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Lunes, 20 Julio 2020 16:13

La unidad, la diversidad y los límites

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La unidad, la diversidad y los límites La Nación

Todos somos uno con los demás
La piedra y el río, el cielo, la flor
Todos somos uno con los demás
El lobo, el cordero, y el mismo Dios
Todos somos uno
(Axel)

Unidad en la diversidad. Ése fue uno de los lemas centrales que definieron la construcción política de 2019 y que le permitió el triunfo electoral al Frente de Todos. Lo que se inició con la estratégica (y brillante) jugada de ajedrez de Cristina Fernández, cediendo el primer lugar de una fórmula presidencial, se potenció con una construcción que sumó a un buen número de dirigentes que habían apostado por proyectos personalistas antes que colectivos. El macrismo había generado el suficiente desasosiego en la sociedad como para no entender que la hora exigía otras actitudes. 

La semana que pasó fue, a no negarlo, un resumen de días donde aparecieron a la luz pública, muchas de las diferencias que, indudablemente, subyacen al interior del oficialismo. La presencia de ciertos empresarios en Olivos para el acto del 9 de Julio, los posicionamientos sobre Venezuela de parte del Estado y algunos cuestionamientos a los avances del caso Vicentín, mostraron que el bloque gobernante no está construido con una sola voz en todos los temas.

La pregunta de si es eso es bueno o malo poco importaría en esta coyuntura en tanto y en cuanto se sabía de antemano, que el Frente de Todos era una construcción de “distintos”. Resultaría verdaderamente infantil pretender que en una coalición de esas características no existieran ruidos o disonancias. Y mucho menos en el contexto que la contiene. Crisis económica heredada y crisis sanitaria que nadie previó en el mundo, resultan factores que limitan al más congraciado de los dirigentes. (Que lo diga un tal Donald Trump que ya proyectaba un seguro segundo mandato y por estos días no puede llenar un estadio con capacidad para 20.000 personas en plena campaña electoral).

Repasemos algunos ejes de ese contexto. A los errores no forzados del gobierno que hemos comentado aquí en artículos anteriores, se suma un frente interno con características específicas. Por un lado, un sector de la oposición que se muestra cada vez más agresiva y ecléctica. Por momentos juega al Gran Bonete: “yo señor, no señor, si señor”. En los últimos días se comenzaron a escuchar algunas voces que cuestionan o ponen dudas sobre la flexibilización de la cuarentena del AMBA. De la “limitación de libertades”, ahora algunos han empezado a preocuparse por el alto número de contagios que se dan por estos días. Pese a que la cuarentena sigue parcialmente, resulta poco probable que veamos imágenes de los fines de semanas anteriores, donde unos pocos centenares de personas marcaban la agenda política y social, gracias al Dios de las mass medias.

Algo parecido sucede con el diálogo oficial con la oposición legislativa. Si el kirchnerismo hasta el 2015 era una fuerza que se cerraba en sí misma, sin diálogo y opiniones divergentes hacia su interior, hoy representaría a una fuerza atomizada que está a punto de fracturarse. Ni pelado ni con dos pelucas.

La deuda sigue siendo la piedra de toque de la administración de Alberto Fernández. Situación heredada y conocida de la desaprensión del gobierno macrista, el oficialismo se juega una carta central que busca no caer en el default, con una negociación que se ha extendido más de lo que muchos deseaban y que tiene en el espejo retrovisor el fantasma del ya desaparecido juez Thomas Griesa quien actuó como un vocero de los ya tristemente famosos fondos buitres antes que como un funcionario que impartía Justicia de manera ecuánime.

Un segundo factor es la cuestión regional. En términos ideológicos el oficialismo argentino se encuentra en una situación de absoluta soledad. Rodeado de gobiernos de centro derecha, derecha y extrema derecha, le resulta muy dificultoso encontrar puentes de solidaridad económica y política en la cercana Latinoamérica. La diferencia con la etapa del primer kirchnerismo es notable: a Evo Morales le sucede Jeanine Áñez; a Tabaré Vazquez y José Pepe Mujica, Luis Lacalle Pou y a Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Jair Bolsonaro. La sola nominación de estos personajes nos exime de mayores comentarios. Si la restructuración de la deuda en 2006 fue un triunfo político digno de remarcar del dúo Kirchner – Lavagna, un posible acuerdo con los bonistas de este tiempo se parecerá mucho a una proeza económica.

Y el tercer elemento digno de marcar es la crisis económica. Al deterioro (también) heredado se sumó la pandemia y su consiguiente crisis. Regodeados en números que muestran una situación más gravosa para el país, algunos voceros opositores (sean medios o dirigentes políticos) parecen olvidar de donde se viene. Si alguien estuvo perdido en el asunto, los números de la caída económica en abril marca la profundidad de la “malaria” que trajo consigo el Covid19. No hay recetas mágicas para la etapa, ni planes de ruta previamente construidos en la historia reciente y no reciente. Como sucede con la crisis sanitaria y la explicación (hasta el cansancio) de epidemiológos, este es un tiempo de constante ensayo y error. Y la economía no está exenta de ello, pese a los reiterados anuncios de cataclismos que esos mismos voceros nos tratan de contar. 

En ese contexto se mueve el gobierno de Alberto Fernández, el cual se muestra como un proceso doblemente inédito: a la situación del peronismo gobernando en un esquema de coalición (recordemos que si bien siempre fue una fuerza política “frentista” de cada resultado electoral salía un líder claramente establecido), lo contiene una pandemia nunca vista en, por lo menos, los últimos cien años.      

No está nada mal por cierto seguir manteniendo nuestras convicciones en los tiempos que corren y que cada actor (dirigente, militante del territorio, o intelectuales con potencia mediática) que se ha identificado con un proyecto se siga expresando con aquello que se debe corregir. Pero hacer una militancia muy sesgada de nuestra verdad relativa en contextos poco virtuosos para un proyecto político, no parece ser la mejor defensa de lo logrado hasta aquí. Tal vez no se vea y si se ve, seguramente no alcanza. Los muertos que no fueron, la ayuda a trabajadores y empresas para mantenerse pese a todo y el diálogo con todos los gobernadores, entre otros, son ejemplos de un gobierno que intenta cuidar a los suyos. En otros lares no pasa lo mismo. Internet, las redes sociales y (algunos) medios nos lo muestran a diario. También allí tenemos que ver.

(*) Analista político de Fundamentar

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