Lo que comenzó como una gran movilización social contra el aumento del costo de los pasajes y en defensa de un transporte público de calidad está desembocando a plena vista en un experimento social incontrolable de características fascistas que no puede más que ser despreciado. ¿A quién le interesa que exista una masa disconforme en las calles, “contra todo lo que está ahí”, sin representantes, que afirma no tener dirigentes, enfrentándose permanentemente con la policía, infiltrada por grupos interesados en promover bloqueos, saqueos, ataques contra edificios públicos y privados, ataques contra las sedes de partidos políticos y contra militantes políticos, sindicatos y otros movimientos sociales? Ciertamente no a la aún frágil e imperfecta democracia brasileña. Frágil e imperfecta, aunque no obstante, una democracia. En estos momentos no es poco recordar lo que eso significa.
Una democracia, entre otras cosas, significa la existencia de partidos, de representantes electos por el voto popular, del debate político como espacio de articulación y mediación de las demandas de la sociedad, del derecho a la libre expresión, a la libre manifestación, a la libertad de movimiento. En la noche del jueves, todos esos trazos constitutivos de la democracia fueron amenazados y atacados de diversas maneras, en distintas ciudades del país. ¿Hubo violencia policial? La hubo. Pero sucedieron muchas otras cosas no menos graves y potenciadoras de esa violencia: ataques y expulsión de militantes de izquierda de las manifestaciones, ataques a sedes de partidos políticos, a instituciones públicas. La imagen más representativa de esa ola de irracionalidad fue la de los focos de incendio en la sede de Itamaraty, en Brasilia. Esa imagen basta para ilustrar la gravedad de la situación.
No fueron solo los militantes del PT los que fueron agredidos y echados de las manifestaciones. Lo mismo se repitió en varias ciudades del país con militantes del PSOL (Partido Socialismo y Libertad), del PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado), del MST (Movimiento de los Sin Tierra) y con personas que apenas se representaban a sí mismas y portaban alguna remera o pancarta de su partido u organización. En Porto Alegre, las sedes del PT y del PMDB fueron atacadas. En Recife, cerca de 200 personas fueron echadas de las manifestaciones. Militantes del MST y de partidos fueron agredidos. El edificio de la municipalidad de la ciudad fue atacado. Militantes del MST también fueron agredidos en San Pablo y en Río de Janeiro, entre otras ciudades.
En San Pablo, algunas de esas agresiones fueron provocadas por personas armadas con cuchillos. ¿Quién promovió todas esas agresiones y ataques? Nadie lo sabe a ciencia cierta porque los agresores actuaron sobre el manto del anonimato que propiciaba la multitud. Conocemos la identidad de los agredidos, más no quiénes los agredieron.
Desde luego, cabe reconocer que los dirigentes de los partidos, de los gobiernos y de los medios de comunicación tienen una gran dosis de responsabilidad por lo que está ocurriendo. Tenemos ahí dos fenómenos que se retroalimentan: por un lado, la degradación de la política a la esfera del pragmatismo más bajo y, por el otro, la criminalización mediática de la política que coloca a todo y a todos en la misma bolsa, ocultando los beneficios que la población obtiene día a día como resultado de políticas públicas que ayudan a mejorar la calidad de vida de las personas. Hay una gran dosis de responsabilidad compartida por todos esos agentes. La reforma política que ha sido eternamente postergada no puede esperar más. En un momento grave y difícil para historia del país, el Congreso no está funcionando. Es sintomático que a ninguno de los representantes electos por el voto popular no se les haya ocurrido convocar a una sesión extraordinaria o algo por el estilo para dialogar sobre lo que está pasando.
Dicho esto, es preciso tener en claro que todos estos problemas sólo pueden ser resueltos con más democracia, no con menos. La degradación de la política a la esfera del pragmatismo más bajo exige mejores partidos y un voto más esclarecido. La criminalización de la política, de los partidos, de los sindicatos y movimientos sociales exige medios de comunicación más responsables y menos comprometidos con los grandes intereses privados. No son sólo “los partidos” y “los políticos” los que están siendo cuestionados en las calles. Es la institucionalidad brasileña como un todo y los medios de comunicación son una parte indisoluble de esa institucionalidad. No es de extrañar que periodistas, equipos y edificios pertenecientes a los medios de comunicación también estén siendo blancos de ataques. Sin embargo, no tendremos mejores medios de comunicación agrediendo a periodistas, incendiando vehículos de las emisoras o atacando a los edificios de las empresas periodísticas.
Una cierta ola de irracionalidad atraviesa a ese conjunto de amenazas y agresiones, afectando incluso a militantes, dirigentes políticos y activistas sociales experimentados quienes tardaron mucho en darse cuenta en percibir el monstruo informe que se estaba creando. Y muchos aún no se han dado cuenta. Luego de que las primeras grandes manifestaciones comenzaran a producirse en todo el país, se alimentó la ilusión de que había un “movimiento en disputa” en las calles. Lo que ocurrió la noche del viernes muestra claramente que no hay “un movimiento” a ser disputado. Lo que hay es una multitud informe y descontrolada que se arrastra por las calles con objetivos bien definidos: instituciones públicas, edificios públicos, equipamiento público, sedes de partidos, periodistas, medios de comunicación. Los militantes y activistas de organizaciones que intentaron participar de esa disputa en la noche del jueves fueron repelidos, echados y agredidos. Tal vez eso ayude a clarificar las mentes y a calmar un poco los espíritus sobre lo que está sucediendo.
No es sólo la democracia en general la que está bajo amenaza. Existe algo llamado lucha de clases, que mucha gente jura que no existe, que está en desarrollo. No es de extrañar que los militantes del PT, del PSOL, del PSTU, del MST y de otras organizaciones de izquierda fueran los agredidos y expulsados de las distintas manifestaciones. Con todas sus imperfecciones, límites y contradicciones, el ciclo de gobiernos de la última década en otros países de América Latina provocó numerosos cambios en las estructuras de poder. No provocó todos los necesarios y ese es, sin dudas, uno de los factores que alimentan la actual explosión social. Muchos intereses de clase fueron afectados y esos intereses no desistirán en retornar al poder plenamente. Y ahora tienen delante de sí una oportunidad de oro.
Como periodista, militante político de izquierda y ciudadano ya firmé un comunicado respecto de lo que está ocurriendo. Una multitud cuya dirección (por rumbo) pasó a ser atacar a las instituciones públicas, que no tiene representantes, secuestrada por grupos de extrema derecha, que rechaza a los partidos políticos y que hostiga a los militantes de izquierda, no sólo no me representa, sino que además es algo a ser combatido políticamente. ¿O acaso alguien cree que algunos sectores de las fuerzas armadas y de la derecha brasileña está observando todo esto de brazos cruzados?
FUENTE: Carta Maior