Resulta sencillo caricaturizar Europa como una ingobernable colmena de la que sobresalen un pesimismo furibundo, un abrumador liderazgo de Alemania, una Francia en declive, un proyecto, en fin, que hace agua, lastrado por la inacción y por las ideas equivocadas. Parte de lo que significa ser europeo consiste en sentirse permanentemente defraudado, inevitablemente crítico. Pero algo está cambiando: la última cumbre constata que la Unión sigue avanzando, aunque sea con lentitud y timidez. De la austeridad a ultranza se ha pasado a las reformas con una pátina social, con medidas por fin de corto plazo para luchar contra el paro juvenil y la falta de crédito. La unión bancaria se retrasa y pierde ambición, pero ese tren no se detiene. Y en las alturas, los eurócratas señalan otra novedad: hay progresos entre Alemania y Francia para recomponer relaciones. “París y Berlín vuelven a acercarse, a hacer esfuerzos por entenderse tras unos meses muy difíciles”, resume una alta fuente europea.
La razón de esos cambios es simple: la canciller Merkel quiere un verano tranquilo. Sin declaraciones altisonantes. Sin críticas del Sur al exceso de tijera. A ser posible, sin jaleo en los mercados. “Merkel disfruta de altísimos índices de popularidad. Y todos los líderes, empezando por François Hollande, quieren ponérselo fácil porque saben que deberán volver a lidiar con ella tras las elecciones”, sostiene un diplomático.
La estrategia de Merkel es doble. En lo económico, un giro retórico —de la austeridad a las reformas— con algo de dinero fresco; ahí ha encontrado apoyo en Hollande, necesitado de mostrar algún estímulotras un año de continuos fracasos. Y en lo relativo a la UE, la canciller ha mostrado una aproximación pragmática, electoralista: acordar lo mínimo posible y retrasar una y otra vez las decisiones peliagudas. Una vez más, el arte del aplazamiento alemán en todo lo que no le gusta.
Sus constantes objeciones, al menos, no han descarrilado la unión bancaria. También en eso cuenta con Hollande: “Somos conscientes de la importancia de las elecciones alemanas; eso no ha impedido ir lejos en unión bancaria”. A cambio de ese apoyo, Francia ha convertido en agua de borrajas las recomendaciones de la Comisión, tras un rifirrafe del que sale ganadora. París reformará las pensiones. Pero a su ritmo.
La unión bancaria es, probablemente, el paso más decisivo para retocar el edificio europeo. Ahí es donde es más evidente que el eje París-Berlín vuelve a funcionar. Y no todo son ventajas por ese flanco: “Es preocupante ese nuevo interés franco-alemán por rebajar la ambición de la unión bancaria. Los alemanes quieren rebajar ese proyecto para que no les cueste dinero, y porque en el fondo no quieren que nadie meta las narices en sus bancos. Los franceses están preocupados por su gran banca. De ahí que todo se retrase, que el plan sea cada vez más modesto”, advierte Charles Wyplosz, del Graduate Institute.
Europa vive en un interregno peligroso. La emergencia de la crisis existencial se ha desvanecido. A tres meses escasos de las elecciones alemanas, la tentación es dejarlo todo para después. Pero al menos la Unión no se detiene y ese amago de Merkhollande es una excelente noticia: “Es más fácil forjar alianzas Norte-Sur cuando Berlín se entiende con París; hay un nuevo clima en la UE fundamental para afrontar futuros problemas”, dice una alta fuente europea. O no tan futuros: Ken Rogoff, de Harvard, advierte del estado de negación en las grandes capitales y afirma que cualquier estrategia realista para salir de la crisis “pasa por quitas masivas de deuda en los países periféricos, y pronto; el negacionismo actual no puede seguir indefinidamente”. “Merkel está siendo lenta en reconocer que hay que reestructurar deudas y recapitalizar la gran banca. Es lógico: Alemania va a tener que correr con gran parte de los gastos y las elecciones se acercan. Veremos si con Francia a bordo eso es más sencillo”.
RECOPILACIÓN Y EDICIÓN: Paula Martín
FUENTE: El País