Apriori, todo los opone. João Paulo Rodrigues milita desde su más tierna infancia en el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil. Rubens Barbosa, embajador de su país en Londres y luego, entre 1994 y 2004, en Washington, pone su red de contactos al servicio de las empresas. El primero nos citó en una pequeña casa discreta de un barrio residencial de San Pablo. Ni carteles, ni banderas rojas, un simple timbre anónimo. El segundo decidió instalar su oficina en la muy chic avenida Brigadeiro Faria Lima, donde zumban los helicópteros que conducen de un rascacielos a otro a los siempre apurados directivos de empresas. Cuando nos encontramos con él, el dirigente del MST termina una sesión de formación militante. El ex diplomático, por su parte, “logró escaparse algunos instantes” entre dos llamados de clientes que, según un testigo indiscreto, parecen querer conocer –¿un poco antes que el resto?– las modalidades de una licitación del gobierno.
Sin duda, estos dos hombres no se parecen en nada. No obstante, en ciertas ocasiones sus comentarios se hacen eco uno del otro. Cuando menciona el proyecto político de su organización, “la sustitución del neoliberalismo por un sistema económico más solidario”, Rodrigues identifica una urgencia: la integración regional. Por su parte, el embajador Barbosa sueña con que su país “transforme su geografía en realidad política”. Ahora bien, América Latina constituye, según él, “el patio trasero de Brasil, el espacio natural de expansión de sus empresas”. Mientras manipula maquinalmente una pequeña caja que representa una jauría de perros de trineo, coronada por el eslogan “Cuando no sos el primero, la vista es monótona”, el ex embajador también define una prioridad: “Defender nuestros propios intereses –dice– y reforzar el proceso de integración regional”.
Antiimperialismo
Desde el sueño de unidad del libertador Simón Bolívar (1783-1830), muchas iniciativas intentaron promover la colaboración de los países latinoamericanos, su integración en un conjunto más vasto, de contornos variables según los objetivos: luchas por la independencia en el siglo XIX, industrialización de la región después de la Segunda Guerra Mundial (véase “Los archivos de Le Monde diplomatique”), alineamiento neoliberal durante los años 90…
Aunque hoy la misma ambición los reúna, Rodrigues y Barbosa negarían cualquier alianza política. Y, sin duda, no mentirían. “Es la especificidad del proceso de integración que promueve hoy Brasil –explica Armando Boito Júnior, profesor de Ciencia Política en la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp)–. Se trata de un proyecto impulsado por fuerzas políticas antagónicas, con intereses contradictorios. Pero, por ahora, las agendas de unos y otros se muestran compatibles, incluso convergentes.” Por ahora…
Primer punto de acuerdo: el rechazo a ingresar en la órbita estadounidense. Sin embargo, durante los años 90, la idea parecía convencer a la elite. El presidente Fernando Henrique Cardoso (1994-2002) no escatimó esfuerzos a su país para tratar de alcanzar el sueño de Washington: el de una inmensa Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), desde Alaska a Tierra del Fuego. Pero su frenesí liberal molestó a la franja industrial de la burguesía. Sus políticas de apertura del mercado brasileño llenaron al país de importaciones, precipitando la quiebra (o el rescate) de cientos de empresas. Un proceso de desnacionalización lo suficientemente audaz como para azorar hasta a la muy liberal revista Veja, que concluyó: “La historia del capitalismo pocas veces vio una transferencia de control tan intensa, en un período tan corto”.
Mientras el sector financiero prosperaba, la poderosa Federación de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP) se endureció. En 2002, realizó un estudio que analizaba el impacto del ALCA sobre la economía brasileña. Éste confirmó “lo que muchos empresarios temían”: un acuerdo de libre comercio continental acarrearía “más riesgos que ventajas a la economía brasileña”. Ese año, para las elecciones presidenciales, los industriales apoyaron a un antiguo obrero metalúrgico, Luiz Inácio Lula da Silva que, desde su llegada al Palacio del Planalto, puso trabas a las negociaciones con Washington. En 2005, durante las manifestaciones que celebraron el entierro del ALCA, la FIESP se mostró discreta. Pero no deja de ser cierto que tuvo su parte de responsabilidad.
