La celebración desde 1890 del Día Internacional de los Trabajadores, cada Primero de Mayo, fecha de festejos, conserva fiel a su origen el protagonismo de las demandas de reivindicaciones sociales y laborales.
En esas ocasiones, hombres y mujeres de diversos lugares del mundo recuerdan también a los mártires de Chicago, cinco condenados a muerte tras los sucesos violentos que tuvieron lugar en esa ciudad, entonces la segunda de Estados Unidos, el primero y el 4 de mayo de 1886.
El movimiento en defensa de la jornada máxima de ocho horas alcanzó fuerza en Estados Unidos y países de Europa, en los años 80 del siglo XIX.
Con el tiempo, la más que centenaria convocatoria coloreó su historia con la sangre de participantes en muy distantes escenarios, en choques con cuerpos represivos, y dio nuevos motivos para volver el próximo año a llenar calles y plazas.
La primera jornada internacional fue acordada, en julio de 1889, por el Congreso Obrero Socialista de Paris, con el objetivo de organizar una gran manifestación de trabajadores, que en todos los países y poblados a la vez, demandaran a los poderes públicos reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo.
A fecha fija -dice el acuerdo-, los trabajadores de las diversas naciones llevaran a la práctica estas acciones de acuerdo a las condiciones especiales que disfruten en sus países.
Se decidió el Primero de Mayo de 1890, tomando en cuenta una similar convocada para ese día por la Federación Americana del Trabajo (FAT), en su congreso de diciembre de 1888.
A ella se sumaron trabajadores de Europa y un reducido número de países de otros continentes; también el entonces joven movimiento obrero cubano.
En Cuba, el Círculo de Trabajadores publicó la convocatoria, el 20 de abril de 1890, a celebrar una manifestación pública pacífica, y un mitin al final, "para que el gobierno, las clases elevadas y el público en general sepan o puedan apreciar cuáles son las aspiraciones de este pueblo obrero".
La manifestación de unos tres mil trabajadores partió en esta capital del Campo de Marte -actual Parque de la Fraternidad- por la calle Reina hacia Galiano, San Rafael y Consulado, donde intervinieron unos 15 oradores.
LOS SUCESOS DE CHICAGO
El movimiento en defensa de la jornada máxima de ocho horas alcanzó fuerza en Estados Unidos y países de Europa, en los años 80 del siglo XIX.
El presidente estadounidense Andrew Johnson dictó una ley sobre las ocho horas diarias, pero 19 estados autorizaron hasta 10 horas, que en la práctica eran 14-16, insoportables para los afectados, entre ellos miles de niños.
"La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora".
Las largas sesiones de trabajo impuestas por los patronos provocaban el rechazo de los obreros con numerosos tipos de protestas, incluidas las huelgas y otros sucesos como los ocurridos el Primero de mayo de 1886 y los días siguientes en Chicago.
En la planta Mc.Cormik que se mantenía operando con rompe-huelgas, seis huelguistas resultaron muertos por la policía y también decenas de heridos.
Durante un mitin el 4 de mayo en el parque Haymarket, un desconocido lanzó una bomba con el saldo de un muerto y varios heridos.
Fueron arrestados los oradores y otros dirigentes obreros; en un amañado juicio siete fueron sentenciados a muerte (dos cambiada la pena a cadena perpetua) y uno a 15 años de trabajos forzados.
Murieron en la horca, el 11 de noviembre de 1887: el estadounidense Albert Parsons (periodista de 39 años) y los alemanes Adolf Fischer (periodista de 30 años), August Spies (periodista de 31 años) y Georg Engel (tipógrafo de 50 años).
El carpintero alemán Lous Lingg, de 22 años, se suicidó en su celda. Desde las páginas de su periódico El Productor, el obrero y periodista cubano, Enrique Roig San Martín asumió la defensa de los ocho obreros procesados en Estados Unidos (1886-1887) y denunció el crimen legal que se preparaba, mediante artículos suyos y de otros autores cubanos y extranjeros.
Roig San Martín encabezó una gran campaña a favor de los futuros mártires de Chicago.
A la protesta se sumaron los gremios de litógrafos, tabaqueros, escogedores, cocheros, cajoneros, cigarreros, mecánicos, planchadores, sastres y zapateros; trabajadores tanto de La Habana como de Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos, Villa Clara y Puerto Príncipe.
Se constituyó un Comité de Auxilio con la participación de numerosas organizaciones proletarias de todo el país, que colectaron fondos para contribuir a la lucha por salvarles la vida y de ayuda a los familiares.
En una asamblea, efectuada el 8 de noviembre de 1887, en el circo Jané, más de dos mil asistentes demandaron del Gobernador de Illinois el indulto de los condenados.
Otro cubano, José Martí, estuvo vinculado al caso con su brillante pluma; narró con lujo de detalles y colores la guerra social en Chicago, la anarquía y la represión; el conflicto y sus hombres; el proceso; el cadalso y los funerales.
En esta magistral crónica al diario La Nación, de Buenos Aires, publicada el primero de enero de 1888, puso en boca de Spies la siguiente advertencia: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora".
Sus dos últimos párrafos parecen actuales; dice lo que piensa apoyado en otras fuentes:
"Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcaide, ni a la nación que ha estado hoy dando gracias a Dios en sus templos porque han muerto en la horca estos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!", cita a un anónimo, "que se adivinaba ser de barba espesa y de corazón grave y airado".
Y, al diario de Spies Arbeiter Zeitung: "Hemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin al mundo ordenado conforme a la justicia; seamos sagaces como las serpientes e inofensivos como las palmas!"
FUENTE: Prensa Latina