En el 2008 John McCain, el creador de las famosas papas fritas con su nombre, fue el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. Ahora, el primero en lanzarse a la carrera hacia la Casa Blanca es el dueño de una de las más famosas cadenas de Pizzerías del país
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Herman Cain es el prototipo de la cultura del éxito de la sociedad norteamericana. Graduado en la carrera de matemáticas, trabajó como analista comercial para Coca Cola en los sesenta y en los setenta se unió a la empresa de alimentos Pillsbury donde en tres años alcanzó el cargo de vicepresidente de la división de sistemas corporativos. Para inicios de los ochenta, dirigió más de 400 locales de Burger King en una de las zonas menos rentables del país logrando que arroje ganancias en poco tiempo.
Para mediados de la década, se incorporó a la cadena Godfather's Pizza (Pizzerías El Padrino) la cual atravesaba por difíciles momentos financieros. Logró salvarla utilizando remedios largamente conocidos: cerró 250 de los 800 restaurantes e incorporó a un grupo inversor que compró la cadena y decidió poner a Cain al frente de la misma. Para el momento en que Bill Clinton llegó al gobierno, Cain ya era el presidente de la Asociación Nacional de Restauranteros.
Persona de plantearse grandes desafíos, Cain decidió dar el salto del mundo de los negocios a la arena política. Su momento llegó en 1994 cuando se le plantó al presidente Bill Clinton en televisión en medio de una transmisión en vivo. Era el momento en que Clinton estaba haciendo los últimos intentos de promover la reforma del sistema de salud y para ello se estaba celebrando una de tantas asambleas ciudadanas en una ciudad para explicar de qué modo funcionaría la obligación de los empleadores de proveer cobertura de salud a sus trabajadores.
En ese contexto, Herman Cain pidió la palabra y le planteó a Clinton: "A nombre de todos los empresarios que están en una situación similar a la mía mi pregunta es muy simple: si me veo obligado a brindar cobertura de salud, ¿qué les digo a todas las demás personas que voy a tener que dejar sin empleo para cubrir los costos?"
"Espere un momento", le respondió Clinton. "Hablemos sobre lo que usted debería hacer". El costo de proveer cobertura de salud sólo aumentaría un 2 por ciento los costos que Cain debería asumir, a lo cual Clinton le sugirió que cobrase un poco más cara la pizza. "Yo soy un cliente satisfecho, todavía le seguiría comprando pizza".
"Señor presidente", respondió Cain, "con el debido respeto, sus cálculos sobre cuán profundo sería el impacto sobre mis costos está completamente equivocado". Dicho lo cual, dio media vuelta y abandonó la sala.
Este episodio convirtió a Cain en una superestrella entre las filas conservadoras. No fueron pocos los republicanos que se desvivieron en halagos y alabanzas para con el pizzero. Incluso Newt Gingrich, el presidente de la Cámara de Representantes que encabezó la ofensiva republicana contra Clinton, lo puso a cargo de un comité de investigación para la elaboración de propuestas de recortes impositivos.
Jack Kemp, candidato a la vicepresidencia en 1996, le hizo para ese entonces una visita para tentarlo a unirse al Partido Republicano. Cuando le preguntaron por él, Kemp dijo "he aquí un hombre de color que defiende sus posturas con la voz de Otelo, que tiene el porte de un jugador de fútbol americano, habla inglés como un egresado de Oxford y tiene el coraje de un león". Después de semejante trato no fue de extrañar que se uniese al partido.
Cain hizo un par de intentos de ganar una banca en el senado por el estado de Georgia, pero fracasó. Luego de ello, inició un programa radial y se volvió columnista de opinión política. Ambas actividades las continúa al día de hoy. Desde ellas se ha convertido en una de las voces más aclamadas y reconocidas en el seno del movimiento Tea Party, apenas por detrás de Sarah Palin y John Bohener.
Desde esa posición en el Tea Party, Herman Cain es el primero en iniciar el largo camino de dos años hacia la definición de la candidatura presidencial republicana para el 2012, anunciando la creación de un grupo exploratorio que estudie la viabilidad de la misma (una práctica que hace todo aspirante a la Casa Blanca). Esta breve biografía lleva a la inevitable pregunta acerca de cuáles son las verdaderas chances de este empresario pizzero de convertirse en candidato a la presidencia de la primera potencia mundial. Porque a pesar de que John McCain también fue candidato habiendo surgido del mismo mundo que Cain, aquel hacía más de dos décadas que era senador por Arizona y, además, un héroe de guerra. El pedigree político de Cain, por el contrario, es inexistente.
