Jueves, 03 Enero 2013 17:09

Go F… Yourself!

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boehner_biden_obama_mcconnell_reid_ap_605 (1)Las negociaciones para evitar el Abismo Fiscal en EEUU estuvieron plagadas de desconfianza, mala fe y agresiones mutuas. Los pormenores de una batalla política de grandes proporciones que está lejos de haber terminado. Por Fabián Vidoletti

 

Las negociaciones para evitar el Abismo Fiscal en EEUU estuvieron plagadas de desconfianza, mala fe y agresiones mutuas. Los pormenores de una batalla política de grandes proporciones que está lejos de haber terminado

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Según cuenta la historia, el presidente de la Cámara de Representantes de los EEUU, el republicano John Boehner, no pudo contenerse cuando vio al líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, en la antesala de la Oficina del Presidente en la Casa Blanca el viernes pasado.

Quedaban apenas dos días para que se venciese el plazo y evitar caer en el temido Abismo Fiscal y no había a la vista ninguna chance de alcanzar un acuerdo entre ambos partidos. Para colmo de males, Harry Reid había acusado públicamente a Boehner de ejercer una "dictadura" en la Cámara Baja y de preocuparse más por aferrarse a su cargo que por generar las condiciones como para llegar a un acuerdo.

Con todos ese ruido y tensión de fondo, Boehner le lanzó un "Go fuck yourself!" (algo así como "andate a la c... de tu madre!") al senador demócrata mientras lo señalaba con el dedo. Sorprendido, Reid sólo atinó a replicar: "¿qué dijo?"

Y Boehner repitió, "Go fuck yourself!"

Este exabrupto ocurrido en la antesala de la Oficina Oval, fue sólo un episodio más de los ocurridos en los casi dos meses de negociaciones que estuvieron marcadas por la desconfianza, por la falta de comunicación, por callejones sin salida y por diálogos de sordos mientras en todo Washington se intentaba evitar que el aumento de 600 mil millones de dólares en recaudación producto del aumentos de impuestos fuese arrebatado del presupuesto 2013 vía mecanismos de denegación de recursos que son potestad del Congreso.

Requirió de la intervención de última hora de dos veteranos senadores —el líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell y el vicepresidente Joe Biden— para evitar que las negociaciones naufragasen. La relación entre ambos, forjada a lo largo de más de dos décadas en el Congreso, ayudaron a empujar al legislativo hacia un acuerdo.

Para entender el dramatismo con el que se vivió el vencimiento de este plazo autoimpuesto por ambos partidos, es necesario entender la dinámica de la difícil relación entre los dos principales líderes políticos del país —Boehner y Obama— y de la puja de intereses entre distintos actores clave tales como Reid, Biden o McConnell.

El eje central de la discusión era el siguiente: Obama pretendía que el recorte de impuestos implementado por George W. Bush en el 2001 —válido para el conjunto de la sociedad estadounidense— fuese prorrogado para quienes tuviesen ganancias anuales inferiores a los 250.000 dólares al año (la mayor parte de la población incluyendo un gran sector de clase media), mientras que al mismo tiempo se dejaba expirar el recorte para quienes estuviesen por encima de esa cifra anual, lo que implicaba un incremento automático de la tasa impositiva que debían pagar.

Los republicanos, por su parte, no estaban dispuestos a permitir este incremento automático de impuestos a los más ricos. Sin embargo, también eran concientes que tras la victoria electoral de Obama el pasado noviembre, sus márgenes para atrincherarse en esta negativa se habían reducido significativamente. Por lo tanto, algunas voces podían llegar a aceptar alguna clase de aumento de impuestos a los más ricos, si el presidente accedía a la implementación de recortes presupuestarios en políticas sociales tales como programas de salud o seguridad social.

El primer gesto de concesión lo hizo Obama al elevar el mínimo anual de ganancias que se verían exceptuados del aumento de impuestos desde 250.000 a 450.000 dólares anuales. Desde esta concesión, Obama trató de imponer con fuerza un acuerdo antes de la fecha límite, aun ante las dudas del senador Harry Reid, quien estaba convencido de que si se esperaba (incluso después de vencido el plazo del 31 de diciembre) era posible obtener un mejor acuerdo.