Lejos de las fronteras brasileñas, la opción librecambista buscó una segunda vía. Especialmente en el marco de la Alianza para el Pacífico, firmada en junio de 2012 por Chile, Perú, Colombia y México y detrás de la cual Valter Pomar, dirigente de la Articulación de Izquierda, una tendencia interna del Partido de los Trabajadores (PT), ve la mano de Washington: “No cabe la menor duda”. Todos los países involucrados ya firmaron acuerdos de libre comercio con Estados Unidos.
Pero en los salones de Brasilia y en la Bolsa de San Pablo, la crisis llamada “de 2008” contribuyó a calmar la fiebre neoliberal. Hoy hay que dirigirse al círculo más cercano al ex presidente Cardoso, siempre muy influyente, o golpear la puerta de un gran banco como el HSBC, para escuchar a un poeta (del mercado) celebrar, con ojos soñadores, el acercamiento de México y Washington: “Estados Unidos es un poco como el Sol, y México como un planeta que gira alrededor del astro central”. Una órbita que le costó a la población mexicana 6,7 puntos del Producto Interno Bruto (PIB) en 2009 –realidad que ni siquiera desconoce la formación de Cardoso, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB)–.
“Existen otras maneras de encarar la integración regional –estima Rodrigues–. Por ejemplo la que defiende el MST a través del ALBA”, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América promovida por Venezuela, a la que Brasil nunca adhirió. Una integración basada en la solidaridad más que en la competencia, y orientada hacia la búsqueda de un “socialismo del siglo XXI”. “Pero esta visión sigue siendo muy minoritaria en Brasil –admite Rodrigues–. A pesar de las quejas de un puñado de iluminados de extrema izquierda que estiman que sin las ‘traiciones’ del PT el socialismo llegaría mañana, la lucha por una transformación social radical dispone aquí de una base social relativamente reducida”. El día anterior, los estudiantes chilenos habían juntado seiscientas mil personas en las calles de Santiago: “¡La última vez que hicimos algo parecido en Brasil fue en Carnaval!”, dice Rodrigues.
De allí la necesidad para el MST de identificar los vínculos políticos entre su propio proyecto y el modelo de integración hegemónica en el país, aprovechando las contradicciones que atraviesan a este último. “Son muchas –sonríe Rodrigues, antes de enumerar los integrantes de un frente heteróclito–: el gobierno y sus aliados, algunos sectores industriales, empresas multinacionales, altos funcionarios y también amplios sectores de la clase obrera, particularmente a través de las grandes centrales sindicales.” En suma, una versión moderna del consenso “fordista”, al servicio de un proyecto geopolítico regional.
Primer ingrediente de este cóctel: la búsqueda de autonomía. Samuel Pinheiro Guimarães, ex secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores, luego ministro de Asuntos Estratégicos del presidente Lula da Silva (2003-2010), figura entre los intelectuales brasileños más reconocidos. Lo que quizás explique que, en 2009, se le haya confiado la redacción del “Plan Brasil 2022”, que fija los objetivos estratégicos del país de aquí al Bicentenario de su Independencia.
Este diplomático de casi 75 años ya no se vale de estereotipos. “¿Cuál es, para usted, el interés de Francia o Alemania de integrarse con un país como Malta?”, pregunta el 9 de abril de 2013, algunos instantes antes de partir hacia Caracas para observar un escrutinio presidencial que estima “crucial para el futuro de la integración regional”. “¡Ninguno! A excepción de que se trata de un país soberano y que, como tal, Malta dispone de un voto en las instituciones internacionales.” En momentos en que en el mundo se constituyen grandes bloques, “Brasil debe, a su vez, proceder como los otros” y crear “su” región. No América “Latina”, ya que México y América Central “votan con Washington”; la del Sur, que debe volverse “el eje central de nuestra estrategia de rechazo a toda sumisión a los intereses de Estados Unidos”.
