¿Calentamiento previo o inicio de campaña? La pregunta parece menor para un sistema político muy dinámico que desde hace unos cuantos años, no menos de 20, se ha distanciado de la baja del ritmo de algunas rutinas que supone enero. El primer mes del año nos obliga, más allá de vacaciones y descansos, a seguir mirando con atención el juego de la política. Si debiéramos encontrar una síntesis, por ahora podríamos decir que nombres propios hay pocos, pero lo que sobra es la actitud. Algunos dirigentes parecen prevalecer en la estrategia de los eternos arqueros suplentes: no se sabe muy bien cuándo le tocará defender el arco (si es que alguna vez le toca), pero por las dudas que el técnico lo necesite, se preparan para ser figura. Primer artículo de un 2023 que seguramente nos tendrá muy ocupados. Por ahora, con las patas en el agua y la vista en el ordenador, pasen y vean.
Alberto Fernández jugó de nestorista, y en la mañana del mismísimo primer día del año, anunció que iría por el juicio político a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Si algún supremo se predisponía a desayunar, en los preparativos de unas merecidas vacaciones (tanto buen servicio a los poderes fácticos de nuestro país, exige como compensación unos días de relax), mate en mano y con algún pedazo de pan de dulce sobrado del 31 a la noche, es probable que se haya atragantado.
La jugada no dejó de llamar la atención a propios y extraños, lo que quedó expuesto en las respuestas y lecturas iniciales de no pocos referentes nacionales. Si alguno (o alguna) imaginaba un año legislativo con poca visibilidad, a partir del juego bloqueante en el que insiste la oposición amarilla desde hace no menos de 12 meses (recordemos que el período de sesiones extraordinarias de 2022 fue casi inexistente), deberá revisar sus certezas a partir de una decisión política presidencial a la que poco le importa el resultado nominal final.
Si hay algo que enseña la práctica política que se desarrolla en este rincón del mundo, es que puede construirse masa crítica más allá de victorias o derrotas que, de alguna manera, pueden definirse como circunstanciales. El oficialismo tiene todas las de perder a la hora de poder eyectar del cargo a los cuatro supremos, pero en la previa del resultado final hay un proceso que puede ir mostrando como se han tejido (y se tejen) ciertas decisiones en el máximo poder institucionalizado de la Argentina. El trabajo de la comisión pertinente, podrá mostrar lo que tienen para decir los diversos protagonistas, principales y secundarios, de esa historia.
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Pero hay más. Porque la lógica no queda subsumida a lo que pasa en el edificio de calle Entre Ríos allí en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sino que interpela al conjunto de actores que, en muchos casos, desearían que el tema no exista en la agenda y optan por mirar al costado.
La decisión albertista muestra el estado real de las cosas en la oposición pero también en ese conglomerado llamado oficialismo. Para los primeros, el pedido de juicio político supone un avasallamiento de los valores más sagrados de la “república”. Lo ridículo del argumento es que el proceso se ancla sobre el mismísimo articulado de la Constitución Nacional: no hay convocatorias a movilizaciones masivas ni escraches, no hay enjuiciamiento mediático ni gritos desaforados. Sólo el apego a un mecanismo institucional previsto nada más y nada menos que desde hace, casi, ciento setenta años.
La oposición amarilla reproduce la práctica del tero que pone los huevos en un lado pero grita en otro: mientras vocifera por la falta de republicanismo, trata de ocultar con esa vocinglería, el escándalo que supone a un dependiente del mismísimo presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (y por obra y gracia de su enorme sabiduría y compromiso con el país, del Consejo de la Magistratura) asesorando a un ministro de Justicia de un estado subnacional, que tiene un pleito en ese mismo tribunal contra el estado nacional, sobre cómo debe litigar para que se falle en determinado sentido.
Los hechos resultan tan escandalosos como impunes, al punto de que no se ha conocido opinión alguna del asesor en cuestión (mano derecha del propio Horacio Rosatti) y sólo se ha logrado un pedido de licencia del funcionario implicado (Marcelo D’alessandro) del que el propio Horacio Rodríguez Larreta pretende hacernos olvidar entre juego de tejo en playas bonaerenses y fotos montadas de un supuesto surfista experimentado.
