En los últimos años, los conflictos por el control de los recursos en el mar de China meridional han ocupado la tapa de los periódicos en todo el mundo. Pero otro cuerpo de agua –el Mediterráneo–se está convirtiendo rápidamente en un lugar tan volátil como su primo oriental. Los trabajos exploratorios de perforación cerca de las costas de Chipre, Egipto, Israel, Líbano, Siria y Turquía han permitido descubrir vastas reservas de gas natural. La competencia sobre los derechos para explotar esos recursos agrava las tensiones existentes sobre la soberanía y las fronteras marítimas. Sin el compromiso más activo de las principales potencias, estos desacuerdos serán difíciles de resolver.
Israel se sitúa como el principal beneficiario del botín del Mediterráneo Oriental, debido principalmente a la distribución geográfica de los recientes descubrimientos. En 2009 y 2010, consorcios estadounidenses-israelíes descubrieron –explorando el fondo marino cerca de Haifa– los yacimientos de Tamar y Leviathan, los cuales poseen colectivamente alrededor de 26 trillones de pies cúbicos (tcf) de gas natural. La sincronización de estos descubrimientos fue oportuna. Desde el comienzo de la Primavera Árabe, Israel ha sufrido interrupciones en el suministro de manera frecuente y la imprevista rescisión de su contrato con Egipto, que previamente había proporcionado el 40 por ciento del gas consumido en Israel a precios por debajo del mercado. Los yacimientos de Tamar y Leviathan, una vez desarrollados, podrían satisfacer las necesidades energéticas de Israel para los próximos 30 años e incluso podría convertir a ese país en un exportador neto de energía.
El Líbano –con quien Israel nunca estableció su límite marítimo– ha declarado que parte del yacimiento Leviathan se encuentra dentro de un área de 330 kilómetros cuadrados que ambos países reclaman como parte de sus Zonas Económicas Exclusivas. Este diferendo, junto con la amenaza de Hezbollah de atacar las plataformas de gas israelí, ha elevado la responsabilidad sobre la pequeña Armada israelí. Hasta hace poco, el principal foco estratégico de la marina israelí estaba puesto en la defensa costera y en mantener el bloqueo de Gaza. Para equipar la flota encargada de la protección de las plataformas de gas en alta mar, el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, y el jefe de estado mayor, Benny Gantz, aprobaron un plan para adquirir cuatro nuevos buques de guerra. Israel también ha trabajado para ampliar la cooperación política, militar y económica con otros actores locales, particularmente con Chipre.
Desde que Chipre firmó un acuerdo sobre fronteras marítimas con Israel en 2010, se ha convertido en el segundo principal beneficiario del boom del gas. La isla se extiende sobre la ruta de exportación de gas desde Israel hacia los mercados europeos. Chipre reivindica además sus propios yacimientos de gas. El yacimiento Afrodita, que colinda con el Leviathan, puede contener hasta 7 trillones de pies cúbicos de gas natural –lo suficiente para satisfacer las necesidades de consumo interno de chipriotas griegos durante décadas. Aunque ese yacimiento gasífero es disputado por otros. La separatista República turca de Chipre septentrional reclama una copropiedad de los recursos naturales de la isla y se ha opuesto a los intentos de Nicosia de establecer unilateralmente los contratos de perforación marina.
Como en Chipre septentrional y Líbano, Turquía ha visto la bonanza de gas israelí-chipriota con recelo. Ankara no reconoce los acuerdos fronterizos de Chipre con sus vecinos y teme que los chipriotas turcos sean excluidos de los beneficios del futuro gas de Nicosia. Turquía también considera que una posible ruta de exportación de gas a través de Chipre y Grecia podría ser una amenaza para sus propias ambiciones como país de tránsito desde el Mar Caspio y desde Asia Central hacia el mercado europeo. Por ello, Ankara ha rechazado la cooperación entre Israel y Chipre, a la vez que apoyó la posición del Líbano en las disputas fronterizas con Israel. Subiendo la apuesta, Turquía programó importantes ejercicios navales para que coincidan con el momento de perforación realizado por contratistas grecochipriota, y ha enviado sus propios buques de exploración en aguas disputadas, amenazando con perforar en nombre de los chipriotas turcos en los yacimientos de Afrodita, que se encuentran dentro de la Zona Económica de Israel.
