En mayo de 2017 el gran pensador argentino, Horacio González, participó de una mesa de debate sobre los desafíos de la clase trabajadora. En el panel lo acompañaron Esteban “Gringo” Castro, secretario general de la UTEP y Luis Cáceres, secretario general del sindicato de familias ladrilleras y organizador del evento en la Feria del Libro.
El público estuvo mayoritariamente integrado por trabajadores del ladrillo de fábricas y de cachimbos de la provincia de Buenos Aires. Varias de las actividades de la jornada hicieron centro en la lucha contra el trabajo infantil. Por eso muchos niños y niñas integraron la audiencia.
En un clima de profunda preocupación por el deterioro social que provocaba el gobierno de Mauricio Macri, Horacio González habló con una extraordinaria sensibilidad creando una comunión reflexiva inolvidable para quienes allí estuvieron.
Agradezco la invitación del Sindicato de Ladrilleros en la figura del compañero Luis Cáceres porque es un gremio que se está actualizando y está en acto y al mismo tiempo evoca las formas más antiguas, más relevantes y más emocionantes del trabajo porque están en los cimientos mismos de cómo se construyó una civilización. El gremio de ladrilleros es una forma de aludir a la habitabilidad, a la construcción de ciudades, a la construcción de los grandes elementos de la vida contemporánea que suceden en la historia de la humanidad, a todo lo que podemos considerar el indicio bajo el cual comienza la vida de los hombres. El organizarse alrededor de un horno y del fuego para construir una vivienda.
Este gremio es un tipo de gremio sedentario: se realiza el trabajo del ladrillero allí, alrededor de hornos. El horno es el fuego, el fuego conectado con la arcilla nos habla precisamente de un enclave muy fuerte en aquel lugar en que se localiza el trabajo que tiene este aspecto primordial. Es un trabajo en un lugar, en una localización. La palabra localización que proviene de local sirve para definir un montón de cosas, del lugar de donde surgimos, del barrio. Es el lugar de donde somos. Por eso es un gremio que tiene arraigo en la tierra y al mismo tiempo compuesto por muchos migrantes, hermanos latinoamericanos.
Sedentario es una palabra que viene de sede, que la usa la iglesia, es el lugar donde está el principio del culto, donde está la construcción, de ahí viene sedentario, creo, pero por las dudas no me tomen muy en serio por lo menos en la etimología. Del otro lado están los gremios trashumantes como los ferroviarios, los camioneros. Son los gremios que marcan modos de la modernidad. Son los gremios de la circulación, son los gremios más modernos. ¿Son distintos los trabajadores de la circulación de mercancías de los trabajadores que se afincan en un lugar? La fábrica capitalista del siglo XIX se construye entre el trabajador sedentario y el trabajador trashumante en la circulación de mercancías.
¿Qué diríamos de las grandes fábricas inglesas de comienzos del capitalismo a principios del siglo XIX? Habría trabajadores sedentarios como los ladrilleros, con muchas migraciones, pero que van asentándose donde hay trabajo, como los trabajadores del agro que van migrando a donde hay cosechas.
¿Son iguales o diferentes a los trabajadores del agro, que son golondrina porque migran estacionalmente según las cosechas, los trabajadores ladrilleros -que están fijos en un lugar admitiendo, además que se asienten en ese lugar los hermanos latinoamericanos-, los trabajadores trashumantes, hoy en día uno de los mayores gremios de la Argentina, camioneros, y los trabajadores inmateriales, otro tipo de trabajo, que muchas veces no sabemos dónde están, porque trabajan con una mercancía especial, con una materia prima especial, que son las palabras y la informática? Estos son trabajadores que pueden atender por un dolor de muelas en un call center que está en Los Ángeles y que pueden atender por una consulta de pasajes para viajar a Córdoba mientras están en Tanganica, es decir, son los trabajadores de la globalización, son los trabajadores abstractos, son los trabajadores inmateriales.
Y después están los trabajadores que muy bien describió el Gringo, que son trabajadores que se anuncian a ellos mismos como trabajadores, habiendo sido descalificados, por un proceso cruel de expulsión del orden laboral, del orden creativo, de un orden que los hace sujetos y no personas por el capitalismo más cruel.
