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Domingo, 04 Mayo 2025 12:21

Nuevos enemigos. Viejas estrategias. Destacado

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Santiago Caputo amedrenta al fotoperiodista Antonio Becerra mientras este lo retrata Santiago Caputo amedrenta al fotoperiodista Antonio Becerra mientras este lo retrata Antonio Becerra

En el contexto de un proceso electoral cada vez más presente, el proyecto político libertario parece cada vez más dispuesto a un juego del todo o nada del que, a largo plazo, no podrá salir indemne. En la construcción de su narrativa, dinamita puentes con los sectores aliados, se imagina portador de una verdad única e infalible y se expone a mostrar, por fin, un neofacismo que no excluye (al igual que sucedía en la versión original) dosis de violencia para quienes osen rebatir argumentaciones y dichos de dudosa verdad.

Más allá de los deseos oficialistas, la semana puso en el centro de la escena (y en el ridículo) al Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, a partir de la interpelación legislativa por la estafa de $Libra, tema que no desescala de cierto interés público y con el que deberá convivir el presidente Javier Milei aquí y en el exterior, ahora y luego de que finalice su mandato.

Más allá de la funcionalidad de amarillos y radicales, Francos, hombre que trajina diversos proyectos políticos y oficinas ministeriales desde hace varias décadas, no supo ayudar en nada a los hermanos Milei. No pudo correr responsabilidades, tampoco aclarar por qué el presidente ofreció un contrato de manera pública, como así tampoco separar la idea de un primer mandatario que cumple con su función dependiendo de horarios y lugares. Recordemos que la justificación oficial en sus inicios argumentaba que Milei había hecho la publicación en X de una manera privada, no estando presente en la Casa Rosada. Flaco favor le hizo a Francos cuando unas horas después, en un encuentro con empresarios, reconoció que desde muy temprano comienza a trabajar desde Olivos porque no le interesa mucho viajar cotidianamente hasta Balcarce 50.

A pocos días de las elecciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la cual puede devenir en una especie de parte aguas que modifique las estrategias políticas de las “derechas” argentinas, el oficialismo trata de fortalecerse con un Milei decidido a respaldar a su candidato Manuel Adorni. Insiste con un discurso basado en una alta dosis de un odio que no es nuevo, pero lo reconfigura cambiando de destinarios. O, mejor dicho, agregando otros protagonistas. Si antes la casta ocupaba el centro de la escena, esa de la que supo servirse para sus logros legislativos (sea para la sanción de leyes o para su bloqueo), en las dos últimas semanas el foco fue puesto sobre el periodismo.

Pero es tan fuerte el condicionante ideológico, y fundamentalmente la intolerancia libertaria, que los ataques presidenciales que se derraman desde y hacia todo su dispositivo de trolls e influencers, han incluido, ya no al conglomerado “kuka”, sino a todo el universo comunicacional.

Mientras Pablo Grillo y Roberto Navarro se reponen, uno del criminal ataque ilegal de las fuerzas de seguridad y el otro de una serie de golpes arteros de dos ciudadanos (supuestamente) comunes, y mientras no aparecen mayores aportes de la Justicia (por ahora somos respetuosos nominándola en mayúscula); ya no basta con el cuestionamiento y el insulto público a comunicadores “del centro”, sino que se ha conocido que el propio presidente ha pedido por la salida laboral de periodistas (ponele) que abrevan en medios como La Nación, La Nación + y América que, no viene de más recordarlo, no difieren demasiado en ciertas referencias ideológicas con el papá de Conan. 

Con una renovada ficción de un dólar planchado, tratando de hacer olvidar los planteos oficialistas de unas pocas semanas atrás sobre el FMI, el cepo y la inflación, el oficialismo trata de mostrarse fortalecido inventando nuevos enemigos (periodistas), subiéndolos al ring, pero con la estrategia de siempre de un discurso monocorde y de yapa, lograr ocultar los evidentes fracasos. 

