentar.com/articulos/opinion/item/6731-lo-publico-dislocado "Pauta Transformacional"

Según la Real Academia Española, el término dislocado contiene tres acepciones: sacar algo de su lugar (referido a huesos y articulaciones); torcer un argumento o razonamiento, manipularlo sacándolo de contexto; y hacer perder el tino o la compostura. De alguna extraña manera, el sistema político argentino presenta algunas características de cierto dislocamiento, tanto en la referencia nacional, con un magnicidio que no fue, como en la regional, con un ecocidio que se ha sistematizado desde hace no menos de tres años y que, como señalamos desde este portal hace algunas semanas atrás, pone bajo la lupa la relación entre representantes y representados. Parte de esa sintomatología se evidenció en la semana que acaba de terminar. Pasen y vean. Son todas y todos bienvenidos.

En primera instancia una aclaración. En el presente artículo (bah, siempre lo hacemos de esa manera) pensamos a lo público y lo político como sinónimos, como una forma de abordaje a todo aquello que nos sucede como comunidad, y en ese sentido (junto con la inflación), el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner y los incendios que afectan a ambas veras del Paraná resultan problemas políticos que, obviamente, exceden a lo meramente partidario.

En el primero de ellos, ya ha quedado definitivamente demostrado que hubo una organización que aleja cualquier idea inicial de un loco suelto. La investigación judicial y policial va dejando en claro que si bien sólo un par de protagonistas estuvieron en el lugar de los hechos, no son pocos los que, de alguna u otra manera, dieron sustento material, logístico o moral para perpetrar el atentado.

La novedad, si es que tuviera sentido así señalarlo, es que en un país, el nuestro, que tiene una larga lista de episodios atravesados por la violencia política, el protagonismo del ataque le corresponde a un grupo de personas con ciertas características que las diferencian de épocas pasadas. Jóvenes, casi marginales y alcanzados por una evidente informalidad y precariedad laboral. De lo conocido hasta aquí, habrá que esperar para dar juicios definitivos, la banda de “Los Copitos” (y sus referentes satelitales) se distingue por no tener vinculaciones con fuerzas de seguridad, con estructuras parapoliciales o con estructuras partidarias formales.

Varios ejemplos referencian crímenes políticos como signo de cada coyuntura. La Liga Patriótica resultaba una organización parapolicial, integrada por jóvenes de la “alta” sociedad, que se encargaban de perseguir obreros y que derivó en la tristemente célebre Semana Trágica; al Coronel Héctor Varela, el asesino de los obreros de la Patagonia, le dio muerte un anarquista extranjero conmovido por los crímenes perpetrados varios años antes en el sur argentino; el asesinato de Enzo Bordabehere fue producto de la acción de un ex policía que tenía como destino final a Lisandro De la Torre, senador que había denunciado el “negocio de la carne”, anclado en el Pacto Roca – Runciman y que involucraba a frigoríficos de la región; los crímenes de José León Suarez sólo pueden ser entendidos por la violencia comandada desde la ilegalidad propiciada por la policía bonaerense; la lucha armada de los 70’ tenía un claro componente ideológico que tenía el apoyo estatal a través de la Triple AAA que comandaba José López Rega y que derivó en la represión que supo imponer la más sangrienta de las dictaduras.

Algún despistado o alguna atribulada ciudadana podrán suponer que ante los hechos históricos señalados, la banda de “Los Copitos” son unos recién iniciados. Más allá del tiempo de surgimiento de “Revolución Federal” y sus distintos vasos comunicantes (mayo de este año), lo que debe tenerse en cuenta es que la organización surge como una referencia de pleno siglo XXI.

Brenda Uliarte y Sabag Montiel
Brenda Uliarte y Sabag Montiel

Sin formación política tradicional, conocidos entre sí a través de encuentros casuales que luego se consolidan a través del uso de las redes sociales, sin empleos formales, con, si se quiere, un doble perfil social que no necesita de ocultamientos al formato de las series de espías previos a la caída del Muro de Berlín, nos enfrentamos a un neofascismo que, aunque parezca extraño a la historiografía de las ideologías políticas, abreva en supuestas ideas libertarias que resultan la exaltación, al extremo, del individualismo personal.

No han sido pocos los pensadores que han relacionado el surgimiento de estas ideas en países como la Argentina a la situación de deterioro económico y social que se representa, por ejemplo, en el 40% de pobreza y en los condicionamientos que impone una situación social gravosa. Es cierto que allí puede anidar un germen que le de sustento a ciertos enojos y malestares. Pero tal vez esta explicación no resulte suficiente. Si fuera así, el neofascismo sólo se desarrollaría en países pobres y no en las sociedades ricas y desarrolladas de Europa o en el propio EE.UU. Basta ver ciertos hechos políticos del Primer Mundo, y cómo, en algunos casos, la extrema derecha disputa los espacios de cierta institucionalización (escaños legislativos, presidencias o cargos regionales) para entender que ciertas ideas, más allá de los matices, son globales.