Entonces, tenemos muchos tipos de trabajadores: el que está en la tierra, el que está en el campo. De todos esos tipos de trabajadores, el que va con el camión, que gana un poco más que el que está en la tierra, el ferroviario que antes ganaba más y ahora gana menos porque el ferrocarril en Latinoamérica -no en Europa – casi está en extinción, porque el capitalismo salvaje no lo quiso. El trabajador inmaterial, el que trabaja en el call center, el que trabaja por teléfono, ¿cómo trabaja? Con la palabra, y a veces son troll que ya es más problemático, que no deja de ser un trabajador porque trabaja bajo explotación ocho horas por día, pero está todo el día tecleando mails falsos diciendo “qué bueno es Macri, qué malos somos nosotros. ¡Qué bueno es Macri! Mando diez mil ¡Qué bueno es Macri!” ¿Qué tipo de trabajo es ese? Descartemos lo problemático que es ese trabajo, pero pensemos que también son trabajadores, pero son trabajadores muy diferentes.
Si nos remitimos a los trabajadores industriales, que son los trabajadores del siglo XX, hoy -de alguna manera- están dejando paso al trabajador que reclama ser trabajador siendo un desocupado o un trabajador marginado. Me parece excelente, en ese sentido, el trabajo que hacen los movimientos de trabajadores informales -o como se los llamen-, que tienen una noción humanista del trabajo y no una noción productivista.
Los mismos gremios anarquistas, a los que les tenemos que tener un gran respeto -y me alegro que el Gringo los haya mencionado- eran gremios de otro tipo, más artesanales, están entre la artesanía y la industria, como los plomeros, los caldereros, el electricista. Es decir, personas que trabajan aisladas del gran conglomerado como pueden ser los gremios centrales. Los taxistas trabajan aislados, pero hay una fuerte centralización que rige esa distribución del espacio. El plomero, el trabajo doméstico, el ladrillero es una mentalidad ajena a la relación Estado, industria, que son los nombres con los que nos criamos todos como trabajadores: sindicato, universidad, todas las grandes instituciones centralizadoras vinculadas al Estado. Y, por lo tanto, de ahí surgen varios criterios: el trabajo emancipado, el trabajo con derechos, el trabajo como una forma del derecho heredada de socialistas y anarquistas, heredada del siglo XIX y el horario de trabajo como algo vital.
Hay que recordar que El Capital de Carlos Marx, además de ser una teoría complejísima que es necesario estudiar, hablaba mucho de las condiciones del trabajo en el siglo XIX y se basaba en las primeras estadísticas sobre el trabajo, el trabajo en las fábricas inglesas y las estadísticas eran más precisas que las que se hacen hoy. ¿Y qué conclusiones sacaríamos de esas estadísticas? Que el trabajo infantil es hoy más grave que en el siglo XIX, que las formas de explotación son más graves que las del siglo XIX, que el horario de trabajo – que era de diez horas y se logró, con mártires, bajar a ocho horas – hoy… esos martirologios son como si contaran, porque en un call center se trabaja doce horas.
En cualquier trabajo se trabajan muchas más horas, muchas más de las que esperaban las izquierdas del siglo XIX para modificar la explotación en el trabajo. ¿Y esto por qué? Porque hay una idea productivista falsa del trabajo. Porque los grandes monopolios de la informática crean una forma opresiva de la informática. No cuestiono las tecnologías, cuestiono el modo en que se usan para regir y regular la vida sentimental, la subjetividad, es decir, el alma interna de los trabajadores. Todo eso es la mala informática, que es una forma de gobierno. Es el estado mayor de gobierno de la humanidad hoy. De una humanidad que está perdiendo sus raíces humanísticas. Por eso, un gran motivo de los movimientos sindicales de todo el mundo es recuperar las raíces humanas y creadoras del trabajo. No podemos dejar que las tecnologías nos dominen, si no lo contrario. Para eso están. De las tecnologías proviene el concepto de productivismo. Aumentar las horas de trabajo para disciplinar.
De hecho, el capitalismo no necesita tantas horas de trabajo. Con muchas menos horas de trabajo mejor distribuidas, con una forma del ocio o del esparcimiento que suponga, efectivamente, que los obreros y los trabajadores argentinos piensan la cultura de otra manera, se acerquen a la vida cultural con todo el pluralismo que tiene la vida cultural contemporánea, de otra manera, efectivamente, viviríamos en otra sociedad. Es necesario pensar si de todas las formas que hay del modo de ser trabajadores: los solitarios, los que van de un lado a otro, los que están mejor organizados, los que están dispersos en el espacio, los que están con un color, los que están con otro color, los que están con un sindicalista más combativo, los que están con un sindicalista que se relaciona más con los gobiernos.
Hay que preguntarse si sigue existiendo una clase trabajadora que reúna al trabajador de ese centro misterioso de llamados telefónicos – que nos llaman todos los días vendiéndonos un producto o un candidato – hasta el trabajador ladrillero, que es lo más concreto que hay porque trabajan con las manos en la arcilla y con el fuego, que crea la civilización, con el orden, que está en el centro del hogar, por eso le decimos hogar a la casa. Todo ese amplio arco, ese abanico enorme que representamos. Y voy a agregar algo más: el trabajador material y el trabajador intelectual. ¿Es una diferencia que hoy en día podemos sostener? ¡Tampoco! No puede haber un trabajo intelectual que no sepa lo que es un trabajo manual. Y no puede haber un trabajo manual que no tenga detrás de sí siglos y milenios de pensamiento del hombre.
El plomero es hijo del intelectual que le enseñó cómo se coloca el plomo ante la necesidad de trasladar algo por el interior de un caño. Forma parte de toda la tecnología que conocemos. Son saberes preciosos que parecerían despreciables porque tienen que ver con la mano y la mano es lo más precioso que hay. El hombre no sería hombre si no hiciera este movimiento (muestra el movimiento de pinza entre el pulgar de la mano y el resto de los dedos, que nos diferencia de otros primates). Los antropólogos lo llaman la mano prensible y el pulgar oponible. Los filósofos dicen que la mano cerrada es la dialéctica y la mano en movimiento abierto es la exposición calma y amistosa. ¡Pero cómo diferencias el trabajo intelectual del trabajo manual! ¡No se puede!
Sin embargo, el movimiento obrero de todo el mundo tiene raíces humanísticas, en todas sus versiones: marxismo, peronismo, humanismo, humanismo cristiano, todo lo que quieran, todas las vetas del movimiento obrero, porque no hay fuerza política e ideológica en el mundo que no haya querido organizar al movimiento obrero. Podemos hacernos una gran pregunta: ¿cuáles son los pasos subsiguientes que deberán darse en el movimiento obrero argentino tan dividido como está, incluso los que parecen menos divididos para que se reponga algo que siempre existió, la noción común del trabajo?
La noción común, de que el trabajo da vida a partir de hacer ese trabajo. El trabajo da vida cualquiera sea ese trabajo. El trabajo nos hace humanos cualquiera sea el lugar donde estemos. Estemos arriba de un camión o tengamos el horno al lado de una casa. En ese sentido, me parece que vivimos en un momento crucial. Es preciso pensar el concepto de humanidad creadora, relaciones autónomas junto a la idea del trabajo emancipado.
Estas tres nociones, trabajo emancipado, naciones autónomas y humanidad creadora son tres nociones que tienen que guiar la recuperación política en la Argentina de un gobierno democrático (habla del gobierno de Mauricio Macri) que hoy no se preocupa por ninguno de los compañeros aquí presentes. El país tiene fuerzas creadoras, activas y militantes suficientes como para salir de esta grave situación que han impuesto un conjunto de empresarios necios que ganaron en una elección, por eso hay que ganarles en otra elección. Para eso tenemos que estar preparados.
El movimiento obrero de Argentina, organizado en sus múltiples variantes, debe participar con responsabilidad en eso. Es doble la responsabilidad del movimiento obrero: generar las condiciones mejores de trabajo a nivel de lo que hoy es el trabajo digno, con salarios dignos y, al mismo tiempo, desarrollar un interés por la construcción política gremial, nacional, popular, democrática, con fuerte presencia obrera y con una gran democratización interna en la instancia de elección de los candidatos.
