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Nawaz Sharif, líder de la Liga Musulmana de Pakistán (PML) y dos veces primer ministro, ya trabaja en la formación de un nuevo Gobierno. A falta del anuncio de la Comisión Electoral, los resultados preliminares le atribuyen una mayoría suficiente para regresar al poder por tercera vez. El éxito supone una reivindicación para este político de 63 años, 14 de ellos en el exilio y la oposición. Pero no tendrá una tarea sencilla. Sharif hereda un país corrupto, endeudado y plagado de violencia que él mismo ha calificado de “un berenjenal”.
“Debemos agradecer a Dios el haber dado al PML otra oportunidad de servir a Pakistán”, ha declarado al proclamarse vencedor durante la madrugada. Aunque todas las proyecciones apuntaban a que era la fuerza más votada, Sharif ya intuía que iba a necesitar formar una coalición. “Invito a todos los partidos a sentarse conmigo a la mesa para resolver los problemas del país”, afirmó.
Incluso con suficientes apoyos para formar un Gobierno fuerte, la tarea es monumental. La necesidad de atajar la inflación, acabar con los cortes de electricidad o mejorar la infraestructura cuenta con la unanimidad de la población. Sin embargo, el país se encuentra dividido respecto de cómo afrontar la insurgencia talibán y las relaciones con Estados Unidos.
Durante la campaña, Sharif ha dejado abierta la puerta a negociar con los talibanes, e incluso ha sugerido en una entrevista que iba a replantearse la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, este partidario del libre mercado necesita el apoyo de Washington para conseguir asistencia del Fondo Monetario Internacional. Tampoco está claro que los militares, que reciben la mayor parte de los millones de dólares de ayuda norteamericana y que han tenido numerosas bajas combatiendo a los insurgentes, vean con buenos ojos su propuesta de diálogo.
Sharif, quien fuese derrocado en 1999 por el golpe Estado del general Pervez Musharraf, no cuenta con los favores del poderoso Ejército paquistaní. Sin embargo va a tener que trabajar con los generales, que son los actores más influyentes en política exterior y de seguridad, en especial ante el escenario de la retirada estadounidense de Afganistán el próximo año.
El respaldo a Sharif plantea la duda de dónde ha ido a parar el deseo de cambio expresado de forma reiterada por los paquistaníes durante toda la campaña. Aunque el relevo al Gobierno dirigido por el Partido Popular (PPP) supone en sí mismo una variación, analistas y activistas sociales recuerdan que los dos grandes partidos nacionales basan sus apoyos en un sistema de patronazgo que tiene a la democracia paquistaní rehén de terratenientes, señores feudales y otros grupos de interés.
“El desenlace ha sido una sorpresa porque la mayoría de la gente no esperaba que el PML lograra tan amplia mayoría, ni que el PPP quedara barrido de buena parte del país, y sí mejores resultados del PTI, aunque no le ha ido mal”, declara el analista político y activista social Naeem Sadiq. El PTI es el Movimiento por la Justicia de Imran Khan que logró infundir entusiasmo a la campaña electoral.
En cualquier caso, tanto el virtual primer ministro electo como el resto de las élites políticas paquistaníes van a tener que tomar nota del peso adquirido por el ex jugador de críquet. Aunque no provocó el tsunami que anunciaba, sí ha levantado una ola lo suficientemente grande como para que se le tenga en cuenta. Además de convertirse en el segundo partido de la Asamblea Nacional, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa ha desplazado al Partido Nacional Awami (ANP), aliado del PPP en el Gobierno saliente.
La considerable participación, la más alta desde 1977, también es prueba de la voluntad de cambio y el deseo de participación de los paquistaníes. “Cerca del 60%” de los 86,19 millones de electores, según datos de la Comisión Electoral, desafiaron las amenazas de los talibanes para votar en el primer relevo de dos gobiernos democráticos de la historia de Pakistán. Excepto en Karachi, donde las votaciones van a repetirse en medio centenar de colegios, tanto los observadores locales como internacionales consideran que los comicios han sido “creíbles y aceptables”.
FUENTE: El País