Con todos estos datos puestos sobre la mesa, el día jueves reapareció la vicepresidenta en un acto público que contó con algunas particularidades. Rodeada de religiosos en Opción por los pobres, curas villeros y laicos, eligió al Senado de la Nación como un escenario donde prevaleció la emotividad. Su referencia a que está viva “gracias a Dios y la Virgen” parece haber incomodado a cierto progresismo que ha obviado dos características distintivas de las que nunca ha negado Cristina: el hecho de considerarse una persona de fe y su pragmatismo político. Es el problema de imaginarse liderazgos que tienen más que ver con las ideas del receptor antes que con las características personales de los protagonistas.

https://www.youtube.com/watch?v=_1cHd2MqMDg

A pocas cuadras de allí, ese dislocamiento del que hablábamos líneas más arriba, tuvo su versión regional. El intendente de Rosario y varios jefes de Ejecutivos de la región, decidieron movilizarse al Obelisco porteño para hacer visible el problema que padecemos santafesinos y bonaerenses con el incendio en las islas.

Por esas cosas de los acuerdos geográficos, el fenómeno resulta raro y atípico: los responsables directos del ecocidio no viven en el lugar, los encargados iniciales del control y castigo, sea el Poder Ejecutivo como así también la Justicia Federal representan a otra provincia y las consecuencias ambientales no los afecta (en principio), mientras que quienes lo padecen en su hábitat cotidiano demandan a sus propias autoridades que, más que reclamar, mucho no pueden hacer.

Si, al decir de Andrés Ciro Martinez, “desde lejos no se ve”, algo de ello deben haber entendido Pablo Javkin y sus colegas al llevar sus reclamos al kilómetro 0 de las rutas argentinas, para lograr que la sociedad porteña tomara conciencia de lo que se sufre por estos lares desde unos cuantos años, profundizado en los últimos tres, gracias a los efectos de la bajante del Paraná y la sequía que ha traído La Niña.

Más allá de la mayor o menor cobertura brindada por los medios nacionales y de que cierta institucionalidad pareció prestarle atención a la demanda, en términos políticos, no dejó de llamar la atención la “soledad” del registro fotográfico: una convocatoria anunciada con bombos y platillos reflejó la presencia en el Obelisco de una veintena de personas, entre ellas tres intendentes y tres presidentes comunales, (y esto es una virtud), de distinto color político.

La pregunta huelga por sí sola: ¿por qué en la foto no estuvieron el gobernador, funcionaros provinciales y municipales, legisladores, concejales, referentes políticos de todo el cordón industrial, empresarios, dirigentes de los variados movimientos sociales, comunicadores y protagonistas de la vida social y artística de la región? ¿Prevaleció el arrebato, anunciando una movilización a 300kms, 24 horas antes, o el interés mezquino de apropiarse de una demanda social que se vio reflejada en nuevas pintadas contra la municipalidad y que se expresa durante el fin de semana sobre el puente entre Rosario y Victoria?

Podrá suponerse (o responderse) lo que cada uno quiera, pero da la sensación que a un problema político de esta magnitud (y el ecocidio LO ES),  sólo se lo resuelve con política: en lo institucional, (ya se anunció en la noche del miércoles el tratamiento de la Ley de Humedales en la Cámara de Diputados de la Nación) y en la calle.

La foto en la esquina de 9 de Julio y Corrientes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires peca de imagen incompleta, que sólo sirvió para que algún televidente viera a la mañana (horario de menor encendido televisivo) lo que sucede en nuestra región y para el recibimiento de algún funcionario nacional. Tal vez la segunda acepción del término dislocado, esa que refiere a sacar algo de contexto, aplique para esta circunstancia.

El malestar social en las sociedades de nuestro tiempo, se retroalimenta a sí mismo. Como en aquel viejo adminículo de nuestra infancia, el pequeño dínamo que conectábamos en su cabezal al rodamiento de la cubierta de nuestras bicicletas, más nuevas o más viejas, más anticuadas o más elegantes, el sistema se retroalimentaba con nuestra fuerza ya que, a la vez que más pedaleábamos, más energía aportábamos para iluminar, orgullosos, a nuestros rodados.

En un intento de magnicidio, el enojo se justifica en jóvenes desclasados que creen ser merecedores de terminar con la vida de todo aquello que detestan y se refuerza en un rechazo que sólo es parcial ya que, parte de la sociedad y por ende del sistema político, responsabiliza a la víctima. 

En el ecocidio del Delta, el malestar se potencia por la aplicación de la ley del más fuerte que, a la sazón, resultan los menos. Su prevalencia por el interés económico que supone contar con terrenos aptos para el pastoreo, en detrimento de la salud de millones de conciudadanos del que sólo los separa un río, en territorios que suponen miles de hectáreas, sobre el que resulta muy difícil el ejercicio del control estatal y que además cuenta con la connivencia de no pocos responsables del otro lado del río; nos ubica en la posición de ruego a que la naturaleza haga su juego mediante vientos que deriven hacia otros destinos o lluvias que aplaquen tanto fuego.

El ser humano aprendió a través de los milenios a no depender de los caprichos de la naturaleza. Eso fue lo que le permitió erguirse, distinguirse del mono, prevalecer, perdurar en el tiempo y transformarse en un ser político. Espacio que por estas horas aparece corrido, fuera de lugar, dislocado.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

]]>
hola@fundamentar.com (Miguel Gómez (*)) Opinión Sun, 18 Sep 2022 10:50:02 -0300