Por el lado del oficialismo el pedido de juicio político a la Corte también parece haber sorprendido a varios. Desde el silencio más sonoro (valga el oxímoron) de una vicepresidenta que nada ha comentado en las últimas semanas, pasando por algunas voces de apoyo del cristinismo más granado, hasta llegar al “no coment” de unos cuantos gobernadores peronistas; la especulación política parece haber prevalecido: algunos para no reconocer en Alberto Fernández cierta lucidez (recordemos que al presidente se le ha reclamado insistentemente desde sectores ahora silenciosos, no dar ciertas batallas más allá de triunfos o derrotas), otros porque tienen algún pleito pendiente en los cajones de algún escritorio del cuarto piso del edifico de calle Talcahuano y los más porque prefieren desarrollar sus exitosas carreras políticas sin hacer grandes olas (si usted querido lector, estimada lectora, piensa en el caso del algún gobernador de una provincia del centro del país, es parte de su afiebrada psiquis).
Con todo, y teniendo a la costa atlántica como destino político principal, la primera quincena de enero se va con un éxito de temporada y con varios actores barajando y dando de nuevo. Si la Unión Cívica Radical aparece algo desdibujada entre puestas en escenas de estilo “beatle”; le va en paralelo una Patricia Bullrich a la que cada vez le cuesta más ocultar su relación política con el desterrado Gerardo Milman; un Rodríguez Larreta cada vez más torpe y un Mauricio Macri que sin decir públicamente que será candidato, disfruta (y se ilusiona) con el deterioro político de sus viejos laderos.
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En el mientras tanto, Sergio Massa, que aspira a una baja sustancial de la inflación en unos pocos meses, dice “a mí no me miren”. Sabe que, en un contexto de crecimiento económico, apalancado en el sector industrial y en el comercio, con el lastre de una sequía que afecta de manera evidente al sector primario, el 5,1% de diciembre no es un dato que enamore a nadie. Si ese número bajara al tres, otro sería el cantar diría mi abuela, y allí habrá que ver qué desea el tigrense y cómo lo evalúa el conjunto del peronismo.
Daniel Scioli, por las dudas se muestra en Mar del Plata, esa ciudad que tanto lo referencia, y el dúo de los Juanes, Schiaretti – Urtubey, juegan al juego de las fotos y se sacan una diciendo que van por el espacio anti grieta. Desde su escasa visibilidad política allende sus lugares de origen, tendrán que ponerle bastante nafta al auto, gastar unas cuantas millas de pasaje de avión y recrear relaciones varias con lo más granado del poder mediático porteño, si es que quieren pasar de la anécdota política de un “tirito” electoral para transformarse en un espacio político que acumule algo de cara al futuro mediato.
Para no ser menos, Javier Milei, que aparece como uno de los más decididos a formar parte del entramado electoral 2023 como candidato a presidente, también padece su propia interna con el inefable Carlos Maslatón, que pasa de comentar los partidos de la Scalonetta en Qatar, con dichos de un despegue económico notable de la Argentina incluido, al anuncio vía redes de un supuesto desafío al hombre que ha hecho del insulto un ejemplo de ciertas construcciones políticas de este tiempo y que demostró, con su silencio sobre lo ocurrido en Brasil el último domingo, un ejemplo de los valores democráticos que lo inspiran.
El juego de las candidaturas sigue abierto. En el oficialismo, por los problemas de gestión y por la falta de una coordinación política que, más temprano que tarde, en algún momento deberá llegar. En la oposición cambiemista porque la interna no resuelta a partir de no haberle puesto nombre y apellido al fracaso del período 2015 – 2019, supone que todos tienen el derecho a “estar”. En el camino, parece haber aparecido la discusión digna de un juicio político a una corte que cada vez se asemeja más a la vergüenza menemista de finales del siglo pasado. El resultado está cantado, pero en el desandar de este tiempo inicial, iremos descubriendo y confirmando quien es quien en este juego. No es poco para un año electoral. Más allá de los nombres propios. Más allá de ciertas urgencias.