El antiimperialismo de las fracciones más progresistas de la alta función pública brasileña coincide con el de Pomar. Independientemente de las convicciones políticas de sus promotores, una dinámica que saque partido de esta retórica hostil a Estados Unidos podría, según él, servir para avanzar hacia la transformación social: “Todos los procesos de construcción de un campo socialista en América Latina chocaron con dos obstáculos: el poder de la burguesía interna y el de la Casa Blanca. Ciertamente, la integración defendida por Brasil no elimina la injerencia exterior, pero reduce su impacto, permitiendo así a dinámicas nacionales seguir su curso de manera más autónoma”. Las firmes tomas de posición de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) –nacida en 2008– contribuyeron, sin duda, a enfriar las ambiciones de los golpistas bolivianos y ecuatorianos en 2008 y 2010. Y, mientras que la oposición venezolana y Washington ponían en duda la elección de Nicolás Maduro, la organización prestó su apoyo al delfín de Hugo Chávez. “Antes, estas cuestiones se resolvían en la Organización de los Estados Americanos (OEA). Vale decir: en la Casa Blanca”, suelta Pinheiro Guimarães. Quizás un poco irritado, el secretario de Estado estadounidense John Kerry sugirió recientemente que América Latina era claramente un “patio trasero”, pero el de Estados Unidos.
Según la estrategia de Pomar, entre dos ataques del águila imperialista, no quedaría más que confrontarse al segundo obstáculo: la burguesía interna. Pero, concede de buena gana, esta batalla deberá ser postergada, sin duda, para más tarde.
Los “campeones nacionales”
Privilegiados por la riqueza de su subsuelo, y en condiciones de recuperar el control de sus recursos naturales, los diferentes países de la región se esfuerzan para diversificar sus economías y reforzar sus aparatos productivos. Así, Maduro se lamentaba durante la reciente campaña presidencial en Venezuela: “Nuestro país no dispone de una verdadera burguesía nacional”. Caracterizados por su comportamiento rentista, “los sectores que se consagran a la actividad económica son extremadamente dependientes del capital estadounidense”. Maduro lanzó entonces un “llamado” a toda fuerza capaz de ayudar al país “a echar las bases de una economía productiva”. Aunque se dirigía al “sector privado nacionalista”, esperaba sin duda que su botella al mar fuera a parar a una costa brasileña: los industriales son considerados allí más “progresistas”.
Pues, lejos de desvanecerse con Lula da Silva en el poder, la alianza entre el PT, las grandes centrales sindicales y la patronal industrial se perpetuó a través de una actualización de la tradición “desarrollista” del Estado brasileño. En un contexto internacional caracterizado por la incapacidad de los dirigentes para plantear otras respuestas a la crisis del liberalismo que no impliquen una profundización de las reformas liberales, la aparición de un programa que apunta a desarrollar el mercado interno a través del pleno empleo, la suba de salarios, los programas sociales y el relanzamiento de la producción (en detrimento de la especulación) constituye probablemente una de las opciones más revolucionarias que el planeta conozca en la hora actual...
Sin contentarse del todo, muchos militantes de izquierda observan: “Sigo creyendo que hay que luchar para alcanzar el socialismo –explica Artur Henrique, ex presidente de la Central Única de Trabajadores (CUT) y artífice de la alianza ‘neodesarrollista’–. Pero no formo parte de los que creen que el socialismo llegará el próximo domingo, después de la misa de la tarde. No, quiero cambiar las cosas, pero soy consciente del contexto en el que trabajamos. A nivel regional, lo que tratamos de hacer es abandonar el neoliberalismo, pero sin creer que estamos en condiciones de acabar con el capitalismo. Tratamos más bien de promover una versión regional, no nacional. Es decir, un capitalismo que tome en cuenta las necesidades de los otros países de América del Sur”.
