El golpe de Estado contra el gobierno de Ecuador no es un momento para mostrar posiciones tibias o dubitativas. Este es el momento de defender a la democracia sin ninguna ambigüedad y no permitir que el reloj de la historia vuelva atrás y América Latina recorra nuevamente el camino de sus épocas más oscuras.
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A esta película ya la vimos. A estas prácticas las conocemos. A estos atentados a la institucionalidad democrática ya los padecimos. Y esta es la hora de decir la frase clave: NO PASARÁN. No podemos permitir que América Latina vuelva a las asonadas cívico-militares como forma de imponer sobre el resto de la sociedad su visión autoritaria del mundo.
No se debe permitir que el golpe de Estado (golpe, no intento de golpe, no insubordinación, no rebelión... GOLPE) contra el gobierno de Rafael Correa en Ecuador termine con el triunfo de los golpistas. Ahora vamos a escuchar desde muchos lugares frases como que se trata de una reivindicación de lo que sectores de las fuerzas de seguridad perciben como pérdida de derechos u manifestaciones de otra índole. No se debe caer en esa trampa.
Estas líneas se resisten a abordar el más mínimo análisis político de toda esta situación. Ya llegará el momento para eso. Ahora, por la cabeza de quien escribe no existe otra cosa que un sentimiento de furia primordial mientras no puede terminar de creer las imágenes que llenan la pantalla del televisor. Pero si en medio de esa furia cabe esta reflexión, no puedo dejar de desvincular los sucesos en Ecuador de las consecuencias del Golpe de Estado en Honduras. Si hay una sensación que quedó flotando en el aire cuando Estados Unidos convalidó las elecciones que dejaron en el poder a Porfirio Lobo, es que ahora cualquier trasnochado se podía animar a derrocar a un presidente electo democráticamente si a las fuerzas reaccionarias de América Latina no les caía en gracia.
Esta sensación quedó en la cabeza de todos aquellos quienes vivimos de la reflexión y el análisis político y era, por suerte, una mera conjetura, un ejercicio intelectual. Hoy queda demostrado que ese ejercicio intelectual ha cobrado vida y lamentablemente se ha vuelto realidad. Lo que ha dejado Honduras es la idea de que si la peor consecuencia que puede sufrir un grupo de golpistas que tome el poder es ser suspendido de la OEA, la verdad es que no representa riesgo alguno intentar el golpe. Total, sólo es cuestión de hacer un poco de lobby en Washington, montar una farsa electoral y decir que son democráticos y que sólo derrocaron al gobierno porque se quería hacer amigo de Chávez.
Por eso, este es el momento de dejar de lado la timidez, la tibieza y los grises. Es el momento de defender la democracia. No importa en qué lugar sea. Si se permite que la democracia perezca en cualquier lugar, el día de mañana la historia puede volver a repetirse y retrotraerse a sus épocas más oscuras.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal.
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