Estos movimientos se dan en un momento de gran deterioro de las relaciones turco-israelíes, como fue el incidente protagonizado en mayo de 2010 por comandos israelíes que decidieron abordar una nave turca con ayuda humanitaria, que iba rumbo a Gaza. Aquel y otros incidentes han llevado a que Turquía dedique mayores recursos a garantizar el paso seguro de civiles y buques mercantes en el Mediterráneo Oriental. Como la fuerza marítima más grande y competente de la región –cuenta con alrededor de 200 naves, entre ellas fragatas, corbetas, submarinos tácticos, de rápido-ataque, buques anfibios y naves de logística– la Marina turca ha acogido con felicidad la expansión de su misión.
Los dos Estados ribereños restantes de la región –Egipto y Siria– han estado demasiado ocupados con problemas internos como para generar una respuesta coherente a los descubrimientos de gas en alta mar. Egipto es el segundo mayor productor de gas en África, con 77 tcf de reservas probadas, 80 por ciento de ellas en el Delta del Nilo y el Mediterráneo. Pero, el ambiente de agitación post-revolucionario pone en duda la fiabilidad de El Cairo como proveedor, reduciendo la exploración y exponiendo una serie de desafíos de la seguridad del gasoducto. Mientras tanto, la exploración en Siria se ha visto casi paralizada debido a la violencia y a las estrictas sanciones internacionales. El hecho de que no exista un acuerdo entre Siria y Chipre sobre las fronteras de la Zona Económica Exclusiva podría amenazar la estabilidad en el futuro, particularmente si un régimen más amigable con Ankara sustituye al de Bashar al-Assad. Finalmente, tanto Egipto como Siria emergerán de la crisis política y se reafirmaran en la región.
Aunque es poco probable que surja en el corto plazo un conflicto naval abierto en el Mediterráneo Oriental, la escalada involuntaria debido a los incidentes en dicho mar está volviendo ese escenario cada vez más posible. En cuanto las flotas de la región comiencen a operar a una proximidad más cercana y con mayor frecuencia, un pequeño accidente o provocación puede confundirse como un acto de agresión. Maniobras arriesgadas –como la interferencia en las formaciones navales, "asumir" tácticas (cuando un buque de guerra de la Marina de un país fuerza a otro para cambiar de dirección), simulacros de ataque, el "sacudir" embarcaciones por medio de pasajes de aviones a muy baja altitud y otras acciones– serán probablemente cada vez más comunes. En un clima de desconfianza e incertidumbre continua, esas provocaciones pueden fácilmente provocar represalias.
Las tensiones se pueden desactivar de diferentes maneras. Para algunos, la ampliación y regularización de los ejercicios navales multinacionales pueden profundizar los contactos militares entre los países de la región y reducir probablemente los errores de cálculo. Sin embargo, estos ejercicios se están volviendo cada vez más inusuales. Turquía no ha sostenido ejercicios conjuntos con Israel desde el año 2009, aunque regularmente se compromete en actividades de entrenamiento con aliados de la OTAN, incluyendo Grecia. La marina israelí no ha participado en importantes maniobras multinacionales desde 2006, con la excepción de dos ejercicios de alto perfil con los Estados Unidos. Las pequeñas flotas de Líbano, Chipre y Siria están aún más aisladas.
La región podría beneficiarse de una revitalización de los esfuerzos para poder resolver sus disputas políticas subyacentes. Un conflicto sería mucho menos probable si Israel y el Líbano acuerdan sus fronteras marítimas, si los griegos y los chipriotas turcos logran un acuerdo temporario sobre el reparto de ganancias de gas, y si Israel y Turquía llegan a un acuerdo sobre incidentes en el mar. Pero la ventana de oportunidades para alcanzar estos acuerdos esta cerrada. Una vez que los nuevos suministros de gas alcancen los mercados nacionales e internacionales (a mediados del año 2013), las ventajas de Israel y Chipre sólo aumentarán. Sabiendo esto, el Líbano, Turquía y Chipre septentrional serán escépticos de las intenciones de Israel y de Chipre de adherirse a cualquier acuerdo alcanzado ahora.
