La humillante derrota de hace dos semanas largas en Eastleigh sigue molestando en el Partido Conservador británico y sobre todo al primer ministro, David Cameron, que probablemente está viviendo sus horas más bajas desde que llegó a Downing Street. En vísperas del tratamiento de los cruciales presupuestos generales, que se presentan el miércoles, y entre crecientes rumores de golpes palaciegos, Cameron se vio obligado el sábado a invocar a Winston Churchill, Margaret Thatcher y Harold McMillan y pedir unidad al partido en su intervención en el congreso de primavera de los conservadores en Londres.
Los tories están nerviosos y claramente por detrás de los laboristas en los sondeos electorales desde hace ya tiempo. Lo que hace unos meses se veía como un desgaste transitorio por la crisis económica, se empieza a ver ya como un camino sin retorno. El temor a una derrota en las generales de 2015 ha calado de forma brutal desde el desastre de Eastleigh, donde no solo no consiguieron arrebatar el escaño a los muy debilitados liberales-demócratas sino que se vieron superados por los nacionalistas populistas del UKIP, el partido que defiende que Reino Unido abandone la Unión Europea y que atribuye a la inmigración casi todos los males que sufre el país.
Los nervios se han traducido en una cascada de exigencias de la derecha del partido, que reniega de las servidumbres de gobernar en coalición con los liberales y que cree que un bandazo a la derecha permitiría recuperar el apoyo de los votantes conservadores de toda la vida.
Los diputados más descontentos están lanzando mensajes a Cameron a través de los cronistas parlamentarios: el primer ministro debe dar un giro a la derecha en los presupuestos y el partido debe obtener buenos resultados en las elecciones locales de mayo. Si no, advierten fuera de micrófono, empezarán a enviar cartas al presidente del llamado Comité 1922 pidiendo un voto de censura contra Cameron en el grupo parlamentario. Si el 15% del grupo pide ese voto, es decir, si 46 diputados lo piden, Cameron tendrá que someterse al humillante proceso de que el partido lo refrende o lo destituya. Y parece que no van a faltar candidatos para sustituirlo.
Los detalles del giro presupuestario a la derecha los ha puesto negro sobre blanco el ex ministro de Defensa y conocida cabeza visible de la derecha tory, Liam Fox. Médico de formación, el doctor Fox quiere que el canciller del Exchequer, George Osborne, anuncie este miércoles una congelación total del gasto público como mejor medicina para superar la crisis. Tanto la económica como la del Partido Conservador.
Según sus cuentas, eso equivaldría a un recorte del gasto público del 2,5% en términos reales, frente al actual 1%, lo que permitiría unos ahorros de 345.000 millones de libras que deberían destinarse a recortes de impuestos y a rebajar el déficit. En concreto, Fox propone una abolición temporal de los impuestos que gravan los rendimientos del capital.
La propuesta de Fox no solo abraza la doctrina conservadora tradicional de menos gasto público y menos impuestos, sino que en la práctica afectaría a las actuales partidas previstas para sectores tan sensibles como el sistema público de salud, el NHS. “Recibo muchas sugerencias desde todos los rincones. Como primer ministro, nunca me faltan consejos”, le respondió Cameron con cierto sarcasmo. “Pero hay uno que no voy a seguir. El consejo que me sugiere que debería cortar el presupuesto del NHS”, ha advertido.
Cameron y Osborne tienen un arma casi infalible para no hacer caso a peticiones como la de Liam Fox: las presiones no solo le llegan desde la derecha, sino desde la izquierda, que parece pedir lo mismo pero en realidad pide todo lo contrario. En este caso, la izquierda no es la oposición laborista, a la que ni el primer ministro ni el canciller del Exchequer hacen nunca mucho caso. La izquierda que pide otras políticas son los socios de coalición, los liberales-demócratas. Y en concreto Vince Cable, el político liberal más popular cuando había políticos liberales populares.
Cable, ministro de Negocios e Innovación, quiere que las empresas salgan reforzadas en los presupuestos y, paradójicamente en cierto modo alineado con Fox, quiere que el Gobierno deje de garantizar el gasto en Sanidad, Educación y Ayuda al Desarrollo. La diferencia entre Fox y Cable es que mientras el primero lo que busca es reducir el gasto público, el segundo lo que quiere es aumentarlo. Lo que propone Cable es que departamentos como el suyo, y otros, no tengan que sacrificarse en nombre de terceros. Y propone que el gasto de capital en Sanidad y Educación se financie a través de nuevas emisiones de deuda en lugar de recortes en otros ministerios.
Detrás de estos tecnicismos palpita la realidad de una economía estancada y que según algunos expertos se encamina a la tercera recesión desde que empezó la crisis en 2008. Para la oposición laborista, es la prueba de que las políticas de austeridad no funcionan. Pero Cameron y Osborne, que llegan a los presupuestos con el estigma de la reciente pérdida de la triple A, la máxima calificación de la deuda soberana británica, insisten en que no es el momento de cambiar el rumbo.
FUENTE: El País