Los hechos de Viila Soldati poco a poco comienzan a mostrar intereses que exceden al reclamo de vivienda que han protagonizado vecinos de villas miserias cercanas al Parque Indoamericano. Algunos viejos protagonistas se paran sobre este escenario para intentar volver bajo el paraguas del orden y la prudencia
__________________________________________________
Muchas cosas cambiaron en apenas 45 días. La pausada pero constante recuperación de la imagen de la Presidenta de la Nación recibió un enorme impulso tras el inesperado fallecimiento de Néstor Kirchner. No sólo se consolidó la base de apoyo tradicional (expresado en el calor popular de las exequias del ex presidente) sino que sectores sociales anteriormente críticos empezaron a poner en su justo término la gestión de gobierno. Aspectos que antes se valoraban a medias (la política exterior, la Ley de Medios, la disputa con el FMI, etc.) dejaron de ser "inútiles enfrentamientos" generados por políticos crispados para convertirse en "batallas necesarias" de un gobierno que no estaba dispuesto a perder la autonomía en la toma de decisiones soberanas.
La revalorización de la gestión nacional puso en crisis, entre otras cosas, al heterogéneo arco opositor. Si bien muchos inicialmente pensaron –como en otras oportunidades– que "muerto el perro, se había acabado la rabia", los acontecimientos se encargaron de demostrarles que la base de apoyo social al kirchnerismo se había ampliado, diversificado y complejizado con la muerte de su líder, trasladándose esa corriente de simpatía sobre las espaldas de la Presidenta de la Nación.
Si bien desde algunos medios opositores trataron de instalar la idea de "vacío de poder" (como Julio Blanck de Clarín, que llegó a emparentar a Cristina con Isabel Perón luego de la muerte del General) tras el sacudón inicial la "ausencia" empezó a pegar más fuerte en la oposición que en el mismísimo oficialismo. El kirchnerismo había perdido a su jefe pero la movilización popular manifestada en su despedida lo había consolidado como espacio político otorgándole una identidad más nítida y definida. Podía exhibir logros, banderas ideológicas y personas que hasta el último día pelearon por esas ideas. En sentido contrario, la oposición había perdido al principal elemento que la definía como tal.
A menos de 50 días de la muerte de Kirchner, todos los espacios políticos han sentido el impacto. En la UCR, Ricardo Alfonsín, Julio Cobos y Ernesto Sanz no cosechan grandes expectativas afuera de un partido demasiado atado al internismo y a las disputas de poder. En el PJ disidente, Carlos Reutemann entró a boxes mientras Mario Das Neves, Francisco De Narváez, Mauricio Macri y Felipe Solá dudan acerca de los pasos a seguir. Pino Solanas sigue deshojando la margarita entre su candidatura presidencial o la de jefe de gobierno porteño. Y Elisa Carrió explicitó sus ambiciones presidenciales por afuera del Acuerdo Cívico y con críticas repartidas al kirchnerismo y a los radicales.
Las indefiniciones de algunos (Cobos, Reutemann, Solanas) y la escasa penetración de otros (Alfonsín, Sanz, Das Neves, Solá, Macri) generaron un escenario de vacío de poder en el arco opositor que potenció aún más las chances del oficialismo para el 2011. Tras varios intentos de desgaste (debate sobre el presupuesto, supuestas coimas en Diputados, cables de las embajadas norteamericanas) las corporaciones que se oponen a la marcha del gobierno encontraron la circunstancia, el discurso y la persona para llenar el vacío. En este contexto reapareció Eduardo Duhalde.
El escenario es Villa Soldati, donde se desató un conflicto con inicio definido y con final todavía imprevisible. Comenzó con un intento de 250 familias por asentarse en tierras del sur de la ciudad de Buenos Aires, prácticamente abandonadas por Macri. El hecho fue brutalmente reprimido por la Policía Federal y la Metropolitana provocándose el desalojo de las tierras que fueron devueltas al gobierno porteño. Hasta ahí sin grandes sorpresas, aunque el procedimiento causó víctimas fatales. Las bajas provenían de las filas del sector denostado como "okupas" y estigmatizado por su alto componente de nacionalidad boliviana. Pobres, inmigrantes y ocupando lo que no es propio, las muertes no sorprendieron a casi nadie de los medios hegemónicos.
