Ajeno a los cambios sociales y demográficos que vive el país en los últimos años, el Partido Republicano se rompe por sus costuras y explota en disputas internas.
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"Solo quiero dar las gracias a @ToddAkin por ayudarnos a perder el Senado". El twit del presidente del Comité de Política Nacional del Partido Republicano, Jason B. Whitman, no ocultaba su amargura. Fue el pase de factura más visible entre dirigentes republicanos, horas después de la dura derrota electoral de Mitt Romney y de varios pesos pesados del Congreso.
El caso de Todd Akin, junto al de Richard Mourdock –candidato al Senado por el estado de Indiana–, fue el símbolo de la estrepitosa e inesperada derrota del Tea Party en estas elecciones. Desde su irrupción avasallante en las legislativas del 2010, este movimiento ultra conservador tomó por asalto la estructura del Partido Republicano, impuso candidaturas en estados claves de aquella elección y logró desbancar a dirigentes históricos en el Congreso, tanto demócratas como republicanos.
Por mencionar un par de ejemplos: hace dos años, Scott Brown, un candidato célebre más que nada por conducir una camioneta, había logrado, con la ayuda del Tea Party, quitarle a los demócratas la banca del Senado por Massachusetts que les había pertenecido desde 1953. No era además cualquier escaño: lo había ocupado John F. Kennedy y lo había heredado su hermano, Ted, fallecido en 2009.
En la otra vereda, el senador republicano Richard Lugar, un experto en política internacional, voz muy respetada en Washington, ocupaba ese escaño desde 1977. Al Tea Party le pareció demasiado moderado, y logró desbancarlo, para regalarle la candidatura republicana a Richard Mourdock, tesorero del Estado de Indiana. Mourdock se oponía a la reforma migratoria, al matrimonio gay, al aborto en cualquier instancia y a todo lo que tuviera olor a moderación. En octubre dijo aquello de que pensaba que los embarazos surgidos de una violación se producen porque "es la voluntad de Dios".
Por su parte, en el estado de Missouri, Todd Akin había declarado su oposición al aborto incluso en el supuesto de violación. "Por lo que me dicen los médicos, eso es raro. Si se trata de una violación legítima (uno puede intentar creer que quiso decir "real" o "auténtica" aunque más allá de cualquier especulación esa es en realidad la palabra que utilizó), el cuerpo de la mujer tiene mecanismos para cerrarse del todo y prevenir el embarazo", dijo el favorito del Tea Party en indiana. "Asumamos que ese recurso no funcionó. Creo que debería haber un castigo, pero el penalizado debería ser el violador, no el bebé", dijo en la televisión local.
En el momento de la polémica, las encuestas daban a Akin hasta 11 puntos de ventaja sobre la demócrata Claire McCaskill. Después de que Akin hablara de violaciones "legítimas", McCaskill se quedó con la victoria por un margen aplastante: 55% frente al 39% de Akin. Y esto en un estado en el que Romney ganó ampliamente.
El destino de Mourdock no fue diferente: el demócrata Joe Donnelly obtuvo un 50% del voto frente al 44% del lenguaraz republicano de Indiana, diez puntos menos que los obtenidos por Romney en ese mismo estado.
Tampoco fue muy alentador el resultado para Scott Brown. No sólo perdió la elección, sino que fue derrotado por Elizabeth Warren, una demócrata que se encuentra en las antípodas ideológicas del Tea Party, proponiendo una plataforma progresista con un fuerte acento en una mayor intervención del Estado en la economía. Incluso Michelle Bachmann, una de las estrellas surgidas del Tea Party en el 2010 y hasta hace unos meses precandidata presidencial republicana, logró retener a duras penas su banca en la Cámara Baja (por un margen de apenas 3000 votos, el 1.2 por ciento de los votos).
Estos resultados no son obra de la casualidad. Forman parte de una crisis que el Partido Republicano arrastra desde el fin de la presidencia de George W. Bush y que no sólo se manifiesta en las disputas de sus distintas corrientes internas por imponer su predominio ideológico. Tiene que ver con su incapacidad para reconocer los cambios sociales y demográficos que se vienen produciendo en los EEUU desde hace años, pero que para estas elecciones parecen haber jugado un rol determinante en el resultado electoral.
