Los títulos estaban preparados. Los editores domingueros trabajaban sobre la idea de un lunes influenciado por un triunfo opositor que, semanas atrás, se daba por descontado. El resultado se había anunciado unos días antes y el trabajo político de la semana se había articulado con la expectativa de una foto que alimentara una tríada de triunfos (Santa Fe, Córdoba capital y Chubut), más allá de las fronteras conurbanas. De alguna extraña manera, se daba por sentado que las diferencias, insultos y agravios con el que ha convivido Juntos por el Cambio desde el mismísimo momento en que se intuyó que no habría fórmula presidencial de unidad, pasarían a un segundo plano con proa a la noche del 13 de agosto. El triunfo santafesino había envalentonado a algunos protagonistas y olvidaron que, no necesariamente, una golondrina hace verano. Para colmo de males y como resultado de lo inesperado, la sombra de 2001 reapareció en la escena política nacional. Recorrido de una semana de derrotas y forzosos e inesperados revisionismos. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
Si debiéramos sintetizar en un solo título el resultado electoral en la ciudad de Córdoba del último domingo, donde el oficialismo que conducen el gobernador electo Martín Llaryora y Juan Schiaretti supo ganar una elección que le permitirá administrar los destinos de la capital mediterránea por los próximos cuatro años, podríamos referenciarla como “La foto que no fue”. No tanto porque la misma no haya existido, ya que viajó lo más granado de la dirigencia amarilla para disfrutar un hipotético nuevo triunfo, sino porque los alcances de lo deseado con lo que en realidad sucedió, difieren de manera profunda y definitiva.
En el disfrute santafesino del 16 de julio, se fantaseó con que Córdoba capital pudiera extender la racha. En las semanas previas, Rodrigo de Loredo había tenido la suficiente cintura política como para no apoyar a ninguno de los dos candidatos de la grieta cambiemista. Ni Horacio Rodríguez Larreta, ni Patricia Bullrich resultaban protagonistas que pudieran influir en el escenario local. El actual diputado no lo había necesitado, y esa situación le había permitido imaginarse con una proyección nacional determinante, ya que su triunfo y la indudable ligazón que une a macristas y cordobeses desde la historia reciente, sería de alguna manera, la síntesis que podría proyectar el triunfo de octubre, más allá de los nombres propios.
Pero, como se aplica en una máxima futbolera tan antigua como ese deporte, los partidos hay que jugarlos. Y en un sistema electoral donde conviven 24 jurisdicciones subnacionales, más la autonomía de la ciudad de Córdoba a la cual, erróneamente se la intentó nacionalizar, los límites se encuentran rápidamente a partir de cada una de las realidades locales. En este 2023, desde el mes de marzo venimos asistiendo a múltiples fotos, con enorme cantidad de matices que derivan en resultados que, muchas veces a la distancia, pueden parecer inesperados. Pero los lugareños deciden por sus propios intereses, por una gestión que en este caso ha resultado mayoritariamente convalidada y que dejó al “pituquismo recoleto” en estado de shock.
A simple vista, las provincias de Córdoba y Santa Fe pueden tentarnos en la comparación: economías competitivas y complementarias entre sí, similar producto bruto, cantidad de habitantes y proximidad geográfica aportan en los elementos comparativos comunes. Pero no son iguales, ya que los tiempos políticos del presente difieren sustancialmente. Mientras en Córdoba el oficialismo se ha mostrado competitivo en la provincia y en la ciudad capital, en Santa Fe llega a finales de julio con una derrota política de una magnitud impensada algunos meses atrás.
Mientras el justicialismo santafesino garantizó su triunfo de 2019 bajo el paraguas de la “unidad en la diversidad” que tanto sirvió a nivel nacional, sumando a un conjunto de espacios internos que luego de las PASO aceptaron encolumnarse detrás de la figura de Omar Perotti, el cual no supo transformarse en el jefe político que el partido necesitaba; Schiaretti proyectó en el tiempo la alquimia que alguna vez a Juan Manuel De la Sota le permitiera plantear la hipótesis del cordobesismo. De cara a lo que viene, Llaryora y el intendente electo Daniel Passerini podrán imaginar lo que sus deseos dispongan, pero nadie podrá negar la significancia del actual gobernador, que de alguna manera se contrapone con el rafaelino, quien, luego de una derrota estrepitosa, marchó hacia la India en un viaje institucional de diez días. Otro ejemplo de una postura tan evasiva de responsabilidades, no se consigue tan fácilmente.
Pero para Juntos por el Cambio hubo una foto que sí fue: la de la derrota. La del reconocimiento del candidato perdidoso que no se amilanó de afirmar que “los hice venir al pedo”. La foto imaginada era forzada y artificial. La real, deja una serie de dudas de cara al futuro ya que la actual coyuntura parece demostrar que, pese a los severos déficits que pueda presentar el oficialismo a nivel nacional, nadie está del todo seguro, de un triunfo en el mes de octubre. Y mucho menos a partir de algunas definiciones económicas de campaña.
El conjunto de los candidatos presidenciales pasaron por la Sociedad Rural porteña y abundaron en una serie de definiciones económicas generales y sectoriales. Más allá de las definiciones de ocasión, sobresalió Patricia Bullrich cuando afirmó que su propuesta radica en resolver el problema de la falta de dólares desde el día uno, ya que es el propio cepo el que condiciona el verdadero potencial del país.