Paradójicamente, esa parece ser su mejor ventaja. En los noventa y en la primera década de este siglo no habría existido una transición sencilla para un hombre que venía de dedicarse a inventar nuevos gustos de pizzas hacia la política. Por el contrario, en el 2011, el electorado republicano parece estar dispuesto a escuchar cualquiera que no provenga del mundo de la política.
El propio Cain explicó esto durante una entrevista: "el panorama político ha cambiado dramáticamente debido a la movilización ciudadana disparada por el movimiento Tea Party." Y aclara, "basado en lo que he visto luego de participar de docenas de actos del Tea Party, de ir a reuniones y conferencias por todo el país, creo que la gente está mejor predispuesta hacia un candidato no convencional, alguien que sea menos político pero que aporte más soluciones a sus problemas".
Y tiene razón sobre el Tea Party. Cuando Cain habla en conferencias conservadoras o en actos del Tea Party, reúne a más personas que los miembros del Congreso. Aún más, durante la Convención de los Patriotas del Tea Party que se celebró en Richmond, Virginia (nada menos que la capital del Sur Confederado durante la guerra de secesión) podía verse entre los asistentes remeras con los nombres de los posibles candidatos presidenciales: Sarah Palin, Mitt Romney, Mike Pence y... Herman Cain.
Ahora bien, ¿qué clase de discurso promueve? ¿Qué es lo que moviliza a la gente a su alrededor? En realidad no se aparta demasiado de la ortodoxia discursiva conservadora de estos tiempos: el apego a le letra estricta de la Constitución, el "socialismo" de Barack Obama o los crímenes de los demócratas en contra de la libertad individual. En uno de sus libros analiza cómo hizo para que Godfather's Pizza se recuperase, usando términos que suenan casi idénticos a lo que él, o cualquier otra celebridad del Tea Party, quieren hacer en Washington. "Nos dimos cuenta que lo que nuestros clientes más leales querían era la masa de pizza original con sus diez tipos de gustos, lista para llevar", escribió. "Entonces, eliminamos todos los demás tipos de masa y nos concentramos en el producto original. La empresa en su totalidad se vio, así, automotivada para producir calidad y consistencia, luego de identificar y eliminar las barreras más grandes que impedían lograr esa meta: había demasiadas clases de masa!".
Tal vez no exista una mejor metáfora para explicar lo que en realidad esto implica: recortar los gastos del gobierno y simplificar su función en aras de lograr una mayor eficiencia en la función pública. En otras palabras, achicamiento del Estado. Eso al menos según cree dogmáticamente la ortodoxia económica.
Quizás sería muy bueno que una buena parte del electorado en los Estados Unidos desempolve un viejo ensayo de Paul Krugman, escrito en plena crisis del Tequila en 1995, titulado "Un País No Es Una Empresa". En él explica que los empresarios tienen la tendencia a hacer falsas analogías entre el manejo de una empresa o una corporación con la gestión de la economía de un país. En simples términos lo explica así:
"La economía de un país es miles de veces más compleja que la mayor corporación. Casi todas las corporaciones están construidas alrededor de una tecnología en particular, u organizada para dirigirse hacia cierto tipo de mercado. Como resultado, aún una corporación que parece estar ramificada en muchísimos negocios distintos, está unificada alrededor de un tema central. La economía de una nación, por el contrario, es una pesadilla de decenas de miles de diferentes clases de negocios, unificadas sólo por el hecho de que se desarrollan dentro de la misma frontera nacional. Por eso, la experiencia de un exitoso agricultor de trigo ofrece pistas poco útiles sobre cómo hacer progresar a la industria de la informática, la que a su vez quizás no sea una buena guía para una exitosa estrategia de una cadena de restaurantes".
Esta premisa es válida tanto para los Estados Unidos, como para cualquier país del mundo. Hace casi una década que en la Argentina quedó claramente demostrado que la negación de la política no es la respuesta a la solución de los problemas de la sociedad. A lo mejor, en los Estados Unidos todavía deban aprender esa misma lección.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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