El oficialismo habla del conjunto del periodismo. Los acusa de ensobrados, de mentir por un interés espurio, inventa el relato de que se terminó la pauta (revisar adónde van los aportes publicitarios de empresas como YPF, el Banco Nación o Aerolíneas Argentinas) y profundiza su método de generalización: si hay una manzana podrida, el cajón ya no sirve. También si en determinados organismos públicos, supuestamente, existen nichos de corrupción se lo cierra, sin importar la función social que los mismos puedan representar. 

Para completar el cuadro, Santiago Caputo, el asesor presidencial auto percibido como un estratega político de proporciones, que le gusta fungir de un rol de monje negro que cada vez le queda más grande, en el debate de las candidaturas por las concejalías porteñas no tuvo mejor idea que exhibir cierta postura amenazante al tomar los datos de un fotógrafo que sólo cumplía con su función de registrar imágenes de personajes públicos en un evento, vaya la familiaridad de palabras, también público. 

En pocos meses, el monotributista Caputo supo complicar al Gobierno con actitudes que lo descolocaron: cortó una entrevista con el presidente para “darle letra” al operador Jonatan Goldfarb, alias Jony Viale; amenazó a un diputado de la Nación que vivió sus quince minutos de fama y ahora se enoja por una foto común y corriente. De alguna manera, si ajustamos el foco en detalle, veremos que esas actitudes fungieron de anticipo de una forma de comenzar a desarrollar el devenir del mileismo. 

Con todo, en nombre de un superávit apócrifo, sostenido a base de motosierra e inoperancia de gestión, el dispositivo político comunicacional libertario se apoya y estructura sobre ciertos sectores que dan por sentado que una opinión distinta a la propia merece el cuestionamiento por estar ensobrado. Apunta a ciertas sensibilidades, banaliza y concluye que si uno miente, mienten todos. La pregunta decae por su propio peso: ¿qué tiene que ver todo esto con la idea de libertad? La respuesta, querido lector, estimada lectora, se las dejo en formato de tarea para este primer domingo de mayo. 

Pero, hay que reconocerlo como parte del tiempo social que vivimos, el gobierno no está sólo en su prédica. A ciertos silencios y el mirar para el costado de no pocas organizaciones de la sociedad civil que solían tener el republicanometro siempre a mano en tiempos idos, se suma el apoyo explícito de sectores que parecen disfrutar de la violencia implícita de estos días.

El día martes Milei se presentó en la EXPO EFI 2025, ante la presencia de economistas y empresarios argentinos. Allí, fiel a su estilo, jugó el papel de standapero que tanto le gusta y que tan mal desarrolla. Insultó al ex ministro de Economía Martín Guzmán, descalificó al mundillo “kuka” por falta de coeficiente intelectual y vaticinó, otra vez, el fin de la inflación, ahora para mediados de 2026.

Las burlas, los insultos y las descalificaciones sobre la institucionalización legal de la toma de deuda despertaron los aplausos de los asistentes. Si no supiéramos de la pusilanimidad de buena parte del empresariado argento, no debería dejar de llamarnos la atención la alegría de los hombres de negocios, sobre todo si tenemos en cuenta una caída del nivel de consumo que no cesa y un mercado interno cada vez más retraído.

Para la cosmovisión empresarial, teniendo en cuenta postulados y valores transmitidos en las últimas décadas, estamos ante una oportunidad histórica. Todo aquello que refiera a la posibilidad de un Estado más chico, con menos control, que no imponga condiciones e incluso que debilite su primaria función de árbitro y limite derechos laborales que les permita maximizar ganancias, se parece mucho al sueño húmedo de un desarrollo (individual) exento de limitaciones de algún tipo.

Pero además, “domada” buena parte de la institucionalidad que trae consigo el federalismo encarnado en gobernadores, unos pocos por necesidad y la mayoría por conveniencia (aunque algunos por estos lares comenzaron a levantar la voz en el marco de un año electoral) y con el apoyo inestimable de amarillos, radicales y pichettistas de cualquier hora; el devenir libertario, luego de la serie de fracasos de los últimos quince meses y las limitaciones que naturalmente lo condicionan en el juego de la democracia, exige la renovación constante de enemigos con quienes tensionar para correr el eje de las discusiones centrales. Pero las estrategias ya resultan conocidas y algo anticuadas. Veremos hasta dónde tolera la sociedad.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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