Primero lucharon contra la violencia de Sendero Luminoso y ahora contra las empresas hidroeléctricas. Desde los años 80, la resistencia de los indígenas asháninkas, una de las poblaciones indígenas más representativas de Perú, para conservar su tierra no ha tenido fin. La alternativa, dicen, podría ser desaparecer.
Los ashánikas fue una de las comunidades de Perú más castigadas por la violencia de Sendero Luminoso. En 1986, los años de mayor virulencia de la guerrilla, vieron como la organización maoísta tomaba sus territorios en la selva escapando del avance del ejército.
Los asháninkas se convirtieron entonces en víctimas de un fuego cruzado. El resultado de aquellos años, reconoció la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Perú, fue estremecedor: Seis mil indígenas murieron asesinados por la violencia de Sendero Luminoso, un 10% de su población. Otros 10.000 fueron desplazados y al menos 5.000 permanecieron cautivos. Entre 30 y 40 comunidades desaparecieron.
MEMORIA DE UNA MASACRE
En 2003, la Comisión reconoció los años de sufrimiento asháninka, pero aún hoy no se conocen todos los datos de la tragedia. Luzmila Chiricente perdió varios familiares en aquellos años. Ahora, como líder de la principal asociación de mujeres indígenas de Perú (FREMANK), trata de recomponer la memoria de su pueblo. Una tarea, asegura, nada fácil.
"Muchos tenían miedo de hablar porque pensaban que hablando de lo que pasó iban a ir a la cárcel", asegura a TVE Chiricente. "Pero a pesar de todo la Comisión de la Verdad dejó una recomendación en la que dice que tenemos que ser reparados", añade.
Ruth Buendía tenía 12 años cuando la guerrilla llegó a su pueblo. La presencia de Sendero Luminoso obligó a su familia y vecinos a refugiarse en las montañas. Sin embargo, poco después mataron a su padre cuando le confundieron con un guerrillero.
Ahora, con 35 años, Buendía lidera la Central Ashánika del Río Ende, una de las organizaciones más importantes de Perú. Sus hijos, señala, todavía preguntan por su abuelo. "Les tengo que explicar por qué su abuelo está en cielo", afirma emocionada a TVE.
Pese a que la lucha con Sendero Luminoso diezmó a su pueblo, los ashaninkas lograron persistir en sus tierras: la selva central de Perú, en la región de Junín y la provincia de Satipo. Y ahora se enfrentan a diferentes desafíos que podrían obligarles a abandonarlas.
LAS NUEVAS AMENAZAS
Ahora los peligros de la comunidad ashaninka son otros. El Estado peruano quiere construir dos represas hidroeléctricas, la de Paquitzapango en el río Ene, y la del río Tambo.
El proyecto original fue concedido a empresas brasileñas. Su altura, de 160 metros, generaría unos embalses que inundarían las zonas en las que habitan los ashaninkas.
Según la Organización Central Asháninka del Rio Ene, su construcción provocaría el desplazamiento de más de 100.000 personas. Ambas presas amenazarían con inundar sus territorios y obligarlos a desplazarse. Otra vez. Por el momento, la movilización indígena ha logrado paralizarlos, aunque no detenerlos.
"Los funcionarios de mi país benefician a las empresas extranjeras. Así que hemos llevado el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos", comenta Ruth Buendía. "Ya que mi país no nos defiende, lo llevamos a esta corte. Y ha respondido diciendo que el Gobierno debe garantizar los derechos de los pueblos indígenas".
Buendía asegura que los asháninkas solo quieren que el Gobierno tenga en cuenta los derechos de los pueblos indígenas. "Solo queremos dialogar, que nos tengan en cuenta", asegura.
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Priscila Pretzel
FUENTE: RTVE