Domingo, 26 Marzo 2023 12:38

Metamorfosis

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Cambia lo superficial,
cambia también lo profundo,
cambia el modo de pensar,
cambia todo en este mundo…
(Julio Numhauser – Cristiano Malgioglio)

Muy lejos de toda pretensión kafkiana, recurrimos a la definición del diccionario de la Real Academia Española para confirmar la definición de metamorfosis y leemos que en su acepción zoológica se define como el “cambio que experimentan muchos animales durante su desarrollo y que se manifiesta no sólo en la variación de forma, sino también en las funciones y en el género de vida”. Escribo esto en la mañana de un sábado, mientras el sol sostiene una eterna disputa contra las nubes y desde ayer a la tarde repiquetea en mi cabeza la transformación que ha alcanzado a ese enorme colectivo que se sintetiza en la movilización que se produce en la Argentina en cada 24 de Marzo.

La marcha se ha transformado a sí misma. Si, como bien supo cantarnos la enorme Mercedes Sosa con su maravillosa voz, todo cambia, semejante fenómeno vital no podía ser la excepción. Si revisamos la historia, tal vez podamos encontrar tres tipos de marcha a lo largo del tiempo: las iniciáticas, las del reconocimiento y las de la referencia.

En las primeras las concurrencias eran mínimas. No había feriado y por lo tanto hasta el horario de desarrollo se veía condicionado. Pocas estructuras políticas convocaban y más allá del enorme ejemplo de las Madres y Abuelas, no abundaban ciudadanas y ciudadanos que, sin identificación partidaria se sintieran interpelados en la convocatoria. Que la marcha nos sorprendiera en la rutina diaria de cada uno de nosotros, sólo representaba unos pocos minutos de demora para peatones, vehículos y servicios públicos de transporte.  

El reclamo tenía como eje central lo histórico, a partir de lo que había sucedido y el ejemplificador pedido de Justicia para esa coyuntura. Tiempos de Obediencia debida, Punto final e indultos, las convocatorias siempre supieron poner el eje sobre el pasado, pero también para denunciar un contexto injusto y que tenía su razón de ser en el olvido. Las causas estaban condenadas a morir antes de nacer y, por qué no decirlo, buena parte de la sociedad miraba para otro lado.

Pero las semillas ya se habían sembrado. No son pocas las agrupaciones y organizaciones que con su multiplicidad de matices, nacieron bajo el cobijo de la lucha identitaria de Madres y Abuelas. Algunas se proyectan hasta hoy.

Hay un segundo momento que son las marchas del reconocimiento. Los pibes que acompañaban o miraban con simpatía el fenómeno ya no eran tan pibes, el reclamo se convirtió en una cuestión de conciencia cívica y el aporte estatal fue determinante. No sólo que el sentido de Justicia se hizo presente a través de la acción de un gobierno con reconocimientos varios, sino que el conjunto social ya había naturalizado ciertas luchas.

La simbología de bajar cuadros, la revisión de los hechos históricos sea en la década del 70’ como así también el intento de garantizar la impunidad en tiempos de la democracia, le dieron al movimiento de Derechos Humanos una visibilidad que hasta allí no había tenido. El Poder Legislativo derogó las ignominiosas leyes, el Ejecutivo activó a sus fiscales a reiniciar las causas paralizadas y el Poder Judicial contó con los elementos suficientes para llevar adelante los juicios y las condenas respectivas.

El Estado accionó en su conjunto. Desde la declaración de feriado como el Día de la Memoria, hasta en la obligatoriedad de los contenidos curriculares de las escuelas, abriendo así un panorama inabarcable de miradas, apropiaciones y reinterpretaciones de lo sucedido.

En algún momento surgió la idea protectora del “Madres de la plaza, el pueblo las abraza…” No podría afirmar en qué década o en qué tiempo, pero sí puede afirmarse que en la primera década del siglo, el canto, se corporizó.

