Con el objetivo de apuntalar un crecimiento sostenido del 4 por ciento anual durante varios años, el gobierno de Dilma Rousseff avanzó sobre reformas estructurales en materia económica. Esta es una síntesis de esos pasos.
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Las grandes economías emergentes resultaron castigadas el año pasado, particularmente en los primeros seis meses, por la crisis en los países desarrollados -la recesión en Europa y la tenue recuperación en Estados Unidos-. Pero 2012 también será recordado como el año en el que se consolidaron cambios estructurales en la economía brasileña.
La crisis económica global que comenzó en 2008 es similar a la Gran Depresión de los años 1930 no sólo en términos de su profundidad y duración, sino también en vista de los errores y las dubitaciones en materia de políticas en los países avanzados. Es preocupante que a los líderes europeos les cueste tanto acordar sobre políticas de ajuste fiscal que dejan espacio para las medidas de estímulo necesarias para reavivar el crecimiento económico. Hasta ahora, los países europeos con margen de maniobra en materia fiscal insistieron en aplicar recortes en el gasto y la inversión, de la mano de incrementos impositivos, que redujeron la actividad económica y aumentaron el desempleo, comprometiendo en definitiva la recaudación tributaria -y, por ende, la consolidación fiscal.
En Estados Unidos, a pesar de una leve mejoría, perdura la incertidumbre. Además del riesgo planteado por el "abismo fiscal" en 2013, persiste el problema principal: la falta de políticas fiscales contracíclicas efectivas -por ejemplo, un programa de inversión pública- para estimular la actividad económica. Por el contrario, Estados Unidos apostó todo a inyectar liquidez al mercado, desatando lo que he dado en llamar una guerra de monedas, en la que los inversores globales, en busca de rendimientos más altos, se vuelcan masivamente a los países emergentes, haciendo subir sus tipos de cambio.
El contexto internacional precario afectó la economía de Brasil principalmente a través del comercio exterior, la competencia agresiva en el mercado brasileño y los ecos de las expectativas negativas prevalecientes en los países avanzados.
Para combatir la desaceleración económica, el gobierno de Brasil implementó medidas que hoy están arrojando resultados claros. El cambio principal fue una gran reducción de las tasas de interés, en línea con un contexto de metas de inflación, que ha derivado en una política de tipo de cambio más competitiva. Junto con esto se puso en práctica una política fiscal contracíclica que mantuvo los déficits y la deuda pública bajo control.
Más importante, las políticas del gobierno tendrán un impacto permanente -y, de hecho, revolucionario- en la economía de Brasil. Esto se tornará más evidente durante el año 2013.
Durante mucho tiempo, las tasas de interés de Brasil fueron unas de las más altas del mundo. Además de perjudicar las cuentas públicas y de imponer un enorme sacrificio fiscal al país, el nivel anormalmente alto de la tasa Selic (la tasa de préstamos interbancarios de Brasil) inhibió los "espíritus animales" del empresariado, distorsionó la distribución de los recursos e impidió el desarrollo de los mercados inmobiliario y de capital, causando a la vez una apreciación de la moneda.
Con el tiempo, la persistencia de estas condiciones minó la competitividad de la industria nacional, impidiendo las ventas de productos brasileños no sólo internacionalmente, sino también en el robusto y creciente mercado interno. Los esfuerzos de estabilización macroeconómica del gobierno, sumados a políticas que incrementaron el potencial de crecimiento del país, permitieron que la tasa de interés cayera la década pasada.
Sin embargo, hasta 2011, la tasa Selic se mantuvo en niveles que eran incompatibles con las fortalezas claras y los riesgos bajos de la economía. Reducir los costos de endeudamiento sin generar inflación fue uno de los principales desafíos que enfrentó la presidenta Dilma Rousseff cuando asumió el gobierno a comienzos de este año. El resurgimiento de las condiciones de crisis, particularmente en la eurozona, había frenado la reanudación del crecimiento global -y ofreció un incentivo adicional para acelerar las reformas internas.
El proceso de reducción de las tasas de interés -anclado en una política tributaria sólida y facilitado por la eliminación de obstáculos institucionalizados (como el régimen de remuneración de las cuentas de ahorro)- se extendió a la segunda mitad de 2012, lo que llevó a una tasa anual real inferior al 2%. Esto resultó en una reducción significativa del diferencial de la tasa de interés con otros países, lo que, junto con una política de intervención más activa en los mercados contado y futuro, llevó el tipo de cambio a un nivel mucho más competitivo, a pesar de la guerra de monedas global.
Si bien estos dos cambios fundamentales están aquí para quedarse, el gobierno de Brasil ha ido un poco más allá. Ejercimos presión para reducir la carga tributaria disminuyendo varias tasas, particularmente a los impuestos sobre los salarios, reduciendo así los costos de contratación sin afectar el poder adquisitivo de los trabajadores -una de las razones por las que Brasil hoy es una de las pocas economías importantes del mundo con un bajo nivel de desempleo.
La burocracia fiscal también está pasando por un proceso de modernización. La implementación de notificaciones tributarias electrónicas y otras reformas administrativas fomentan la recaudación de ingresos a la vez que disminuyen el volumen de la economía informal.
Para acelerar el crecimiento económico, la prioridad ha sido estimular la inversión y la recuperación en la industria, el sector más afectado por la crisis internacional. Hemos lanzado un programa por un valor de 60.000 millones de dólares destinado a concesiones de autopistas y vías férreas, que será seguido por un programa similar para puertos y aeropuertos.
Como resultado de estas medidas, la economía brasileña está regresando a una tasa anual de crecimiento de aproximadamente 4%, que debería mantenerse en 2013. Más importante aún, los cambios estructurales que hemos implementado todavía tienen mucho que aportar al crecimiento futuro. Con tasas de interés bajas, estabilidad de precios, un tipo de cambio más competitivo, una menor carga tributaria, infinidad de recursos para inversión y la reducción de las tarifas de electricidad, Brasil está fortaleciendo su potencial para una expansión más rápida.
Aquí también es importante destacar nuestros esfuerzos por poner fin a la guerra fiscal entre los estados de Brasil. Con la reforma en curso del ICMS interestatal (un impuesto aplicado a la circulación de bienes y servicios), los inversores tendrán una mayor claridad y seguridad legal. También intentaremos concretar la unificación de los impuestos PIS/Cofins, impuestos federales excesivamente complicados -y muy criticados- de Brasil que se aplican a la facturación de las empresas.
Con estas iniciativas, el gobierno de Brasil ha intentado asegurar que el crecimiento anual se mantenga por encima del 4% durante muchos años, más allá de los desafíos -que ciertamente persistirán en el 2013- planteados por el contexto internacional. Sólo a través de un crecimiento sostenido el ingreso per capita puede acercarse a los niveles que prevalecen en el mundo desarrollado.
Lo que más anhelamos es que los países ricos -y no sólo los BRIC (Brasil, Rusia, India y China)- también contribuyan a la recuperación global. Si actuamos juntos y tiramos en la misma dirección, todos habremos ganado.
(*) Ministro de Hacienda de Brasil
FUENTE: The Project Syndicate