Las características de cómo se produjo semejante hecho político, con enorme impacto simbólico en el sistema judicial como así también en el partidario, suponen ciertas dificultades para entender QUÉ representa la marcha. Son varias las referencias desde donde abordar la cuestión.
El clima enrarecido que se ha creado, ha otorgado una posibilidad muy concreta de, en un año electoral, esmerilar la fortaleza que hasta este momento mostraba la principal figura política del país.
Según los fiscales convocantes, casi todos sospechados de ser funcionales a desviar (o cuanto menos frenar) causas emblemáticas, Marijuan (HSBC), Pleé, Sanz (encubrimiento del atentado de la AMIA) y algunos como Campagnoli que ha sido acusado de inventar causas a familiares de delincuentes con el fin de presionarlos; el sentido de la marcha venía dado para rendir homenaje al fiscal fallecido. Y aquí aparece la primer gran pregunta: ¿sobre qué había que homenajearlo? Su accionar en la causa AMIA ha sido severamente cuestionada por familiares e investigadores del atentado; sus vinculaciones con la embajada estadounidense, involucrando a un tercer Estado en cuestiones de política interna, están más que confirmadas (el aporte de Santiago O' Donell con su libro Politileaks ha sido muy clarificador); la presentación del pedido de indagatoria a la presidente ha sido pobre y severamente cuestionada por diversos juristas de distinta prosapia ideológica; su retorno falsamente intempestivo a la Argentina para presentar una denuncia sin pruebas y en plena feria judicial, mintiéndoles a familiares y amigos sobre las verdaderas razones; no hablan muy bien del funcionario fallecido. Insisto. ¿Qué se homenajea de Nisman?
Tal vez esta pregunta puedan responderlas aquellos dirigentes opositores que, supuestamente, son críticos de cómo se ha conducido la investigación en la Unidad Amia, pero que han adherido fervientemente a la movilización. ¿Cómo se entiende? Muy simple, el clima enrarecido que se ha creado, ha otorgado una posibilidad muy concreta de, en un año electoral, esmerilar la fortaleza que hasta este momento mostraba la principal figura política del país.
Pero más allá de ello y de la impresión que brinda una movilización de miles de personas por las calles de Buenos Aires, lo cierto es que la marcha no vino a traernos elementos novedosos de la cotidianeidad política argentina. Veamos. El perfil de los marchantes supone un grupo que, si bien no puede ser definido como un bloque decididamente homogéneo (nos faltan elementos académicos para tal aseveración), sí presenta determinadas características que permiten mostrarnos que son más o menos los mismos protagonistas de las movilizaciones de 2008 en pleno conflicto con algunos de los sectores que componen el “campo argentino” y del ya antiguo 8N.
Pero cabe realizar dos observaciones. La primera es la aparición en escena, con nombres y apellidos, de un sector de la Justicia que ha conducido el proceso. Se han hecho visibles, han sido vitoreados, y tal vez crean que ha llegado SU hora. Tras de sí se han alineado propios y extraños, resaltando una dirigencia política, y este es el segundo elemento a señalar, que hasta acá no había encontrado “la manera” político – institucional de alterar las coordenadas que siempre ha mostrado al oficialismo con la iniciativa en la cosa pública, aún en sus peores momentos electorales. Por cierto, la oposición cree haber hecho un enorme daño a la confianza política del Poder Ejecutivo pero sigue teniendo los mismos problemas de siempre: ningún actor político ha logrado capitalizar “el éxito” del 18F y su atomización resulta tan palmaria que un grupo foráneo al sistema devino en órgano convocante de su accionar. Muy poco de cara al tercer domingo de octubre, pero creen haber dado un primer paso. Es discutible que la esperanza de hoy se transforme en una certeza de mañana.
(*) Analista político de la Fundación para la Integración Federal