A partir de ahí, las marchas se hicieron masivas. Si antes el Patio Cívico del Monumento Nacional a la Bandera quedaba grande, desde hace unos años hubo que mudar el encuentro a espaldas del río. Con un ojo puesto en los reclamos de Memoria, Verdad y Justicia, lo que refería inexorablemente al seguimiento de cada una de las causas que se tramitaban en el fuero federal, con el otro se le prestaba atención a la realidad circundante que lejos estaba (y está) de tener una plena vigencia del cumplimiento de los derechos humanos en la Argentina. En Rosario, la caminata devenía en paso obligado por la sede de los tribunales de calle Oroño para, en muchas ocasiones, recordarle a la “Justicia” que estaba siendo injusta. Esa convocatoria se fue metamorfoseando en la más activa del país. Y así entramos en la tercera etapa, en la de las marchas de la referencia.

Si algo ha caracterizado al sistema político partidario de los últimos años en la Argentina ha sido su atomización. Más allá de las alquimias electorales que han reversionado el modelo coalicional de gobierno, las marchas del 24 sintetizan un tiempo donde una buena parte de la realidad política del país se condensa en una hora y en un sitio común. Después, y esto es justo decirlo, aparece la idea de que “vuelve el rico a su riqueza, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas” y cada uno es cada quien.

En estas movilizaciones de los últimos años, el reclamo sobre los juicios ya no es tan potente. Dicen, los que saben llevar la cuenta, que se han sustanciado más de trescientos juicios y aplicado más de mil quinientas condenas. La marcha se ha transformado en una multiplicidad de voces que interpelan la realidad desde cada agrupación convocante. Y el potente documento de 2023, donde se denuncia la narco criminalidad que condiciona a las barriadas rosarinas, así parece confirmarlo.  

Sigue siendo emocionante cruzar a viejos militantes y familiares que exhiben carteles con rostros de los compañeros y compañeras desaparecidos. Ese gesto se nota en sus miradas más allá de las ausencias. Satisfacción y orgullo, parecen ser la clave para entender lo que observan a su paso.

Clubes de fútbol, sindicatos, múltiples representaciones del movimiento feminista de este tiempo, siendo en sus modos y formas de lucha un hijo dilecto de Madres y Abuelas, bibliotecas barriales, agrupaciones políticas de variado signo, formaciones estudiantiles y expresiones artísticas de todo tipo se dan cita a la misma hora y en el mismo lugar. Cada uno y una con sus reclamos, sus celebraciones, sus ideas del mundo que se desea. Al igual que nosotros.

Llegamos a la Plaza San Martín y casi todas las agrupaciones se aprontan para el comienzo de la marcha. Pero hay tiempo para una representación artística. De un lado y vestidos con remera amarilla, una veintena de músicos ofrecen una batucada que sacude el alma. Ver a su director ya es un espectáculo en sí mismo: cómo marca el ritmo y los tiempos pero fundamentalmente su disfrute, resulta digno de ver. Del otro lado, unas treinta mujeres de distintas edades danzan de manera acompasada, dispersas y sin la precisión de una coreografía profesional (doy por hecho que no buscan eso) pero con la semejanza comunitaria de los movimientos. Visten de remeras y faldas blancas más algún pañuelo entrelazado a la cintura. En algún momento asemejan acunar a un bebé, con la alegría propia de quien ha protagonizado el milagro de la vida. De a poco, lo que parecía separado se empieza a juntar en una ronda y los pañuelos que estaban en la cintura, pasan a cubrir las cabezas de las protagonistas. Pero hay un detalle, no son blancos, sino de diversos colores y texturas. La simbología plantea alternativas: ¿supone que los pañuelos blancos no son para cualquiera sino para las heroínas de nuestra democracia, o, como me susurra mi compañera, supone que la multiplicidad de colores nos incluye a TODXS? Quiera cada uno interpretar lo que quiera. Supongamos que es la tarea de cada fin de semana.

La metamorfosis es de tal magnitud que en este 2023, mientras las columnas bajan por calle Córdoba hacia el río, esta vez, el centro de la Plaza 25 de Mayo aparece “techado” de pañuelos blancos con el nombre de las víctimas. Allí, mientras los héroes de 1810 parecen indicarnos el camino desde las alturas, no son pocos los que ceden a la tentación de una selfie ante tanta simpleza y belleza artística. Cambia, todo cambia. Los pañuelos como cobijo y cuidado de todos nosotros. Me la imagino (y deseo) como una feliz alegoría. Y, otra vez, elijo creer.        

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