Sesenta y cuatro partidos repartidos en doce sedes de un torneo que se jugará en el húmedo verano del nordeste y Manaos y en el frío de Curitiba y Porto Alegre. Moverse en auto entre sedes implica horas y días de viaje, por eso la Copa FIFA Brasil 2014 es también el Mundial del avión: entre las capitales de Río Grande y de Amazonas hay la misma distancia que entre Lisboa y Moscú.
Pero desde los aviones tomando altura o aterrizando se verían mejor que los estadios y partidos de fútbol, por su extensión y difusión en el terreno, los cientos de miles de manifestantes en una protesta social que promete extenderse e intensificarse, y los cientos de kilómetros de embotellamientos en las rutas eficazmente bloqueadas por piqueteros que piden menos gasto faraónico y más salud, más educación gratuita y de calidad, mejores transportes urbanos e interurbanos a precios razonables, vivienda para los que no la tienen –y en especial, para los que fueron despojados de la que tenían para hacer canchas y otras más o menos fastuosas dependencias mundialistas–. De todo esto habló Veintitrés en las calles brasileñas. Un dato que repiten y ratifican los sondeos: sólo uno de cada cuatro o cinco brasileños está a favor del Mundial.
Cielos cerrados. Las medidas de fuerza de la protesta cuentan además con impactar por el secreto y por la sorpresa. El miércoles, empleados de los aeropuertos de Río de Janeiro resolvieron realizar una paralización de 24 horas a partir de la medianoche, en vísperas del comienzo del Mundial que empieza el jueves. El sindicato que representa al sector informó a través de un comunicado que la medida fue adoptada debido a que se aguarda desde hace nueve meses la firma de un convenio laboral colectivo. También demandan mejores condiciones de trabajo. El portavoz del gremio Fernando Medeiros recordó que la Agencia Nacional de Aviación Civil (ANAC) autorizó casi 20.000 vuelos más de lo habitual durante el Mundial y precisó que sólo en Río de Janeiro, donde se disputará la final el 13 de julio, se realizarán unos 2.000 vuelos más de lo habitual.
TIERRA QUEMADA
Cada acto del Mundial tiene previsto su contraacto y contramarcha por una protesta social que empieza a organizarse y profesionalizarse. Desde hace un año ha decrecido la participación de la clase media en las manifestaciones, y aumentado la de grupos de izquierda, militantes de diversas causas (de las indigenistas a las ecologistas), impulsores de diversos reclamos (de los sin tierra rurales a los sin techo urbanos), y partidos y agrupaciones de la izquierda social y política. No sólo el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) y la burocracia estatal tradicional son blanco de los ataques. También, en el contexto del Mundial, y más específicamente, la FIFA. Una de las campañas más virulentas, que junta firmas, es “FIFA Go Home (y pague los impuestos)”. Repudian los cuestionados beneficios fiscales que el gobierno concedió al organismo rector y sus empresas asociadas para organizar el certamen. Tendrá uno de sus actos más vistosos en el balneario carioca de Copacabana.
SEGURIDAD NACIONAL
Ante la posibilidad de que las protestas generen violencia, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ya advirtió el miércoles que el gobierno no tolerará actos de vandalismo. “Somos un país democrático, respetamos los derechos de las personas de manifestarse”, dijo la mandataria, que aclaró: “No tendremos la menor contemplación con quien crea que puede practicar actos de vandalismo”. El gobierno brasileño “garantizará la seguridad a todos los turistas, brasileños y extranjeros”, concluyó. Las fuerzas armadas, pieza fundamental del megaoperativo de seguridad generado para el evento, informaron de que están “en el banco de suplentes”, listas para actuar en caso de necesidad. “Nuestro foco no son las manifestaciones, sino garantizar la ley y el orden. Nosotros sólo entraremos si hubiera necesidad y la protesta escapa del control”, dijo el miércoles a los medios el jefe de comunicación del Centro de Coordinación de Defensa Aérea (CCDA), el mayor Marco Ferreira.
EL FARAÓN Y LAS VÍCTIMAS
Como las pirámides de Egipto, los estadios de Brasil tienen sus víctimas. Las obras de construcción y reforma de los estadios dejaron ocho muertos directos: tres obreros en el estadio del partido inaugural entre Brasil y Croacia, tres en el Arena Amazonia de Manaos, uno en el Mané Garrincha de Brasilia, uno en el Arena Pantanal de Cuiaba. El Comité Popular de la Copa, una plataforma que desde hace tres años viene denunciando los recortes de derechos que a su juicio generó la gran fiesta del fútbol mundial y uno de los organizadores de los contraactos mundialistas, eleva a 13 la cifra de los muertos directos, porque otros cinco obreros perdieron la vida por problemas de salud sufridos mientras trabajaban en estadios utilizados para entrenamientos de selecciones.
“El Gobierno dice que, comparados con los 800 trabajadores que ya murieron en Qatar en las obras de su Mundial (en 2022), estas 13 muertes entran dentro de la normalidad”, explicó Vanessa Dos Santos, miembro del Comité Popular de la Copa. “¿Qué se puede decir ante una respuesta así?”.
También los nombres de los muertos hicieron posible la fiesta. Significan poco para los espectadores globales, pero los manifestantes quieren que en Brasil su evocación sea uno de los bien elegidos nombres de sus urgentes, acuciantes demandas sociales.
FUENTE: Revista Veintitres