El fútbol, en su especificidad igualitaria, permite equiparar a los distintos. Emparejar a los peores con los mejores, a los que nada tienen con los que son los “dueños” del juego. Eso es, en esencia, lo que lo hace tan apasionante. Permite, en ocasiones impensadas, lograr hechos épicos donde el que se ve inexorablemente derrotado resurge desde lo anímico y alcanza un resultado que lo deja al borde del empate o un triunfo agónico, y que supondría una gesta invaluable para el más humilde. Así las cosas, aquel que es mejor y que tenía la victoria asegurada, por calidad de jugadores y prestigio, en esos casos queda con el gusto a poco, por no haber alcanzado un triunfo que marcara las diferencias “reales”. En la Argentina, el día después de las elecciones generales, deja una sensación parecida para muchos que sentían que jugaban en el mejor equipo.
Ahora bien, hay dos preguntas que deberíamos responder a mitad de camino de los conteos provisorio y definitivo. La primera de ellas es qué hizo el equipo que aparecía derrotado para remontar la cuesta en varios cientos de miles de votos. Y aquí hay varios elementos para señalar. Como dato inicial se debe marcar el cambio de estrategia de campaña. De la estrategia basada en la utilización de la famosa big data (un engendro que propone la comunicación política segmentada, focalizada por grupos sociales, donde el elector se parece más a un consumidor que a un sujeto político pensante y donde el discurso es dirigido de manera específica desde redes sociales) el oficialismo recurrió a un modelo de campaña tradicional: recorrida de ciudades a lo largo y ancho del país, discursos de Mauricio Macri sencillos aunque muy poco articulados, con un diálogo directo con los ciudadanos -podríamos decir masas, pero esto sería una aberración para cualquier macrista que se precie-, actos que pretendían ser masivos (y lo fueron), la recurrencia a cierta épica que en la Argentina “garpa” y muy bien (“la damos vuelta”) y una oralidad derechosa protagonizada por el tándem Picheto – Bullrich – Carrió que sedujo a propios y algunos extraños de la primera vuelta. Todos estos fueron elementos que aparecieron como un sello distintivo del proceso.
Por otro lado, hubo una gestión en materia de lo económico y lo social que se proyectó sobre ejes que eran fuertemente denostados allá por 2015. Se intentó planchar el dólar a cualquier costo, se dispusieron medidas de cortísimo plazo como la devolución de ganancias por los meses de agosto y setiembre (casualmente electorales) para incentivar el consumo, se otorgaron créditos a troche y moche a sectores empobrecidos de la población y todo ello con el fin de mostrar una solidez económica que no es tal ni mucho menos. El soporte de casi todos los grandes medios hizo el resto.
La segunda pregunta es si “el mejor equipo” hizo todo lo que debía hacer para marcar y confirmar las diferencias. En un diálogo radial con el ahora diputado electo Germán Martínez, en la espera de la publicación oficial de los votos, éste afirmaba que cuando en una elección PASO el ganador saca tanta diferencia como sucedió el 11 de agosto, puede convertirse en su peor adversario. Reinterpretando al legislador peronista, podríamos decir que cierto relajamiento (“esto ya está definido”) de bases y dirigentes puede complicar algunas chances que se creen seguras. De hecho, lo sucedido hace un par de meses atrás, respondió en definitiva, ni más ni menos, a una elección “interna” que servía como antecedente de lo que podría venir en el futuro mediato, pero que no cerraba el proceso electoral. Y en el peronismo no es nuevo el fenómeno. Muchos tienden a encargar el traje al sastre antes de haber sido elegidos. Sobran los ejemplos en las PASO santafesinas. En las semanas previas al 27 de octubre, buena parte de la discusión mediático política pasaba por descubrir quién ocuparía cuál cargo y por cuántos puntos de diferencia se ganaba.
Hechas las preguntas y planteadas las respuestas de rigor, puede entenderse el porqué del desasosiego de simpatizantes, militantes y dirigentes peronistas de comienzo de semana. La expectativa era grande, se iba por una goleada y apenas se ganó por un gol de diferencia. Y otra vez, los grandes medios y la enorme capacidad comunicacional del oficialismo hicieron el resto. Se intentó mostrar que, de cara a lo que viene, el macrismo que perdió (por ahora por 8 puntos) habría quedado más fortalecido que el peronismo triunfante. Serán simples sensaciones o construcción de sentido, llámelo como quiera señor lector, pero lo real y verdadero es que el peronismo vuelve al poder a partir de diciembre, sobreponiéndose a todo: una intervención falaz del partido a nivel nacional, un lobby feroz de los mass media en su contra durante cuatro años y buena parte de la justicia federal adicta a los intereses del oficialismo, coadyuvaban para el “no vuelven más”.
Pero un día volvió, sobreponiéndose a todo y demostrando una vitalidad digna de análisis. Más allá de las victorias, empates y sensaciones, hizo pie y encara. Pero no le espera un arco y una red en un rectángulo de juego. Le espera un nuevo desafío, enorme y transformador. Ojalá esté a la altura de lo que exige la historia.