¿Por qué esto sería importante para un ladrillero? Es importante porque para un ladrillero, un camionero o un maestro es fundamental que la Argentina viva un proceso de democratización novedoso que lo saque de esta coerción, de esta explotación, de este modo humillante de tratar al trabajador como ñoqui, choriplanero, etc. La humillación es una forma de la opresión política y aquí retomo a los propios anarquistas, que lo único que querían era no ser oprimidos. Este gobierno (por el gobierno macrista) es un gobierno de opresores, por muchas razones, entre ellas la palabra, que es una forma de oprimir a las personas. ¿Qué piensan ustedes cuando les dicen vagos, cuando se les dice grasa, cuando se les dice que están sobrando o choriplaneros? ¡Nos están diciendo que sobramos! Y, efectivamente, el trabajo argentino construyó la Nación.
A eso me quiero referir muy rápidamente por la idea de productividad. La idea de productividad no es necesaria para el momento en el que está el capitalismo hoy. Sin embargo, la usan como una manera de sujeción. En el Estado no es necesaria la idea de productividad. Como dijo el Gringo Castro, no se puede medir nada. El trabajo es una responsabilidad, no una forma de la productividad. Una responsabilidad o un pacto complejo entre propietarios y aquellos que tienen la capacidad de trabajar. Es algo muy completo que la humanidad tiene que volver a revisar. Pero aun si fuera así la productividad no tiene nada que ver con la relación entre los trabajadores y los empresarios.
La productividad es una medida de coacción, es decir, de medir a las personas como si fueran máquinas. Ponerle molinetes en las entradas del trabajo, como hay hoy en todos los establecimientos públicos, es tener desconfianza del trabajador. Esa cuestión es muy compleja en Argentina. En un gobierno popular, de grandes raíces populares, como el primer peronismo, en 1955, antes de la caída de Perón, se hizo un Congreso de la Productividad. Era otro país, otra situación, era un movimiento popular, pero había problemas económicos y no se realizaban las suficientes exportaciones por lo tanto no había los suficientes dólares para comprar los elementos que precisaba la industria, lo que los economistas llaman cuello de botella, el estrangulamiento del comercio exterior.
Aun estando el IAPI (regulando la actividad) que ojalá volviera a funcionar para reconstruir la industria nacional. Perón hizo el Congreso de la Productividad, pero el secretario general de la CGT, Eduardo Vuletich – no sé si alguien lo recuerda – era alguien vinculado al gobierno y se opone, se opone con argumentos que vale la pena volver a leer, argumentos interesantes. Dice lo mismo que dijo el Gringo, que el trabajo puede ser productividad, pero es mejor decirles a los trabajadores que, conscientes de que pertenecen a un país que tiene un proceso popular importante, pueden ser llamados a dar más de sí y lo harán con gusto, pero la productividad es un sistema del capitalismo duro, sería bueno revisarlo, se lo dice a Perón.
Vuletich no era un dirigente de la tercera internacional, era un dirigente formado por el peronismo. Los grandes movimientos populares tienen que estar en este debate porque muchos compañeros aceptan la versión oficial del macrismo, que es la productividad. Apuestan a construir casas en un minuto, en diez minutos, las casas inteligentes – que no sé lo que son – seguramente tendrán la inteligencia empresarial de abandonar la herencia laboral de la humanidad. Las grandes construcciones tecnológicas tienen que pedirle permiso a la humanidad. La tecnología no puede seguir destruyendo al planeta. Saludamos a las tecnologías que le piden permiso a la humanidad entera para seguir adelante al servicio de la humanidad, esa es una tarea gremial, es una tarea de los pueblos. Por eso saludo estos pasos que está dando el movimiento ladrillero.»
(*) Horacio Luis González fue un sociólogo, filósofo, historiador, escritor, investigador y docente argentino. Era profesor de Teoría Estética, de Pensamiento Social Latinoamericano, Pensamiento Político Argentino y dictó clases en varias universidades nacionales, entre ellas las de la ciudad de La Plata y Rosario.
FUENTE: Nación Trabajadora
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Camila Elizabeth Hernández