¿Caracas necesita un subterráneo? Podrá contar con la empresa brasileña Odebrecht y con un ventajoso financiamiento de Brasilia. ¿En Venezuela hay escasez de productos alimentarios? Los industriales brasileños se encargarán de aprovisionarla: ya proveen a su vecino del Norte casi todo el pollo que consume. El comercio entre ambos países se multiplicó por ocho desde la llegada de Chávez al poder, en 1999.
“Para nosotros, América del Sur constituye el mercado más importante del mundo – explica Carlos Cavalcanti, de la FIESP, cuyas cuerdas vocales descienden una octava para remarcar la naturaleza superlativa de su comentario–. Todavía somos competitivos en relación con los productos chinos, y es una región hacia la cual exportamos una gran mayoría de productos manufacturados.” Estos últimos representan el 83% de las exportaciones hacia América Latina contra el 5% de las exportaciones con destino a China. Además en un contexto de desaceleración económica general, el envío de mercaderías hacia los vecinos cercanos saltó de 7.500 millones de dólares en 2002 a más de 35.000 millones en 2010. Mientras se alisa el cabello con una mano, Cavalcanti observa satisfecho: “Los países de la región adoptan políticas de aumento del ingreso de sus poblaciones. Para nosotros, son mercados en crecimiento”. Nadie sugirió jamás que antiimperialismo y buenos negocios fueran incompatibles: en un documento de 2012, la FIESP describió el proceso de integración sudamericana como una “ruptura” en una historia de “cinco siglos” marcada por la “sumisión de nuestros intereses nacionales a las potencias mundiales dominantes”.
Pero es en el área de las infraestructuras donde encajan con mayor armonía las exigencias de desarrollo industrial de la región, de refuerzo de su autonomía geopolítica y de expansión del capital brasileño.
El 30 de octubre de 2012, UNASUR definía los recursos naturales como “eje dinámico en la estrategia de integración y en la unidad de [sus] países”. Esta misma lógica había justificado un poco antes la “continuación del trabajo de la IIRSA”. ¿IIRSA? La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana, una serie de grandes ejes viales, ferroviarios y fluviales que atraviesan el subcontinente de Este a Oeste y de Norte a Sur. Soñado por Cardoso en 2000, como una etapa en el camino que conduciría al gran mercado “libre” de las Américas, el proyecto no había convencido a Chávez. En 2006, en una reunión de los jefes de Estado de la región, el difunto presidente venezolano denunciaba su “lógica neocolonial”.
Pero, de las raíces neoliberales de la IIRSA a las promesas de la UNASUR, “las cosas han cambiado”, aseguran en coro la mayoría de nuestros interlocutores. No se trata ya de crear “una sola economía” sudamericana, sino de trabajar por el “desarrollo interno”, la “sustentabilidad ambiental”, en resumen, concebir las infraestructuras “como un instrumento de inclusión social”, promete María Emma Mejía, la secretaria (colombiana) de la UNASUR entre mayo de 2011 y junio de 2012.
En la región, las necesidades en infraestructura son inmensas. Para tratar de calmar las críticas de los ecologistas, el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera promete que la explotación de los recursos naturales permitirá industrializar el país. Es cierto que la debilidad del equipamiento tecnológico amenaza con desmentirlo. Al igual que Perú, Venezuela debe equiparse de nuevas redes portuarias o viales. En Brasil, la producción de cereales creció cerca del 220% entre 1992 y 2012, pero las redes viales y férreas no evolucionaron ni un ápice. Resultado: en abril último, la ruta BR 364, que lleva a la terminal ferroviaria que comunica con el puerto de Santos, tuvo un embotellamiento de camiones que se extendió por más de cien kilómetros y generó un retraso de sesenta días en el exportación de la producción. “Nuestro agrobusiness se beneficiaría con el acceso al litoral Pacífico –observa el embajador Barbosa, recordando que el país no dispone de uno naturalmente–. Después de todo, China es hoy nuestro primer socio comercial”. Sin contar que las empresas brasileñas desean también tierras más allá de las fronteras de su país.