Cuando le preguntaron el “cómo” no dudó en utilizar alguna afirmación que no pasó desapercibida para el conjunto. Al mejor estilo Javier Milei, que hace algunas semanas afirmó que ya tenía el financiamiento, por ahora secreto, para imponer la dolarización, nada más y nada menos que unos U$s 35.000 millones; la ex ministra de Trabajo tampoco tuvo empachos en afirmar que ya tenía los acuerdos necesarios para “blindar” a la economía argentina.
La referencia al 2001 fue inmediata. “Blindaje”, “Megacanje” e “Intangibilidad de los depósitos” fueron términos con los cuales los que ya no nos cocemos con el primer hervor, nos acostumbramos a convivir sobre comienzos de este siglo. El final de esa etapa, dolorosa y angustiante para la gran mayoría de los argentinos, quedó grabado a fuego en el inconsciente colectivo, lo cual no pasó desapercibido para el conjunto de la dirigencia que salió a responderle a Bullrich, cual fila escolar en los fríos inviernos de izamiento de bandera.
Desde Rodríguez Larreta pasando por José Luis Espert, en la interna amarilla todos se prendieron en una disputa que tuvo el innegable aporte de un energúmeno que funge de diputado nacional y que le recordó al actual alcalde porteño, que “peor había terminado René Favaloro”. La afirmación y correspondiente bajeza refiere a recordar el motivo de la muerte del ilustre argentino, de las deudas que el Estado nacional tenía con su fundación y del rol que ocupaba “Horacio” en el PAMI. Parecer ser que así son los debates en los espacios republicanos.
A partir de allí, desde los sectores más vinculados al bullrichismo, primero vía redes, para luego hacerlo extensivo a los medios tradicionales, salieron a plantear la idea de comparar el 2001 con los tiempos que corren. No faltaron estadísticas “truchas”, comparaciones flojitas de fundamento y el aporte invaluable de personajes como Ricardo López Murphy, ex ministro de Economía de la gestión de Fernando de la Rúa, quien no se anduvo con vueltas para afirmar que en la previa al estallido, “la sociedad (de ese tiempo) no comprendió las severas dificultades que atravesaba el país”.
La afirmación no deja de ser temeraria en un doble sentido: por un lado porque demuestra que en cierta dirigencia protagonista de ese tiempo no ha tenido el más mínimo sentido de autocrítica de un proceso que derivó en 39 asesinatos, algunos de ellos, impunes en las responsabilidades políticas. Y por el otro, al hablarse de confianza o de blindaje, lo que subyace es el romanticismo macrista de que el triunfo electoral de ciertas fuerzas políticas garantiza per se la confianza de los mercados externos. Ese infantilismo político que llevó a Mauricio Macri a afirmar que si él llegaba a ser presidente, la inflación sería el primer y más fácil problema estructural a resolver, se impone en las afirmaciones económicas de una Bullrich que parece tener una mirada naif de la actividad en general.
Es por ello que abunda en la recurrencia a los discursos emocionales y que muchos de sus partidarios insistieron con el juego comparativo: inflación, valor de la moneda, cantidad de planes sociales, etc. En el medio, y como quien no quiere la cosa, se olvidaron de meter en la coctelera de un análisis tan precario, el nivel de endeudamiento, la desaparición de miles de PyMES, la fragilidad del sistema bancario, el nivel de desempleo, el bajísimo nivel de exportaciones, la existencia de una convertibilidad ficticia que nos hacía vulnerables de cualquier crisis en países con escasísima relación comercial con la Argentina y la utilización de múltiples cuasi monedas en la mayoría de las provincias, entre otros detalles de aquel tiempo. Todo ello sazonado con las dosis justa de corrupción política que garantizaba la sanción de reformas laborales que precarizaban el trabajo y del voto bronca que encontró anclaje popular en el “que se vayan todos”.
Ese discurso revisionista sui géneris, se complementó con el retiro de la estatua en el Centro Cívico de San Carlos de Bariloche que homenajea a Julio Argentino Roca y que, según su intendente, fue retirada hacia un costado por los sucesivos hechos vandálicos que sufre y por, enhorabuena, los cuestionamientos ciudadanos que despierta la figura del ex presidente.
A cientos de kilómetros de distancia, la indignación tuvo matices de colores diversos. Roca, el garante del concepto de “Paz y Administración” y el artífice del Estado moderno argentino, fue también la cara visible de un genocidio y de la profundización de un sistema latifundista que hasta hoy se aprecia hacia el sur de la provincia de Buenos Aires. Negar la impronta de la Campaña del Desierto, con su reguero de sometimiento y sus innegables consecuencias, es parte del menú de una derecha argentina que tiene una notable predilección por ocultar la violencia del pasado contra "los nadies”. La negación es coherente, traspasa las décadas proyectándose desde el fondo de los tiempos con mojones como los crímenes de la Patagonia, el bombardeo de la Plaza de 1955, los crímenes de José León Suarez, las desapariciones de los 70’ y cómo no, la represión de diciembre de 2001.
Este revival de períodos y personajes trágicos de la Argentina, sólo puede sostenerse con la ignorancia sobre los hechos históricos y sus consecuencias o por la operación sobre aquellos sectores que, en el caso del estallido de 2001, no la pasaron tan mal en esa coyuntura o, que en la actualidad, tienen una edad en la que no se ha registrado el proceso.
El querido Jorge Fandermole canta “Junio” y la referencia a aquel tiempo es innegable. Esta coyuntura política de la Argentina supone derrotas y victorias que sólo deberían quedar en la autocrítica del que pierde y en los festejos del que gana. Pero, seguramente debamos ver las predicciones del espanto, para no perder ni el sueño ni la palabra.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez