Parado desde un lugar de confianza el presidente de los EEUU pronunció su discurso de aceptación de la nominación de su partido. Con los números en las encuestas que lo favorecen Obama se dedicó a mostrar sus diferencias en materia política y de valores respecto de su adversario republicano
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Luego del apasionado testimonio personal realizado por su esposa y la clase magistral presentada por su predecesor demócrata a inicios de semana, Barack Obama brindó una declaración política mucho más esmerada y ortodoxa, el jueves por la noche. Diseñado cuidadosamente para aglomerar a su base demócrata, mientras a la vez apelaba a los votantes independientes, fue el discurso de un favorito que piensa que puede ganar si la actual dinámica política se mantiene. Y bien puede estar en lo cierto.
El discurso se quedó corto en nuevas ideas y propuestas políticas, y aún más corto en ataques o comentarios sarcásticos. Los delegados en el público, que estuvieron de pie y vitoreando durante la mayor parte del discurso de 48 minutos de Bill Clinton, se pasó la mayor parte del discurso de Obama, que fue bastante más corto, atados a sus sillas. La primera gran ovación se produjo pasados veinte minutos de su inicio y fue en respuesta a un pasaje bastante inocuo: "ya no soy el candidato, soy el presidente".
Conciente de la percepción de que es arrogante y distante, Obama utilizó un tono humilde durante todo el discurso, y afirmó que "estoy conciente de mis fallas" para luego citar una famosa frase de Lincoln en la que dice que se ha sido puesto de rodillas muchas veces "por la abrumadora convicción de que no tenía otra alternativa posible". En vez de decir, como Clinton la noche anterior, que sus políticas económicas están dando resultado y que las cosas están mejor, afirmó "no voy a decir que el camino que les ofrezco es el más fácil. Ustedes no me eligieron para que les diga lo que quieren oír. Me eligieron para que les diga la verdad. Y la verdad es que tomará más que un par de años superar los desafíos y los problemas que se han ido construyendo durante décadas... pero entiende esto EEUU: nuestros problemas tienen solución".
Su nivel de oratoria cayó un poco hacia el final, cuando repetidamente sostuvo que no ha dejado de tener esperanza en el futuro y en el pueblo americano, tal como lo afirmaba en el 2008. Pero esto era Obama ansioso por evitar la impresión de que estaba fuera de contacto con la realidad, ajeno a los retos que enfrentan muchos votantes. Se presentó como un presidente castigado pero con más experiencia debido a los desafíos de los últimos cuatro años, un presidente que está listo y dispuesto a liderar a los EEUU hacia un mejor y próspero futuro, y para impedir el terrible destino que caería sobre la nación si los republicanos asumieran el poder.
En definitiva, Obama jugó a seguro. Desde el inicio, su estrategia de campaña se basó en intentar presentar esta elección como una opción entre dos visiones contrapuestas, e ideologías contrapuestas, más que en un plebiscito de su propio gobierno. Desde que se puso al frente en las encuestas por un margen estrecho a nivel nacional y uno un poco más holgado en los estados indecisos clave, vio claramente que no había necesidad de cambiar esa estrategia. Afirmando que estaba harto de todas las trivialidades y de la publicidad negativa, algo sorprendente para alguien cuya campaña ha gastado millones de dólares atacando a Mitt Romney y sus antecedentes, luego dijo, "cuando todo haya sido y hecho, se encontrarán con la decisión más importante en toda una generación cuando vayan a votar... deberán optar no sólo entre dos candidatos o entre dos partidos".
Efectivamente, Obama estaba tan interesado en usar el argumento de la opción y en evitar jugar en el campo de la narrativa del plebiscito esgrimida por su oponente que se detuvo muy poco en defender las dos más importantes iniciativas de su gobierno: el estímulo y la reforma sanitaria. Mientras Bill Clinton rebatió los ataques republicanos sobre estos temas de forma directa y convincente, Obama optó por defender su posición desde un terreno más favorable: la política exterior, el rescate al sector automotriz, los préstamos estudiantiles y la eliminación de Osama bin Laden.
La campaña de Obama presentó a este discurso como una oportunidad para plantear la agenda económica para los próximos cuatro años, pero la mayoría de los objetivos (no las promesas) que enumeró sonaron familiares o modestos, o ambos: la creación de un millón de nuevos puestos de trabajos industriales para 2016; reducción a la mitad de la importación de petróleo para 2020; la contratación de 100 mil nuevos maestros de matemática y ciencia para 2022 y la reducción acumulada del déficit en cuatro billones de dólares para la década que viene.
Uno de los pasajes más sólidos del discurso tuvo lugar cuando Obama explicó qué no haría en lugar de lo que sí haría:
"Me resisto a pedirles a las familias de clase media a renunciar a sus beneficios para comprar una vivienda o para criar a sus hijos sólo para que paguen otro recorte de impuestos multimillonario. Me rehúso a pedirles a los estudiantes a que paguen más por la universidad; o a echar a los niños del programa "Head Start", a eliminar la cobertura de salud de millones de estadounidenses pobres, ancianos o discapacitados. No estoy de acuerdo con eso. Y nunca, nunca, voy a convertir a Medicare en un bono.
Este es Obama jugando el rol del demócrata tradicional, el protector de los jóvenes, los ancianos y los desfavorecidos económicamente. A esto le añadió algunos elementos clave de cara a su exitosa coalición del 2008: mujeres, gays, hispanos y estudiantes. Con la carrera tan pareja, los errores serán clave y Obama sabía que necesitaba ganar la "brecha del entusiasmo", sobre la que Jim Messina y David Axelrod insistieron que no tendría ningún papel en la decisión de último momento de cambiar el escenario del discurso de Obama desde el estadio al aire libre para 80 mil personas al relativamente modesto Time Warner Cable Arena.
Hacia el final, las cámaras se las ingeniaron para encontrar uno o dos delegados con lágrimas en sus ojos. Pero no fue esa clase de discurso. Comparado, por ejemplo, con la emocionante oratoria que el representante John Lewis de Georgia, un león de la era de los derechos civiles, esgrimió en las horas previas en la cual fustigó los esfuerzos de los republicanos por desalentar a los votantes, fue un discurso bastante tranquilo. Aun cuando realizó algunos ataques a su oponente, lo hizo con un estilo de bajo perfil. Si la campaña de Obama creía que estaba en problemas, bien podría haber apelado a mencionar los problemas de Romney en Bain Capital y su error en no haber realizado un pago adecuado de impuestos, pero aquí se conformó con empuñar un estilete en lugar de una cachiporra, señalando "puede que usted no esté listo para ejercer la diplomacia con Beijing si no es capaz de asistir a las olimpíadas sin insultar a nuestro aliado más cercano".
Nada de esto implica que haya sido un mal discurso: significa que fue elaborado cuidadosamente y pronunciado tácticamente. Para un presidente en ejercicio que está buscando su reelección en circunstancias objetivamente desfavorables, que se las ha arreglado para construir una ventaja estrecha en las encuestas, puede haber sido exactamente lo que se necesitaba. No alterar los planes, mostrar algo de modestia, y seguir machacando sobre los extremistas republicanos. Y quién sabe, podría llegar a terminar siendo el primer presidente en la era moderna en ser reelecto con una tasa de desempleo superior al ocho por ciento
Lo que nos lleva a la tasa de desempleo del mes de agosto, la cual estaba lista para ser dada a conocer al día siguiente del discurso del presidente. Una buena noticia en los números de empleo podría hacer más por Obama que su propio discurso, adecuado como fue; aún más, incluso, que el discurso perforante de Clinton. ¿Y una mala noticia, por otro lado? Bueno ya veremos lo que dicen las cifras.
FUENTE: The New Yorker