Desde la redemocratización hasta nuestros días, los diversos análisis sobre la política exterior argentina que intentan explicar las inconsistencias y dificultades de nuestra vinculación externa han carecido de un profundo debate sobre la relación de la misma con la variable "modelos de desarrollo". Las palabras a continuación tienen como fin alertar sobre la imperiosidad de este debate
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La política exterior de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, se sabe, ha sufrido diversos cuestionamientos. El más común, repetido incansablemente por el arco opositor, apunta a que "Argentina no tiene política exterior" o que "Argentina está afuera del mundo". Sí bien para cualquier analista en el tema dichas frases carecen de fundamento y sustento, y deben analizarse en el marco de la actual disputa política, las mismas evidencian un debate subyacente desde la redemocratización en la disciplina de las Relaciones Internacionales. En primer lugar, con respecto a cuál debe ser el lugar de Argentina en el mundo –o cuál debe ser nuestra estrategia de inserción internacional– y en segundo lugar cómo explicar los problemas de inserción de nuestro país en el sistema internacional.
Si se entiende a dicha estrategia como el esquema central de orientaciones y lineamientos que un Estado implementa para relacionarse internacionalmente en el mediano y largo plazo, cuyo diseño recae sobre una política pública específica como la política exterior, que en palabras del académico y diplomático brasileño Celso Lafer, tiene como objetivo "traducir necesidades internas en oportunidades externas", se puede observar la dificultad que ha tenido la Argentina para darle coherencia y consistencia a la misma en el tiempo.
Como todo fenómeno social, los factores que lo explican son multicausales y obedecen tanto a condicionamientos externos como endógenos. No obstante, y con respecto a estos últimos, con la recuperación democrática se pensó que la inconsistencia en la vinculación externa obedecía a la inestabilidad del régimen político. Empero, la consolidación de la democracia no solucionó, per se, dichos problemas. Por tal motivo es menester explorar y analizar la relación existente entre la estrategia de inserción internacional y los modelos de desarrollo practicados y en constante pugna (palpable desde el 2008 con el denominado conflicto con el campo) al interior de la clase dirigente, de los agentes económicos y de la sociedad en general.
La Argentina no ha logrado proyectar consensos básicos en el tiempo de un modelo de desarrollo, es decir, de una articulación particular entre la política y la economía, entre el Estado y el mercado, entre lo público y lo privado, en la búsqueda de la transformación de la estructura productiva y social del país. Esta realidad ha generado indefectiblemente un impacto negativo en la estrategia de inserción para alcanzar oportunidades externas, dado que las necesidades internas han oscilado en un péndulo cuyos extremos se ubican, por un lado, los intereses propios de un modelo rentista agrario-financiero y por el otro, los intereses de un modelo de base industrial y productivo.
La constante introspección y disputa política para imponer un modelo de desarrollo particular producen muchas veces ajustes en ciertos objetivos de política exterior. Estos vaivenes son visibles, por ejemplo, en los cambios en la postura argentina y su posición negociadora en la Organización Mundial del Comercio, en los organismos multilaterales de crédito, en el G-20, en la discusión sobre la Nueva Arquitectura financiera Internacional y hasta en el propio Mercosur.
En este punto, la denominada continuidad en las políticas exteriores de Chile y Brasil, obedece, en gran medida, a que dicha pugna/tensión fue resuelta. Ambas experiencias muestran modelos de desarrollo opuestos uno del otro pero fuertemente imbricados con la estrategia de inserción internacional. En el caso de Chile, la apertura de la economía iniciada por el pinochetismo y continuada por la Concertación marcó un patrón de inserción internacional signado por una apuesta a la globalización comercial anclada en la exportación de cobre (Chile es uno de los países con mayores TLC del mundo) sostenida y defendida en distintas instituciones y regímenes internacionales en donde participa. Por su parte, la defensa de la autonomía y el universalismo como ejes estructurantes de la política exterior de Brasil, reflejan la búsqueda por parte de Itamaraty (la cancillería brasileña) de márgenes de maniobra en el escenario internacional que le permitan proteger, consolidar y expandir su poderoso desarrollo industrial.
Por lo dicho, no es posible analizar nuestra política exterior, como política pública, escindida de la variable "modelo de desarrollo", más aún si lo que se busca comprender es el carácter que ha tenido la estrategia de inserción internacional de la Argentina. Debatir y discutir estas cuestiones requieren el esfuerzo de evitar caer en reduccionismos y lugares comunes propios del actual debate político imperante en los medios masivos de comunicación.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Becario de Conicet y Doctorando en Relaciones Internacionales (UNR)
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