Recién el tema empezó a ser noticia cuando comenzaron a actuar "bandas" de encapuchados que supuestamente representaban el sentir de "vecinos" que no querían que se ocupe el predio del Parque Indoamericano. Cuando ante la total ausencia policial supuestos vecinos y okupas empezaron a enfrentarse (en un revival de enfrentamiento de pobres contra empobrecidos) el tema "empezó a prender", como se dice en la jerga. El reclamo de vivienda de sectores excluidos mutó entonces en un problema de seguridad con armas ilegales, intentos de justicia por mano propia, nuevas tomas y más muertes. Ya estaban dadas las condiciones para que el discurso del orden –tan propenso a filtrarse en los sectores medios urbanos– se reinstalase en nuestro país
¿La persona? Eduardo Duhalde. ¿El lugar? Un aula de la Universidad de Harvard en los Estados Unidos donde el ex presidente brindaba una conferencia de rutina. Como pocos, Duhalde sabe cuáles son las fibras más sensibles del humor medio del argentino propenso a posiciones reaccionarias. Sabe que ante la "crispación K", prefieren el "diálogo y las políticas de estado". Sabe que prefieren a Lula (aunque lo conozcan poco y mal) antes que a Evo Morales y Hugo Chávez. Prefieren olvidar el pasado y dejar la memoria para los historiadores, por más injusto que sea. Entre el garantismo y la mano dura, no dudan y elijen lo segundo. Ante la incertidumbre y el caos, eligen la estabilidad y el orden. Allí reaparece Duhalde.
¿Quién puede garantizar que inmigrantes bolivianos no usurpen hoy el Indoamericano y mañana los bosques de Palermo? ¿Quién puede controlar el enfrentamiento de bandas armadas y okupas? ¿Quién puede poner en caja a los piqueteros que cortan el tránsito a cualquier hora y en cualquier lugar? Todos los caminos conducen a Lomas de Zamora. Por eso, Duhalde salió de la clandestinidad y en las últimas horas parece dispuesto a ocupar el espacio abandonado por unos y nunca ocupados por otros.
La última encuesta de Andrés Mautone en la ciudad de Rosario expresa que Eduardo Duhalde tiene un 9,8 % de imagen positiva, un 21,7 % de imagen regular y un 60 % de negativa. Actualmente, el ex presidente –nunca votado como tal– es el dirigente con aspiraciones presidenciales peor conceptuado por los argentinos. Este dato no es demasiado distinto del vigente en diciembre de 2001. "Todos los que gobiernan saben que hay que tener cuidado en diciembre", dijo recientemente. Ninguno de sus interlocutores repreguntó nada, lamentablemente. Por aquél entonces, el desorden y el vacío de poder lo depositaron en el sillón de Rivadavia y los que nunca lo quisieron lo terminaron tolerando.
En su fuero íntimo, Duhalde cree que este escenario puede volver a repetirse. Por eso apela a lugares comunes absolutamente mentirosos que parte de la clase media repite sin pensarlo. Todos sabemos que es totalmente falsa la idea de que "el orden no es de derecha ni de izquierda". Siempre el objetivo del orden condujo a la represión de los sectores populares: con la Generación del '80, con las dictaduras o con Menem–De la Rúa. Por lo tanto, una supuesta aspiración social termina siendo el chivo expiatorio del salvajismo de los poderosos contra los argentinos más débiles. El discurso del orden estigmatiza a cualquiera que intente romperlo, justificando su sanción y represión. Haciendo retroceder el reloj de la historia 130 años, Duhalde pretende convertirse en el garante del orden que conduzca al progreso nacional, aunque para conseguirlo deba poner en caja a los díscolos que intentan generar "caos, desorden y atraso".
Para que esto suceda, Duhalde sabe que necesita un clima de rechazo social a la incertidumbre y el desorden. Necesita que se multipliquen las voces que dicen: "¿para qué tener mejor trabajo y ganar más si cualquier delincuente puede matarte en tu propia casa?". Necesita que muchos griten "qué alguien haga algo!". Para que Duhalde crezca se requiere que los empresarios pidan certidumbre, seguridad jurídica y disciplinar la puja salarial. La Iglesia tiene que pedir paz y diálogo. La sociedad debe rechazar a los políticos por ineptos para ordenar las cosas. Cuanto peor para los argentinos, mejor para Duhalde. Ése es el escenario óptimo para su retorno providencial.
A su alrededor razonan: "sólo él puede sacar a la Argentina del caos. Ya lo hizo una vez y está dispuesto a volver a hacerlo". Duhalde no duda de sus capacidades y del destino manifiesto de los argentinos. Total, estamos condenados al éxito.
(*) Licenciado en Ciencia Política. Director Ejecutivo de la Fundación para la Integración Federal de Rosario
Para ponerse en contacto con el autor, haga click aquí