Concebida en un contexto de idolatría liberal, la IIRSA confiaba el financiamiento de sus obras a los mercados, como también al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Un fracaso, admite el millonario argentino Eduardo Eurnekian: “No pienso ni por un segundo que los empresarios deban encargarse de conectar a los países entre sí”. En ese nivel, la responsabilidad de hacer concluir las obras corresponde “a los Estados, no al sector privado”.
El mensaje pasó. Hoy, la integración física de la región puede contar con gran cantidad de financiamientos nacionales. De hecho, Brasilia dispone del Banco de Desarrollo más rico del mundo: el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES). En 2010, prestó más de 100.000 millones de dólares, contra 15.000 millones del BID y 40.000 millones del Banco Mundial. Un detalle: sus estatutos solo lo autorizan a financiar a las empresas brasileñas. Una suerte para Odebrecht, Camargo Corrêa, etc., los “campeones nacionales” que el país quiere promover.
En las oficinas de estas multinacionales de la construcción, sin duda se aplaudió la adopción por parte de la UNASUR, en noviembre de 2011, de la primera Agenda de Proyectos prioritarios de Integración (API). Ésta prevé la construcción de 1.500 kilómetros de gasoductos, 3.490 kilómetros de vías fluviales, 5.142 kilómetros de rutas y 9.739 kilómetros de vías férreas. Una inversión de más de 21.000 millones de dólares para los proyectos prioritarios y de 116.000 millones de dólares en total.
Pase de testigo
Entre los vecinos, los sentimientos están más divididos. El 22 de abril de 2013, durante el primer encuentro de la organización de los “Estados latinoamericanos afectados por Intereses Transnacionales”, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, República Dominicana, San Vicente y Granadina, así como Venezuela, denunciaron el poder económico de “algunas empresas”, que amenazaría la soberanía de “algunos Estados”. A pesar de lo impreciso de la formulación, las miradas apuntaron en la misma dirección.
Para el intelectual uruguayo Raúl Zibechi, la integración que promueve Brasilia podría resumirse en un pase de testigo: un capital llegado del “Norte” habría cedido el lugar a otro sito en el “Sur”. “Los ingleses construyeron las primeras líneas de ferrocarril para exportar minerales y Estados Unidos deseó la ruta Cochabamba-Santa Cruz […]. Ahora, Brasil impulsa sus propios corredores de integración”.
Pinheiro Guimarães presenta las cosas de otra manera. Según él, el problema es sobre todo geográfico: en América del Sur, Brasil representa la mitad del territorio, de la población y de la riqueza producida cada año. En 2011, el PIB del país era cinco veces superior al de Argentina, el segundo país más próspero de la región. Y cien veces superior al de Bolivia. “Y además, algunas capitales de América del Sur sólo recientemente introdujeron el impuesto a las ganancias. Solas no disponen de recursos necesarios para poner en marcha su desarrollo”. Conviene pues “ayudarlas”.
¿Explotación o solidaridad? Las opciones parecen coexistir, tanto en el plano regional como dentro de un poder brasileño que ambiciona “reconciliar” sindicatos y patronal. ¿Hasta cuándo?
El 1 de abril pasado, Pinheiro Guimarães ilustraba la solidaridad regional con un ejemplo: “Bajo el gobierno de Lula, pasó algo extraordinario: una subvención brasileña permitió lanzar la construcción de una línea de transmisión eléctrica entre la usina hidroeléctrica paraguaya de Itaipú y Asunción”, poniendo término así a los cortes de corriente que sufría la capital paraguaya.
Dos días más tarde, los patrones de San Pablo sacaban otras conclusiones del mismo acontecimiento: “Las industrias nacionales intensivas en mano de obra, como la textil o la confección, mejorarían su competitividad frente a sus competidores asiáticos en el mercado interno brasileño si deslocalizaran una parte de su línea de producción hacia Paraguay, [donde] los costos salariales son inferiores en un 35%”.
* Jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique, París.
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Rafael Pansa
FUENTE: ElDiplo