Si la verdad discepoleana de que "el siglo XX es un despliegue de maldad insolente” era un dato de innegable contrastación de la realidad, un cuarto de siglo después convivimos en un tiempo social, que nada debe envidiarle a la claridad meridiana del creador de El Mordisquito. Alcanzados por un enojo social evidente, mezcla de insatisfacción personal, colectiva y de cierto desprecio a lo que nos resulta ajeno, en los días que corren, parece ponerse en discusión en qué medida “la patria es el otro”.
Europa hace rato que conoce de ciertos fenómenos sociales y políticos que en nuestra América parecen más recientes: Donald Trump, Jair Bolsonaro y ahora Javier Milei en la Argentina llegaron para, de alguna manera, representar ese malestar de buena parte de una ciudadanía que no encontraba respuesta en ciertas tradiciones. La última semana de marzo, más allá de la brisa de alivio que recorrió el país en la tarde del domingo 24, fue pródiga en insensibilidades varias de parte de un gobierno que parece moverse a sus anchas en los pliegues de cierta mezquindad constitutiva. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
Para el gobierno, buena parte de la semana se desarrolló haciendo gala de una evidente falta de empatía con aquello que no conoce. Los modos son los de siempre: contradictorios, embarullados y con la convicción inalterable de que un clavo saca a otro clavo. Si la presentación del video “oficial” sobre lo sucedido en los 70’ resultó un fracaso en sí mismo, a menos de 48 horas apostaba a una nueva provocación con el anuncio de la eliminación del nombre del Centro Cultural Kirchner, por otro que aún no fue definido. Como es de imaginar, con las urgencias y necesidades de estos días, el convite a nadie interesó.
El mileismo se enseñorea de una insensibilidad a prueba de contradicciones y vaivenes de hamaca: el oficialismo publicó un nuevo DNU en materia de jubilaciones que venía a cumplir con lo anunciado días antes por el presidente. Pero lo hizo tan mal en su redacción, que no fueron pocos los especialistas en el tema que debieron leer una y otra vez la norma en cuestión, para “descular” de qué se trataba lo publicado en el boletín oficial. Una cosa quedó clara: la mejora a nuestros mayores no cubre lo perdido entre diciembre y marzo.
Para demostrar el desconocimiento que portan sobre cómo se gestiona el Estado, el gobierno anunció que los haberes de este mes que termina, se abonarán en dos cuotas. Tuvo tal impacto la noticia, que el propio ministro de Economía Luis Caputo debió salir a dar las explicaciones del caso.
https://twitter.com/LuisCaputoAR/status/1773484344784400824
Pero también hubo tiempo para desmentir al propio Jefe de Estado quien en una presentación en el International Economic Forum (IEFA), a media luz (a su pedido), confirmó que ya habían despedido a 50.000 trabajadores estatales y que en los días venideros debían sumarse unos 70.000 más. La cita, que no despertó una ovación por sí misma, a las pocas horas fue desmentida por un conjunto de funcionarios que señalaron un número mucho menor, dato que fue confirmado por el propio sindicato ATE que referencia en 21.000 la cantidad de empleados despedidos.
Esa insensibilidad manifiesta, que ve en los jubilados la clave de la licuación y en el trabajador del Estado una especie de ser que no merece otro trato que no sea el menosprecio, se desarrolla en el contexto de una economía en retroceso, donde las estadísticas ya muestran el deterioro de enero (- 4,3%) y se complementa con el recorte de las cajas de jubilaciones provinciales, la eliminación del Fondo Compensador para el transporte urbano del interior del país y del Fondo Nacional del Incentivo Docente. Tal vez los interlocutores habituales de la prensa provincial, puedan preguntarle al gobernador santafesino Maximiliano Pullaro si aún considera que Milei es mejor presidente que candidato. Uno cree que la duda jamás será planteada.
Ante este estado de las cosas, una pregunta válida es cómo se sostiene el derrotero mileista de estos días. Un interesante aporte lo hace el colega Mariano Tilli, quien vía X, afirma que, de alguna manera, Milei está cumpliendo con lo prometido a sus votantes. Dejemos que él lo explique por sí mismo.
https://twitter.com/icevainillaice/status/1773037379663655264
La clave está, como siempre sucede con la gobernabilidad de una propuesta política, en la legitimidad. Como canta Solari (hoy me levanté más indígena de lo habitual), “él hizo lo que vino a hacer”: prometió motosierra y por consiguiente destrucción. Milei, guste o no, cumple con uno de los dos preceptos básicos de la antíquisima díada que refiere a la legitimidad de origen y a la de ejercicio: tiene de origen ya que fue votado en elecciones transparentes con un número importante de votos.
En cuanto a la de ejercicio (esa que se sustenta en cómo se gobierna), evidentemente no la cumple, ya que ha violado no pocos mandatos constitucionales a la hora de la gestión (unos cuantos artículos del DNU 70/23 así lo ejemplifican) y por lo tanto, esta cuestión algo más difusa queda abierta a un debate, si se quiere, más profundo.
Pero lo que deja poco lugar para la discusión es que esa legitimidad se ha construido sobre otros tópicos. En resumidas cuentas y más allá del interés del conjunto de politólogos que abrevamos en este mundo, honestamente, ¿a quién le importa cómo se construye esa nueva legitimidad?
