El mecanismo para formar un Gobierno provisional de unidad en Palestina y convocar elecciones presidenciales y legislativas empieza a moverse de nuevo, lento y chirriante como todos los engranajes oxidados. Fatah, el partido al que pertenece el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, y Hamás, al frente del Gobierno en Gaza con su primer ministro Ismael Haniyeh, han comenzado a negociar una vez más, en un intento de aplicar los acuerdos alcanzados en El Cairo y Doha en 2012, y que deberían llevar a una reconciliación total entre las facciones palestinas y a una unidad de acción administrativa en Gaza y Cisjordania, hoy territorios divididos física y políticamente.
Desde principios de diciembre, la prensa local ha filtrado sucesivos encuentros entre representantes de los dos partidos en Qatar y llamadas telefónicas que han allanado el camino, hasta que este lunes se confirmó oficialmente que Haniyeh había contactado con Abbas “en un intento de aumentar la confianza entre ambas partes” para avanzar en el proceso. Ese mismo día, en rueda de prensa, anunció que su Gobierno permitirá que regresen a la franja los dirigentes de Fatah exiliados desde 2007, desde que Hamás llegó al poder. También se liberará a aquellos adversarios políticos que hasta ahora estaban encarcelados “por razones de seguridad” y se dará permiso para que los diputados de Cisjordania visiten Gaza.
Ya a finales de diciembre el primer ministro de la franja, en un discurso poco común, hizo su primer llamamiento directo a la unidad. Explicó que el conflicto entre los propios palestinos “alienta la ocupación”, que hay que resolverlo “para que ésa sea la única batalla que libre el pueblo”, y animó a Abbas a ayudarle a impulsar los acuerdos que hoy dormitan en el cajón. A sus palabras respondió ya abiertamente Mohamed Shtayyeh, miembro del comité central de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), quien en un encuentro con periodistas reconoció que están listos para llegar a un acuerdo “a cualquier precio”, para “acomodar a Hamás en la estructura de la OLP”. Hay, dijo, “buenas señales, positivas” de su contraparte en Gaza, la misma que, denunció, “no tuvo una voluntad verdadera” en el pasado.
Shtayyeh —hasta hace dos meses el número dos del equipo negociador con Israel, antes de presentar su dimisión, no aceptada aún, por la ampliación de asentamientos israelíes—, aclaró que el proceso de unidad es paralelo al de paz, que no depende del fracaso o éxito de estas negociaciones, no es una carta en la manga para presionar si no hay avances con Israel. De hecho, recuerdan fuentes de la OLP, durante tres años no ha habido contactos para la paz y tampoco ha habido avances tangibles para romper el estatus quo con Hamás. Shtayyeh insistió en que la unidad “legitimará” aún más a Palestina en la mesa de negociaciones. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, siempre ha afirmado que “Abbas tiene que elegir entre la paz con Israel o con Hamás. No hay posibilidad de paz con ambos”.
Fuentes de Fatah y de Hamás constatan que los encuentros bilaterales están siendo “frecuentes”. El 21 de diciembre, Hamás se entrevistó también con representantes del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) para hacerlos partícipes de los avances. Lo que trasciende de ambas partes es que Hamás quiere que el Gobierno de transición tenga una vigencia de seis meses, cuando el pacto de Doha fijaba tres. No sería un escollo importante, en cualquier caso. Lo firmado es que Abbas seguirá de presidente ese tiempo, con un equipo de tecnócratas independientes a su cargo, centrados en el objetivo de convocar elecciones y renovar a la vez el Consejo Nacional palestino.
Isra Al Modallal, portavoz del Gobierno de Gaza, afirma que hay cinco funcionarios destinados al proceso de unidad, para el que Hamás “está listo”. Reconoce que emergencias como la del mes pasado, cuando la tormenta Alexa inundó los hogares de 10.000 personas, obligadas a buscar refugio por toda la franja, demuestran que Gaza “depende” de la ANP, sin cuya ayuda final —más la flexibilización del paso de mercancías por parte de Israel o el dinero llegado de Qatar— la crisis humanitaria hubiese sido desastrosa. Jaled Meshaal, líder de Hamás en el exilio, agradeció el esfuerzo del Gobierno en Ramala, cuando ha quedado claro que la capacidad de actuación de Hamás, en solitario, ha sido “deficiente”, como la cataloga el Centro Palestino por los Derechos Humanos (CPDH).
La unidad palestina arrastra, no obstante, los mismos problemas que cuando comenzó a gestarse: las diferencias esenciales entre los dos negociadores clave, Fatah y Hamás. La negociación es entre nacionalistas e islamistas, entre un partido que sustenta un Gobierno reconocido internacionalmente y otro que está en la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos y la Unión Europea, entre quien debate la paz con Israel y quien le niega la legitimidad como país, entre los que apuestan por la diplomacia y los que aún creen en la resistencia armada. Una división de base que impidió la celebración de las elecciones pactadas para la primavera de 2012 y que ha mantenido estancado el proceso, pese a las manifestaciones populares que reclaman un nuevo impulso. Sobrevuela el acercamiento, además, el temor de que norteamericanos y europeos retiren sus fondos a una administración que cuente con Hamás.
Eso ya ocurrió la década pasada, cuando se produjo la ruptura entre las facciones. En 2006, Hamás ganó las elecciones en Gaza y en 2007 expulsó a las fuerzas de seguridad de la ANP y comenzó a gestionar la franja. Hace tres años, entendiendo que no habrá un auténtico Estado palestino en dos territorios separados, comenzaron los contactos. Hoy Hamás los afronta debilitado, ya sin el apoyo de los Hermanos Musulmanes en Egipto y sin el paraguas de ayuda de Irán y Siria.
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Imanol Barrangú
FUENTE: El País