Martes, 21 Enero 2025 18:44

El regreso de Trump

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Donald Trump asume como presidente por segunda Donald Trump asume como presidente por segunda

Unas horas después de su discurso inaugural, las certezas son pocas y sus formas inasibles. El nuevo presidente de Estados Unidos salvó a TikTok, aunque había dicho que iba a hacer lo contrario. ¿Qué pasará con la migración, el libre comercio y lo demás que anunció?

 

En el año 2020 Donald Trump intentó, bajo amenaza de prohibición, obligar a TikTok a transferir sus acciones, de su controlante china a una empresa estadounidense. Aquel intento se corporizó cuando faltaban algo más de 24 horas para su reasunción al frente de la presidencia. La red social dejó de estar disponible en las pantallas de los celulares estadounidenses, en virtud de una ley promulgada por su sucesor, aprobada por el Congreso con el voto abrumador de mayorías en ambos partidos, y confirmada en su constitucionalidad, de forma unánime, por los jueces de la Corte Suprema estadounidense. 

Sin embargo, si fuera por la duración del apagón, apenas hubiéramos podido distinguir  la pantalla anunciando la salida de línea de TikTok. Fue cuestión de horas para que esa coreografía fuera rápidamente reemplazada por otra pantalla (fácil de scrollear) anunciando a sus millones de usuarios norteamericanos que estaban de vuelta, gracias a “los esfuerzos del Presidente Trump”. 

De aquel deseo de clausura, sin embargo, Trump pasó a proclamarse salvador de TikTok. En Truth Social, su propia red social, anunció que al asumir iba a posponer la vigencia de la ley (aún cuando no se conocían negociaciones que justificaran una medida de ese estilo en las condiciones impuestas por la legislación) y que daría garantías a las proveedoras de servicios de que no sufrirían consecuencias si seguían ofreciendo la aplicación. Luego fue más lejos. En otro mensaje en su red social, Trump indicó sus preferencias para aprobar un acuerdo que, a su criterio, sería aceptable, y que mantendría el 50% del capital en manos de los actuales accionistas –cuya porción mayoritaria corresponde a la china Byte Dance– si se entregaba el 50% del capital a los Estados Unidos. TikTok también fue, de acuerdo a los mensajes del propio Trump, uno de los temas en su reciente conversación con el líder chino, Xi Jinping, en la que abordaron los desafíos de la relación bilateral. Un mensaje ambiguo sobre el que insistió por la noche, en conversación con la prensa.

Elon Musk y Jeff Bezos presentes en la ceremonia de asunción

 La relación con las tecnológicas, con el mundo de los negocios, el personalismo y el conflicto de intereses dan marco a una presidencia cuya característica saliente al inicio de su mandato es la absoluta impredictibilidad, incluso en aquellas cuestiones en las que parecía haber certezas obvias, como el enfrentamiento estructural con China, uno de los escasísimos consensos que escapan a la profundísima grieta política de los Estados Unidos. Unas horas después de su discurso inaugural, las certezas son pocas y sus formas inasibles.

Dos de las grandes guías del primer mandato y la campaña electoral sobreviven airosas al transcurso del tiempo. Trump tiene un norte claro en la política migratoria y en relación al libre comercio. Buscará restringir ambos, de formas diversas, haciendo el máximo uso tanto de las herramientas a su alcance como de la muy favorable configuración institucional que le otorgan su mayoría en el Congreso y la hegemonía ultraconservadora en la Corte Suprema. Las primeras noticias sobre órdenes ejecutivas para declarar la emergencia en la frontera con México, la designación de los carteles de narcotráfico como organizaciones terroristas y la creación del Servicio de Recaudación Exterior, dan cuenta de lo que será, al menos en términos de narrativa política, una agenda protagónica del Gobierno entrante.  Aún allí donde hay certezas sobre el protagonismo de los temas y el sentido del accionar gubernamental, las predicciones son antojadizas.

Otra constante fue el desdén de Trump por las alianzas y compromisos institucionales de su país. En el tiempo desde la victoria electoral hasta hoy, alianzas y arreglos de décadas fueron puestas en cuestión, con pronunciamientos que, ante un segundo mandato fortalecido en términos de control partidario y apoyos externos, hacen de las bravatas del pasado riesgos reales. Trump insistió en su discurso de asunción en la recuperación del Canal de Panamá. Reportes confiables sobre su conversación con la primera ministra danesa dan cuenta de su obsesión de hacerse de la soberanía de Groenlandia. Mientras tanto, en Canadá, políticos liberales y conservadores comienzan a hacerse la idea de un plan de represalias ante medidas arancelarias tomadas en un contexto en el que Trump discursea sobre la admisión del país como un nuevo estado. 

Quizás lo más probable sea que ninguna de las ambiciones expresadas por Trump vaya a materializarse, e incluso que aquello sea parte de una estrategia de negociación, pero los protagonistas de estos primeros enredos son significativos. Panamá posiblemente sea el socio más cercano de los EE. UU. en Centroamérica, y la entrega del canal era propiciada por los propios militares estadounidenses. Dinamarca fue, entre los nórdicos, el miembro más leal de la OTAN durante la Guerra Fría, e incentivó el establecimiento militar estadounidense en Groenlandia, así como su navegación militar ártica, e incluso toleró el almacenamiento de armas nucleares en su territorio. Respecto de Canadá, se trata posiblemente del aliado más cercano que los Estados Unidos tienen en el mundo. Para quienes apuestan por la fortaleza de la relación bilateral con los Estados Unidos, la prima la otorga no la fortaleza o antigüedad de los compromisos, sino la lealtad y afinidad percibida de sus líderes. Algo que Javier Milei rentabilizó hasta el momento mejor que nadie, y que, del otro lado sufrió en carne propia Benjamin Netanyahu, un caído en la consideración de Trump, a quien según las crónicas disponibles, le fue impuesta una tregua en Gaza en términos que no deseaba. 

También en lo económico, las definiciones de la administración entrante pueden conducir a decisiones políticas de lo más variadas. La idea de que los aranceles pueden compensar la baja de impuestos y el rojo fiscal supondría niveles tarifarios cuya repercusión en los precios y la competitividad estadounidense serían difícilmente asumibles. Y aún una versión más moderada, que aumentaría el déficit, también supondría un aumento en el nivel de precios. Del mismo modo, los objetivos de reindustrialización y recuperación de la primacía estadounidense en la producción industrial serán difíciles de conciliar con el retiro de las iniciativas de política industrial vinculadas a la transición energética, como el apoyo a la producción de vehículos eléctricos o la energía eólica. Un camino de desarrollo centrado en las fósiles y, marginalmente, en la energía nuclear, junto a una eventual multiplicación de aranceles, entraña el riesgo de que los Estados Unidos desarrollen un esquema productivo desacoplado y relativamente menos dinámico respecto del resto del mundo. Dista de ser una certeza que un esquema como ese pueda imponerse a las compañías multinacionales norteamericanas con intereses en todas partes del mundo. Los cuantiosos intereses de Tesla y Apple en China son apenas un pequeño botón de muestra de las obvias contradicciones del enfoque propuesto.

Disputa por el canal de panama

Por último, es impredecible el modo en el que la corrupción y los intereses personales de Trump van a entrelazarse con el proceso de toma de decisiones. Con el Partido Republicano convertido en un partido personalista, definido, primero que nada, por el culto al líder, Trump tiene la última palabra en cada decisión. Y a lo largo de años lo hemos visto cambiar sus opiniones sobre una diversidad de temas –desde el aborto o el uso de la fuerza militar en Irak hasta las criptomonedas y su última medida sobre TikTok– de modos que coinciden con su interés personal o político más que con algún principio superior. Un comportamiento que no parece hasta el momento incomodar a su entorno, cuyas piruetas para seguir integrando el círculo del líder aparecen tan patéticas como evidentes pero, también, inconsecuentes. El único comportamiento que se probó dañino en materia de principios, como demuestran las truncadas carreras de Adam Kinzinger, Liz Cheney y Mitt Romney, es sostenerlos.

Poco puede decirse del mundo que inauguró el presidente nuevamente electo ayer, en su toma de posesión en el Capitolio. Pero en cuanto respecta al país más poderoso de la tierra, estará quizás más que nunca, en manos de las decisiones de un solo hombre. Bienvenidos a la dimensión desconocida.

Fuente: Cenital

 

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