Debido a estos problemas de compromiso, cualquier intento serio de resolución de conflictos requerirá de la mediación de una potencia externa. Una Rusia nuevamente fuerte parece deseosa de desempeñar ese papel, pero persisten las dudas respecto a su neutralidad y a su capacidad de proyección de poder. El país posee alrededor de un cuarto del total de las reservas de gas del planeta (1.680 tcf) y representa, en promedio, el 71 por ciento de las importaciones de gas en Europa Central y Oriental. La producción futura en el Mediterráneo Oriental podría ser demasiado marginal para compensar la posición dominante de Rusia. Sin embargo, el monopolio estatal de gas, Gazprom, está interesado en invertir en el desarrollo de los recursos locales. Ha buscado activamente licencias para la producción en yacimientos de Israel y Chipre, y ha ofrecido su ayuda para desarrollar la infraestructura de gas natural licuado.
Israel y Chipre ven a Rusia como una fuente tanto de conocimientos técnicos como posible apoyo político. Rusia ha afirmado repetidamente el derecho de Chipre para explorar los yacimientos de alta mar que se encuentran dentro de su Zona Económica Exclusiva. Y la fuerza naval rusa ha intentado restaurar su otrora presencia en esa área –cuyo máximo de 96 buques de guerra durante la guerra de Yom Kippur de 1973, descendió a una cifra de entre 5 y 8 en 1991, y a 0 durante la mayor parte del período de posguerra Fría–. Desde el 2011, Rusia ha llevado a cabo una serie de tres ejercicios navales en el Mediterráneo, en una escala no vista desde la época soviética. La última de ellas, realizada en enero de 2013, involucró más de 20 buques de guerra y submarinos de la flota del Mar Negro, Báltico y del Norte, así como la aviación de largo alcance, el Cuarto Comando de la Fuerza Aérea y Defensa Antiaérea. Los ejercicios cubrieron más de 21.000 millas náuticas y probaron la resistencia de los sistemas de mando y control en una gama de escenarios, desde gestión de desastres y la lucha contra el terrorismo hasta defensa aérea y guerra antisubmarina. Comentando los ejercicios, el Ministro de Relaciones Exteriores ruso Sergei Lavrov dijo: "no estamos interesados en una mayor desestabilización de la región mediterránea, y la presencia de nuestra flota es un factor incondicional de estabilidad".
La capacidad de Rusia para mantener su presencia en el Mediterráneo Oriental, sin embargo, depende en parte de lo que sucede en Siria –y el conflicto tiende hacia una dirección contraria a los intereses de Moscú–. Siria es el principal aliado de Moscú en la región y acoge la única base militar rusa fuera de la antigua Unión Soviética –una estación de mantenimiento y suministro naval en Tartus. Aunque la marina rusa espera mantener esta instalación, está empezando a funcionar sobre el supuesto de que caiga el régimen de Al-Assad. Más que intentar defender la instalación si se derrumba el régimen de Assad, hay mayores probabilidades de que la fuerza naval rusa decida la evacuación de la misma. En ese caso, Rusia tratará mucho más de cultivar asociaciones con Israel y Chipre, como por ejemplo las recientes señales de un rescate financiero ruso para Chipre. Sin embargo, la perspectiva de reubicar las instalaciones navales en estos países sigue siendo baja, y la capacidad de proyección de fuerza de Rusia probablemente será limitada en el futuro inmediato.
Como aliado y socio de la mayoría de las partes en el conflicto, Estados Unidos parece ser el más adecuado para ocupar el rol de garante de la seguridad regional. Aunque han surgido nuevos interrogantes sobre su credibilidad como una fuerza estabilizadora, una fuerza de equilibrio. Estados Unidos tiene tres intereses principales en el Mediterráneo Oriental: procura defender la seguridad económica y física de sus aliados, mantener el área integrada a los mercados globales, y garantizar la seguridad de los ciudadanos estadounidenses y de los trabajadores de la energía. La posición de Washington respecto a las disputas por el gas ha sido sustantivamente similar a la de Moscú.
Estados Unidos apoya además los derechos de exploración de Chipre en su zona marítima mientras alienta las negociaciones en la ONU sobre la reunificación de la isla. Esta posición, junto con la participación de las empresas estadounidenses en proyectos gasíferos en Israel, hace que Estados Unidos sea una alternativa atractiva a Rusia para algunos actores locales que buscan apoyo político externo. Desde la perspectiva de Ankara, sin embargo, se ha vuelto cada vez más difícil mirar a Washington como imparcial.