Quiero decir, para no caer en el desánimo y para entender a qué nos atenemos en materia de los conflictos políticos que se avecinan, resulta válido preguntarnos si no estamos frente a un nuevo tipo de legitimidad en un proceso que cumple con ciertas formalidades de la democracia, que relativiza el cumplimiento o no de cómo se desarrolla el “ejercicio” de la gestión.
Preguntarse cuánto dura el gobierno libertario es una duda incorrecta, ya que pone en el conjunto social una mirada, la nuestra, que da por hecho que de este maltrato político, social y económico, nada bueno puede salir. La requisitoria que más podría servirnos, lejos de caer en la argumentación iluminada del escriba, es ¿por qué dura y sobre qué vectores se construye esa duración?
Haciendo la salvedad que aún no llegamos a los cuatro meses de gestión, atentos aquellos que reclaman por el surgimiento mágico de liderazgos nac & pop para enfrentarlos, el primer apoyo evidente es el de los sectores más concentrados de la economía: Paolo Rocca, Eduardo Elzstain y Eduardo Eurnekian, con distintos matices, formando parte del gobierno o escribiendo partes de DNU que resultan de su interés, se encuentran frente a la oportunidad histórica de manejar algunos resortes a gusto y piaccere.
Si bien ya tuvimos un gobierno atendido por los algunos dueños, la experiencia cambiemista resultaba esencialmente distinta: Juntos por el Cambio, como estructura partidaria que veía en cada resorte del Estado la posibilidad de concretar un nuevo negocio y que convivía con no pocos personajes del tenor de Juan José Aranguren que habían saltado de la actividad privada a la gestión estatal para ejecutar en aquellas áreas sobre las que se habían desarrollado a partir de sus propios intereses; atravesaba por la circunstancia que supone la existencia de una coalición política con diversas tradiciones. Existían segundas líneas con capacidad y recorrido de funcionariado, a diferencia del proceso actual donde se relevan decenas de secretarías, subsecretarías y direcciones nacionales sin nombramiento de funcionarios. A diferencia de la retórica publicitaria del período macrista hoy, el Estado es no estar.
También existe un conjunto de empresarios, medios, que más allá de las circunstancias actuales, adhieren cual dogma judeo cristiano de sobrevivir en esta etapa dolorosa para, si hacemos las cosas bien, ganar el cielo del desarrollo.
Los medios de comunicación, con su construcción de sentido, también quedan supeditados a ciertas lógicas de apoyo. A la par de afectar algunos negocios (la llegada de Starlink, es un buen ejemplo), los medios concentrados se muestran complacientes pero no todos se tiran sobre la granada, llegando a situaciones realmente llamativas donde un mismo multimedio atiende de los dos lados del mostrador. La muestra palmaria se la lleva La Nación que combina la genuflexión de su canal de cable (La Nación +) con un presunto espíritu republicano y crítico de sus principales plumas en la versión del diario.
Del grupo de gobernadores e intendentes ya hemos dado cuenta en otros artículos de esta misma columna sobre las razones que obligan y/o condicionan ciertos posicionamientos: dependencia económica, coincidencia ideológica más allá de las formas y un tiempo social que aún guarda ciertas expectativas para el tiempo que viene.
Pero también hay que conjugar a los sectores que, de acuerdo a las distintas encuestas, apoyan a Javier Milei y que oscila entre el 50% y el 40% y que no refiere a una clase social en particular. Ya se ha explicado profusamente que el voto libertario de noviembre está constituido por una heterogeneidad que incluye al votante de clase media y alta del PRO, a muchos trabajadores precarizados y a jóvenes sub 35 que se han sentido defraudados por la sucesión de las experiencias coalicionales de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos.
Estos sectores aún se encuentran expectantes. No todos han sido afectados en la misma magnitud (los buenos números del turismo en este fin de semana extra large así parecen indicarlo), entienden que los plazos para ver los resultados son más largos y que, en su hartazgo, nada parece definitivo.
En el mientras tanto, el mileismo, sigue apostando a la centralidad casi excluyente del primer mandatario, con la aparición en segundo plano de sus ministros de Economía, y de Interior, Guillermo Francos y la nula visibilidad del resto del funcionariado. ¿Hay jefe de gabinete?
El discurso presidencial anida en la fortaleza de la simpleza, sumado a la estrategia comunicacional de la campaña permanente, jugando a hacerse “el loco” desde su condición de outsider. No establece ninguna pelea real y de fondo con los sectores del poder económico más concentrado, ese que atenta contra la idea del libre mercado, que tiene decenas de terminales en la vida económica del país, donde por ejemplo, hoy podrán apoyar la eliminación de la obra pública, habiéndose enriquecido en el pasado con la misma, a la vez que alabar la importación de alimentos para, supuestamente, bajar la inflación. Y mañana, mañana se verá.
El encuentro virtuoso entre Indio y Wos, nos regala la síntesis de dos estilos que, más allá de sus diferencias, no resultan antitéticos en su esencia. Con un movimiento libertario cada vez más arraigado a ciertas mezquindades, sin la más mínima fraternidad con el distinto y con muchos integrantes rotos en su esencia de pertenencia social, el oficialismo por ahora, va salvando la ropa, a la espera que la señora inflación pueda ser domada a base de deterioro económico para luego mostrarlo como un triunfo. La gran pregunta es si nosotros podremos quemar el dolor que eso conlleva.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez