El presidente mostró un rostro diferente y expuso las debilidades de Mitt Romney en un debate caliente
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Al final, el flaco ratón de biblioteca sentado en la primera fila se puso a pelear. Todo lo que había que hacer era llamarlo cobarde, poner al matón de la clase –con barba candado– a mofarse de él y amenazarlo con quitarle su avión personal –ese que tiene su propia sala de conferencias y quirófano– y entonces, salió como Jake LaMotta, revoleando los ojos, poniéndose los guantes y mostrando su mala actitud para que todos la vean. Nadie podía acusarlo de no haberse preparado para la ocasión. Como Muhammad Ali, después de pasarlo mal en su primera pelea con Leon Spinks, se puso durante horas a saltar la cuerda, y a ensayar sus golpes hasta que pudo soltarlos a su antojo, desde todos los ángulos.
Pero suficiente con las metáforas de boxeo. Aunque, En verdad, es difícil de evitar. Con las encuestas de opinión volviéndose en su contra y muchos de sus seguidores al borde de un ataque nervioso, Obama necesitaba desesperadamente mostrar un buen desempeño, y lo hizo. En una encuesta instantánea entre votantes no comprometidos realizada por CBS News, el treinta y siete por ciento dijo que ganó; treinta por ciento dijo que Romney ganó, mientras un treinta y tres por ciento lo calificó como un empate. La encuesta entre votantes registrados de CNN mostró que Obama ganó por cuarenta y seis por ciento a treinta y nueve por ciento. Quedando al frente por un siete por ciento –el margen en ambas encuestas– no se puede decir que haya sido una victoria abrumadora pero, como se dice en el deporte, una victoria es una victoria y la campaña de Obama la acepta con gusto.
Tan importante como los resultados de las encuestas instantáneas fue el hecho de que la inmensa mayoría de los expertos proclamó al Presidente como vencedor. Incluso Charles Krauthammer y Laura Ingraham (dos conocidos analistas conservadores) afirmaron que Obama ganó por puntos. Con este tipo de unanimidad, la narrativa mediática durante los próximos días, que es por lo menos tan importante como el propio debate, se extenderá a favor de Obama y en contra de Romney. El candidato republicano, en lugar de ser elogiado por haber tenido un fuerte cuestionamiento de la política económica de de Obama –la encuesta de CBS News mostró que el sesenta y cinco por ciento de los espectadores pensó que había ganado los intercambios económicos, frente a sólo el treinta y siete por ciento que cree que los ganó Obama– será criticado por sus errores en Libia, armas y mujeres.
Si esto va a ser suficiente para detener el impulso de Romney en las encuestas aún no se sabe. Ciertamente no lo ayudará. El debate final de la próxima semana se dedicará por entero a la política exterior, que, como hemos visto anoche, no es precisamente el punto fuerte de Romney. Por si sirve de algo, y no es mucho, la predicción de sitios de predicción de mercados, como Intrade, sugirieron que las posibilidades de Obama de ganar aumentaron un par de puntos durante el debate (entre los corredores de apuestas británicos, sigue siendo un firme favorito).
Sin embargo, esta es una carrera muy reñida, y una en la que Obama no podía permitirse otro desliz. Desde la primera pregunta acerca de cómo crear puestos de trabajo para los graduados universitarios se fue al ataque sin siquiera molestarse en seguir los pasos de su rival y agradecer a la Universidad de Hofstra, a la Comisión de Debates, o a cualquier otra persona. Este fue un presidente con una misión, sin tiempo para sutilezas diplomáticas. Después de un breve repaso de su propio plan para impulsar la producción, invertir en educación, y reducir la dependencia de fuentes de energía extranjeras, fue directo a la yugular acusando a Romney de haber querido dejar que Detroit se vaya a la quiebra, diciendo que tenía un plan económico de un solo punto –"asegurarse que la gente en la franja superior de la escala de ingreso juegue con su propio conjunto de reglas"– y fue muy crítico con la forma en que Romney hizo su fortuna en Bain capital, señalando: "Usted puede invertir en una empresa, llevarla a la bancarrota, despedir a los trabajadores, despojarlos de sus pensiones, y aun así ganar dinero".
Eso fue antes de la segunda pregunta referida a política energética. Les juro que podía escuchar a los liberales y a los demócratas en toda la ciudad –y por qué no en todo el país– saltando y gritando: "¡Vamos, Barack!" Este era el Obama que estaban esperando en Denver hace un par de semanas sólo para encontrar a un tipo apático que evidentemente todavía estaba enojado por tener que perderse la cena de aniversario con su esposa. Pero esta vez se mantuvo despierto toda la noche, provocando a Romney por los pocos impuestos que paga, por el tamaño de su pensión, señalando cómo había cambiado su política en temas como la energía, la inmigración y el control de armas y dejándolo en evidencia en su mayor vulnerabilidad política: las matemáticas borrosas en las que sustenta su plan para recortar impuestos sobre la renta en un veinte por ciento en todo el arco impositivo, mientras que de alguna manera afirma que equilibrará el presupuesto:
"Ahora bien, el gobernador Romney fue un inversionista exitoso. Si alguien viene a usted, Gobernador, con un plan que dice 'mire, quiero gastar siete u ocho billones de dólares, y luego vamos a pagar por ello, pero no puedo decirle, tal vez hasta después de las elecciones, como vamos a pagarlo', usted no aceptaría una propuesta de ese tipo y tampoco deberían hacerlo ustedes, pueblo estadounidense, porque las matemáticas no cuadran".
El plan de los organizadores del debate consistía en que los candidatos argumenten sobre trece preguntas más los contrargumentos. Como de costumbre, las cosas se pusieron un poco más lentas, y llegaron hasta la undécima. En mi tarjeta de puntuación, tenía seis rounds para Obama, dos para Romney, y tres empatados. Las victorias de Romney se produjeron al inicio, y las dos estaban en las respuestas a las preguntas sobre la economía. El candidato republicano atacó vigorosamente el historial de Obama en materia de energía, como siempre lo hace, y con calma pero con eficacia diseccionó el historial económico del Presidente, señalando repetidamente cómo había fracasado en cumplir con las promesas que hizo en 2008.
Media hora después, me apunté que Obama estaba adelante, pero no por mucho. Entonces Romney, al responder a una pregunta sobre la disparidad de salarios entre hombres y mujeres que hacen el mismo trabajo, se refirió a su récord de empleo de mujeres en puestos directivos, cuando era gobernador de Massachusetts. Y lo expresó así: "Me dirigí a una serie de grupos de mujeres y les dije: '¿Nos pueden ayudar a encontrar personas', y nos trajeron montones de carpetas llenas de mujeres". Sabía que esto provocaría un gran revuelo en Twitter, y lo hizo. Al final del debate, ya había una página en Facebook y otra en Tumblr con el nombre "bindersfullofwomen" (carpetas llenas de mujeres).
Si eso fue embarazoso para Romney, su representación errónea acerca de la reacción de Obama a las muertes en el consulado norteamericano en Benghazi fue aún más grave, aunque sólo sea porque es el tipo de cosas que los periodistas explotan hasta la última gota. La pregunta en sí misma, de un miembro del público llamado Kerry Ladka, era potencialmente muy perjudicial para el presidente: "¿Quién fue el que negó brindar una mayor seguridad a la representación diplomática y por qué?" Después de que Obama claramente no respondió a la pregunta, Romney sólo debería haberse quedado mirándolo. En cambio, acusó al presidente de no caratular a los asesinatos como un ataque terrorista durante catorce días, cuando Obama, en su comparecencia en el Rose Garden un día después de los asesinatos había dicho claramente: "No hay actos de terrorismo que afecten la determinación de esta gran nación, alteren su carácter, o eclipsen la luz de los valores que defendemos".
¿Fue sólo un error estúpido por parte de Romney? ¿Estaba mal informado? Puede que nunca sepamos. Pero después que la moderadora Candy Crowley, cortés pero firmemente lo corrigió, pareció conmovido. Al responder a la siguiente pregunta sobre las armas de asalto, despistó todavía peor, dando a entender que la verdadera causa de los crímenes violentos eran las madres solteras. Y en respuesta a la pregunta final de la noche, lo que le dio la oportunidad de corregir las percepciones erróneas acerca de su carácter, trajo él solo a colación su famoso discurso sobre "el cuarenta y siete por ciento", diciendo: "Me preocupo por el cien por ciento del pueblo estadounidense". Sólo unos minutos antes, Mia Farrow había twitteado: "señor Presidente, por favor sacúdale lo del 47%". Ahí Obama tuvo su oportunidad, y que ni siquiera parecía algo montado (estoy bastante seguro de que usaría ese argumento en el final de todos modos, por lo que Romney no tendría la oportunidad de responder).
Para ese entonces, los partidarios de Obama ya estaban celebrando. "El Presidente salió y esta noche fue el Presidente de los Estados Unidos", dijo Van Jones, el defensor del medio ambiente y el ex funcionario del gobierno. "Juego, set y partido de Obama", escribió Andrew Sullivan, el conservador tatcherista que se volvió liberal, que había ridiculizado al Presidente después de su actuación en Denver. "Lo logró, contratacó, y nos dio a todos una razón más que suficiente para continuar la lucha".
Alguien dijo en Twitter que no será Sullivan quien decida las elecciones: que serán los electores y los fiscales electorales de ambos bandos en todos los distritos que vigilarán las urnas. Eso es cierto, por supuesto. Después de anoche, sin embargo, la campaña de Obama estará muy confiada en que la dinámica interna de la campaña una vez más favorecerá al presidente. Pasarán algunos días antes de que podamos decir con seguridad si están en lo cierto.
FUENTE: The New Yorker