Más importante aún, el principal foco estratégico de Washington permanece en el Golfo Pérsico y, cada vez más, en la región de Asia-Pacífico. Durante la Guerra Fría y durante la década de 1990, la sexta flota de Estados Unidos mantuvo una presencia dominante en el Mediterráneo, con un despliegue promedio de cuatro submarinos, una unidad expedicionaria de Marines y, al menos, un grupo de batalla de portaaviones escoltado por entre seis y ocho unidades de combate de superficie. Esta fuerza ha disminuido desde entonces debido a las operaciones en curso en Irak y Afganistán. Actualmente, el único buque de guerra que se mantiene en permanente despliegue local es la nave de mando de la sexta flota, USS Mount Whitney.
Estados Unidos se está volviendo cada vez más selectivo en el uso de ejercicios de entrenamiento multinacional y de implementación rotativa, los cuales son necesarios para mantener la calma en el Mediterráneo Oriental. Dadas estas nuevas prioridades nacionales y el impacto fiscal de los recortes presupuestarios, un retorno a los niveles de fuerza de la Guerra Fría en el Mediterráneo parece poco probable en un futuro cercano. Estados Unidos podría verse tentado a depender más de las fuerzas navales europeas para contrarrestar a Rusia y desactivar las crisis potenciales entre sus aliados. Tal enfoque marino equilibrado, sin embargo, puede resultar insuficiente mientras Francia y el Reino Unido están limitados por la austeridad fiscal y la fatiga de las operaciones recientes y en curso en el norte de África y Mali.
Ha llegado el momento de una nueva, estrategia mediterránea oriental "realista", que reconozca la dura realidad de estancamiento político y presupuestario regional sin precedentes, y las limitaciones existentes de recursos. Dicha estrategia debe apoyarse en tres componentes: fomento de la confianza, reducción del riesgo y respuesta a las crisis. Para aumentar el entendimiento mutuo, compartir las lecciones aprendidas y empujar a las elites de la región hacia una mayor cooperación entre una y otra, Washington debe ser el anfitrión de los programas de contactos militares en el Mediterráneo Oriental en las instituciones de formación militar de Estados Unidos y el patrocinador de los esfuerzos diplomáticos a doble vía realizados por especialistas locales, universidades y organizaciones no gubernamentales.
Los frutos de esos esfuerzos son en su mayoría a largo plazo, por lo que los Estados Unidos también deberían tomar medidas inmediatas para mejorar la seguridad operacional en el mar, promoviendo el establecimiento de centros de intercambio de información en el Mediterráneo Oriental y líneas directas de emergencias, similares a las propuestas en el mar de China meridional. Finalmente, la Marina estadounidense necesitará un plan para responder a las crisis en la ausencia de fuerzas de posición de avanzada. El despliegue de buques de guerra en las inmediaciones de un incidente en el mar será esencial para disuadir la escalada y proteger buques mercantes de bandera norteamericana. Como cambios de postura de fuerza global de los Estados Unidos a Asia, cualquier compromiso creíble con la seguridad de la región requieren de los de ese país para hacer más con menos.
Cualquiera de las dificultades que enfrentan los países del Mediterráneo Oriental –disputas por los yacimientos de gas, el incremento agresivo de la diplomacia de la cañonera, el conflicto árabe-israelí, el estado de un Chipre dividido, la guerra civil siria– es un problema político enorme en por derecho propio. Sin embargo la imposibilidad de tomarlos por separado complica la búsqueda de una mayor estabilidad. Los actores regionales intentan gestionar estos desarrollos en un clima de desconfianza persistente, donde los conflictos son cada vez más comunes. La estabilidad futura de la región depende si un partido poderoso de afuera puede generar la voluntad política, el poderío militar y la visión estratégica para mantener a raya a las tensiones locales. Incluso en una época de disminución de recursos y de ambiciones de política exterior acortada, Estados Unidos sigue siendo el único aspirante para esta cumplir esta misión.
(*) Miembro del Programa sobre Sociedad Global y Seguridad en el Centro Weatherhead de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard y graduado asociado del Instituto de Ciencias Sociales Cuantitativas en el Centro Davis de Estudios Rusos y Euroasiáticos.
FUENTE: Foreign Affairs