Pero Obama no estaba convencido en que la dinámica súbitamente cambiase en su favor después del 1 de enero, rechazando la percepción de que los republicanos se mostrarían más flexibles una vez que los aumentos de impuestos entrasen automáticamente en vigor. Aún peor, existía el temor de que la puja se prolongase por semanas, llegando a superponerse con la próxima discusión respecto del nuevo techo de endeudamiento en el mes de febrero. Este sería un escenario de pesadilla en el cual el presidente estaba convencido que perdería cualquier ventaja negociadora a la vez que afectaría seriamente a una economía todavía frágil.

Lo que impedía un acuerdo de fondo, en realidad, era la profunda desconfianza que existe entre Boehner y Obama. Ninguno confiaba (ni confía) en el otro lo suficiente como para que se pudiese alcanzar un trato. Ambos piensan del otro que carecen de los dotes de liderazgo necesarios para forjar un "gran acuerdo" y convertirse en las voces cantantes de sus propios partidos.

Para empeorar las cosas, a esto se le sumó la mala fe existente desde el inicio en las negociaciones. Por ejemplo. cuando Obama se reunió por primera vez con los líderes de ambos partidos en el Congreso a mediados de noviembre, el senador republicano Mitch McConnell se cruzó con su colega demócrata Harry Reid en relación a la propuesta de este último de reformar el mecanismo de obstruccionismo legislativo conocido como filibusterismo (táctica utilizada sistemáticamente por los republicanos en el Senado durante el primer mandato de Obama), un tema que no tenía nada que ver con la cuestión del Abismo Fiscal.

Y por si algún condimento le faltase a este complicado escenario, la natural alianza entre McConnell y Boehner se veía desgastada por los desacuerdos en relación a la estrategia negociadora. Para decirlo en términos sencillos, los senadores republicanos estaban convencidos de que los conservadores en la Cámara Baja iban a hundir a la economía y al partido al rechazar de plano la firma de cualquier tipo de acuerdo bipartidista, una percepción que se fue haciendo carne a medida que el caos aumentaba con la aproximación de la fecha límite.

A principios de diciembre, con las negociaciones estancadas, Obama comenzó a fustigar a los republicanos en público para ganar la batalla de la opinión pública. Al mismo tiempo, en privado, contactaba a algunos senadores republicanos moderados para que lo ayudasen a aumentar la presión sobre sus líderes en el Congreso.

En ese contexto, Boehner lo pidió a Obama que se atuviese a la oferta que el presidente había hecho en el 2011, en el marco de la disputa por el techo de endeudamiento del gobierno, por la cual se aumentaría la recaudación en 800 mil millones, pero sin aumentar impuestos. Obama rechazó la propuesta de Boehner, argumentando que su sólida victoria electoral había modificado el escenario político.

Y agregó: "hay dos puertas que ambos partidos podemos cruzar. La puerta Nº 1, lleva a un acuerdo bipartidista y todos seremos saludados como héroes, a pesar de que economistas progresistas como Paul Krugman clamen 'me estafaron de nuevo'. La puerta Nº 2, por otra parte, lleva a un impasse y una desalentadora serie de consecuencias: aumento de la tasa de interés, una degradación de nuestra nota crediticia y una recesión mundial".

Al día siguiente, mientras el país tomaba conocimiento de la masacre en la escuela de Newtown, en Connecticut, Boehner se comunicó con el presidente con una enorme concesión: los republicanos aceptaban el fin de los recortes de impuestos, pero para ingresos superiores al millón de dólares anuales.

Sin embargo, los detalles del ofrecimiento se filtraron a la prensa antes de que Boehner pudiese conseguir que se apruebe según sus términos, y los conservadores se volvieron contra el presidente de la Cámara rechazando de plano el ofrecimiento hecho a Obama.