Se trata de los cambios en la percepción social sobre temas como el matrimonio entre personas del mismo sexo, o sobre los derechos de las mujeres a decidir o no la interrupción de su embarazo, o sobre la posibilidad de legalizar el consumo de marihuana. En los últimos cuatro años parece haberse provocado un cambio de conciencia exponencial respecto a estos temas. A inicios de la presidencia de Obama hubiese sido impensado que un referéndum sobre el matrimonio igualitario o sobre la legalización de la marihuana siquiera hubiesen sido planteados. En esta elección, el estado de Maine y el de Maryland aprobaron en una consulta la posibilidad de que las parejas gays puedan casarse y en el estado de Colorado se aprobó otra en la que se legaliza el consumo de marihuana.
La reacción del Partido Republicano a esta situación fue visceral. Su plataforma electoral, de fuerte contenido anti abortista, fue percibida –y denominada– por el electorado femenino como una "Guerra a las Mujeres". A las uniones de parejas gays se las calificó de abominación y a duras penas se logró bloquear en la plataforma un pasaje en el que se definía a la familia como la unión entre un hombre y una mujer.
Por otra parte, los republicanos tampoco lograron interpretar el cambio en la composición demográfica que se está desarrollando en el país. Su respuesta frente a la cuestión inmigratoria es sólo represiva y estigmatizadora, desconociendo que, por mencionar el caso más saliente, la comunidad hispana ya representa la primera minoría demográfica.
En resumen, han desatado el pánico de los latinos con un mensaje racista, han creado preocupación entre las mujeres con su posición radical sobre el aborto y los anticonceptivos, han alejado a los jóvenes con su indiferencia sobre asuntos medioambientales y de igualdad de sexos y han perdido también votos de clase media con su hostilidad a la red social pública y a los impuestos para los ricos. El Partido Republicano ha quedado convertido en el partido mayoritario de los hombres de raza blanca, el grupo que más retrocede en la evolución demográfica de este país.
Toda esta situación tuvo una clara expresión en las urnas. Entre los sectores que van desde los 19 a los 29 años de edad, Obama ganó por el sesenta por ciento de los votos. Obtuvo el noventa y tres por ciento del voto negro, el setenta y un por ciento del voto hispano, y setenta y cinco por ciento del voto asiático. Cincuenta y seis por ciento de las mujeres votaron por él, al igual que sesenta y tres por ciento de las personas solteras, dos tercios de los votantes no religiosos, y alrededor de las cuatro quintas partes de los gays y las lesbianas. Esta es la amplia coalición sobre la cual Obama cimentó su victoria.
Los republicanos, mientras tanto, se quedaron con el cincuenta y nueve por ciento de los votantes blancos (hombres y mujeres), la mayoría de los estadounidenses de cuarenta y cinco o más, y cincuenta y siete por ciento de las personas casadas.
La victoria de Obama es un rechazo al EEUU más conservador, cautivo de un pasado idílico que ya no existe, con fe ciega en que el mercado resuelva mágicamente las cosas. Una nación en la que aumenta la desigualdad, donde el contrato social por el cual todo el mundo tiene su oportunidad para alcanzar el sueño americano se ha roto y donde el Gobierno es rechazado casi genéticamente. Precisamente, el desprecio de los republicanos por lo público sin ningún matiz se les volvió en contra como un boomerang. En tiempos de crisis y necesidad es más necesario que nunca un Gobierno presente y políticas públicas adecuadas para cada situación. El huracán Sandy, cuyo azote por la costa este del país fue tan pegado a la elección, puso de manifiesto este punto con claridad.
Las últimas dos elecciones presidenciales sugieren que el Partido Demócrata está instalado sobre la base de un cambio demográfico de los Estados Unidos que el Partido Republicano, desde sus actuales fundamentos ideológicos, está incapacitado para registrar. En la medida en que su centro siga siendo marcadamente anti-estado de bienestar, anti-sindicatos, anti-inmigración, anti-derechos de la mujer y anti-derechos de las minorías, está condenado a aplastarse a sí mismo bajo un techo social y político cada vez más estrecho.
Los números finales de la elección y el margen relativamente ajustado entre Obama y Romney parecen sugerir algo diferente a lo que se viene sosteniendo hasta aquí. Quizás una parte del partido tratará de aferrarse a este dato para reconstruir fuerzas y recuperar la esperanza. Las elecciones muestran que el Partido Republicano cuenta, ciertamente, con una base electoral considerable. No es un partido muerto. Pero ese tramo de votos que le falta para triunfar es, precisamente, el grupo de votantes con los que este conservadurismo se ha hecho irreconciliable: el centro.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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