Para el 17 de diciembre, la historia volvió a repetirse. Obama se comunicó con Boehner con una contraoferta que incluía una elevación del piso desde el cual aumentarían los impuestos a 450.000 dólares anuales —una concesión mayor dado que Obama había hecho campaña planteando un piso de 250.000— pero Eric Cantor, el líder de la mayoría republicana en la Cámara Baja, así como otros referentes del partido la rechazaron.

En medio de este panorama, Boehner afirmaba públicamente que las negociaciones con Obama proseguían. Pero la realidad indicaba otra cosa. Ninguno habló con el otro durante el resto de la semana, quemándose cuatro días del calendario que dejaba el margen de maniobra cada vez más estrecho.

El día 21, Boehner finalmente le dijo a Obama que su plan era impulsar un proyecto de ley que contemple un piso de un millón de dólares para el aumento de impuestos, enviarlo al Senado para que lo reduzca más o menos a 500.000 y que volviese a la Cámara Baja para su aprobación.

Un Obama perplejo ante esta estrategia secreta le preguntó a Boehner si había comentado su plan con Reid o con Nancy Pelosi, la líder de la minoría demócrata en la Cámara Baja, sugiriendo que ambos podrían ayudarlo. Pero Boehner dijo que no estaba dispuesto a coordinar estrategias con ninguno de ellos.

Frente a este nuevo fracaso, Reid y McConnell se pusieron al frente de las conversaciones después de navidad. No era mucho el optimismo reinante, cosa que quedó de manifiesto cuando ambos abandonaron el diálogo el último domingo del año al atardecer. Un nuevo impasse se había impuesto cuando los demócratas se negaron a aceptar una propuesta de McConnell que hubiese resultado en una reducción en el pago de haberes a jubilados.

Fue en ese momento cuando el vicepresidente Joe Biden, que se había mantenido apartado del tema desde el inicio, salió al ruedo a pedido de McConnell. Reid se sentía frustrado y no era para menos. Había conseguido que McConnell bajase su pretensión de establecer un piso de 750.000 (el único acuerdo firme entre ambos si se recuerda que la propuesta republicana vigente era la de un piso de un millón) a 450.000 dólares (como pretendía el presidente). Pero al líder demócrata no lo entusiasmaba la perspectiva de que se pospusiese apenas por dos meses, la discusión sobre la denegación a la disposición del excedente en la recaudación, producto del aumento de impuestos, que representaba la otra pata del Abismo Fiscal.

Así dadas las cosas, Reid le dijo a Obama que si la Casa Blanca quería que los senadores demócratas votaran a favor de la ley tal como estaba planteada en ese momento, sería mejor que sus funcionarios se pusiesen a convencerlos ellos mismos. Y así se hizo. Joe Biden organizó una reunión a últimas horas del 31 de diciembre en el Congreso donde "les vendió" la ley a sus ex colegas del Senado. Y lo hizo con éxito. Horas más tarde, este Cuerpo aprobó la ley por 89 votos a favor y 8 en contra.

Pero más allá de este contundente mensaje político enviado desde el Senado, tanto el ala progresista demócrata como la conservadora republicana, detestaban el acuerdo. Ante la posibilidad de que todo naufragase en la Cámara Baja, el vicepresidente hizo una nueva reunión en el Congreso para calmar a los reticentes aliados. Boehner, mientras tanto, que se había quedado sin espalda política de parte de los senadores republicanos, batalló para que se le dé luz verde a la ley en el seno de su propio bloque.

Ambos tuvieron éxito y el acuerdo se selló. El Abismo Fiscal se evitó, pero la batalla dejó nuevamente sus secuelas de heridas y recelos entre los principales referentes de ambos partidos. Secuelas que casi con seguridad volverán a aflorar en febrero cuando se tenga que discutir, al igual que en el 2011, un nuevo aumento del techo de endeudamiento. Será un nuevo capítulo de una larga batalla política en la cual aún no hay ganadores claros. 

 

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

 

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